1053 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan
los abusos del Poder”
“TODO VIEJO ESTORBA”
Hace
setenta “Chispas” escribí una titulada “La molesta vejez”, fundamentada en el
repetitivo recordatorio que hace de este estado, nada menos que Homero, hombre
con la suficiente autoridad moral e histórica como para que la gente meditara
más en esa aguda observación; sobre todo, aquellos que están entrando en ese
período, o que ya están en él.
Y
más recientemente, otra persona me dijo lo mismo; con diferentes matices pero
en esencia, lo mismo. Eso fue hará
cuestión de 50 o 60 años, cuando yo aún no tenía capacidad para discernir correctamente sobre
el sentido de tan triste y aterradora frase: “Todo viejo estorba”. Claro que el romanticismo nos puede llevar al
desenfoque de la realidad y negarla bajo el efecto de la emoción, ya que todos
decimos amar a nuestros padres y abuelos.
Los visitamos los fines de semana, o cada quince días; o una vez al mes,
o de vez en cuando. Durante 15 minutos;
talvez 30, y cuando mucho, una hora. Y
eso para que no se les ocurra llegar a nuestras casas (de los jóvenes
matrimonios o lo que sea). Cuanto más
alejados, mejor; por eso es la medida preventiva de la visita semanal: para
aliviar la conciencia y cumplir con las apariencias “familiares”. No es de dudar que haya “buenos familiares”
que amen a sus viejos y que estén dispuestos a llevarlos a la clínica de vez en
cuando; de sentir preocupación esporádica y de gastar dinero en algunas
consultas médicas y medicamentos. Pero eso sí, que esa situación no sea
permanente (de tiempo completo). Porque
de ser así, el viejo o la vieja (sin importar el parentesco) empiezan a pesar como
una losa de granito, a “estorbar”. Y es
allí en donde empieza a surgir el arsenal de razones (pretextos) que todos
esgrimen para zafar el bulto; para evadir su responsabilidad. Para capear el “estorbo”. Sobran las palabras bonitas y las
declaraciones de amor filial, el coro de buenas intenciones pero, al final, se
hace presente la multitud de compromisos laborales, sociales y familiares que
hacen imposible la atención de los viejos.
Es
ahí donde surge siempre la genial idea del refugio, asilo, ancianato o
cualquier otro eufemismo que se le quiera aplicar vertedero que ha de ser el
paso semifinal en la vida de los
ancianos. Sin embargo, hay familias buenas que suelen encargarse de sus
viejos; sobre todo, si estos tienen pensiones del estado, propiedades o
cualquier otro ingreso. O si son
familias pudientes que pueden desentenderse de las vulgaridades y molestias que
significan los viejos cuando llegan a la época de las incontinencias, del
babeo, los temblores y la difuminación del intelecto en balbuceos torpes que
solo causan fastidio en los jóvenes. Y
cuando llega la época del chocheo, todo el mundo trata de evadir su molesta
presencia. Cuando ya solo son un estorbo
cuyo contacto se considera no solo innecesario sino “pesado”. Es el tiempo de los saludos cliché, de los
adioses apurados, de los “cariñitos” formales tipo exhalación; del “estoy
apuradito y en cuanto tenga tiempo, vengo a estarme con usted todo un día”.
Es
el tiempo –me decía un amigo--, las cosas han cambiado y la vida moderna exige
otros procedimientos con la gente adulta mayor.
Pues no lo sé ni me interesa.
Esta “Chispa” no es para buscar soluciones a ese problema, sino para
señalar una realidad que pretendemos ignorar o minimizar. Homero tenía razón, y aunque no pasó de hacer
el enunciado de manera impersonal, de él se derivan todas las consecuencias que
podamos imaginar de semejante sentencia.
Piense cada uno (cada joven, familiar o lo que sea), qué es lo que puede
hacer por sus parientes mayores y cuánto está dispuesto a invertir (amor,
cariño, tiempo, cuidado, dinero) en un viejo de la familia (padre, tío,
abuelos, etc.). ¿O no vale la pena gastar tiempo en “algo” que ya va para
el hueco?
Visto
fríamente, la tarea de cuidar a un viejo es algo pesado que supera las buenas
intenciones de la mayoría de los familiares; en especial, la de los jóvenes que
están formando sus vidas y familias; sus profesiones y el entramado social en
el cual han de vivir. Colgarle la carga
de un viejo a un joven no parece justo, NO lo es. ¿Entonces?
No sé. Solo sé que la vejez es insufrible,
que no tiene nada de buena ni promisoria, que es una estéril lucha de una sola
vía, sin marcha atrás y sin alternativas, pese a todos los paliativos que
ofrecen y enuncian los sicólogos y gerontólogos. La paleta de colores que se les presentan a
los viejos como posibilidades de una buena vida en su senectud, no son más que
pamplinas; meras distracciones que no consiguen aplacar o eliminar la dureza de
un mundo que ya se ha vuelto inhóspito, agresivo, indolente y, sobre todo,
olvidadizo de las deudas familiares con los ancestros. Eso sí, es la época de un gran milagro: los
viejos se vuelven invisibles e inaudibles; incluso inmateriales, ya que los
jóvenes pasan a través de ellos sin tocarlos, verlos, oírlos o sentirlos.
Un
amigo lector me decía que la vejez tiene buenas cosas, y me enumeró la clásica
lista de supuestas virtudes que, aparentemente, se desarrollan por generación
espontánea en los viejos: paz, sabiduría, serenidad, satisfacción del deber
cumplido, ver a los hijos y nietos grandes y formados y etc. etc. etc., como
diría Yul Brinner. Y le pregunté a este
amigo por su edad. Me dijo que tiene
cuarenta años. Y yo le hice una
propuesta sobre la cual no he obtenido contestación alguna, y no porque creamos
que sea posible mi proposición, sino porque creo que este joven es inteligente
y meditó un poco sobre las afirmaciones que había hecho sobre las “ventajas” de
la vejez. Le dije: le cambio el resto
de mi vida, TODA, por un año de la suya.
Esa es una propuesta real que le hago a cualquier joven SANO, desde
luego, y que no sea más loco que yo. No
importa que sea feo (aunque no tanto) ni inválido.
En
serio, la condición de viejo demanda mucha atención, pues se trata de un
conglomerado que va creciendo de manera notoria, mientras que los medios y
servicios para su cuido, no lo hacen en la mismo proporción, y eso sí es
un problema mayúsculo al que habrá que
buscarle una solución práctica y que sea viable, sin sueños ni cuentos de hada. Este “estorbo” crece cada día, entonces ¿qué
hacer? No lo sé, aunque tengo algunas
ideas que no me atrevo a compartir con nadie; pero estoy seguro de que usted
tendrá las suyas. Y eso es bueno.
Los
habitantes de la “tercera edad” forman un progresista grupo (creciente en
número) que, en ese triunfo de su proliferación, llevan la nefasta semilla de
su propio final; o al menos, de su reducción dramática y violenta en un futuro
no muy lejano. Un grupo social
improductivo que demanda tanto gasto, no puede, NO DEBE ser mayoritario. Se puede y se debe invertir lo mismo o más en
la niñez, porque esta encierra la promesa del futuro; pero los viejos no. Ya terminaron su papel. Y en esta época en donde la “productividad”
es doña toda, los viejos salen sobrando.
No cuentan las excepciones.
Por
ahora, solo tengo la misma recomendación que hice en esa vieja “Chispa”: El que
no tenga setenta años o más, NO TIENE DERECHO alguno a andar teorizando
babosadas acerca de las ventajas que tiene la vejez. Eso es algo tan absurdo como que un hombre se
dedique a explicar los problemas, peligros y malestares del parto.
¿Qué
teorías tiene usted? Escríbanos
Fraternalmente
Ricardo Izaguirre S. Correo: rhizaguirre@gmail.com
Blog
“LA CHISPA”:
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