88 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica del
ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LOS COLEGIOS PROFESIONALES
La Historia nos demuestra
que los grandes y verdaderos descubrimientos que conoce la humanidad, no han
sido producto del trabajo de grupos, sino de genios individuales; con algunos
ayudantes quizás, pero solitarios en esencia.
Pareciera que los genuinos logros de la ciencia están reservados a la
mente individual y no a los colectivos.
Ninguna Academia o Colegio ha producido un genio fuera de serie, y
ninguno de ellos ha pertenecido a Colegio alguno. Es más, estos Colegios tienen infinidad de manchones
morales en sus respectivas bitácoras, pues son ellos los que se han opuesto,
criticado, ridiculizado y hecho escarnio de infinidad de genios que, en algún
momento, presentaron hallazgos y conclusiones que contradecían a “la ciencia
oficial” de las Academias. Allí
están Galileo, Kepler, Bruno y Servet como testigos. La Sabiduría real nunca ha sido propiedad exclusiva
de los hatos o parvadas, sino de hombres solitarios que, en comunión profunda
con la Naturaleza,
han recibido de esta la inspiración necesaria para descubrir alguna parte de la Verdad, con la cual se ha
ido armando el vasto mosaico de la ciencia moderna. No, la sabiduría y el conocimiento NO SON
ATRIBUTOS EXCLUSIVOS DE LOS COLEGIOS.
Allí
tenemos a Max Planck, genio extraordinario cuyas teorías constituyen la
base de la Mecánica
Cuántica, la cual abrió la puerta al mundo
subatómico, y les dio los elementos necesarios a otros sabios como W.
Heisenberg, L. de Broglie, E.
Schrödinger, P.A.M. Dirac, M. Born y
otros, para que penetraran en un mundo novedoso que se apartaba por completo de
la física clásica. Y este monstruo de la
ciencia era un francotirador solitario, al cual, después de sus enormes
descubrimientos, todos los Colegios y Academias del mundo nombraron miembro
honorario, para disfrutar del esplendor de este genio sin paralelo; pero él no
fue el producto de ningún Colegio. Allí
también tenemos a la polaca María Sklodowska-Curie, que en la soledad de su
casa, logró la portentosa hazaña de descubrir el radio y el polonio. Dos veces premio Nobel, y no pertenecía a
colegio alguno. Es cierto que después de
su triunfo, todos los Colegios del mundo la inscribieron en sus libros de
asociados; pero su trabajo fue en solitario, no producto de aquellos.
Cervantes no pertenecía a la Real Academia;
tampoco Rubén Darío fue miembro de esa Institución ni de ningún colegio; y sin
embargo, este último marcó un “antes y un después” en la historia de las letras
hispánicas.
Ni Galileo ni Copérnico fueron
“colegiados”. Cristóbal Colón
tampoco. Y es seguro que no ostentaban
esa categoría Platón, Sócrates, Leucipo, Demócrito, Erasmo, Virgilio o Víctor
Hugo. En solitario trabajaron Erich
Strassman, Otto Hann y Becquerel en sus laboratorios de alquimia. Es cierto que compartieron, pero lo grandioso
de su trabajo, fue producto de la individualidad. Beethoven era como un pizote, hosco y
solitario, y en ese mundo final de sordera produjo en soledad, la más
espectacular música que se haya oído en la tierra. Y no era colegiado ni el producto de un
Colegio.
Entonces, ¿cuál es la utilidad
social de los Colegios? O mejor
dicho, ¿cuál es el propósito real de estas organizaciones? No el de los pretextos justificativos (esos,
todos los conocemos de sobra), sino los verdaderos. ¿Son los Colegios cubiles y reductos de
gavillas de mediocres carentes de la luz del genio? O dicho de otra forma, ¿necesita un hombre de
genio el soporte de un Colegio profesional? Bien sabemos que la enorme masa de la
población está formada por mediocres, no importa que sean profesionales y cuál
sea su profesión; la mayoría son medianejos y forman esa ilustre capa de
la MEDIOCRACIA que permea todos los estratos de nuestra sociedad. Esa es la causa única de la existencia de los
colegios. El Colegio es el parapeto
detrás del cual se agazapan, refugian y protegen los miembros de una
determinada profesión. Y eso, como dije en otra “Chispa”, para compensar
su falta de fuerza y talento individual, con el respaldo de la manada. Algo así como los “colegios” que forman los
chacales y las hienas. El hombre de
genio o poderoso NO NECESITA de una pacotilla para hacer valer y brillar
sus derechos o su talento. Solo los inferiores.
Los
mediocres son, entre otros defectos, racistas y xenófobos, y por eso
necesitan de los colegios espontáneos que se forman fugazmente para ofender,
desde el anonimato del tumulto, a los extranjeros que se distinguen. Es por eso que hay colegiados que
prefieren que la población se muera por falta de atención médica, en
lugar de que “su” colegio permita el ingreso de especialistas de otros
países. Son los mismos que, por
idénticas razones, prefieren que un velo de analfabetismo cubra al país, antes
que el Colegio autorice la importación de buenos profesores. Y encapuchados detrás de los más deleznables
pretextos, dejan en claro que la única razón que los mueve es el EGOÍSMO
PROFESIONAL. Que nadie les pueda
quitar parte de lo que ellos consideran su feudo particular del cual sacan su
pitanza.
Solo
los incompetentes son los que necesitan del apoyo oficial (por ley de colegio)
para poder ganarse el sustento en su
oficio. Estos nunca se destacan, solo
forman parte del colegio, de “los únicos que tienen derecho a ejercer
determinada profesión”. Son los que
una vez colegiados, pueden inscribirse en el Servicio Civil y, por número o
palancas, alguien tiene que darles un puesto en alguna rama del gobierno
solo porque están colegiados y ocupan el número tal en la lista de espera. Que sepan o no sepan un carajo es lo de
menos. Estos anodinos son incapaces de
subsistir en la calle, en la competencia real.
¿Cuántos medicuchos que destazan gente en los hospitales del Estado
tendrían un cliente en su propia clínica?
¿Cuántos incompetentes del Derecho sobrevivirían en un bufete
particular? Esa es la causa de los Colegios,
y estar “colegiado” es glorioso para ellos.
Son esas legiones de adocenados que, una vez graduados, con mucho gusto cerrarían la escuela en la cual
estudiaron. Y son los mismos
mediocres que, una vez viejos, quieren limitar la profesión incluso a sus
colegas recién llegados al campo laboral.
Son esos abogados que quisieran que los jóvenes no pudieran ser notarios;
o los médicos que desean que todos los recién graduados, tuvieran que prestar
un servicio social de veinticinco años en África.
Los
mediocres son felices formando organizaciones, corporaciones, gremios, asociaciones
y, en fin, todo tipo de Colegios que puedan “defender sus derechos” y
les garanticen la exclusiva en el ejercicio de una determinada actividad. Como si un profesional competente
necesitara que alguien lo defienda.
El que es capaz, se hace valer y tiene clientela, y es esta la
única que dicta el veredicto final e inapelable de su calidad profesional. Lo demás, son cuentos de “colegiados”. Ni siquiera la Universidad ni su hoja
de calificaciones pueden decirnos quién es quién en capacidad laboral.
Algunas
veces los Colegios parecen olvidar la ética que rige el oficio y se dedican a
la defensa, a ultranza, de “colegiados” incapaces que han cometido fraudes y
fallas inadmisibles en cualquier campo profesional, sin importar la magnitud
del error o los derechos de las personas que han sido perjudicadas. Allí no parece importar la moral ni la
responsabilidad que debe recaer sobre un incompetente. El Colegio solo está para defender a sus
asociados y dictaminar fallos absolutorios a favor a favor de estos. No importa lo que hayan hecho; aunque eso
implique haber matado a un centenar de personas por sobre irradiación o
envenenamiento. Todo mundo sabe la VERDAD, pero
esta a nadie le importa en el Colegio.
Solamente la impunidad del “colegiado” es lo que cuenta para aquel. Es
una de las razones por la cual se paga la colegiatura puntualmente: para estar
a salvo de las consecuencias de la propia incapacidad. Es un seguro contra la mediocridad. Los colegios son el refugio de la
mediocracia.
Las
prostitutas no han formado su colegio solo porque no tienen suficiente
influencia política. ¿Se imaginan si
pudieran lograrlo? Nadie, salvo ellas,
podría ejercer la fornicadera de cualquier naturaleza: permanente, ocasional,
intermitente, aburrida, emocionante o divertida. Y si no fuera bajo su revisión o aprobación
mediante el timbre oficial del Colegio de Prostitutas, el ejercicio de
esa añeja y simpática profesión sería del dominio exclusivo de las “colegiadas”. ¿Qué les parece? Colegitis aguda.
Si
le gustó esta “Chispa”, hágale copias y distribúyalas como quiera; este
periodiquito todavía no está “colegiado”, y su utilización está libre de
timbres... por ahora.
Colegialescamente
Ricardo
Izaguirre S.
Correo
electrónico: rhizaguirre@gmail.com