sábado, 30 de mayo de 2015

122 ¿Por qué creemos?



122    LA CHISPA          


Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”.

¿POR QUÉ CREEMOS?

            Porque nos gusta.  Creer en Dios, Jesucristo, la virgen María, el Saprissa, el amor, el Papa, Krishnamurti o Sai Baba, son sensaciones agradables que nos placen; esa es la razón y origen de casi todas las creencias.  Y parece ser que cuanto mayor sea nuestra incapacidad para cambiar las cosas en el mundo real, mayor es nuestra tendencia a creer en fantasías fuera de la realidad cotidiana.  Si aquí no se puede hacer nada para mejorar la maldad del hombre, me queda el recurso infalible de Jesucristo y Dios en el cielo.  Allí todo será bueno por obra y gracia del Espíritu Santo, sin ningún esfuerzo de parte mía o de nadie.  Por lo tanto, se puede desechar la carne (la vida, el hombre) que es “pecadora por definición”, y concentrarnos en el más allá, en el reino celestial, a los pies del Señor.  Sin embargo, no nacemos con creencias de clase alguna, estas se van formando gracias a dos vertientes: al principio, lo que nos dice el núcleo social donde nacimos, y después, lo que nosotros vamos inventando para nuestra satisfacción.  Las creencias son un juego de placer, lo admitamos o no.  En el caso de buena parte de los religiosos, la convicción de que la humanidad es básicamente mala e incapaz de mejorar o purificarse, ha llevado al escapismo celestial y al menosprecio de la vida misma.  Mucha de esta gente suele CREER que la vida es una especie de castigo o tortura de debemos sobrellevar con el único fin de estar listos para la existencia después de la muerte, que bien puede ser en el cielo o en el infierno.  Para ellos la vida solo es un antro de purificación o perdición, al que llegamos solo a penar y pagar las culpas del “pecado original”.  La vida individual no cuenta.
            Creer es un juego de la mente, de la parte emocional de esta, la cual es la que, mediante sutiles engaños, nos conduce hacia todas las experiencias placenteras de la vida, aún a aquellas clasificadas como impúdicas o pecaminosas por la sociedad o las religiones.  El hombre es un hedonista natural, pero el efecto negativo de las prohibiciones establecidas por el grupo, es lo que lo lleva al conflicto y al deseo de escapar o refugiarse en un mundo de creencias donde pueda ser libre de todo; incluso de sí mismo.  Pero ingresar al cielo significa una renunciación a todo lo que somos, pues supone un cambio total de lo cada uno es.  Ese es el talón de Aquiles de todas las religiones: los hombres que “entrarán al cielo”, nada tienen que ver con los que vivieron en esta vida, son otros.  El “pecador” que gozó de todo lo que la vida ofrece, o que padeció de los rigores que esta suele aplicarles a los faltos de carácter, NO PUEDE ENTRAR AL CIELO.  Tiene que cambiar, que convertirse en OTRO HOMBRE, porque si lo hace en las condiciones en las cuales ha vivido, significaría una perturbación en ese cielo ideal en donde todo es perfecto y no hay que lidiar con damas alegres o sujetos calavera.  Ese es el requisito que EXIGEN los creyentes, los que no quieren problemas en esta vida ni en la otra.  No es a Dios o Jesucristo a los que les importa que haya malvados, egoístas, ladrones, malos o lujuriosos  que se “cuelen” en el cielo.  A ellos esto no les afecta ni causa problema alguno.  La anomalía está en la cabeza del “creyente”, al que le molesta todo lo que se aparte de su mundo ilusorio y de creencias.  Y por una extraña alquimia mental, le traslada sus prejuicios a Dios.  “En el cielo NO entran este y este y aquel, con tales o cuales defectos que a Dios (a mí) no le gustan”.
            Como el mundo de cada creyente es delineado de acuerdo con su gusto, en él solo se encuentran aquellas personas o cosas que le placen.  Si ha sido racista, supone que, por un mecanismo divino e inexplicable para él (es cosa de Dios), ya un negro o un chino se habrán desembarazado de su problema de negritud o chineza, y serán unos espíritus blancos y puros.  ¿Iguales ante Dios?  ¿O iguales ante los prejuicios del que imaginó ese mundo ideal?  ¿Le gustarán los negros a Dios?  Y de ser así, entonces ¿qué clase de individuo soy yo, que tanto los detesto?  ¿Tendré que soportar a los árabes en el cielo?  Eso no le agrada al creyente, porque no cuadra en su lista de gustos.  Por lo tanto, en su mundo interior de creencias, puede modificarlo a su antojo: todos nos convertiremos en espíritus blancos como la nieve, rubios y de ojos azules, como el Padre Eterno.  ¡Ya está!  Pero, ¿es eso cierto, o solo forma parte del paquete de aquellas cosas que nos gustan y que se llaman creencias?  ¿Quién SABE los gustos y voluntad de Dios?
            Las creencias son un juego de la mente, compartido con todos aquellos que aunque ahora nos caigan mal, creemos que en el cielo serán como yo espero que sean.  Cualquier tipo de creencia tiene el mismo origen basado en la satisfacción personal, porque si no es así, ES RECHAZADA.  Es la razón por la que hay pocos budistas en el occidente, ya que esta religión NO PROMETE CIELO ni nada por el estilo; estrictamente hablando, ni siquiera OTRA VIDA después de la muerte.  Pero si todo es cuestión de hedonismo, ¿por qué existe la idea del Diablo, el infierno y sus terribles sufrimientos?  ¿Para qué inventar cosas desagradables en un mundo que puede ser diseñado a capricho?  La respuesta parece estar dentro de la misma mente del hombre.  Así que por poderosos y atractivos que sean los mundos de las creencias (en cualquier cosa), siempre hay en la mente de todo individuo, un recurso final para salvarlo de la rendición total: la razón.   Esa potencialidad inherente a la naturaleza humana, tan satanizada por las religiones y todas las organizaciones de masas en las que lo único que cuenta es la docilidad, suele filtrarse por cualquier resquicio del mundo iluso del hombre, para obligarlo a poner los pies en el pavimento.  Según el grado de cultura o fanatismo, así actúa la razón.  En el hombre inteligente y culto lo hace gracias a la lógica; y en el ignorante y fanático, mediante la DUDA (El Demonio, le dicen los pastores).
            Creemos porque nos gusta, no importa que la cosa creída sea razonable o no.  Creemos en el infierno para los malos, siempre y cuando los “malos” sean otros: los árabes, por ejemplo; los negros, los judíos o los nicas.  Y aunque la razón nos diga que no pertenecemos al bando de los “buenos”, tratamos de hacernos creer que lo somos, para darle coherencia a nuestro mundo de CREENCIAS.  Y si eso no funciona en nuestra mente, nos aferramos a la teoría del PERDÓN DE LOS PECADOS.  En la salvación de última hora, sin que nos cueste mucho.  De allí la rabia que sentimos en contra de cualquiera que nos contradiga o ponga en tela de juicio nuestras CREENCIAS.
            El hombre ama el placer, y quienes sostienen lo contrario deben de estar equivocados.  A todo el mundo le gustar comer bien, tener dinero, vestir lujosamente, disfrutar de buena casa y carro; tener salud y belleza, gozar del sexo y todo tipo de placeres que la vida puede dar; en fin, gustar de todas las cosas “malas” de las religiones; especialmente de la “carne”.   ¿No es así?  Entonces, ¿de dónde salieron todos esos preceptos condenatorios en contra de estas cosas buenas de la vida?  Pues de la mente de muchos desquiciados (religiosos o no) que de acuerdo con las CREENCIAS que les impusieron, han desarrollado un mundo particular en donde toda la gente DEBE SER como ellos se imaginan que Dios, o quien sea, debe querer. 
            De allí el crimen de imponerles creencias a los demás, pero sobre todo, a los niños y a los ignorantes.   Si le gustó esta “Chispa”, discútala con sus amigos y familiares; puede ser un buen tema para conversar en algún momento de ocio.  ¿Usted que cree?
                                                                       Creyencerescamente
                                                                                                          R I S
Correo electrónico:   rhizaguirre@gmail.com

viernes, 29 de mayo de 2015

436 Las razas inferiores



436   LA CHISPA   

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

LAS RAZAS INFERIORES

            Hace tiempo se planteó tímidamente en alguna “Chispa”, la posibilidad de que existan razas inferiores; pero ahora lo haremos de manera afirmativa: sí existen.  Y entre ellas parece que estamos incluidos los latinos en general, pues no se explica cómo es que después de QUINIENTOS AÑOS DE EXISTENCIA y con casi dos siglos de “independencia”, sigamos siendo tan atrasados e incapaces de haber logrado UNA SOLA SOCIEDAD comparable con la peor de Europa.  No hay un solo país latino que pueda presumir de ser miembro del primer mundo, a pesar de que contamos con infinidad de recursos naturales que ya se los desearan las naciones europeas o Japón.  ¿Cómo es posible que no hayamos podido superar ni la más tosca etapa del caudillismo estilo Pancho Villa, ni la rendición incondicional ante los partidos políticos?  ¿Cómo es que todavía salimos a las calles a gritar que viva Fulano o Zutano?  ¿Cómo es posible que estemos dispuestos a tomar un fusil para matarnos con nuestros compatriotas para respaldar a un desgraciado que, cuatro años después, saldrá huyendo del país acusado de haberse robado millones del erario?  Ni siquiera hemos salido del pre-kinder cívico, pues cuatro, seis u ocho años después, volvemos a elegir a los mismos sinvergüenzas como presidentes de nuestros respectivos países.  Al que ayer era un prófugo de la justicia, lo volvemos a investir como primer ciudadano de la república.  Y con eso queda dicho todo acerca de lo que somos. 
            No solo “elegimos” ineptos comprometidos con la Oligarquía, sino que los reelegimos.  Y eso solo se puede hacer si somos razas inferiores a las que les tienen tomada la medida de su simpleza.  Y vean que ni siquiera se trata de una cuestión étnica que pudiera justificar esa conducta, pues en la América Latina hay países europeízados que incurren en la misma conducta de la de aquellos cuyo componente indígena es casi total.  Ricos a más no poder, somos los países del mundo más atrasados, empobrecidos y sin esperanza.  Y todo por la indolencia que nos anula; somos incapaces de pensar en ideales que vayan más allá de la pitanza diaria y de la rapiña cotidiana con la que vamos resolviendo MIS problemas y NO los de la sociedad.  No hemos podido entender que no hay progreso social verdadero en forma individual.  Nos hemos dejado poner la albarda y la jáquima de manera pasiva, rutinaria, como si fuéramos asnos o borregos.  No nos cuestionamos nada, no hacemos nada; solo rezamos y confiamos en la Providencia para que esta nos venga a resolver hasta los más elementales problemas que plantea nuestra presente y desequilibrada estructura social.  Creemos que con ir a la iglesia y confiar en el cielo va a cambiar la situación. 
            Es por eso que las iglesias son apoyadas y financiadas con gran entusiasmo por los gobiernos, ya que ellas constituyen el freno que nos mantiene sumisos en el plano “espiritual”, creyendo que si sufrimos aquí, en el más allá tendremos la recompensa celestial de la que no gozarán los ricos.  Somos razas inferiores.  Solo así se explica nuestra conducta ante los dos factores de embrutecimiento y dominación de los que disponen las Oligarquías: las iglesias y los partidos políticos.   Solo unas razas estúpidas e inferiores pueden ir como borregos, cada período, a emitir su voto por los mismos desgraciados que han detentado el poder desde los tiempos de la colonia.  ¿Cómo es que no cuestionamos nada y creemos que los que están en el gobierno saben qué es lo que nos conviene y que van a hacer algo en ese sentido?  Todas las campañas vemos lo mismo: las mismas promesas, proyectos, venta de sueños y mentiras.  Sabemos que todo es una farsa que no va a cambiar nada y, sin embargo, nos convertimos en sus cómplices dando nuestro “voto” y apoyando a tal o cual candidato “del pueblo”.  Luego nos apartamos de la función de Gobernar y permitimos que aquellos a quienes les encomendamos esa labor hagan lo que les dé la gana, aun en contra de los intereses de las mayorías.  ¿Por qué permitimos ser engañados vilmente en cada campaña?  Porque somos razas inferiores e indolentes.  Porque somos incapaces de cerrar filas ni siquiera ante el abuso de unos pocos que nos están llevando al despeñadero. 
            ¿Cómo es que en nuestros países permitimos la existencia de una clase parasitaria llamada ejército?  ¿Para qué sirven?  Hasta donde se sabe y recordamos, solo para martirizar a sus propios pueblos.  Son tan recientes los sucesos de Centroamérica, Colombia, Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, Dominicana, Haití y un largo etcétera de todos conocido.  Los mismos criminales tan eficientes y “valerosos” para matar a sus indefensos coterráneos, cuando se han tenido que enfrentar a ejércitos de verdad, no solo mostraron su ineptitud, sino incluso su cobardía.  La indolencia ha sido la causa de todas nuestras desgracias; y solo las razas inferiores muestran esa característica que las ha condenado a servidumbre milenaria mientras llega el momento de su extinción.
            ¿Qué no harían los belgas o los holandeses con un territorio como el de Perú?  ¿Qué maravillas no lograrían los japoneses si los ubicáramos en México? ¿En qué se convertiría la Argentina si la pusiéramos en manos de los taiwaneses?   ¿Y qué sería de Brasil si estuviera administrado por los alemanes?  ¿Se imaginan?  Entonces, ¿por qué nosotros no podemos y ellos sí?  Porque no son INDOLENTES COMO NOSOTROS.  Ellos son razas superiores, activas, trabajadoras, responsables y comprometidas con su sociedad y su propio progreso, lo cual implica que están pendientes de lo que hacen sus respectivos gobiernos.  Que si mantienen monarquías, esto solo es una cuestión folclórica y tradicional, pero no se trata de una clase parasitaria que hace lo que le da la gana mientras el pueblo se muere de ignorancia, burla, menosprecio, abandono y maltrato.   ¿Somos razas inferiores?   ¿Qué me dicen ustedes?
            Pesimísticamente
                                   RIS                    rhizaguirre@gmail.com
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442 La diplomacia



442   LA CHISPA   

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder.”

LA DIPLOMACIA

            La diplomacia es un recurso de supervivencia política, democrática, militar, social y afectiva; pero sobre todo, ECONÓMICA.  Eso es tan real en la vida de los individuos como en la de las naciones.  Por desgracia, es una posibilidad solo para personas y Estados con la suficiente madurez, frialdad, capacidad e inteligencia para ponerla en práctica de manera efectiva.  Desde luego que para los latinos esta es una opción vedada, ya que la emotividad desborda nuestros actos y somos incapaces de obrar con prudencia.  Incluso en aquellas situaciones en donde esta es necesaria, se nos sale la pasión y quedamos expuestos sentimentalmente.  Creemos que las relaciones políticas o económicas son cuestiones sagradas a las que quedamos ligados con sangre para siempre.  Nuestra vehemencia nos impide hacer las diferencias necesarias entre lo que es la amistad y la conveniencia.  La diplomacia es una herramienta de suprema utilidad cuando no se tiene la certeza de la propia fuerza o de la ajena; es el arte de retardar los hechos mientras se logran posiciones de ventaja o seguridad.  El supremo objetivo de esta es sacar ventajas del enemigo, competidor, cliente o lo que sea.  La diplomacia NO es una declaración de amor o fidelidad eterna, sino la oportunidad de ganar tiempo y posiciones mientras nos fortificamos interiormente. 
            Por desgracia los temperamentales latinos no tenemos la menor idea de cuáles son los objetivos de la diplomacia, y creemos que firmar un tratado con alguien es una cuestión moral con responsabilidad divina y que Dios nos va a castigar si lo violamos.  Es por eso que, adheridos al carro de la política yanqui, llegamos a creer que nuestros intereses son los de ellos y viceversa; y es la razón por la que cuando nos enteramos que ese país irrespeta sus compromisos con el mayor desparpajo, nos sentimos confundidos y casi traicionados.  Cuando Rusia era el enemigo mortal de USA, los latinos (no todos) nos sentíamos en el deber de odiar a los rusos y todo lo que ellos representaban, según la óptica de los norteamericanos.  Nos sentíamos amenazados e, inclusive, en nuestra atolondrada mente, suponíamos que los rusos iban a desperdiciar decenas de bombas de hidrógeno destruyendo nuestras ciudades.  Odiábamos a China, Checoslovaquia, Polonia, Rumania, Lituania, Alemania del lado de allá y todo lo que pudiera oler a rojo y enemigo de nuestros “aliados” del norte.  Sufríamos calenturas ajenas que nos llevaron a solidarizarnos con los yanquis en contra de Cuba.  Y Cuba se convirtió en nuestra enemiga automática y gratuita solo porque USA era enemigo de aquella.
            Así entendemos esta actividad los latinos: como un COMPROMISO que nos liga en cuerpo y alma con algo o alguien hasta la muerte.  Si alguien es enemigo de nuestro “amigo” nos sentimos en el deber de ser enemigos de ese sujeto o país sin que este nos haya hecho nada.  Estamos lejos de entender que la diplomacia es, en esencia, el juego de los intereses económicos, nada más.   Jamás hemos entendido que esta solo tiene como fin garantizar los intereses económicos cuando el recurso de la guerra no es viable, o es de mucho riesgo.  Los latinos creemos que la diplomacia es un “entregarnos a una amistad”.  Si somos amigos de USA, suponemos que nuestra obligación debe llegar hasta el sacrificio y, de igual manera, imaginamos que ellos lo son de nosotros y que harán algo en contra de sus intereses con tal de preservar nuestra valiosa “amistad”.  Repetir el cliché de que los tratados son para ser violados no deja de ser útil, pues la Historia nos alecciona sobre esto que los latinos no entendemos.  Hasta hace poco la China era el Leviatán Amarillo que amenazaba a occidente: eran crueles, ateos, comían niños, nos odiaban y todo el folleto; pero de repente, cuando se abrieron al comercio norteamericano, se convirtieron en “la maravillosa China” como dice un eslogan televisivo que nos invita a las olimpíadas o algo así. Ahora los gringos tienen grandes negocios con ellos, y nosotros nos quedamos “odiándolos y teniéndoles miedo”.  Ahora los norteamericanos están de “pellizco en nalga” con rusos, rumanos, búlgaros y todos los de la cortina de hierro; y nosotros seguimos asustados ante su presencia.  Todavía pensamos que los polacos “son comunistas malos” que nos quieren matar y explotar.  Estamos desconcertados porque no entendemos qué diablos es la DIPLOMACIA. 
            El que los Estados Unidos haya firmado un pacto íntimo con el gobierno de Colombia, eso convierte a todos los latinos en enemigos naturales de ese país, y a su gobierno, en enemigo de todos sus vecinos.  Pero si mañana cambian los intereses de USA, Venezuela podría convertirse en la “consentida” de la Casa Blanca, y los colombianos se pueden ir al infierno.  Esa es la DIPLOMACIA, cuestión que estamos muy lejos de entender los latinos.  No se trata de afectos, amor, fidelidad o coincidencia ideológica; esas son las babosadas que se invocan a la hora de firmar los tratados (públicos o secretos), pero la esencia sigue siendo la misma: ECONOMÍA.  Ya un expresidente norteamericano lo dijo: “Estados Unidos NO tiene amigos en América Latina, tiene intereses”.
            El más grande de los errores de la política de nuestros países es haber confundido la AMISTAD con los INTERESES.   Se puede ser amigo, pero eso no significa auto inmolación económica para preservar las utilidades de segundos o terceros.  La diplomacia es el estudio de lo que conviene.    También es el tacto necesario  para dar los pasos hacia ese objetivo sin correr riesgos ni despertar sospechas; sin demostrar afectos o antipatías, solo amabilidad.  La diplomacia es una SONRISA, UNA ACTITUD AMABLE; pero también la frialdad, la decisión, la impiedad del milano y la determinación de hundirle la daga por la espalda a quien sea cuando los INTERESES así lo reclamen.  Mientras no entendamos eso, nos seguirán jodiendo. 
            Amigos… ¿sucede eso en sus países?
Diplomatiquescamente
                                               RIS              rhizaguirre@gmail.com
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464 ¿Por qué el Congreso les teme a sus representados?



464   LA CHISPA   

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

¿POR QUÉ EL CONGRESO LES TEME A SUS “REPRESENTADOS”?

            Entrar a la Asamblea Legislativa es tan difícil como hacerlo a la Casa Blanca, el Pentágono, Langley o el Kremlin de los días de Stalin.  ¿Por qué?  ¿Por qué le temen los diputados al pueblo que tan gallardamente representan desde sus trincheras del Primer Poder de la República?  Amurallada como el búnker de Hitler, llena de policías hostiles al público, marcos de alta tecnología, detectores de metales, sistemas de seguridad y cuanta cosa se les ha ocurrido; incluso hay una pantalla de vidrio entre el incómodo espacio para los visitantes y la sala de los “representantes populares”.  ¿Por qué le temen a la gente que los “eligió” y por la cual luchan desde sus curules?  Dicen que “el perro sabe cuando le ha mordido los zapatos al amo”.  Entonces podría creerse que ese miedo que sienten se debe al índice acusador de sus propias consciencias?  ¿Se deberá ese miedo a la certeza del mal uso que están haciendo del poder que la gente depositó en ellos temporalmente?
            Lo lógico sería que este Poder estuviera identificado con todas las clases sociales del país y que, como producto legítimo de la voluntad popular, se sintiera cómodo dentro del regazo de aquellos que los llevaron a ese máximo Cabildo.  Pero resulta que sucede todo lo contrario: se esconden, evaden a sus electores, mienten, les temen, no toman en cuenta los intereses de los votantes, y como saben que no hay reelección continua, les importa un cacahuate la opinión de estos.  Como saben que solo son cuatro años y ¡adiós!, ni siquiera tienen la cortesía de mostrarse simpáticos y complacientes con la gente que los “eligió”.  ¿Por qué será?  Muy simple.  Todos sabemos que la elección de diputados NO es una función del pueblo sino de los candidatos a la presidencia.  Entre los miles que pretenden ese puesto “de elección popular” (¡qué ironía!) solo tienen posibilidades los que pueden poner más dinero y juran fidelidad absoluta y rastrera al candidato y al grupo que representa (la Oligarquía).   En Costa Rica el Poder Legislativo no es más que un apéndice servil del Ejecutivo y, por lo tanto, la única obligación que estos reconocen es con el hombre que ocupa la casa de El Zapote.  Y como saben que de este depende el partido y los próximos nombramientos en Ministerios, Embajadas e Instituciones gubernamentales en donde enquistar a sus familiares y amigotes, hay que pasarle la brocha y ser lo más obsecuentes con él. 
            ¿Por qué le temen a la gente?  Porque apenas entran en funciones los diputados, empiezan a legislar solo a favor de la clase poderosa, con la que tienen el compromiso o de la cual forman parte.  En la Asamblea JAMÁS se discuten temas de beneficio popular; solo cuestiones macroeconómicas que tienen que ver con el interés de las cámaras de: arroceros, cañeros, cafetaleros, hoteleros, gasolineros, banqueros, transportistas y, últimamente, los “gasoholeros”. En la Asamblea solo se discuten las formas cómo negociar los Bienes del Estado, los Parques Nacionales, los recursos marítimos y costeros.  La Asamblea es un gran salón de subastas en donde cada miembro fija su posición, su voto o su “asesoría legal” según el precio.  Nunca se discute en la Asamblea acerca de las angustias de las comunidades, del trabajo mal pagado, de los abusos del comercio sobre los consumidores.  De las implacables alzas. Todo se contempla con abulia y como si fuera una cuestión del Destino.  En la Asamblea existe la convicción de que “nada se puede hacer” y que existe la fatalidad.  Es cierto que se mencionan ciertos temas de pobreza, y no faltan diputados que hagan ese señalamiento, pero mientras lo hacen, los otros cincuenta y seis se dedican a leer el periódico, conversar en grupitos o a hablar por teléfono.  Los problemas de la clase pobre aquí son temas anecdóticos que solo sirven como motivo de distracción o de risa.  Los “representantes populares solo se interesan en los asuntos de la Oligarquía y los propios.  ¿Que hay excepciones?  Es probable, pero dos o tres golondrinas son incapaces de sacarnos del temporal en el cual vivimos desde hace años, y que amenaza con llevarnos a la ruina casi total.  Creo que debe haber algunos diputados responsables, comprometidos y conscientes de su labor, pero la fuerza del dinero es demasiado poderosa para que ellos puedan marcar la ruta y hacer el verano que tanta falta nos hace.
            Talvez esta no sea la Solución Final, pero por algo debe empezar la reestructuración del Gobierno, y la cual se dará cuando los ciudadanos sacudan la modorra, abandonen la indolencia y se involucren en cuerpo y alma con los intereses del Estado, QUE SON SUS INTERESES.  Mientras el Gobierno se encuentre en manos de la Oligarquía, el pueblo está perdido.  Así que este NO DEBE esperar soluciones de la Presidencia, de la Argolla, de los Partidos, de los “dirigentes”, de la Asamblea ni de nadie que no sea el mismo PUEBLO.  La estructura actual del Poder está diseñada al servicio exclusivo de los ricos, por lo tanto, no podemos creer que los beneficiarios únicos de ese sistema renuncien ni siquiera a parte de él para favorecer a las masas.  Ciudadanos, NO SE ENGAÑEN, jamás será emitida por la Asamblea ninguna reforma que favorezca a los pobres y limite los beneficios de las clases poderosas.  JAMÁS.   Es por eso que la recuperación del Poder popular debe empezar por una reforma de la Asamblea Legislativa y convertirla en un órgano que de VERDAD represente a las masas, como dice el fundamento de la Democracia.   Y para hacer esto, NO NECESITAMOS APROBACIÓN DE NADIE: ni de los partidos ni del Ejecutivo ni de la Asamblea ni del Tribunal de Elecciones.  DE NADIE.  Es lo que se llama SOBERANÍA ABSOLUTA, la cual solo reside en el Pueblo, y este puede ejercerla cuando le dé la gana.  Solo es cuestión de que este se organice.
            En la próxima “Chispa” les explicaremos el mecanismo, aunque estamos seguros de que todos los lectores saben el camino; pero si no fuera así, aquí les haremos un bosquejo que, como producto de la mente de un aficionado a la política, puede ser mejorado enormemente por todos nuestros amigos.  Solo el pueblo sabe dónde le aprieta el zapato, y como dice el dicho: “Solo este puede salvarse a sí mismo”.    
            RIS       E-mail:   rhizaguirre@gmail.com
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