viernes, 28 de septiembre de 2012

426 La educación nacional



426   LA CHISPA  
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LA EDUCACIÓN NACIONAL
            Una vez más nos maravilla “el Grupo Pedagógico de La Nación” y nos da en pluma de su editorialista, una lección de cívica que apunta en una sola dirección.  El grupo pedagógico de ese diario recomienda algunas soluciones magistrales al problema de la Educación Nacional: debe establecerse un paredón para ejecutar a los dirigentes gremiales y a los alumnos “revoltosos”.  Hacerlos pagar con su vida el valor que ya perdieron los viejos.  Pero es por eso que los jóvenes son grandiosos: con sus locuras, su insolencia, sus malacrianzas y todas las cosas erradas que puedan hacer, conservan la prístina pureza que certifica a los hombres verticales; a los que no tienen bisagras en la espalda ni han aprendido a hacer genuflexiones serviles; ni a ser plumarios o testaferros de nadie.  Ellos gritan cuando los cobardes callan.  Su valor sin compromisos ni intereses es la garantía de un pueblo sano, de raíces bien afincadas en lo más profundo del sentimiento patrio.  Cuando los pusilánimes y los acomodables hacen silencio complicitario y criminal, los jóvenes constituyen la última línea de defensa del pueblo.  Y eso “explica muchas cosas.”  Como el terror que siente cierta gente por esa actitud “malcriada” de los jóvenes.  El sistema y el G. P de la Nación solo quiere muchachos dóciles y obedientes; aquellos que se educan “en la acera de enfrente”, en la ENSEÑANZA PRIVADA, en donde los trabajadores de la educación no tienen la menor garantía laboral, porque la Empresa Privada de la Educación hace lo que le da la gana con estos docentes.  Y si no están de acuerdo, los corren sin ninguna contemplación.  Ese es el sueño del G. P.  Además, como los alumnos de esa elite forman parte de la Oligarquía, ¿qué les puede importar que los maestros reciban o no su salario, o que al pueblo se lo lleve el Diablo?   
Por su parte, el G.P. de la Nación propone que los profesores trabajen y trabajen sin recibir salario y que, los compañeros que reciben su sueldo sean indiferentes ante la tragedia de los que ven a sus familias enfrentadas al hambre y todas las calamidades que acarrea la falta de pago.  La solidaridad obrera es para el G.P. un delito de lesa patria.  Pero estas ponencias del G. P. no constituyen una novedad; es el mismo estribillo de pájaro carpintero que empezaron a implementar desde hacia varía décadas, cuando la Oligarquía introdujo en la masa obrera el caballo de Troya del solidarismo.  Así quebraron la fraternidad obrera en beneficio de la clase pudiente.  Solo ha sobrevivido un “sindicalismo acomodaticio, timorato y acobardado” con el que es posible la realización del sueño del G. P. de La Nación: que los obreros NO protesten por nada, aunque les atrasen el salario 6 meses; que laboren 20 horas por día durante cuatrocientos días al año.  Sin que se enfermen ni tengan embarazos, sin vacaciones, sin feriados, sin horas extra, sin derechos, y lo que es peor: SIN VOZ. 
            Destruido el sindicalismo obrero, solo les quedaba un gran obstáculo (UN “MAL” EJEMPLO): los gremios (sindicatos) magisteriales.  Y como no podían destruirlos frontalmente, se dedicaron a denigrarlos desde hace cuatro décadas.  Desde las páginas de La Nación se orquestó una permanente campaña de desprestigio en contra del Magisterio Nacional.  “Que son vagos, que el curso lectivo es el más corto del mundo, que tienen muchos feriados, que ganan mucho, que las vacaciones son muy largas, que trabajan pocas horas, etc. etc. etc.”  El mismo y manido programa de infundios en contra de este colectivo profesional.  El Grupo Pedagógico de La Nación parece tener todas las respuestas a la Educación Nacional, una de los cuales es LA EDUCACIÓN PRIVADA.  Sistema en donde los educadores no tienen garantía alguna, ni siquiera la del salario establecido por ley según la categoría profesional.  El régimen de trabajo en los colegios privados (el sueño del G.P.) es un sistema tiránico y de abuso; el mismo que el Grupo de La Nación sueña para todos los obreros del país.  En síntesis: que se cierren todas las escuelas y colegios públicos con sus legiones de maestros vagos y alumnos insolentes, y que se dé paso franco a la EDUCACIÓN PRIVADA, desde el prekinder hasta la Universidad.  Todo privado pero con subvenciones del Estado.  El sueño sublime de la Oligarquía y sus cancerberos de La Nación.  Algo que explica mucho…
            El editorialista del Grupo G. P. utiliza un método dialéctico que dejaría espantado a propio Aristóteles; establece sus premisas basadas en suposiciones, y de ellas saca conclusiones apocalípticas que le sirven para hacer toda clase de adivinanzas, asociaciones y predicciones basadas en  sus propias especulaciones.  Además, este editorialista nos dice, como si fuera una “autoridad” en educación que: “Se levanta bandera por la deformación de las cuestiones básicas, mientras estas, las esenciales, las que están en el corazón de la educación, se dejan de lado”.   ¿Nos podría decir este gran pedagogo editorialista cuáles son esas cosas “esenciales” que están en el corazón de la educación?  Y por favor, no nos salga con que la docilidad borreguil es una de ellas.  Eso puede ser válido para los profesores y empleados de la Empresa Privada; también para los periodistas de La Nación, pero no para la juventud de Costa Rica.  Gracias a Dios que contamos con esos valiosos y rebeldes proyectos de ciudadanos.
            Desde luego que hay cosas malas en la Educación Pública, pero estas no son imputables a la juventud ni al gremio de educadores.  Si se pagaran los salarios puntualmente, como corresponde, estas cosas no sucederían.  Si el gobierno cumpliera con sus obligaciones patronales, estas cosas no pasarían.  Si se cumplieran los acuerdos salariales, tales cosas no se darían.  Y eso sí es algo que explica mucho.  ¿O no?   Con todo lo que puedan chocarme las insolencias desbordadas de los chicos, me siento feliz de saber que contamos con una generación combativa, libre de “siervos menguados”; garantía de una cantera de hombres que, cuando llegue el momento, no vacilarán en trocar en arma la tosca herramienta.  Hay semilla viva en nuestro pueblo.
            Fraternal y escueleramente.
                                                           Prof. Ricardo Izaguirre S.
E-mail:                                               rhizaguirre@gmail.com
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sábado, 15 de septiembre de 2012

61 B Reelección presidencial



61 B   LA CHISPA  

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”.                                   
REELECCIÓN PRESIDENCIAL
         Los latinos en materia política, parecemos tener menos inteligencia que las hormigas, sin importar cuánta mezcla tengamos de indios, europeos o negros.  La forma cómo encaramos los problemas nacionales, acusa una torpeza propia de irracionales, o de una raza incapaz de merecer el mínimo respeto de las culturas que nos observan desde fuera.  Ni siquiera los animales incurren en la repetición de conductas tan dañinas y autodestructivas como las que realizamos nosotros en materia política.  Y en materia electorera (política) el latino tiene un techo intelectual semejante al de un hotentote; incapaz de razonar, se entrega a una pasión desaforada sin tener en consideración nada más que su bandería partidarista.  Las elecciones para nosotros son un acto de locura colectiva antes que una demostración cívica.   Es por eso que no merecemos el respeto de nadie, pues sin importar nuestra larga experiencia de desaciertos y malos gobiernos (incluyendo brutales tiranías) seguimos siendo manadas dóciles que van al despeñadero social tras el canto demagógico de los políticos de turno.  Somos incapaces de aprender algo de la historia.  
            Un expresidente dijo que este era “un pueblo domesticado”.  Gran decir, que bien se puede generalizar para todos los países de Latinoamérica, incluidos tanto los mestizos como los europeizados.  Los indios puros parecen más inteligentes, pues no suelen meterse en ese juego, ya que “saben” que para ellos la cosa seguirá igual, quede quien quede.  Algo que los demás no hemos aprendido.  ¿Qué es la política para los ciudadanos de estas latitudes?  ¿Una especie de lotería o ruleta rusa?   Se dice que hay animales que siempre hacen lo mismo y que nunca aprenden algo nuevo; entre ellos se señala a las termitas, hormigas  y abejas.    Pero aunque estas bestezuelas siempre sigan la misma rutina y no realicen innovaciones en su trabajo, al menos lo hacen a la perfección.  No se sabe de algún panal que se haya caído porque estaba mal construido.  Pero ¿qué pasa con los latinos?  En materia política ni siquiera tenemos la categoría de termitas.  A los ojos de los gringos y europeos, nuestras parafernalias electoreras son un deplorable y patético espectáculo circense que a nada conduce; al menos a las grandes masas de ciudadanos.  Esa es una de las razones por las que esa gente no siente el mínimo respeto por nosotros, y por la cual los gringos nos ven con infinito desprecio.  La opinión más absurda de cualquier país europeo en un foro mundial, tiene más peso que la más sesuda de toda la América Latina junta.  Dondequiera que vayamos, somos el hazmerreír de la gente civilizada y, salvo unas cuantas excepciones, nuestros representantes no son más que sinvergüenzas incultos que andan en busca de qué embolsarse.
            Innumerables payasos de todas las categorías participan en nuestras ridículas elecciones, y basta con que hagan gala de la más desaforada demagogia, para que millones de individuos votemos por ellos.  Los latinos en general, encaramos la política como un vacilón; como un “turno” o una fiesta; algo así como una oportunidad para divertirnos.  Como un partido de fútbol, pero con mucho menos seriedad o preocupación por sus resultados sociales.  El vacilón de las elecciones es “ganar”, sin importar las consecuencias que nos traiga haber elegido a un sinvergüenza o inepto, como suele ser la regla.  Votar, para nosotros, es endosarle un cheque en blanco a cualquier charlatán.  Pero lo peor de esta irresponsabilidad cívica se presenta en la reelección de un candidato.  Reelegir a un presidente solo puede tener una justificación: LA EXCELENCIA QUE TUVO EN EL DESEMPEÑO DE SU CARGO.  Sin embargo, nosotros reelegimos en ese puesto a cualquier oportunista y avivato, simplemente bajo los efectos del silbido embrujador de las sirenas del carnaval político; o por imperativo de la “tesis de manada”; o porque el partido oficial o contrario no tiene a quién poner.  No buscamos al mejor o la excelencia, sino que nos conformamos con “el menos malo y conocido”.  Y con tan pobre criterio, jamás podremos salir del lugar donde estamos.  Si tenemos una mente tercermundista para la elección de nuestros presidentes, eso seremos por siempre. 
            ¿Por qué votamos por alguien que en su momento nada o muy poco hizo por el desarrollo del pueblo?  ¿Por qué sufragamos por alguien cuya conducta y motivos son dudosos?  ¿Por qué elegimos a alguien cuestionado moralmente?  ¿Para “enchilar” a los del partido contrario?  ¿Ese es todo el sentido que tiene la política para nosotros?  Con razón estos individuos una vez que llegan al poder hacen lo que les da la gana, pues saben que un populacho de esa categoría no es digno de consideración ni respeto; y mucho menos, merecedor de que el candidato les cumpla las promesas de campaña.  ¿Cree el elector que el individuo que decide reelegirse lo hace por amor a su pueblo y porque tiene un profundo espíritu de sacrificio cívico?  ¿Hasta allí llega su idiotez?  ¿A qué regresa un tipo de esos a la presidencia?  Si nada hizo en su oportunidad, ¿por qué habríamos de creerle que en esta ocasión lo hará bien?  Costa Rica ha tenido presidentes que lo han sido porque el partido ya no tenía a quien poner; y eso es una tristeza, pero también es el retrato de lo que somos como electores; de nuestra conciencia y responsabilidad como ciudadanos.  La reelección de cualquier inepto, es la peor caricatura de lo que somos cívicamente.  De manera que mientras impere el sistema partidista y se imponga la mentalidad política que norma nuestros actos, seguiremos siendo lo que somos: gentuza incapaz de aspirar a una mejor forma de vida que se derive de la capacidad de elegir buenos gobernantes.  Mientras consideremos que la política solo es un vacilón sin importancia y que lo que cuenta solo es ganar las elecciones, seguiremos jodidos.  Europeos y gringos nos miran socarronamente, esperando que elijamos al próximo presidente para tomarlo bajo su tutela y concertar todos los tratados necesarios para seguirnos explotando.  Ellos saben lo estúpidos que somos en materia política.  En especial, cuando reelegimos a algún bandido o inepto que ya ha probado las mieles del poder.  ¡Ojalá que en Costa Rica no nos pase lo que en Argentina con Menem, o en Perú con Fujimori!   Se supone que el elector los conoce... entonces, ¿cómo explicar esa aberrada conducta de los latinos?
            Fraternalmente                                                (¿Cómo anda este asunto en sus países?)
                            R I S.                                   E-mail:     rhizaguirre@gmail.com
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viernes, 14 de septiembre de 2012

358 El teléfono y su función sado-masoquista



358   LA CHISPA   

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

EL TELÉFONO EN SU FUNCIÓN SADO-MASOQUISTA

            Si cuando Alexander inventó ese aparato hubiera previsto todas sus posibilidades, es posible que no hubiera sido tan liberal en su popularización.  Es cierto que es una maravilla, que nos acerca, que facilita la vida, que hace posibles innumerables relaciones a distancia que de otra manera solo podrían ser sustituidas por el correo.  Pero también es verdad que se ha convertido en un instrumento de tortura, inquietud y molestia; en un moderno esclavista de la raza humana.  El teléfono es mágico, y los que venimos desde principios del siglo pasado, lo hemos ido viendo evolucionar hasta convertirse en esos diminutos aparatitos que son “cosa del Diablo” y que pueden realizar las más variadas y sorprendentes maniobras que los viejos ya no pueden aprender.  Solo los que nacieron en esta época en donde reina en forma absoluta la tercera generación (UTMS), el iPod, la MP3, la Bluetooth y todo lo digital, palabra tan simple y compleja de la cual nada entendemos.
            Los teléfonos hacen de todo: retratan, graban música, envían mensajes, fotos, melodías; son agendas, tienen sensores, rayos X, gamma; poseen poderosas memorias capaces de almacenar lo que sea: video, audio, datos, números y complejas figuras.  Y todo de la forma más natural para los jóvenes.  Pero para los viejos, el asombro es tal ante tanta magia tecnológica, que desde antes de intentar utilizarlos nos dimos por vencidos.  En el aspecto tecnofónico fuimos arrollados por el expreso de la modernidad.  Yo todavía echo de menos a aquel simpático grupo de diligentes muchachas que en el edificio del antiguo Correo, y frente a un enorme panel de madera, conectaban y desconectaban un sinfín de alambres para establecer las comunicaciones telefónicas de un San José que quizás tenía unos dos o tres mil teléfonos, que ellas se sabían de memoria.  En ese tiempo nadie pensaba en que un teléfono le era “imprescindible”.  Este aparato era para el gobierno, la policía, para ciertas empresas o gente muy importante.  En la mente del ciudadano común no tenía lugar alguno este instrumento.  No nos habían “creado su necesidad” y todos vivíamos bien y nos comunicábamos, aunque no me acuerdo cómo.  Tampoco había tele ni el auto se había convertido en un “must”, como dicen los gringos.
            Pero de repente, no sé cuándo, el teléfono empezó su arrolladora marcha y dejó de ser un lujo de ricos para convertirse en auxiliar valiosísimo en los negocios, hospitales, taxis, oficinas de todo tipo y, finalmente invadió los hogares y se convirtió, solapadamente, en el epicentro de estos.  Todo lo facilitaba, todo lo acercaba, era la panacea en el mundo de la comunicación interpersonal.  Todos querían “hablar por teléfono”, aunque no tuvieran qué ni con quién.  “Ahí se improvisa, sobre la marcha, la cuestión es hablar”.  Lema que mucha gente continúa utilizando en forma irrespetuosa.   Y cuando el amigo o pariente adquiría uno, eso era el cielo en la tierra; a hablar hasta por los codos   Hasta ahí, todo parecía de maravilla; había llegado el juguete social más útil que había inventado el hombre.  Más que las lavadoras de rodillos.  Pero nadie pudo anticipar que detrás de tanta bondad, también habría que pagar un precio por el disfrute de ese diabólico artefacto.  También cayó en manos de las suegras.   De los chismosos-as, de los cobradores desconsiderados, irrespetuosos y majaderos.  De aquellos que no respetan la intimidad ajena ni la inoportunidad de la hora.  Entonces fue cuando empezamos a ver la cara siniestra del Teléfono.  De repente ya no nos pareció tan amigable ni digno del aprecio que le teníamos, sino que comenzamos a sospechar; a sobresaltarnos cada vez que sonaba.  ¿Será mi suegra, será del hospital, será un cobro, será mi mujer, será mi amigo chismoso?  El mundo empezó a llenarse de millones de “telefoadictos”, gente que considera que todos los demás tienen tiempo y que están dispuestos a escuchar sus problemas, por insignificantes que sean.  Personas que se creen el centro del universo y que cualquier idiotez que les pase, debe ser escuchada telefónicamente por todo su círculo de amistades: desde que les sacaron una muela, hasta que el lavatorio gotea; que Carlitos ya echó su primer diente, o que Marianita ya dice “papá”.
            Sin importar la hora que sea, estas personas dan por un hecho que los demás están desocupados y deseosos de escuchar las “cosas tan interesantes” que ellos tienen que decir, y un simple saludo, lo transforman en una conversación interminable y desconsiderada.  Entonces, el Teléfono se convirtió en un enemigo infiltrado en el seno del hogar; un instrumento de control, espionaje y chismorreo, en fin, un aparato de tortura; pero además, de daño tremendo al bolsillo.  ¿Dónde estabas, que te llamé cien veces?  Sin embargo, cuando se salía, había la oportunidad de librarse del bendito teléfono y el sadismo de los telefoadictos quedaba sin efecto.  Pero ya ustedes saben qué pasó: hizo su aparición el condenado celular, ese terrible bichito con el que nos pueden seguir a todas partes, incluso al baño, al retrete, al cuarto del motel, a la playa, al cine, al último rincón donde pudiéramos meternos.  Ahí nos encontramos con el molesto, burlesco e impertinente celular.  Y es aquí en donde entra el aspecto masoquista del telefoadicto.  Sabe el daño que le ocasiona, pero no puede resistir la idea de vivir sin él.  Es una enfermedad moderna que no solo nos seca el cerebro con sus microondas sino que es un cilicio, un quintacolumnista que, voluntariamente, hemos dejado que tome el control de nuestras vidas, irrespetando no solo nuestra intimidad, sino interrumpiendo groseramente cualquier conversación que tengamos en ese momento con personas “no digitales”.  ¿Y por qué no lo apagamos, si es tan fácil?  “Por miedo a perder una llamada de verdad importante”.  Demoledor argumento del sado-masoquismo telefónico.
            Pero como la tecnología es tan poderosa, esperamos que los celulares pronto vengan equipados con  programas que eliminen automáticamente el SPAM telefónico (suegras, chismosos-as, cobradores, charlatanes y todo aquello que no sea productivo).  O con programas que puedan interrumpir una conversación spam fingiendo un desperfecto en la línea.  Entonces sí valdrá la pena tener un celular. 
            Telefóniquescamente
                                       RIS.            E-mail:     rhizaguirre@gmail.com
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lunes, 3 de septiembre de 2012

115 ¿Nacimos para estar casados? ¿Toda la vida?



115   LA CHISPA                           

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

¿NACIMOS PARA ESTAR CASADOS?    ¿TODA LA VIDA?

            Todos los indicadores sociales compulsan al individuo (hombre o mujer) a la aceptación de la idea de que el matrimonio es PARA TODA LA VIDA.  Desde luego que esa es una vieja propuesta religiosa, defendida con gran convicción, precisamente, por aquellos que nunca cometen ese tremendo error de cálculo: los curas.  ¿Para toda la vida?  Eso parece ser demasiado para unos seres cuya naturaleza en tan voluble y cuya sexualidad tan caprichosa no puede ser acallada por la noción del compromiso matrimonial.  No existe la fidelidad a ese nivel: no hay hombre o mujer fiel en ese aspecto (el sexo) tan sobreestimado de la relación matrimonial, pero como este ha pasado a ocupar el punto focal de esa sociedad, el resto de problemas se supeditan a él.  Incluso se dice que “si la cuestión del sexo anda bien, todo lo demás se arreglará solo”.  Pero el sexo monógamo aburre... tarde o temprano.  Y la infidelidad empieza a aparecer en sus múltiples ofertas de tentación: fotos, revistas, enamoramiento de estrellas de cine, figuración de que estamos con otra-o cuando hacemos el amor.  Porque la verdad es que esa emoción de la primera relación sexual con alguien, ES ÚNICA E IRREPETIBLE.  Ver por primera vez la desnudez plena y mágica de una mujer, es un milagro que nunca se vuelve a dar para el mismo hombre.  No importa lo que pase después.  No puedo saber cómo será para las mujeres, pero por la ley de la analogía, se puede imaginar.  El pudor inicial es único... temible, embarazoso, hace temblar; excitante al grado del asombro y el encanto.  Pero...
            ¿Qué es el sexo cuando se tienen veinte o veinticinco años de casados?  Una especie de gimnasia terapéutica para cuando no se puede dormir, o para calmar los nervios después de un día ajetreado.  La desnudez de la esposa es menos atractiva que la del póster del almanaque que hay en la oficina.  Y supongo que para la mujer debe de ser peor, debido a las limitaciones que la sociedad, los hijos y la religión le imponen en relación con su conducta sexual: debe ser fiel, de un solo hombre...por el resto de la vida.  No debe desear nada que no sea con su marido.  Desgraciadamente el sexo ha sido elevado a la categoría de punto único de la agenda matrimonial: todo gravita a su alrededor.  Nada importan los hijos, los años de compañía, comprensión, amistad y cariño mutuo, si alguno en la pareja comete un simple desliz de una aventura sexual extramatrimonial, todo lo demás se convierte en basura.  Un buen marido, padre, AMIGO considerado y atento, buen proveedor y cariñoso; incluso buen gimnasta sexual, se convierte en un monstruo aborrecible si falló en ese campo, aunque solo sea una vez.  El hombre y la mujer han sido “manipulados” por la religión y la sociedad, para que actúen como ejemplos de escarmiento para los demás.  Han sido obligados a una conducta postiza e irracional que casi ninguna bestia sigue en su sexualidad. 
            Lo mismo, y PEOR TODAVÍA, es lo que le pasa a la esposa que sucumbió a la tentación siempre agradable de un contacto sexual nuevo.  De nada le sirve haber sido la mejor AMIGA, sirvienta, buena ama de casa y mejor madre.  ¡A la pira si falló!   Lapídenla.  Todo lo bueno que hizo vale un tacaco; sin embargo, ¿quién ha dicho que el culpable de una aventura sexual deja de ser todo lo que hasta ese momento ha creído el cónyuge?  ¿Qué es lo que hay detrás de esta feroz conducta revanchista que nada tiene que ver con el AMOR?  ¿Vanidad, “amor propio”?  Incluso el enfoque que la Ley le da a la cuestión sexual es limitado, errado y dirigido hacia el cumplimiento de puntos de vista sociales o religiosos, es decir, hacia estereotipos ajenos a esa poderosa verdad que es el sexo, entrañablemente ligada con las personas que necesitan otra cosa de sus vidas.  NO SE PUEDE REGLAMENTAR LA VIDA SEXUAL DE NADIE. Vean que ni siquiera los mandatos de la Iglesia al respecto han sido obedecidos jamás.  Entonces, ¿cuál es la verdadera razón para convertir la monotonía sexual de los matrimonios, en un calvario que debe afrontarse como un sacrificio en aras de una institución decadente, artificial, tediosa y, a veces, sin sentido?  ¿Es el matrimonio un compromiso social solo para criar niños?  Y una vez engendrados, ¿deben el hombre y la mujer anularse en beneficio de los hijos?  ¿Es ese el propósito único del matrimonio?  Porque si es así, qué tristeza, a pesar de lo que diga la Iglesia y las “normas sociales establecidas”.  No puede ser ese el máximo objetivo de la vida de una mujer: convertirse en abeja reina, estacionarse en un sitio y dedicarse a parir y parir nuevos ciudadanos.  ¿Y “su” vida qué?  ¿Qué hay de sus sueños, de sus fantasías y deseos sexuales?  Exactamente, ¿qué hay de su SEXUALIDAD?  ¿Está condenada, por el resto de su vida, a convertirse en un simple ejercicio sexual monótono de su marido, cuando a este no le salió algo más divertido en la calle?   ¿Eso es todo a lo que puede aspirar respecto al sexo?  El sexo no es algo baladí, accesorio al matrimonio y que solo sirve para engendrar niños estorbosos.  El sexo es una fuerza indomable que solo se va amainando cuando la vejez llama a prudente y obligado reposo.  Sin embargo, en la mente sigue vivo y arrollador, si no, que lo diga esa infinidad de viejos verdes que viven soñando con glorias pretéritas en el campo de la sexualidad.  El sexo nos acompaña de la cuna a la tumba.  Así que esta fuerza desbordante de la naturaleza, NO DEBE SER ENCAJONADA en un recipiente tan estrecho y, tarde o temprano, tan aburrido como es el matrimonio.  No se regula la furia de un huracán; no se le trazan cauces a una avalancha ni se le prefija sendero al trueno.
            No es que deba desecharse el matrimonio como institución familiar, sino que deben redefinirse sus objetivos y los derechos de los firmantes.  Y uno de ellos DEBE SER LA LIBERTAD SEXUAL, sin que el ejercicio de este, apareje todas las desgracias familiares que ahora recaen sobre el hogar “víctima” de esta tendencia natural e irrefrenable en el género humano. 
Incluso el término “infidelidad”, que tiene una enorme carga peyorativa, debe eliminarse del contrato matrimonial.  Quien tiene una aventura sexual NO ES INFIEL.  Simplemente acató (fue víctima) un mandato natural más poderoso que el hambre o el miedo.  Infiel es una categoría horrenda que coloca a la mujer y al hombre al borde del infierno social.  “La-o dejó por infiel” es un estigma inmerecido por una causa tan natural e inevitable.  Y en el lenguaje coloquial es más duro todavía: “La dejó o lo dejó por la doble pe: por puta, o por perro”.  Y comentar eso, se convierte en el deleite de la sociedad, la vergüenza de las familias, el dolor de los hijos y la ambrosía de los abogados de divorcio.
No debe reglamentarse nada que sea claramente superior a cualquier “buen propósito”, ley o mandato.  Ni el Yavé de la Biblia pudo hacerlo, a pesar de todos los trucos de los que se valió, como “La ley de los celos”.  El mundo está lleno de hombres guapos y mujeres bellas que se desean mutuamente.  Incluso los feos.  No es menor en estos el llamado incontrolable de la sexualidad.  ¿Casados para toda la vida?  Talvez, pero con libertad sexual.  El descalabro de buenos matrimonios (familias) es por culpa de haber centralizado el concepto de fidelidad únicamente en el sexo porque,  ¿quién puede ser más fiel que una madre que cuida como leona feroz su hogar y la integridad de sus hijos, o las finanzas de su marido? ¿Y puede un desliz sexual convertir todo eso en nada?  Nadie es propietario de otro y, por lo tanto, no tiene derecho a imponerle su presencia para siempre; tampoco nadie está obligado a serle “fiel” a una persona que hace tiempo dejó de tener algún interés sexual para él o ella.  Todo dependerá de una nueva cultura que se forme al respecto en relación con las parejas. Se necesita, urgentemente, una nueva visión del matrimonio, dictada por la naturaleza y no por conceptos sociales o religiosos.  O por lo menos, que se tome en cuenta esa faceta humana que no puede ser reducida a fórmulas legales o prejuicios de una falsa ética.
Matrimonialescamente
                                       RIS                                     
Correo electrónico:               rhizaguirre@gmail.com
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