martes, 1 de junio de 2010

721 Somos lo que queremos ser

721    “LA CHISPA”                             (21 noviembre 2009)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
SOMOS LO QUE QUEREMOS SER
     La diferencia entre lo que queremos ser y lo que somos (cuando esto no nos gusta) es la indolencia con la que vivimos la vida. Y esto se aplica a todas los niveles de cualquier sociedad. Romper el estado de conformismo es un asunto de carácter, pero sobre todo, de Educación. Cambiar el medio y las condiciones puede darse esporádicamente bajo la dirección de un líder honesto, esas raras avis en la América Latina, pero es seguro que sí se consigue mediante la educación. Sin balas, fanfarria, muerte ni odios. Ese camino es posible auque difícil, debido a los encontrados intereses de los componentes de nuestras primitivas sociedades. Y es aquí en donde la Escuela debe jugar un papel preponderante; pero no la tradicional, domesticada y al servicio de los “valores patrios” diseñados por la plutocracia para su beneficio, sino una comprometida con las grandes masas, con la Patria y la conveniencia de esas mayorías. Hasta ahora, la escuela solo ha sido un instrumento de domesticación. Detrás de un barniz de cultura, se ha impuesto el mensaje de la Oligarquía: una educación planificada para embrutecer y subordinar. Con maestros alienados y sumisos, y con programas que solo responden a las líneas impuestas por los Ministerios de “Educación”, el resultado de esta será siempre favorable a las clases dominantes. (Chiste político navideño: “El tema de la Seguridad”)
     La escuela solo ha tenido un propósito: atontar alumnos y matar en ellos todo indicio de individualidad, carácter o voluntad de protesta. El joven que se distingue y no acepta pasivamente, se le considera “problemático”, y todos los mecanismos de la institución se dedican a eliminar esa anormalidad, hasta convertirlo en uno más de la manada. En un niño dócil que nada cuestiona, que todo lo cree y hace todo lo que se le ordena. Es el alumno modelo dentro de nuestras sociedades; ese es el producto escolar agradable a las Oligarquías. Un chico obediente y respetuoso de las leyes. Aunque esas leyes vayan en contra de su propia vida e intereses. Es por eso que en ciertos países los gobiernos (el instrumento del Poder) han puesto mucha atención en la escuela, pues esta representa un nivel más eficiente de dominación que el analfabetismo. Este tiene muchas ventajas para ellos, pero no deja de ser un peligro, pues el hombre inculto conserva la primitiva rebeldía del salvaje al que no se le ha castrado el sentimiento de independencia. Se conserva como un animal libérrimo, consciente del peligro y de quiénes son sus enemigos, y no vacila en hacer uso de sus recursos de violencia para lograr lo que desea. Siempre es un peligro larvado presto a estallar. Mientras que al hombre “alfabetizado”, la escuela se encargó de mutilarlo y grabarle muy bien el catecismo cívico bajo el cual rige su vida de ciudadano dócil. Es educado, respetuoso de la Constitución y las leyes; va a misa y cumple con sus deberes sociales. Respeta los fallos de los tribunales. Se deja joder en paz y sin chistar.
Ese es el hombre que ha preparado la escuela; un ser tibio e incapaz de rebelarse en contra de nada, ni aun de aquellos que lo están haciendo leña. Él es un “demócrata escolar” que solo conoce una vía para comportarse: ser paciente, tolerante hasta la idiotez, incapaz de protestar ni, mucho menos, tomar alguna acción en contra de los que lo explotan, roban y maltratan. Él es el producto de la escuela democrática. De esa que si bien lo enseña a leer y escribir, también lo castra como ciudadano y lo convierte en un títere de los que controlan el Poder; en un miedoso que supone que la Constitución y las Leyes son cosa de Dios y que la menor contravención de ellas, aunque sea para salvar su vida y la de su familia, es un pecado mortal. Es el hombre que supone que la Ley de Inquilinato es sagrada y que debe quedarse allí para siempre, como los Diez Mandamientos. Este producto de la enseñanza “democrática” no concibe ni la posibilidad de rebelarse porque esto implicaría una violación de los principios que le impusieron en el aula.
     Si recordamos que la formación del carácter del hombre se inicia en la niñez, cuando todavía es tabula rasa, entenderemos el interés de las Oligarquías por crear escuelas con programas diseñados por especialistas en pedagogía occidental. La nueva escuela latina NO va a cambiar desde arriba o desde los programas. Tendrá que hacerlo desde dentro, a partir de los Maestros que entiendan bien cuál es su papel en la formación de ciudadanos conscientes, y no de niños domesticados para servicio del sistema. De jóvenes que cuestionen, que no acepten por principio, que pregunten, que protesten y que se resistan a la arbitrariedad de que todo lo que dice el maestro o la niña tiene que ser verdadero. También será responsabilidad de los padres, y estos deberán participar no solo en el proceso sino en el diseño de los programas, porque ¿qué le interesa a un jovencito campesino de Guatemala quién diablos era Clavileño o por qué se volvió loco don Quijote? Y como diría Manolito (el de Mafaldita) ¿Qué nos importa que el Everest sea navegable o no? Nosotros tenemos nuestros problemas específicos y acuciantes que debemos resolver primero antes que los del Medio Oriente o los de la burbuja habitacional. O la del hueco de la capa de ozono o el calentamiento global. Ese es problema de los que jodieron esos mecanismos y son ellos los que tienen que repararlos. ¿Por qué debemos preocuparnos por algo en lo que nada podemos influir? Nosotros morimos de hambre cada día, así que ¿qué diferencia hace que el Sol nos achicharre más rápido? Los hombres y los pueblos son lo que quieren ser. Todo es cuestión de carácter, y este, se empieza a gestar en el hogar y las aulas de la primaria. Es producto de la EDUCACIÓN, pero no de cualquier instrucción sino de una que solo tenga como centro al individuo que se confía a ella. Que no sea un instrumento de manipulación de la mente ni se encuentre al servicio de otros intereses que no sean los del discípulo sometido a ella. Una educación que fragüe en ese chico, las bases sólidas de lo que será el Hombre del Futuro, sin subordinarlo a nada más que al tribunal de su propia consciencia.
     Y al decir Escuela, se ha querido decir MAESTRO, pues son estos y no el ente abstracto, los que deberán realizar esa tarea en silencio, con disimulo, con astucia y pertinacia porque el sistema tiene ojos y oídos en todas partes y no permite desviaciones “peligrosas”. El ciudadano del futuro será producto de una labor educativa clandestina. No parece haber otro camino. (¿Ve usted otra salida en su país?)

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