domingo, 20 de marzo de 2016

1053 Todo viejo estorba



1053   “LA CHISPA”       
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
“TODO VIEJO ESTORBA”
         Hace setenta “Chispas” escribí una titulada “La molesta vejez”, fundamentada en el repetitivo recordatorio que hace de este estado, nada menos que Homero, hombre con la suficiente autoridad moral e histórica como para que la gente meditara más en esa aguda observación; sobre todo, aquellos que están entrando en ese período, o que ya están en él.
         Y más recientemente, otra persona me dijo lo mismo; con diferentes matices pero en esencia, lo mismo.  Eso fue hará cuestión de 50 o 60 años, cuando yo aún no tenía  capacidad para discernir correctamente sobre el sentido de tan triste y aterradora frase: “Todo viejo estorba”.  Claro que el romanticismo nos puede llevar al desenfoque de la realidad y negarla bajo el efecto de la emoción, ya que todos decimos amar a nuestros padres y abuelos.  Los visitamos los fines de semana, o cada quince días; o una vez al mes, o de vez en cuando.  Durante 15 minutos; talvez 30, y cuando mucho, una hora.  Y eso para que no se les ocurra llegar a nuestras casas (de los jóvenes matrimonios o lo que sea).  Cuanto más alejados, mejor; por eso es la medida preventiva de la visita semanal: para aliviar la conciencia y cumplir con las apariencias “familiares”.  No es de dudar que haya “buenos familiares” que amen a sus viejos y que estén dispuestos a llevarlos a la clínica de vez en cuando; de sentir preocupación esporádica y de gastar dinero en algunas consultas médicas y medicamentos. Pero eso sí, que esa situación no sea permanente (de tiempo completo).  Porque de ser así, el viejo o la vieja (sin importar el parentesco) empiezan a pesar como una losa de granito, a “estorbar”.  Y es allí en donde empieza a surgir el arsenal de razones (pretextos) que todos esgrimen para zafar el bulto; para evadir su responsabilidad.  Para capear el “estorbo”.  Sobran las palabras bonitas y las declaraciones de amor filial, el coro de buenas intenciones pero, al final, se hace presente la multitud de compromisos laborales, sociales y familiares que hacen imposible la atención de los viejos.
         Es ahí donde surge siempre la genial idea del refugio, asilo, ancianato o cualquier otro eufemismo que se le quiera aplicar vertedero que ha de ser el paso semifinal en la vida de  los ancianos.  Sin embargo, hay familias buenas que suelen encargarse de sus viejos; sobre todo, si estos tienen pensiones del estado, propiedades o cualquier otro ingreso.  O si son familias pudientes que pueden desentenderse de las vulgaridades y molestias que significan los viejos cuando llegan a la época de las incontinencias, del babeo, los temblores y la difuminación del intelecto en balbuceos torpes que solo causan fastidio en los jóvenes.  Y cuando llega la época del chocheo, todo el mundo trata de evadir su molesta presencia.  Cuando ya solo son un estorbo cuyo contacto se considera no solo innecesario sino “pesado”.  Es el tiempo de los saludos cliché, de los adioses apurados, de los “cariñitos” formales tipo exhalación; del “estoy apuradito y en cuanto tenga tiempo, vengo a estarme con usted todo un día”.
         Es el tiempo –me decía un amigo--, las cosas han cambiado y la vida moderna exige otros procedimientos con la gente adulta mayor.  Pues no lo sé ni me interesa.  Esta “Chispa” no es para buscar soluciones a ese problema, sino para señalar una realidad que pretendemos ignorar o minimizar.  Homero tenía razón, y aunque no pasó de hacer el enunciado de manera impersonal, de él se derivan todas las consecuencias que podamos imaginar de semejante sentencia.  Piense cada uno (cada joven, familiar o lo que sea), qué es lo que puede hacer por sus parientes mayores y cuánto está dispuesto a invertir (amor, cariño, tiempo, cuidado, dinero) en un viejo de la familia (padre, tío, abuelos, etc.).  ¿O no vale la pena gastar tiempo en “algo” que ya va para el hueco? 
         Visto fríamente, la tarea de cuidar a un viejo es algo pesado que supera las buenas intenciones de la mayoría de los familiares; en especial, la de los jóvenes que están formando sus vidas y familias; sus profesiones y el entramado social en el cual han de vivir.  Colgarle la carga de un viejo a un joven no parece justo, NO lo es.  ¿Entonces?  No sé.  Solo sé que la vejez es insufrible, que no tiene nada de buena ni promisoria, que es una estéril lucha de una sola vía, sin marcha atrás y sin alternativas, pese a todos los paliativos que ofrecen y enuncian los sicólogos y gerontólogos.   La paleta de colores que se les presentan a los viejos como posibilidades de una buena vida en su senectud, no son más que pamplinas; meras distracciones que no consiguen aplacar o eliminar la dureza de un mundo que ya se ha vuelto inhóspito, agresivo, indolente y, sobre todo, olvidadizo de las deudas familiares con los ancestros.  Eso sí, es la época de un gran milagro: los viejos se vuelven invisibles e inaudibles; incluso inmateriales, ya que los jóvenes pasan a través de ellos sin tocarlos, verlos, oírlos o sentirlos.
         Un amigo lector me decía que la vejez tiene buenas cosas, y me enumeró la clásica lista de supuestas virtudes que, aparentemente, se desarrollan por generación espontánea en los viejos: paz, sabiduría, serenidad, satisfacción del deber cumplido, ver a los hijos y nietos grandes y formados y etc. etc. etc., como diría Yul Brinner.  Y le pregunté a este amigo por su edad.  Me dijo que tiene cuarenta años.  Y yo le hice una propuesta sobre la cual no he obtenido contestación alguna, y no porque creamos que sea posible mi proposición, sino porque creo que este joven es inteligente y meditó un poco sobre las afirmaciones que había hecho sobre las “ventajas” de la vejez.    Le dije: le cambio el resto de mi vida, TODA, por un año de la suya.  Esa es una propuesta real que le hago a cualquier joven SANO, desde luego, y que no sea más loco que yo.  No importa que sea feo (aunque no tanto) ni inválido.  
         En serio, la condición de viejo demanda mucha atención, pues se trata de un conglomerado que va creciendo de manera notoria, mientras que los medios y servicios para su cuido, no lo hacen en la mismo proporción, y eso sí es un  problema mayúsculo al que habrá que buscarle una solución práctica y que sea viable, sin sueños ni cuentos de hada.  Este “estorbo” crece cada día, entonces ¿qué hacer?  No lo sé, aunque tengo algunas ideas que no me atrevo a compartir con nadie; pero estoy seguro de que usted tendrá las suyas.  Y eso es bueno.
         Los habitantes de la “tercera edad” forman un progresista grupo (creciente en número) que, en ese triunfo de su proliferación, llevan la nefasta semilla de su propio final; o al menos, de su reducción dramática y violenta en un futuro no muy lejano.  Un grupo social improductivo que demanda tanto gasto, no puede, NO DEBE ser mayoritario.  Se puede y se debe invertir lo mismo o más en la niñez, porque esta encierra la promesa del futuro; pero los viejos no.  Ya terminaron su papel.  Y en esta época en donde la “productividad” es doña toda, los viejos salen sobrando.  No cuentan las excepciones.
Por ahora, solo tengo la misma recomendación que hice en esa vieja “Chispa”: El que no tenga setenta años o más, NO TIENE DERECHO alguno a andar teorizando babosadas acerca de las ventajas que tiene la vejez.  Eso es algo tan absurdo como que un hombre se dedique a explicar los problemas, peligros y malestares del parto.
¿Qué teorías tiene usted?       Escríbanos
Fraternalmente
                 Ricardo Izaguirre S.              Correo: rhizaguirre@gmail.com
Blog “LA CHISPA”:        lachispa2010.blogspot.com/

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