1040 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica del
ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
SIN “TAPIS” NO HAY NADA
¿Se
han fijado en el diseño social de San José?
En el esquema físico para la diversión y el empleo del tiempo
libre. Mediten un poco y se darán
cuenta de algo en verdad inquietante.
Todo está estructurado, en todas partes, para que la única salida que
nos queda a todos, incluyendo a los menores, sea la ingesta de alcohol. De guaro.
No importa de qué se trate, todo conduce, insinúa, invita, obliga al
consumo de bebidas alcohólicas; incluso en los turnos de las iglesias. Desde un cumpleaños hasta un “beibichagüer”;
desde un bautizo hasta un entierro, todo está amenizado por el guaro. Es inevitable. Las birritas y las botellas circulan por
todos lados, en toda ocasión.
Escondidas, disimuladas o en forma abierta y descarada. Toda reunión es alegrada por el guaro, así se
trate de cuestiones comerciales, políticas o meramente sociales; incluso en
actividades religiosas suele colarse el licor en forma de ponche, la fórmula
menos censurable e inocua (¿?) de esta costumbre ineludible. Y muy pocos se atreven a objetar esta
conducta, pues exponerse a la reacción negativa de los que forman la legión de
adictos, es algo que nadie quiere.
Incluso los anfitriones de cualquier actividad, llegan a la necesidad de
“hacerse los chanchos” ante la circulación disimulada de bebidas alcohólicas,
sin importar la clase de reunión que sea, que bien puede ser un velorio.
“Si no hay tapis no hay nada”, parece
ser el lema imperante ante cualquier reunión de tipo social. Nadie concibe un casamiento, cumpleaños
(aunque el cumpleañero sea un niño), entierro, bailes, actividades colegiales o
lo que sea, que no estén animados por el aguardiente. Parece que hemos perdido la capacidad de
disfrute si no es bajo los efectos del alcohol; o talvez solo sea una forma de
encubrir nuestros bajos instintos, nuestra condición moral y nuestras carencias
sociales. El guaro nos abre una amplia
puerta hacia el paraíso de la irresponsabilidad, de la evasión y el efímero
placer de convertirnos en Mr. Hyde. El
licor nos escuda y libera de las reglas, del deber y el respeto obligado a
nosotros mismos y a nuestros semejantes.
Y cuanto más nos hundimos en ese mundo, más felices somos. De ahí
que el alcohol haya logrado semejante éxito en nuestra vida social, pues
incluso vulnera el decoro de infinidad de mujeres que, bajo los efectos de este,
suelen volverse vulnerables y de cascos ligeros. Individuos normalmente tímidos y callados,
se convierten en locuaces conquistadores capaces de echarle el caballo a cualquier mujer. Todos sabemos que el día siguiente será
terrible en todo sentido, pero el mundo maravilloso que nos ofrece hoy,
justifica cualquier precio que tengamos que pagar.
El guaro (más que todas las otras
drogas juntas) causa incuantificables daños y, sin embargo, a nadie le importa
un tacaco; una vez que se inicia la libación, desaparecen todos los prejuicios
y nos hundimos en ese plácido mar del alcohol, caemos en sus dominios sin
importar las consecuencias. Todo está
“planificado” de manera que no haya escape.
El acoso alcohólico sobre los abstemios es terrible, y estos tienen que formar
exclusivos y limitados círculos sociales en donde las ofertas de diversión no
suelen ser muy variadas ni duraderas.
¿Qué hacer ante tal situación? Parece que nada, pues todo jovencito se ve en
la tentación de consumir alcohol desde que está en la escuela; es casi como una
necesidad biológica que casi siempre culmina con una borrachera memorable que
puede tener dos consecuencias: se convierten en jumas, o jamás en su vida vuelven
a tomar guaro. Difícil dilema ante el
cual los padres nada pueden hacer; sobre todo, cuando ellos tienen la costumbre
de tomar tragos y hacer o asistir a fiestas en donde se ingiere licor. Ante el ejemplo, no cabe intento alguno por
señalar el inconveniente de consumir bebidas alcohólicas. Es una trampa en la que se encuentran los
padres. Pero, ¿qué puede hacer el Estado
y la sociedad organizada para controlar ese vicio general? El Estado recibe enormes impuestos por la
venta de alcohol, por lo tanto, no es creíble ni esperable ninguna medida que
tienda a reducir el consumo de guaro; sería como limitar el gasto de
gasolina. El Estado nunca lo hará. Entonces, ¿qué puede hacer la sociedad? Parece que muy poco.
¿Qué puede hacer un abstemio para divertirse? ¿Adónde puede ir? ¿Qué lugar está libre de la influencia del
guaro? Aparte de meterse al cine, no
parece haber sitios de diversión prolongada para los que no toman guaro. No hay bailes sin guaro. Los turnos, las ferias, las corridas de toro,
los desfiles de caballos o lo que sea, están saturados de guaro. Incluso los restaurantes están ubicados, en
su mayoría, dentro del amplio espectro del guaro. El o la que no toma licor, tiene muy pocas
opciones de diversión prolongada. Ni los
balnearios se ven libres de la oferta guaristolera. Los billares están dentro de la sombra del
cigarrillo y el guaro. También los
boliches. Piénselo, estimado lector-a,
¿cuál es la oferta social para aquellos que no toman licor? ¿Se puede pensar en un diseño citadino que
incluya opciones realistas y populares para la gente que no es jumas? Pero tiene que ser algo práctico, al alcance
de todos y que no lleve al rápido aburrimiento como el cine, la iglesia, las
visitas a los museos o zoológicos, a los monumentos o galerías. O los conciertos y conferencias al aire
libre. Algo realista, que enganche, que
llene el tiempo y las aspiraciones del NO bebedor. No existe tal infraestructura (ni parecida)
en nuestra sociedad. Ni siquiera el
fútbol está exento del guaro y sus consecuencias.
En cambio, la oferta alcoholera es casi
infinita; en cada cuadra hay por lo menos una cantina; existen centenares de
salones de baile de todas las categorías imaginables, en donde se puede pasar
la noche entera en un puro vacilón. Y
con la posibilidad de “levantarse” a alguien.
Además, la oferta de “boquitas” es increíble. Así que están cubiertos todos los flancos de
las debilidades humanas: dipsomanía, gula y lujuria. ¿Qué más se puede pedir? Casi nada, pues hasta los enredos y accidentes
están incluidos en este variado menú que nos ofrece el programa guarero.
El abstemio es un ser desamparado en
una sociedad diseñada para el vacilón del guaro. No tiene dónde ir ni cómo divertirse. Tiene que cohabitar con los borrachos donde
quiera que vaya. Debe ser tolerante y
desarrollar una conducta especial ante sus amigos borrachos: diferenciarlos de
los hombres y mujeres correctos que suelen ser en ausencia del guaro en sus
cabezas. Es injusto que por los
intereses de un negocio multimillonario del Estado, millones de buenas personas
(hombres, mujeres y niños) tengan que someterse a la impertinencia y grosería
de aquellos que, envalentonados por el alcohol, suponen que son los dueños del
planeta y que pueden ofender a todo el mundo, solapados bajo el pretexto del
guaro. Todos tenemos la obligación de
buscar una solución a este problema, y brindar una oferta justa y práctica de
diversión a aquellos que todavía no son víctimas del alcohol.
Guaristolerescamente.
RIS
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