domingo, 6 de junio de 2010

325 La falsa propaganda

325    “LA CHISPA”                   (2007)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
FALSA PROPAGANDA
    En Estados Unidos la falsa propaganda es penada por ley: “false advertising” le dicen. Sin embargo, hay una quimérica propaganda que no solo es engañosa, sino que hace un panegírico a la falsedad y que tiene que ver con ciertos recursos que emplean las mujeres como parte de su estrategia general de cacería masculina. No sé si en este caso cabe la prohibición o algún tipo de castigo para aquellas mujeres que incurran en ese delito, pero de algo estoy muy seguro: es una treta que a todos nos encanta, sepamos o no lo ficticio del asunto. Yo sabía de las copas de hule, de los rellenos de silicona, de las manuelas y otras argucias que utilizan las damas para embellecer los senos, o para hacernos creer que los tienen grandes y turgentes. Es una oferta que siempre crece en atención a las demandas del mercado. La imaginación de las creadoras de fantasías sensuales parece ilimitada, y por mucho que los hombres vayamos descubriendo, las damas siempre van un paso adelante en las técnicas para dejarnos con la boca abierta ante su anatomía.
   Un día le conté a una pícara amiga que siempre tiene comentarios mordaces acerca de lo simples que somos los hombres, que había visto una mujer con unos senos espectaculares unidos el uno contra el otro como si fueran siameses, y en plena rebeldía en contra de la ley de la gravedad. Entonces me quedó viendo con una cara de lástima y me dijo: “¡Ay vecino, los hombres sí que son tontos!”. ¿No sabe que se trata de unos ajustadores con unas cucharas que los levantan o los pegan al gusto de la usuaria de ese tipo de sostenes? ¡Es un truco barato pero muy útil que hace que cualquier mujer “sintética” luzca un busto espeluznante! Pero ¿cuál es el objetivo de esa tontería? --le pregunté.
--Mercadotecnia, amigo, mercadotecnia… con una efectividad matadora. Mire el efecto que produjo en usted.
    Desde entonces ya no me sorprenden tanto las mujeres con esos bustos de cuentos de hada que parece quieren salirse del escote. Siempre las admiro, aunque ya no me asombran; pero lo que es peor, he entrado en una crisis de desconfianza acerca de esos atributos femeninos que siempre han sido, junto con la cara y un elegante trasero, el trío terrible con el que las féminas nos seducen. Ahora siento dudas de todas, y aquella noble e inocente admiración por las mujeres pechugonas, se ha transformado en una actitud inquisidora en busca de elementos acusadores y técnicos que me demuestren la legitimidad o fraude que se encierra en el pecho de las damas. Y como dice un amigo, también mirón de oficio y vocación: “Hay que fijarse en los detalles. Si les vibran como manjarete, son de verdad; si son muy rígidas, seguro que son falsas. Si cuando corren pendulan como bolsitas de gelatina, son reales; si permanecen tiesas y sin vibración, son de paquete”.
A partir de esas reflexiones tan importantes, me he convertido en un experto en la determinación de la legitimidad de esos aparatos de lactancia que, quién sabe por qué misterio, se han convertido entre los occidentales en objetos de fetichismo sexual. Los negros africanos no suelen verlas con picardía, ni a sus mujeres les importa un tacaco qué tan largas y caídas estén. Es más, desde niñas las lucen completamente desnudas y sin recato alguno, con lo cual nos demuestran la inocencia de esos órganos cuya función única es muy clara para ellas. Para estas mujeres no son fuente de malicia ni están relacionadas con la sexualidad ni sirven como trampas para atraer a los hombres. Entonces ¿cómo, por qué y desde cuándo empezaron a ser símbolos sexuales en la cultura occidental? ¿Por qué no los codos o los tobillos? ¿O la nariz? ¿O el dedo índice de la mano? Son raros los caminos de la curiosidad sexual masculina, pero más extrañas todavía, las respuestas que las mujeres suelen dar a estas manías varoniles. Claro que hay una diferencia sustancial a favor de ellas: el hombre es víctima de sus fetiches, mientras que las mujeres capitalizan esto en su provecho.
Sin embargo, ¿hasta dónde llega la efectividad de la falsa propaganda? ¿En qué parte de la realidad dejan de ser funcionales las copas de hule que usan con los vestidos sin tirantes, o los “lifting con pétalos cubre-pezón” que utilizan en la mercadotecnia de la sexualidad? Este fraude parece inútil ante la hora de la verdad. Pero es un juego maravilloso de la fantasía; el obsequio de promesas quiméricas que nunca serán realidades para todos y que, por lo tanto, no tienen por qué reducirse a las pequeñas dimensiones de la vida ordinaria. Después de todo, no hay un mundo más caprichoso y lleno de ilusiones que el universo de la sensualidad. No existe un campo de la actividad humana más rico en sutilezas engañosas que el de la sexualidad. Ahí, casi nada es lo que parecía ser…o lo que creíamos que era.
     Generalmente la base de la felicidad se asienta más sobre espejismos que sobre las cosas reales; y todos gozamos de los engaños cotidianos si estos nos brindan placer. Vivimos de ficciones y escapamos hacia ellas porque suelen ser el alimento de esa parte de nosotros que necesita desprenderse del lastre humano cotidiano. Por eso la mujer ajena siempre nos parece más codiciable que “la propia”. Y gracias a la piedad de ellas, nuestro aburrido mundo adquiere vida y hace que hasta los más viejos y latosos, serios y charlatanes, tristes o indiferentes ante la vida, cobremos ímpetus increíbles ante esta gama de recursos y engañifas que las damas despliegan para mantenernos interesados. Cualquier viejillo, de esos que ya estamos en la plataforma de lanzamiento, ante la visión del espectáculo de unos senos esplendorosos recobra la vida, y sus ojos mustios por el tiempo, brillan como los de un fauno griego ante la promesa esquiva de ese banquete táctil y visual.
     ¡Benditas sean las mujeres! Gracias por endulzar nuestras monótonas existencias. Gracias por traernos al mundo de las mujeres para que podamos soñar con ellas, enamorarnos, admirarlas y disfrutar de la visión de ensueño que siempre nos ofrecen. No importa que esté adornada con truquitos. Todo se vale en la Mercadotecnia del Amor, incluyo la falsa propaganda.

RS.

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