miércoles, 22 de febrero de 2012

30 Réquiem para un ferrocarril



30 REQUIEM POR EL FERROCARIL                                                                
                                   San José,  junio del 2002.
Dr.
Don Abel Pacheco                                                                    
Presidente de la República
Su despacho.

            Hará cuestión de unos diez días estuve en Puntarenas, después de muchos, muchos años, y logré escuchar de algunas personas el tono añorante que le imprimían a su voz, cuando se referían al ferrocarril; al entrañable Ferrocarril Eléctrico al Pacífico.  Yo también sentí esa profunda nostalgia a la que me arrastraron los recuerdos de mi niñez, cuando íbamos al Puerto en ese romántico medio de transporte.  Con sorpresa increíble descubrí que en alguna parte de mis memorias, existía algo que ya creía muerto y olvidado: “el chemín de fer”, como le dicen los franceses de la vieja guardia.  Pero más dulce todavía, fue enterarme de que mi amor por él no estaba muerto; que sólo dormitaba en algún semi clausurado aposento de mi memoria, y que al encontrarme con otros que compartían ese cariño, brotaron a borbollones todos esos recuerdos que creí ya no existían.  Recordé esa vital arteria comercial y social, que nutría de vida a innumerables pueblitos que, conectados vitalmente a la “línea”, se aferraban con entusiasmo y alegría de futuro, a aquellas caravanas de dromedarios metálicos que, periódicamente, como el Nilo, dejaban a su paso una interminable estela de beneficios económicos a todos sus moradores.
            El viaje al Puerto no era un simple viaje; era una parte de la Gran Aventura del verano, de los sueños, de la algarabía vacacional; era el resultado de nueve o más meses de franciscanos ahorros, de mini y micro recortes al presupuesto hogareño.  Una romántica e inolvidable aventura familiar de varias horas, en donde se hacía y veía de todo; una pequeña odisea compartida con aquella abigarrada multitud de veraneantes que, con su alegría desbordante, le daban aspecto de carnaval a aquellas inolvidables romerías.  No, no eran simples viajes; eran la Aventura misma.  En esos emocionantes periplos se comía todo tipo de “gallos” y las más variadas y deliciosas viandas que veíamos desfilar como un muestrario fugitivo, por las ventanas de los vagones.  Los que llevaban buena plata, se atiborraban de lo mejor que podían comprar en aquel movedizo bufé ferrocarrilesco; pero las familitas de menos recursos eran las auténticas “vedettes” del espectáculo, pues eran las encargadas de hacer la verdadera magia del viaje; realizaban proezas semejantes a los portentos que hacían los héroes de la Biblia, en una forma tan natural y simple, que dejaron de ser causa de asombro; es más, nunca --hasta ahora-- lo fueron en mi mente. 
Cada ceremonia maternal para alimentar a sus parvadas de bulliciosos y famélicos niños, era algo así como el milagro de los peces y panes.  Las alegres y siempre preocupadas mamás, hacían que fuera cosa cotidiana y casi vulgar, el milagro de la multiplicación de los huevos cocidos y los muslos de pollo que sacaban de aquellas increíbles ollas, que parecían ser propiedad de los genios de “Las mil y una noches”.  Nunca pude saber cómo salía tanta comida de esos misteriosos trastos cuyo contenido parecía ser casi tan inagotable, como el apetito de sus respectivas tropas de veraneantes.  Y cuando el viaje llegaba a su fin, centenares de alocadas y exultantes vocecillas gritaban a coro lo que parecía ser, para muchos, la visión del Agua Prometida: “el mar, el mar…”.  Y entonces, comenzaba la frenética y enloquecedora labor de poner todo en orden, amarrar los paquetes, bajar las bolsas de mecate, contar los niños… siempre las mamás.  Pero más que el viaje y el arribo al mar, lo que para muchos era su sacra iniciación, estaba la cuestión de las relaciones sociales.  En el Tren se hacía vida social auténtica, sincera e igualitaria; se hacía trueque de platillos, aguacates, picadillo de arracache, muslos de gallina, gallos de queso o salchichón, huevos fritos de aspecto indefinible; era la fiesta tica por antonomasia.  También se intercambiaban recetas y probaditas del nunca suficientemente bien ponderado arroz con pollo que, a la altura de Orotina, ya iba completamente frío y mantecoso… si es que había llegado hasta allí.  Sin embargo, todo sabía a gloria, gracias a la magia del viaje, y el estómago parecía prolongarse hasta las rodillas de ambas piernas.  Todo inducía a compartir, a ser invitado y a invitar.  Aunque fuera a una bella y desconocida damita de unos veinte años.   
            ¿Cuántos romances nacieron en esos inolvidables viajes?  ¿Cuántas cosas aprendieron las madres de sus colegas de profesión?  Abundaban las recetas de cómo se curaba el dolor de estómago y de cabeza, o la diarrea producida por aquellos faraónicos revoltijos de comidas y bebidas.  Allí se iniciaron amistades que duraron todas las vidas de los que compartieron esas épicas horas que duraba el viaje.  Allí tuve mi primer romance, mi primera novia; claro que ella nunca se enteró porque yo apenas tenía ocho años; pero la amé “para siempre”.  Y sin importar que me doblara o triplicara la edad, me atreví a obsequiarle mi Orange Crush medio gastada.  Y ella se fijó en mí, sonriente y comprensiva, y con una mirada tan tierna que, después de más de medio siglo, me sigue bañando con su dulzura eterna.  Jamás supe su nombre, pero eso qué importa; atesoro en mis recuerdos esa inolvidable mirada que hizo de ese viaje algo especial e imborrable.  Ese fue mi viaje; ella lo convirtió en “mi” viaje personal y único al paraíso de los romances infantiles.
            Ese era “el chemín de fer”; y mucho más que un viaje por tren, era un tour por el mundo de la fantasía, los sueños, el amor, la amistad y la familia.  Allí alcanzaba esta, el más poderoso significado que podamos imaginar; pero también, su ámbito se extendía a toda esa comunidad peregrina delimitada por las dos puertas que daban, la una a San José, a la rutina; y la otra, a Puntarenas, el paraíso prometido.  Después del intercambio de  las primeras miradas extrañas y renuentes al abordar, se iniciaba el deshielo, el cual habría de culminar en íntimas amistades que durarían toda la vida.  Ese era el F.E.Al.P.  Algo así como nuestra versión vernácula y diminuta del Expreso de Oriente.  Un dulce recuerdo que creía relegado a los entresijos borrosos de la memoria de las cosas viejas.  Había pasado más de medio siglo desde mi último viaje por tren.  Sin embargo, bastó que hablara con dos personas porteñas para que mi caja de Pandora de recuerdos, se destapara y me llevara al país de esa indefinible mezcla de tristeza, dolor, alegría y amor, que conforma el terreno de las cosas idas… o dormidas.  Y todos los tesoros de aquellas lejanas aventuras infantiles, brotaron a borbollones en mi mente.  Tan atropelladamente lo hicieron, que me fue imposible darles algún orden, y sólo pude esconder mis sentimientos nostálgicos detrás de un tropel de palabras huecas, para que mis interlocutores no vieran la humedad de mis ojos.  ¿Dios mío  --me dije--, cómo lo dejaron morir?   ¿Quiénes fueron los malvados que permitieron  difuminarse en la nada, esa parte tan esencial de la Historia Patria? 
Las rayas del tren están allí todavía, obstinadamente aferradas a su tierra, más claras, firmes y expectantes que mis recuerdos.  Solo falta que alguien dé la orden, y la “línea” cobrará vida como antaño; y de nuevo el rítmico remezón de los hierros, volverá a entonar la melodía eterna del viajero.  El “pran pran” de las ruedas sobre el tope de los rieles, volverá a animar el paisaje, y la campiña cantará de gozo al unísono con el sonido infantil y casi femenino, de aquellas pitoretas de las elegantes locomotoras eléctricas.  De nuevo se agolparán alegres multitudes en la estación del Tren, dispuestas y felices ante la aventura que, como el Fénix, se renueva al inicio de cada ciclo.   Y la casta de las vende-gallos, dejará su temporal estado larvario y volverá a darle colorido y alegría a las inevitables y necesarias paradas.  No, definitivamente, el Tren no ha muerto.  No puede morir, porque su alma es tan persistente y tenaz, como son todas las cosas buenas que han contribuido a la formación del carácter nacional.  Solamente reposa en la tranquilidad del tiempo, en espera de la voz que como a Lázaro habrá de decirle: “Tren, despierta y anda, el mar te espera.  Y aquellos bulliciosos y alegres niños --ahora viejos-- que arrullaste en tus entrañas, esperan impacientes tu regreso, con el mismo entusiasmo de los tiempos idos”.  Y su serpentear de caderas de mujer, volverá a percibirse en las lomas, hondonadas y planicies, y el Tren nos dirá: “aquí estoy, tan fuerte como siempre; únicamente reposaba.  Pero aquí estoy, tan juvenil y alegre como antes; el tiempo sólo ha sido un respiro entre dos generaciones.  He regresado de la zona del olvido, porque siento que la Patria me necesita, y como en los viejos tiempos, estoy dispuesto a trabajar de sol a sol para el engrandecimiento del terruño.  No importa lo que me hicieron unos pocos; yo los quiero y los perdono, y en nombre de esa Patria que tanto amamos, retomemos el hilo de la Historia como si nada hubiera pasado.  Pero por favor, no me dejen morir”.
            Con ese remolino de inquietudes y recuerdos, me pregunté: ¿cómo es que quiebra un ferrocarril?  Mejor dicho, ¿cómo hace un gobierno y sus funcionarios para hacer quebrar a un tren?  ¿Cómo hacen los empleados de una Institución como el F.E.Al.P., para hacer que entre en agonía y colapse? 
            Es indudable que la acción concertada de mucha gente con intereses particulares, logró la hazaña de hacer que una institución como esa cayera en el abandono.  Porque, ¿cómo es posible que quiebre un ferrocarril?  Con electricidad barata o gratis, no había gasto de combustible ni fuga de dólares por la compra de petróleo.  La línea allí está, donde siempre, y su mantenimiento es relativamente barato.  Todo era ganancia.  Entonces, ¿cómo se las arreglaron para hacerlo fracasar?   Desde adentro del gobierno, los zapadores al servicio de las cámaras de transportistas, sentaron las bases de su desamparo oficial, para que el querido y útil ferrocarril quedara librado a su suerte y a la negligencia de sus funcionarios y empleados que, en busca de prestaciones y compensaciones laborales, no les importó la suerte que habría de correr el Tren, como si este tan sólo fuera un montón de vagones y locomotoras sin vida.  Jamás pasó por sus mentes que ese ferrocarril era un glorioso jirón de la historia patria, una verdadera INSTITUCIÓN con alma, digna de una mayor consideración por parte de todo este pueblo, al que tan indisolublemente se encuentra ligada su historia.  Mejor dicho: el ferrocarril ES la historia de Costa Rica.
            Y desde fuera, también tuvo enemigos mortales.  Para las empresas vendedoras de petróleo y sus derivados, el Tren era un mal ejemplo que debía ser borrado y archivado en el desván de las cosas viejas e inútiles.  Era malo para las empresas transnacionales un trencito tan económico, que tan pocos productos petrolíferos consumía.  ¿Qué pasaría si otros países imitaban el ejemplo del F.E Al P.?   ¿Adónde iría a parar el negocio de la Shell, Texaco, Esso, Exxon etc. etc. etc.?  La conjura entre esas empresas y sus cómplices nacionales, ansiosos por hacerse con el monopolio del transporte, maniobraron con sus influencias políticas para llevar al Tren a su final (temporal diría yo) postración.  Pero ahora que nos encontramos agobiados por la contaminación y destrucción de las carreteras nacionales, el Tren aparece en el horizonte, gústeles o no, como la mejor alternativa natural que tiene el país.   Y será responsabilidad de gobernantes inteligentes y honestos como usted, decidir entre los intereses de la Patria, o los de los grupos de empresarios conocidos como transportistas.  ¿Quién está primero?  ¿La Patria o la cámara de camioneros?
            Si le permitimos volver al Tren, veamos algunas de las ventajas que se derivarían de él: como es eléctrico, su “combustible” resulta prácticamente gratis.  En un solo viaje puede transportar lo que, con mil dificultades, problemas y accidentes, hacen doscientos o trescientos camiones.  No destruye las carreteras, con lo cual se obliga al gobierno, con el dinero del pueblo, al mantenimiento de la red vial al servicio de los transportistas de carga y pasajeros.  Y lo que sería peor, es probable que esos empresarios ni siquiera paguen impuestos y que sean subsidiados por el Estado (con dinero del pueblo).   El Tren no CONTAMINA, es completamente limpio y no agresivo con el medio.  Desde antes de que se inventara esa moda global, él ya era ECOLÓGICO.   El tren, bien cuidado y con mantenimiento profesional, no produce esa interminable serie de choques que se dan entre autobuses de pasajeros y furgones de carga.  Y la multitud de muertes que se producen en las carreteras por agotamiento, cólera, impaciencia o estado alcohólico de los choferes, es desconocida en el Tren.  Sólo ese detalle debería ser suficiente para considerar la utilización del ferrocarril.  Este puede realizar el transporte masivo de pasajeros en forma segura, barata y cómoda, economizándole al país, esa fuga innecesaria de divisas que se nos van en la compra de petróleo. 
            ¿Cuáles fueron las RAZONES para dejarlo en el abandono?  Y cuando pido razones, no me refiero a la infinidad de pretextos que se pueden esgrimir por parte de aquellos que fueron los autores de la conjura; o de los que están interesados en mantener el monopolio del transporte, sin importarles un tacaco el costo social y contaminante que tenga para el país, el transporte basado en el petróleo y sus derivados.  No interesan los argumentos de la cámara tal o cual, que sin importarles el crimen que cometen con esas cafeteras contaminantes que ruedan por nuestras ciudades y carreteras, matándonos lentamente, se parapetan detrás de la burocracia estatal, cómplice ineluctable de sus delitos en contra de la Naturaleza.  Para ellos el tren es anticuado, lento, ridículo...  Pero sus deleznables argumentos, solo han prevalecido gracias a la complicidad del Estado y a la pasividad del pueblo.  Porque, ¿en qué país quiebra un ferrocarril?   Y más aún, ¿un ferrocarril eléctrico de un país al que le sobra la electricidad?   Y por favor no permitamos, don Abel, que nos salgan con ejemplos de otros ferrocarriles agónicos de la América Latina, pues en toda esta, el cuento es el mismo.  Europa, Estados Unidos y Japón, se mueven por ferrocarril.
            Con un buen sistema ferroviario, ¿qué diantres podría importarnos no tener petróleo, o que este desapareciera de la faz de la tierra?  Tenemos agua, fuente casi interminable de la energía eléctrica, y eso nos garantiza la posibilidad de movilización y transporte de nuestros productos de exportación. 
            El trencito eléctrico era un peligro y un mal ejemplo.  Y para las transnacionales del petróleo, su retorno a la vida sólo sería tolerable, siempre y cuando sus locomotoras fueran reconvertidas y empezaran a utilizar combustible diesel y otros derivados del petróleo.   Y desde luego, que se “privatizara”.  Entonces, los transportistas nacionales, de inmediato obtendrían las licitaciones para operarlo a su antojo y capricho en cuanto a costos de transporte de carga y pasajeros.  Y de nuevo, volveríamos a escuchar sus interminables letanías acerca de “las pérdidas que tienen”, de lo poco rentable que es, de los excesivos impuestos que pagan, del precio de los combustibles y, sobre todo, volveríamos a leer en los diarios, sus patéticos “ESTUDIOS DE COSTOS DE OPERACIÓN”  que ellos mismos hacen, y que el Estado, indefectiblemente, les avala.
            Y ni qué decir de lo bueno que sería para el pueblo, que la ciudad de San José contara con unos cuantos ramales para el trasporte urbano de pasajeros.   ¿Se imagina lo fantástico que sería un par de ejes viales norte-sur y este-oeste?  O bien, un verdadero anillo ferroviario de circunvalación, que funcionara durante todo el día y la noche.  Y mejor todavía, cada diez cuadras, unas líneas norte-sur, y otras este- oeste, que comunicaran con el periférico.   La panacea del transporte urbano, ¿no es así?  El mayor problema que tendría el usuario, en cualquier parte de la ciudad, sería caminar CINCO CUADRAS a cualquier estación del Metro, lo cual es un buen ejercicio para el corazón, en una ciudad sin humo.  Eléctrico, gratis y sin contaminación: ganancia pura para el Estado y ahorro para el pueblo.  Sin fuga de divisas.  ¿No sería genial?  Y ¿cuál es el gran obstáculo para que eso se lleve a cabo?  La cámara de transportistas y su maraña de influencias en los altos círculos políticos, nada más.  Eso es todo, y todos lo sabemos, sin importar los pretextos y “estudios” que puedan inventar los especialistas o quien sea.  Es absolutamente factible, y solamente se necesita VOLUNTAD para hacerlo.
            Todas esas cosas me vinieron a la mente cuando en mi viaje a Puntarenas recordé con nostalgia, a través del interminable hilo del tiempo, al querido, amable y nunca olvidado “chemin de fer” criollo, el cual proveyó imborrables memorias en todos los que lo gozaron.  Apuesto a que así es, e invito a todos los que lo disfrutaron, incluido usted señor Presidente,  a que lo digan.  Talvez entre esas voces de apoyo, se encuentre mi desconocida novia de antaño.
            Con mucho cariño y entusiasmo, estoy seguro, esperaremos que el Tren, como el Ave Fénix, vuelva a la vida de las cenizas en que lo sumieron sus desconsiderados victimarios.  Talvez podamos formar un club de “fans” que le pida cuentas al gobierno, del  porqué no puede funcionar de nuevo, normalmente, nuestro trencito.  No permitamos, don Abel, que muera para siempre. 
                                  
                        Con todo respeto y aprecio
                                                                      
                                                                       Ricardo Izaguirre S.
E-mail       rhizaguirre@gmail.com
Con copia:







lunes, 13 de febrero de 2012

674 ¿Puede alguien dejar de ser lo que es?


674    LA CHISPA            

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

¿PUEDE ALGUIEN DEJAR DE SER LO QUE ES?
            Todos sabemos lo que somos, qué clase de personas somos.  No importa lo que aparentemos o pretendamos ante los demás, pues en la intimidad de nuestra vida, sabemos bien de qué material estamos hechos.   Y como en la mayor parte de las personas ese conocimiento no es placentero, nos empeñamos en revestirnos de una personalidad ficticia, una impostura que cargamos durante la mayor parte de la vida, lo cual nos limita y roba un tiempo valioso que deberíamos aprovechar tan solo para VIVIR.  Por desgracia, esto solo lo venimos a entender cuando ya casi estamos con una pata en la sepultura, cuando ya se puede decir que todo conocimiento es inútil.  ¿Podemos variar nuestra naturaleza intrínseca?  Los religiosos son los únicos que afirman tal posibilidad, apoyados solo en el dogma nacido de sus creencias.  Todos los demás saben que las personas NO cambiamos en lo esencial.  Según las circunstancias podemos aparentar, incluso reprimir ciertas conductas que puedan poner en peligro nuestra reputación sustentada en las apariencias.
            La mayoría de  la gente vive su vida dentro de una farsa agobiante de la que no puede liberarse.  Todos pretendemos ser “buenas personas”, honorables, flexibles, fieles, buenos amigos, inteligentes; somos maestros de la comedia bufa.  Y es más, si alguien se atreve a poner en duda nuestras virtudes, reaccionamos de la manera más brutal, como si en realidad fuéramos individuos llenos de atributos sublimes.  Tenemos una capacidad extraordinaria para aparentar, y en la Iglesia ponemos cara de santos e incluso hablamos de una manera diferente a la habitual.  Solo los que nos conocen íntimamente, como los hijos, esposas y maridos saben en realidad cuál es el carácter de estas “buenas gentes” en su vida privada.   La gran mayoría somos impostores cotidianos que nos ajustamos al patrón diseñado por la sociedad para sus miembros funcionales.  Muchos simulamos ser espléndidos, botarates, comprensivos y tolerantes en público, mientras que en la intimidad personal o de los hogares somos lo contrario.   O estamos alejados de esa mascarada de exportación.  ¡Claro que hay buenas personas que son auténticas!   Pero ¿cómo saberlo?  ¿Cómo reconocerlas si no convivimos con ellas el tiempo necesario para forjarnos una idea real de lo que son en privado?  Yo he conocido farsantes formidables que están o estaban tan identificados con su papel, que en realidad se lo creían.  Se imaginaban que eran esas personas que fingían ser.   Y así murieron varios de ellos, convencidos de ser poseedores de los atributos que tanto admiraban pero que no formaban parte de su naturaleza real. 
            ¿Es posible cambiar y ser auténticos?  ¿Transformarnos en esas personas ideales que describen las religiones?  Amantes de Dios, la familia, el prójimo; magnánimos, llenos de fe y amor, fieles, desinteresados, nobles y capaces de perdonar a nuestros enemigos y olvidar las ofensas que nos han hecho.  Estoy seguro de que muchos dirán que sí; que “todo se puede en Cristo” y otras consignas semejantes.  ¿Pero es cierto?  ¿Somos capaces de perdonar a los que niegan nuestras virtudes o ponen en tela de duda nuestra inteligencia y honor?  ¿Podemos perdonar y olvidar la traición de la esposa o del marido?  Pero de verdad…   La vida nos dice que NO.   Solo cuando sentimos el peligro o el fin, es cuando estamos dispuestos a “cambiar”; pero una vez pasada la crisis, volvemos a lo mismo.   Somos lo que somos, aunque la existencia nos vaya apabullando y nos obligue a ciertas conductas moderadas que nos alejan del peligro que representan nuestras tendencias desbocadas.  Pero lo hacemos por miedo, por conveniencia y no porque en realidad cambiemos; es solo una estrategia de supervivencia, como las tantas que desarrollamos a través del tiempo y las experiencias.  Sé que habrá muchas personas que estén en desacuerdo con esta tesis y de verdad se crean el cuento de que han cambiado; pero eso no es más que la metodología de las religiones, las cuales pueden convencernos gracias a la vanidad, otro elemento maligno que jamás se aleja de nosotros.   Yo soy mejor cristianos que ese”, algo que nunca decimos pero que, en privado, no dejamos de acariciar como una posibilidad que nos dé preeminencia.
            ¿Qué es lo que determina lo que somos?  ¿La sociedad, la genética o el espíritu?   Escoja alguna, todas o ninguna, pero medite.  Nuestros pensamientos y actos dependen de nuestra estructura moral y, por lo tanto, lo que somos es de una complejidad incomprensible solo con las armas de la razón o la fe.  Y la cosa se complica si no creemos en el alma, espíritu y esas cosas indemostrables científicamente.  Entonces, ¿dónde está la raíz de lo que somos, de dónde proviene lo malo que somos?   Si fuera biológico (genética), podríamos curarlo con vacunas; si fuera social, con educación.  ¿Pero si es espiritual?  ¿Dónde se origina y por qué?  ¿Por qué yo soy retorcido moral mientras que otros son correctos y nobles?   ¿Por qué soy egoísta y otros son generosos de verdad?  No importa cuánto nos hayan castigado en la niñez porque no queríamos compartir con nuestros hermanitos, seguimos siendo egoístas aunque sepamos que es un vicio horrendo.  Lo mío es mío, y los demás, ¡que se jodan!  Está ahí, en la “naturaleza básica del ser humano”, y también de los animales.  “En el hombre existe mala levadura…”   Y no es posible cambiarla a capricho.
La búsqueda de una respuesta puede hundirnos en un mar de cavilaciones que nos puede aniquilar sin que lleguemos a ninguna respuesta real.  A ninguna conclusión de validez universal.  Claro que es muy fácil teorizar sobré cómo convertirse en “buena persona” mediante la meditación y los ejercicios espirituales, la fe y la aceptación de Dios, Cristo, Buda, Alá o lo que sea; pero todos los que lo intentan solo obtienen dos resultados: se dan cuenta de que es imposible, o se vuelven hipócritas.  Todo depende de aquello que anden buscando.   La esencia del hombre no cambia, no al menos de una manera que sea perceptible, ni siquiera por aquel en quien se podría producir este cambio.  O no se da, o es de una lentitud que abarca milenios y milenios (evolución).  Moralmente y en el plano de la crueldad militar ¿en qué se distinguen los Estados Unidos de la Roma Imperial o de los asirios?   No parece haber diferencia alguna entre Bush y Asurnasirpal; y es posible que este se creyera tan “buen hijo de Dios” como se cree Georgi.
Fraternalmente                                                              
              Ricardo Izaguirre S.                                     E-mail:   rhizaguirre@gmail.com
Blog:   La Chispa”    http://lachispa2010.blogspot.com/  con link a     “Librería en Red”
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viernes, 10 de febrero de 2012

670 ¿De qué sirve el diálogo entre sordos?


670     LA CHISPA        
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¿DE QUÉ SIRVE EL DIÁLOGO ENTRE SORDOS?
            Cuando cualquier grupo humano tiene muy claro su programa y objetivos, dialogar es solo una pérdida de tiempo, o una estrategia calculada.  Y esa es la diferencia que hay entre nuestros bisoños políticos con ideas de un socialismo cimarrón, y las clases poderosas bien organizadas y respaldadas internacionalmente por el gran capital.  A estos novatos los dejan jugar a ser “libertadores”, líderes populares, socialistas o lo que sea, siempre y cuando se mantengan dentro de los carriles centenariamente señalados por las respectivas oligarquías nacionales.  Mientras no toquen o afecten los intereses de estas, pueden divertirse y hablar lo que les dé la gana.  Incluso tomar ciertas medidas populistas agradables a la chusma, pero que no alteran en nada el esquema básico de la economía planificada en manos de unos pocos.   Pero por más ilusos que sean estos primerizos, terminan estrellándose contra el muro de la realidad política latinoamericana y el marco tradicional establecido.  Y como este es invariable, tienen que elegir alguna de las salidas que el sistema les ofrece.  LA DEMOCRACIA FORMAL NO DA PIE A REFORMAS QUE BENEFICIEN A LOS PUEBLOS.   Así que callan y se pliegan, o denuncian y terminan su período aplastados por la “opinión pública” nacional; e internacional, si fuere necesario.   Y ya sabemos en manos de quiénes está esa opinión pública.  La opción de plegarse al sistema les garantiza salir bien “fondeados”, sin pena ni gloria, pero con plata.   Y si no eligen alguna de estas vías, les dan golpe de estado.  Como en Honduras.
            El modelo de enriquecerse es el adoptado por casi todos, en especial, por los mejicanos.  Claro que cabe la salvedad de aquellos presidentes que son miembros de la Oligarquía; en este caso, todo es previsible.  En América no hay diálogos ni los habrá; aquí solo cuentan los intereses de los que están arriba, y toda discusión se centra en el cómo y en qué porcentajes se reparten los beneficios.  Nuestras Asambleas y Congresos NO son foros de diálogo creativo o consulta; son antros de conciliábulos en donde los partidos oficiales y minoritarios se reúnen para coludirse en contra de los pueblos.   Nuestras Asambleas son centros mercantiles en donde se venden, rematan y subastan los bienes nacionales a los mejores postores del extranjero.  Y a pesar de que estos cuerpos se consideran “representantes de los pueblos”, toda gestión que estos hagan ante ellos, es una petición que se hace ante sordos intencionales.   Nuestros diputados solo escuchan el sonido del dinero. 
            Los diálogos criollos en la América Latina no pasan de ser más que la enumeración de lo que los gobiernos pueden conceder, nada más.  Y las pláticas entre los sindicatos y las patronales (siempre respaldadas por los Estados) no son más que la imposición de los términos de rendición bajo los cuales los trabajadores se someten al arbitraje de los gobiernos.  El coloquio entre pobres y ricos siempre ha sido de una sola cara, con una sola propuesta y una salida invariable.  Todo el que tenga una onza de cerebro, sabe cuál será la solución que se le dé a cualquier problema que tenga que ver con los intereses de los poderosos y los pueblos.  O de los presidentes alborotadores y las oligarquías criollas.  Fue por eso que en la “Chispa” 664 dije que el Presidente Zelaya había caído en la trampa de nuestros famosos diálogos.   ¿Sobre qué se puede conversar en la América Latina cuando del Poder se trata?   El golpe de Honduras es la confirmación más brutal de esta política generalizada.  La oligarquía catracha, respaldada por la Internacional Capitalista, se dio el lujo de dictar cátedra sobre lo que es la “democracia preventiva”, un nuevo concepto político que deberá ser incorporado en los textos universitarios.  Y desde luego, la jauría de testaferros del continente, ha aplaudido con  alegría esta medida democrática y legítima para prevenir el chavismo, el nuevo “Coco”, ahora que Fidel colgó los guantes.  
            El doble juego de USA en esta tragicomedia, es lo que le confiere fuerza y respaldo al acto violatorio de la soldadesca hondureña.  Todo el mundo sabe que una cosa es lo que dice Barack en los foros políticos, y otra, las órdenes giradas por el pretor yanqui en Tegus.   Los simios saben que cuentan con el respaldo irrestricto de la maquinaria militar gringa, pues los “muchachos” de Palmerola no están allí para dialogar.  La ominosa presencia del ejército norteamericano en esa base, es la certeza de que la oligarquía hondureña se impondrá.   Así que la invasión militar venezolana no solo es un chiste de mal gusto que nadie se traga seriamente, sino que constituye una burla grosera a la inteligencia de los latinos que tengan por lo menos un adarme de sesos.  Y a propósito, ¿desde cuándo los latinos podemos dialogar con los Estados Unidos?   No importa cuál sea la careta que utilicen (Obama o quien sea), la política del Imperio siempre ha sido la del Big Garrote, y los que piensen otra cosa, solo tienen que esperar unos meses para que se den cuenta de cuál es la realidad de siempre. 
            La Oligarquía chilla desaforada por toda América, señal de que está preocupada.  Y es en estos momentos de pánico, cuando pierde la chaveta e invoca todos los argumentos más estúpidos y absurdos para justificar sus acciones violentas y de irrespeto a los fundamentos de la democracia: “que Chávez iba invadir a Honduras, que Zelaya es amigo de Hugo, que Hugo es amigo de Fidel, y que Fidel simpatiza con Ortega, Evo y Zelaya”.  “Que Hugo es comunista y ateo y que la suegra no lo quiere”.  Cualquier idiotez es válida y la utilizan porque saben que en América Latina hay millones de tontos y simplones que creen cualquier cosa.  Chávez es el necesario Osama bin Ladden de los Andes.  Para distraer la atención de los pueblos acerca de la injusticia social impuesta por las castas poderosas, estas necesitan crear demonios más temibles que la miseria a la que son condenados por las oligarquías.   Viejas, manidas e idiotas estrategias políticas que, sin embargo, siguen teniendo utilidad entre la gente sencilla.  Sobre todo, en los que tienen alguna platita y propiedades.
            Con esa gente NO ES POSIBLE NINGÚN DIÁLOGO, si entendemos este por un acto dirigido a la resolución justa de problemas comunes.  Así que si el pueblo hondureño no hace nada, NADA puede esperar de ninguna de las mascaradas de la OEA o la intermediación de Oscar Arias o los Estados Unidos, pues todos sabemos hacia dónde se inclina la balanza de los intereses.  Y eso es lo único que cuenta para el Capital.  Lo demás es conversación de sordos, y participar en esta, solo indica la inocencia política del señor Zelaya.
            Sordescamente
                                    Ricardo Izaguirre S.                                    E-mail:  rhizaguirre@gmail.com
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671 ¿Qué nos tienen que hacer para que reaccionemos?


671   LA CHISPA     
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¿QUÉ NOS TIENEN QUE HACER PARA QUE REACCIONEMOS?
            Es desesperanzador ver cómo cualquier individuo o grupo de ellos, valiéndose de la indolencia crónica de nuestros pueblos, se encaraman al Poder y hacen lo que les da la gana.  La idiotez de nuestra gente es proverbial.  Si están afiliados a un partido, se sienten felices de haber “ganado” las elecciones, y por más evidente que sea la corrupción de aquellos candidatos por los cuales votaron, se sienten comprometidos moralmente a defenderlos y seguir patrocinándolos.  El latino es un ser irracional desde el punto de vista de la política, y solo tiene dos conductas ante ella: es un aprovechado en busca de una teta, o es un caudillista fanático incapaz de distinguir la izquierda de la derecha cuando de populachismo se trata.  Somos prosélitos por tradición e “hígado”, como ser católicos o “manudos”.  El límite intelectual y cívico de nuestra gente, apenas llega al techo de la caverna que es su limitado mundo cultural.   El latino NO razona, no estudia ni compara; se siente satisfecho con haber “ganado las elecciones”.  Eso es lo único que le importa.
            Para él no cuenta que “su” presidente sea un ladrón, bruto, sinvergüenza, inepto, explotador, arbitrario o que se aproveche (junto con toda su familia y amigos) de la Hacienda Pública.  Él ve esto como una conspiración injustificada de sus enemigos en contra de su candidato.  Enfoca el asunto de una manera irreal, y aunque sea evidente la corrupción de los que detentan el Poder, este individuo continúa apoyándolos porque considera que de hacer lo contrario, sería darles la razón a sus adversarios políticos.  Ese es el enfoque cívico del ciudadano medio de esta parte del mundo.  Y frente una actitud como esa, ¿de qué sirve el diálogo, las explicaciones o presentación de pruebas?   Ante este terco y cerrado sujeto todo es inútil.
            Los poderosos pueden violar la Constitución a vista y paciencia de todos, y a nadie parece importarle un chayote.  Casi todos nos quedamos callados ante estas agresiones al sistema institucional, y solo pensamos en la posibilidad de lo que podemos “agarrar”.   El Poder Oligárquico en nuestros medios es Omnipotente, pues no solo cuenta con su propia fuerza, sino que se apoya en la displicencia de los ciudadanos de a pie.  En la clásica e histórica indolencia de pueblos que ven la vida política de sus países como si se tratara de una película en la cual ellos nada tienen que ver.  El latino no se considera actor del drama del cual es víctima dócil; él siempre es un espectador lejano al que nada parece importarle.  Es más, es un colaborador entusiasta con aquellos que son sus victimarios.  Entonces, ¿qué es lo que tienen que hacernos para que reaccionemos de manera digna?   Los políticos nos roban, nos reducen a la miseria, nos limitan, niegan la educación, medicina; nos encarcelan, nos asesinan, nos amenazan y nos hacen vivir bajo una atmósfera de terror, desesperanza y fatalismo; y seguimos como Johnny Walker.   Nuestros mandatarios y sus hermanos, sobrinos, tíos, primos, cuñados y amigotes en general, nos estafan “legalmente” bajo la mascarada de la institucionalidad y la democracia formal.  Y seguimos como Juanito.   Nuestros políticos utilizan al Estado para hacer sus negocios particulares y a nadie parece importarle.  Hablamos, criticamos, denunciamos, chillamos y lloriqueamos, pero NADIE HACE NADA.   Es para preguntarse: ¿cómo es posible que pequeñas gavillas de bandidos bien organizados sean capaces de habernos tomado las riendas para siempre?  ¿Para siempre?   Algo así como el hampa callejera.  ¿No hay esperanza de redención para nuestra gente?  ¿Seguiremos siendo el coto de caza particular de cada una de las oligarquías nacionales que controlan todo en cada país americano?
            Sabemos quiénes son los ladrones, qué roban, dónde y en qué cantidad; conocemos sus negocios chanchulleros y quiénes son sus cómplices agachados, y nos quedamos sin hacer nada; solo comentarios… y bromas; para nosotros todo es guasa.  La política, la economía, la educación, la atención médica, la honestidad, el desarrollo… todo es un chiste.   La historia de la América Latina es una comedia de mal gusto, una horrible broma en donde hay dos clases bien definidas de actores: los vivillos y la masa de tontos conformes.   ¿Qué necesitan hacernos nuestros gobernantes para que dejemos de ser idiotas pendejos que, lejos de razonar y actuar de manera inteligente, formamos una inmensa manada de bobos “emocionales” y caudillistas que nos dejamos llevar por las simpatías y el “partidarismo” a la hora de votar por cualquier imbécil?  No es posible agregar más o mayores abusos contra nuestros pueblos que los de Pinochet, las Juntas de Brasil, Argentina y El Salvador; Somoza, Trujillo, Carías, Duvalier, Batista, Castillo Armas, Pérez Jiménez, Odría, Fujimori, Videla, Porfirio Díaz, Victoriano Huerta, Hugo Banzer, Estroessner, Noriega y una lista casi infinita de pillos.  Y todos de derecha, todos anticomunistas de oficio, todos “demócratas”, todos católicos, todos capitalistas y respetuosos del Orden Público.   Y seguimos votando por ellos y las democracias representativas que hicieron posible su ascenso al Poder.   Somos el hazmerreír del mundo civilizado, y nadie nos toma en serio.
            ¿Qué tienen que hacernos a para que pensemos por nuestra cuenta y hagamos lo que hay que hacer?  ¿Será que nuestro techo intelectual, de orgullo y dignidad es tan limitado que solo nos permite ser serviles del más bajo nivel?  ¿Somos totalmente incapaces de organizarnos de manera consciente y racional sin que dependamos de corifeos de la oligarquía para realizar nuestra propia obra de supervivencia?   ¿Entenderemos algún día que nuestro camino es algo que solo nosotros podemos y DEBEMOS diseñar?  En vista de que no entendemos lo que es la DEMOCRACIA REAL ni tenemos capacidad para aplicarla, parece que la única vía que nos queda es la de las dictaduras socialistas.   O al menos, estas pueden resultar en un cambio interesante… ya que después de QUINIENTOS AÑOS DE LO MISMO, no puede haber nada peor.   Después de doscientos años de democracia al estilo latino, ni el infierno podría dañarnos más. 
            Pero cualquier cambio solo se dará cuando tomemos consciencia de nuestra fuerza y dejemos de actuar como retardados mentales; cuando no toleremos que unos pocos controlen nuestros destinos como si fuéramos borregos.   Cuando nos decidamos a sepultar el caudillismo y partidarismo y empecemos a actuar como seres racionales, y no como marionetas electoreras.
            Fraternalmente
                                   Ricardo Izaguirre S.                                       E-mail: rhizaguirre@gmail.com
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jueves, 9 de febrero de 2012

667 Los caminos de la América Latina


667   LA CHISPA        
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LOS CAMINOS DE LA AMÉRICA LATINA
            Se fueron los conquistadores, pero nos dejaron su semilla transgénica del mal.  Inmune a todos los reclamos humanitarios, el producto de esa estirpe evolucionó hasta convertirse en una clase social distinta, ajena a todo sentimiento de fraternidad o compromiso con sus congéneres desfavorecidos: la Oligarquía.  Incubados en la fecunda matriz del egoísmo, perdieron de vista todos los objetivos de las guerras libertarias y se identificaron, por alguna extraña alquimia mental, con las razas extranjeras.   Pero como ese vínculo se fue diluyendo al paso de los lustros, no les quedó más camino que formar islas sociales dentro de cada país: así nacieron sus miedos, el separatismo, el odio, menosprecio y grosería en contra de sus connacionales, especialmente aquellos que eran considerados como “inferiores” racialmente: indios y mestizos.  Todo el que no pertenecía a su “clase”, era el enemigo.  Salvo el mestizaje, siguieron al pie de la letra el esquema anglosajón que británicos y gringos aplicaron en sus relaciones con otros pueblos.  También se fundó la “familia” oligárquica latinoamericana, y se convirtieron en extraños en América. 
            Ese es el decorado social de la América Latina, del cual NO podemos culpar a los españoles o cualquier otra raza europea.  Nosotros somos los responsables de lo que somos porque, lejos de ser solidarios con los otros pueblos latinos en sus luchas sociales, de inmediato nos identificamos con la propaganda de las oligarquías del continente.  Seguimos sin razonar, sin identificar al verdadero enemigo.  Todavía nos asustan con los cuentos del comunismo, socialismo, nacionalismo o ateísmo.   El “Coco” del comunismo sigue siendo muy efectivo, y millones de latinos, sin tener la menor idea de lo que tal cosa significa, se convierten en enemigos gratuitos y espontáneos de cualquier líder latino a quien le endilguen esa etiqueta.   Todavía seguimos atados a los esquemas sociales propios de las castas elevadas, sin importar que seamos parte de la masa desposeída.  Ante cualquier movimiento social igualitario en beneficio de los pueblos, nos identificamos con los intereses de las clases altas y nos convertimos en enemigos de los que intentan favorecernos.  Somos como los negros manumitidos de Norteamérica, seguimos solidarizados con los “amos” y nos creemos parte del establishment.    Compartimos todos los miedos de la Oligarquía, sin importar que seamos pelagatos ni que la causa de esos temores de los poderosos signifique beneficios para las clases trabajadoras. 
            Esa es la razón histórica por la cual nuestras oligarquías se sienten felices al servir a esos extranjeros con los cuales se identifican social y racialmente.   Sobre todo sin son blancos.  Ellos se siente felices de ser los “puentes” entre aquellos y el logro de sus objetivos materiales en nuestro continente.   Es por eso que, desde sus posiciones políticas y económicas, no tienen empacho alguno en cederles los derechos de explotación de los recursos naturales que son propiedad de TODOS.   Ellos NO sienten compromiso alguno con el futuro de la América Latina; saben que cuando la situación se complique, podrán tomar a sus familias y “regresar” a Europa.  Pero ¿qué hay de los mestizos, indios, negros, mulatos y toda la gran masa del revoltijo latinoamericano?   ¿Qué harán?  ¿Adónde irán?  Tendrán que quedarse y apechugar con la situación.   Pero ¿es necesario que esperemos hasta llegar al borde del abismo o haber caído en él?  Bien podemos evitar ese trágico epílogo con solo ponernos de acuerdo.  No se trata de “eliminar” a estos o aquellos; ni siquiera a la oligarquía, sino de encontrar un camino propio de los latinos.   Ya es tiempo de que sacudamos de nuestras cabezas las idioteces con las que nos han manipulado durante tanto tiempo, en especial, en el siglo pasado.   No se trata de conceptos, sino de actitudes y hechos.  ¿Qué son la Democracia con hambre o el Comunismo sin libertad?  Pura mierda.  No se trata de ideologías sino de conductas, de honestidad, de COMPARTIR con justicia un destino común.  Ninguna ideología nos puede poner a salvo de la estupidez y el egoísmo.
            Ya es hora de que nos dejemos de ver como enemigos ideológicos.  O de pactar acuerdos con los foráneos, para asegurarnos la exclusividad de la riqueza que nuestras generosas tierras han puesto a disposición de TODOS sus hijos.  No se DEBE sacrificar pueblos enteros en la hoguera de la angurria de unos pocos, pues ningún extranjero tendrá consideración alguna con nuestra gente; ni siquiera con los Judas criollos que se prestaron para la enajenación de nuestros bienes naturales.  Allí está el ejemplo de CANARA.  El malinchismo de nuestras clases poderosas es de lo más ruin e inútil que se pueda imaginar, pues aquellos por quienes traicionan a sus pueblos, los ven con el más profundo desprecio.  A esa gente poco le importan las ideologías ni los sistemas políticos o militares por los que nos rijamos, siempre y cuando ellos obtengan sus materias primas o hagan sus negocios.  ¿A quién le importa ahora la masacre de Tiananmén?   A nadie.  Business are business.  En su momento se formó un tremendo alboroto de parte de todo el mundo occidental de “ideología contraria” a la china; pero cuando estos entraron en el juego capitalista, nadie volvió a mencionar la tragedia del 3 de junio de 1989, en donde murieron millares de chinos.  Entonces ¿cuál es la validez de las ideologías?  NINGUNA.  Se trata de actitudes, acciones y comportamientos que nos conduzcan a una mejoría radical en nuestra forma de vida; pero NO la de unos pocos, ni la de ciertos países cuya gente supone que porque ellos están “bien”, poco importa que a los haitianos, nicas, mexicanos u hondureños se los lleve puta.
            Los caminos hacia el progreso de la América Latina deben nacer del consenso, la tolerancia y el altruismo.  No puede ni debe ser que solo unas minorías disfruten de TODO lo que producen nuestros pueblos.  Y mientras ese esquema perdure, habrá lamentos, guerras, revoluciones, “terrorismo”, golpes de estado, dictadores y toda la secuela de males sociales consecuencia de un sistema basado en la INJUSTICIA y el reparto desigual de la riqueza.   Mejor dicho, del reparto de riqueza y MISERIA entre una minoría y las grandes masas latinoamericanas.   Nuestro camino no debe ser diseñado por gringos, europeos, chinos o japoneses sino por nosotros mismos.  Hasta que no lo hagamos, seguiremos jodidos.  NO es una ideología la que nos va a salvar: estas solo son las riendas con las cuales nos han manipulado durante siglos. 
            Fraternalmente
                                               Ricardo Izaguirre S.          E-mail:    rhizaguirre@gmail.com
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jueves, 2 de febrero de 2012

719 ¿Preservación de la Vida?


719    LA CHISPA       
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¿PRESERVACIÓN DE LA VIDA?                                                           La propuesta en sí es absurda, ya que la Vida es eterna e indestructible y no puede ser eliminada por nadie.  Dicen los que saben que la Vida Una es una identidad con lo Absoluto, y que no estamos en capacidad ni siquiera de definirla, decir qué es ni cómo funciona.  Solo barruntamos que ES, que se manifiesta en infinidad de formas y que llena todos los confines del Universo.  No se crea ni se destruye pues es tan eterna como la materia que utiliza como vehículo.   Y la Eternidad no tiene principio ni fin.  Así que tampoco existe un “comienzo de la Vida” como ingenuamente proclaman muchos científicos, religiosos y gente común.  Está en todo, en cada átomo del cosmos y adopta todas las formas imaginables o no.  TODO ESTÁ VIVO.  Aunque sea en niveles que no podemos comprender y en objetos que no presentan las características con las que solemos definirla de una manera elemental y simplista.  Y como la Vida es Dios y viceversa, podemos dar de ella la misma no-definición védica: “Dios (la Vida) es Aquello sobre lo cual toda especulación es inútil”.     
            Así que cuando hablamos del intento de preservar la Vida, en realidad lo que queremos decir es “a los seres vivientes” de cualesquiera de los miles de familias que existen.  Es el cuidado de los tigres, leopardos, águilas, ballenas (las más publicitadas) rinocerontes y cientos de otras que están en peligro de extinción.  Porque estas sí desaparecen, mas no la vida.  Y las especies se esfuman por dos razones: evolucionan a otras mejores y más aptas, o mueren porque ya cumplieron su papel y dejan de ser necesarias en el sistema ecológico.  Una tercera vía es la explotación desmedida que de ellas hace el hombre.  Sin embargo, ante la propuesta de los ecologistas y conservacionistas, se plantea un dilema que pone en entredicho las intenciones de esta gente; o al menos nos hace dudar de la generalidad del principio: “La preservación de la Vida”.  ¿Es solo la protección de las más llamativas, bonitas y, aparentemente, más indefensas?   ¿Es solo el cuidado de las focas bebés, de los tiernos pandas y los rarísimos ornitorrincos?  ¿Es una proclama general en defensa de la Vida?  ¿O es una declaración maliciosa y discriminatoria?  Si pretendemos ser defensores de la Vida, debemos empezar con la de nuestros semejantes.  Con la de millones de niños que mueren de hambre en todo el mundo; con los cientos de miles de personas que mueren en guerras criminales cuyo único fin es la rapiña.  Como la de Irak y todo el Medio Oriente.   Como la de enormes masas depauperadas en la América Latina.
            A partir de allí, cuando esta meta se cumpla, debemos ir generalizando la tarea hacia nuestros hermanos menores, sin distinción.  Porque si hacemos excepciones, entonces solo somos unos hipócritas en busca de notoriedad.  Si en realidad nos interesa proteger la Vida, esa actitud debe ser general.  Entonces ¿por qué gastamos millones de billones tratando de exterminar todas las formas de Vida que nos incomodan, molestan o nos dan asco?  Son Vidas como cualquiera.  En la economía de la naturaleza tanto vale una pulga como un elefante; una cucaracha lo que un hombre.  Un gusano lo mismo que un perro o una paloma.  Sacrificamos cruelmente a millones de seres indefensos para comerlos, y son parte de la Vida Una.  Pero no queremos darnos cuenta.  Una pobre vaca, triste e indefensa tiene tanto derecho a la vida como el hombre más ilustre.  Nadie tiene la prerrogativa para suprimir a un viviente cualquiera porque este es parte de la Vida.  Entonces ¿por qué gastamos miles de colones en matar ratas, cucarachas, pulgas y todos los insectos reales o imaginarios que viven en nuestros hogares?  ¿Por qué seguimos al pie de la letra los dictados de las empresas de la muerte que se dedican al exterminio de criaturas incapaces de hacernos nada, pero que han sido satanizadas por los vendedores de aerosoles mata-todo?   Cuanto más pánico y aversión nos hagan sentir por los “bichos transmisores de enfermedades”, más venenos compramos y más atentamos en contra del ambiente.   El gran negocio.  Cuanto más creamos en los “microbios dañinos” que están en todas partes, más dinero para la Bayer.   
Jingle político navideño:“Nos preocupa la seguridad ciudadana”
            Suena un poco incómodo porque hemos sido culturizados por la industria farmacéutica (y médicos), la cual se sustenta en la existencia de los malos microbios que todo lo atacan por puro vacilón y sin causa alguna.  Es por eso que invierten tanto en publicidad para convencernos de que rociemos nuestros hogares con todos los venenos líquidos, en polvo, aerosol y sólidos con los cuales podemos mantener nuestras casas como quirófanos.  Pero ante el fracaso de todos ellos, se ha dado el último grito de la moda exterminadora: los aparatos electrónicos que emiten microondas insoportables para los bichos.  Pero estos continúan allí, por millones, y es seguro que cuando el último humano haya desaparecido de la Tierra, allí estarán como Johnnie Walker, las cucarachas, moscas, zancudos, ratas, topos, hongos, plantas, microbios y toda esa infinita legión de criaturas que comparten el don de la Vida, y entre las cuales, a ninguna se le ha ocurrido que para que ellas progresen, DEBEN EXTERMINAR a las otras especies.  Ellas saben que hay espacio y tiempo para TODOS.  Solo el hombre (“el rey de la creación”) es el único animal al que se le antoja que es dueño exclusivo de todos los bienes que la Naturaleza obsequia a todos sus hijos, sin llevar a cabo acciones selectivas.
            ¿Qué piensan ustedes de preservar la vida de los cocodrilos?  Ante de contestar, piensen que estos se comen a miles de personas en los ríos de África; incluso en América.   Una persona conocida me dijo cuando le hice esta pregunta: “Yo acabaría con todas esas horrendas alimañas, de por sí, ya han vivido como trescientos millones de años”.   Y cuando le pregunté lo mismo sobre los pandas, su respuesta fue la siguiente: “¡Ah, esa es otra cosa, estos animalitos son bien lindos!”  ¿Una doble moral determinada por la simpatía y las apariencias?  ¿Lo mismo que los blancos hacen con los negros, chinos, indios y mestizos?
            Cuando oiga hablar de sociedades protectoras del ambiente y la vida, pregúntese sin sus intenciones son proteger la Vida, o simplemente la de ciertas criaturas por las que sienten un cariño especial.  Pero en todo caso, no se preocupe mucho, nadie puede exterminar la Vida, aunque puedan asesinar a millones de criaturas, incluido el hombre.    Dicen los que saben…
            Fraternalmente                                                      (¿Usted qué piensa?)
                                   RIS.                                         E-mail: rhizaguirre@gmail.com