lunes, 14 de junio de 2010

194 La gordura

194     “LA CHISPA”                                        (23 enero 2006)

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

LA GORDURA: AZOTE SOCIAL

    En la televisión anuncian innumerables aparatos de todas las formas y estilos. Cada uno garantiza que nos hará perder kilos en forma divertida y segura. Con computadoras y materiales de la NASA. “Tiene éxito or your money back”, como dicen los gringos. Hay centenares de programas en donde se nos ofrece la panacea para ponernos como Alicia Machado, Charlize Theron o Ronaldhino. Las píldoras de Jorge Hané, o las comidas y hierbas exóticas de la China. De todo. Pero el mal sigue allí, azotando a millones de gordos y produciéndonos diabetes, hipertensión, cansancio, flebitis y la infinita lista de desgracias que acompañan al sobrepeso. Además, las malditas campañas de adelgazamiento y belleza, nos presentan unos modelos de hombres y mujeres angelicales que nos dejan con la boca abierta y el alma retorcida de frustración y remordimientos. Pero analicemos el problema geográficamente. Estoy seguro de que en Haití no se vende ni un solo aparato de los King Pro, Orbi Trek ni ninguna de esas portentosas máquinas para ponernos flacos como vietnamitas. En ese lugar a nadie le interesa que sean de fácil “doblado y guardado bajo la cama”. Es más, a nadie le importa que quepan dentro de una caja de fósforos o que pesen un miligramo. Allí todos están “in shape”, sin haberse tragado ni una sola de las píldoras milagrosas del programa “In line” o “Herbalife”. La moda “thin” es obligatoria en la isla, así como en Bolivia, Ecuador y Bangladesh.
También es seguro que en la mayor parte del África a nadie le importa el Xenical, el “Maximus” o el “Reduce Fat Fast” La norma entre ellos es estar esbeltos... muy esbeltos. Casi pasándose o ligeramente pasaditos.
     También en gran parte del Asia la población es delgada y de buenas proporciones. La India es el mejor ejemplo de gente esbelta; también la China. Aunque este último país ya empieza a andar los pasos de las naciones ricas y comedoras de comida chatarra. De la superabundancia y los refrigeradores y alacenas repletas de porquerías cargadas de preservantes químicos. El culto Japón se ha mantenido muy bien en relación con este problema; su milenaria cultura les ha permitido que no se les “suban los humos” en materia culinaria, pues siguen siendo muy conservadores en cuanto a su dieta. Y a pesar de ser una nación tan rica como cualquier país europeo o los Estados Unidos, sus ciudadanos no han sucumbido al embrujo que, como las aladas sirenas de Caribdis, ejerce la industria alimenticia sobre los ávidos estómagos de los nuevos ricos. El gringo ha claudicado por completo ante su panza, de manera que el ochenta por ciento de esa población es obesa o se encuentra en ruta de convertirse en gorda. Y es precisamente en ese país, en donde ha florecido de manera prodigiosa “El mercado de la Gordura”, el cual ha producido centenares de millonarios a costa de las ilusiones de tanto gordo frustrado. En ningún país, en ninguna época de la historia, se han escrito tantos libros sobre dietas milagrosas como allí. Todos los días se abren miles de gimnasios que alimentan a una poderosa industria fabricante de todo tipo de tiliches para ejercitarse y adelgazar. Proliferan los baños de vapor, las dietas esotéricas y los gurúes contra la gordura hacen su fiesta. Y la industria farmacéutica pega gritos de alegría por tanto obeso, y miles de gordas son asesinadas anualmente en las clínicas quirúrgicas anti-gordura. Y ni qué decir de la industria de la ropa especialmente fabricada para los “oversized”. Pero como los gringos tienen cierto sentido macabro del humor, a la par de ese enorme flagelo debido a la abundancia de comida y falta de cultura, despliegan unas campañas portentosas que deifican a las flacas como Inmán y tantos otros íconos de la belleza etérea. Si en la luminosa Hollywood se es gordo, solo hay papeles ridículos que hacer. En un país donde la marea gorda amenaza con cubrirlo todo, ser gordo es el peor delito que puede haber. No está tipificado en los libros de leyes, pero sí está indeleblemente grabado, con letras de fuego en el corazón y vanidad de todos los norteamericanos. Ese es el precio que tienen que pagar por ser tan ricos y comer tan desordenadamente.
     En la América Latina la cuestión es muy variada, y la gordura tiene una relación directa con el estado económico de cada país. O con la permisividad con la que los ciudadanos han ido tolerando la invasión de comidas que son antinaturales en sus respectivos medios, es decir, la “comida chatarra” importada e imitada de los Estados Unidos. Sobresaturación de grasas y azúcares. Refinados y preservantes que hacen posible la masificación y almacenamiento “eterno” de alimentos muertos que ni siquiera las hormigas se comen. Las industrias alimenticia y farmacéutica de los Estados Unidos han matado en menos de cien años, a más personas que todas las guerras de la humanidad desde que esta se inició.
Y los países latinos ricos están imitando ese terrible modelo. Al menos en las clases sociales pudientes que tienen acceso a los Wendy’s, MacDonalds, Burgers Kings y otras fuentes de esa criminal comida con la que, por comodidad y practicidad (gran lema gringo), estamos envenenándonos y comprometiendo el futuro de nuestra raza. Dichosamente los pobres y los que viven alejados de las ciudades, no tienen acceso a ese tipo de alimentación. Por dicha nuestros indios no comen hamburguesas con Ketchup que nada tiene de tomate; ni Muffins de harina muerta y refinada, embarrados con una miel artificial que incluso mata las cucarachas. Y esto que estas son inmortales y a prueba de todo. De todo, menos de la comida gringa. Costa Rica, por ser un país “rico”, según una clasificación que hizo que nos sacaran del catálogo de naciones que reciben ayuda, ya ha entrado en ese siniestro Sendero de la Gordura. Nuestros pequeños se atarugan de toda clase de dulces importados o nacionales repletos de preservantes. Se hartan de panecillos fabricados con harinas refinadas a las que ningún insecto les “hace tiro”. Haga la prueba: ponga un poco de esa harina en un recipiente, y expóngala al público de los bichillos que viven en su casa. También ponga algún alimento natural y verá que, mientras este desaparece de inmediato, la harina con la que hacen la repostería que comen sus niños, permanece intacta por días, incluso semanas. ¿Por qué? Porque es materia muerta, a la que le han destruidos todos los elementos vitales para que pueda ser almacenada durante años sin que la toquen los insectos. Eso es lo que comen usted y sus hijos.
        Costa Rica es, para no rajar mucho, un país “riquillo”; y eso ha llevado a que una gran capa de nuestra población, los que “pueden”, se hayan dedicado a imitar el “american way o life” de los norteamericanos, el cual consiste en ir los supermercados y repletar los cochecitos de los más variados alimentos enlatados, y con preservantes que permitan que las visitas al mercado sean lo más espaciadas posible. Practicidad, le llaman ellos. La costumbre de comprar al día los productos frescos ha ido desapareciendo. Ahora compramos por semestre, o por año, si es posible. Alimentos muertos que ya son añejos cuando llegan a nuestras despensas. Saborizados, preservados, enmantecados, endulzados, “winterizados” y en recipientes blindados para que resistan un holocausto nuclear bajo la tierra. Comida venenosa y cargada de grasa, azúcar refinada y preservantes, es lo que nos está matando y llenando de gordos. Dichosos los que no tienen acceso a ella. Pero el problema no es únicamente un asunto de tener dinero o no, pues eso ubica el asunto en una posición muy incómoda y absolutista. Se trata de ser un poco sensato a la hora de comer y escoger los alimentos que hemos de proveer a la mesa de nuestras familias. Ningún padre o madre responsables, deberían sucumbir a la tentación de la “practicidad” en una materia tan delicada como es la escogencia de aquellos alimentos que darán vida y salud a sus hijos. Es muy práctico embutirlos con un Big Mac y un Milk Shake de quién sabe qué, pero constituye un atentado para la salud futura de la niñez. Y eso es lo que está en juego.
       Pero como la crítica vacía no tiene utilidad alguna, estoy en la obligación de sumarme a las incontables legiones de dietistas que pretenden haber encontrado una salida esperanzadora al azote del siglo. El sistema que yo les voy a sugerir no es una máquina portátil de “fácil doblado”. Es un método difícil, duro y de gran sacrificio. Implica dolor, tiempo, angustia, frustración, impaciencia y mucho cuidado y dedicación; pero les aseguro que da resultados. No se pondrán como Reneé Zelwegger, Chayanne o Demi Moore, pero les prometo que se sentirán bien, y que rebajarán una cuantas libritas como premio adicional. Garantizado, “or your money back”. ¿Qué cuánto cuesta? Nada... pero si quieren enviarme algo después de que noten los resultados, pueden depositarlo en mi cuenta bancaria del Banco de Costa Rica. En la próxima “Chispa” les diré de qué se trata, y les pondré el número de mi cuenta; pero háganme saber si tienen interés. Si no, quédense panzones y gordas. ¡Qué me importa!
Dietéticamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario