1039 “LA CHISPA”
Lema:
“En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LA CUESTIÓN DEL SUICIDIO
¿Tenemos
derecho a ponerle fin a nuestra propia vida?
¡Con calma, por favor! No se trata de festinar la muerte por pura
diversión o aburrimiento; ni siquiera para escapar de las consecuencias de
actos delictivos o problemas financieros o amorosos, o por un arranque de
locura, sino como instancia última ante hechos que convierten la vida en una
tragedia insoportable. Se trata de
considerar el suicidio cuando la vida nos presenta una encrucijada feroz en
donde solo nos quedan dos puertas: poner fin a nuestra existencia, o
enfrentarnos a un sufrimiento terrible, sin marcha atrás, en donde el desenlace
final siempre será la muerte. Es decir,
cuando sabemos que no hay esperanza, que somos enfermos terminales y que lo
único que queda es un variable período de dolor y sufrimiento, o de borrarse, como en el Alzheimer.
Desde
luego que existe un amplio abanico de respuestas, sin que ninguna de ellas
pueda privilegiarse sobre las demás. Ni
siquiera las religiosas, con toda la autoridad que los creyentes les asignan a
sus deidades y sistemas litúrgicos. Si
no consideramos el factor “milagrero” y nos atenemos a los hechos científicos,
la totalidad de los enfermos desahuciados muere irremisiblemente; después de
indecibles sufrimientos, y sin contar cuánta fe hayan tenido. Mueren… así de sencillo. Después de todo, TODO EL MUNDO MUERE. Solo es cuestión de tiempo.
Hace
algún tiempo publiqué una “Chispa”, la # 878 (puedo reenviarla a solicitud) en
la cual trato sobre la propuesta siempre inquietante de la eutanasia, y la
relevante conducta del doctor Jack
Kevorkian, quien sostuvo públicamente que cada ser humano tiene el derecho de
poner fin a su vida cuando esta se convierte en un suplicio inaguantable. Es una decisión muy compleja de tomar desde
fuera. La familia quiere que viva el
paciente; la ley, generalmente se opone a la eutanasia; y ni qué decir de las
religiones, pues estas suelen ser de lo más intransigentes, y solo consideran
las cuestiones doctrinarias de sus respectivas sectas. Y todo bajo una serie de premisas que nadie
ha demostrado jamás. Para estas, la
prohibición es absoluta y sin consideración alguna por la voluntad o el dolor
de la persona. Millones de individuos se
escudan detrás de la religión para negarse, rotundamente, a la más leve
discusión que tenga que ver con este tema.
Sobre todo, cuando no son ellos los enfermos. No se hace consideración alguna, y solo se
recurre al dogma, ya sea religioso, social o legal. Se desentienden del ser humano y su dolor, de
su voluntad y angustia. Y al respecto…
El
domingo 14 de setiembre de 2014, salió en la prensa un artículo relacionado con
este tema: el derecho que tiene el individuo para poner fin a su vida cuando
esta solo dolor le ofrece, sin marcha atrás.
Entonces, ¿cuál debe ser la actitud ante semejante dilema? Vean que hemos eliminado las causas no
esenciales. Como matarse por una
decepción amorosa o cosas por el estilo.
O por problemas económicos. O
cualquier otro de naturaleza emocional.
Mientras haya salud física, el individuo TIENE la obligación moral de
resolver sus problemas y hacerle frente a la vida; pero cuando se trata de una
condición médica irreversible, el paciente debería tener el derecho de elegir
la muerte asistida (eutanasia) sin que nadie pueda intervenir (familia
etc.) Debe ser un derecho inalienable
bajo ningún pretexto, siempre y cuando la persona tenga uso de razón y se
encuentre en sus cabales, como la señora Gillian Bennett; la del artículo
periodístico en cuestión, y que estaba enferma de demencia senil irreversible. La decisión de esta dama fue respaldada por
su marido Jonathan Bennett y sus hijos, en una demostración superior de respeto
a la voluntad de quien sabe que ya no hay retorno en su vida. También es bueno recordar el sonado caso de Janet
Adkin, una paciente del doctor Kevorkian.
Esta dama moría lentamente de Alzheimer.
Y ni qué decir de Thomas Youk, quien sufría los horrores del mal de Lou
Gerig, y a quien libró de su suplicio el doctor Kevorkian, el llamado “Ángel de
la muerte”.
¿Alguien
tiene derecho a imponernos más sufrimiento con cualquier pretexto? ¿Debe prevalecer el “egoísmo” familiar sobre
los intereses del paciente? Y peor aún, ¿qué derecho tienen los
desconocidos para imponernos una “vida” insoportable cuando se sabe que no hay
esperanza alguna, por más refranes populacheros o religiosos que nos quieran
aplicar? La decisión es terrible para
los demás, aunque para la víctima pueda ser no solo sencilla sino lo más
deseable, lógico y natural como lo planteó la señora Bennett. ¿Qué caso –dijo ella-- tiene mantener viva
una “concha vacía”? Si la actitud de
esta dama es encomiable, la de su marido e hijos lo es más. No deben anteponerse los intereses o
sentimientos egoístas de la familia, a la única voluntad que tiene que
respetarse en estos casos: la del paciente.
No
es una ley impersonal, sugerida por grupos religiosos que, en contubernio con
la complacencia política, la que deba tener la decisión final sobre la vida de
un ser humano sujeto a un sufrimiento indecible. Nos guste o no, desde la perspectiva social,
moral e incluso religiosa, es necesaria una revisión general acerca de la
legislación imperante en ese aspecto.
Día a día, millones de seres humanos agonizan en hospitales en donde
todo el mundo sabe (personal médico y parientes) que no tienen esperanza
alguna; que solo les espera el dolor de una más o menos larga agonía, con un
desenlace inevitable: la muerte.
Entonces ¿por qué no humanizar ese resultado ineluctable? ¿Por qué se les oculta a los pacientes su
verdadera condición? ¿Es espera de un
“milagro”? ¿Es esto un ritual
fetichista? Pero sobre todo, si la
persona tiene una clara consciencia de lo que padece y del final que le
aguarda, DEBE respetarse y ayudarle en el cumplimiento de su voluntad en cuanto
al término de su existencia, ya que no
todo el mundo tiene el valor ni los instrumentos necesarios para suicidarse de
una manera que no sea tan aterradora.
Suficiente dolor tiene ya con su enfermedad.
No
se trata de emitir leyes que hagan fiesta con la vida ajena, sino de regular,
de manera sabia, una salida no dolorosa para aquellos pacientes para los cuales
ya no queda nada, ni siquiera la esperanza.
Por lo tanto, no se trata de crear una legislación que “facilite” la
muerte a todo aquel que quiera, por diversas razones personales, escaparse de
las consecuencias de sus actos delictivos o emocionales. Al menos, es algo que debería discutirse
abiertamente. Así como se ha hecho con
la homosexualidad, problema que ahora
se debate abiertamente y todo el mundo opina lo que le da la gana al
respecto. Bueno o malo, no importa, pero
se discute y no se limita a un círculo de iniciados que se arrogan la facultad
de decidir sobre la vida y el dolor que deben aguantar los demás.
Quien
no ha estado en un hospital, en el pabellón de enfermos terminales, NO TIENE
DERECHO a negarles a los demás, la potestad que tienen para morir cuando la
vida se vuelve insoportable por el dolor.
No importan los argumentos morales o religiosos cuando se enfrenta la
agonía en carne propia. Solo entonces se
puede hablar con autoridad, y tener una visión más amplia del problema.
¿Qué
creen ustedes?
Fraternalmente
RIS