1071 “LA CHISPA”
Lema: “En la
indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LA MALICIA
La malicia es uno de los peores vicios
morales que padecemos los humanos; es el veneno que intoxica todas nuestras
relaciones con los demás, incluso con nuestros seres queridos. En especial con nuestros cónyuges. Casi nadie está a salvo de la malicia, aún
cuando utilicemos bonitos y cómodos eufemismos para justificar ese tipo de
aberraciones. La malicia nos corroe el
alma y no nos permite ver, ni en las
mejores personas, un atisbo de nobleza, bondad o cariño; nos transforma en
seres odiosos incapaces de buenas respuestas morales. La malicia se desliza subrepticiamente por
entre los resquicios de todas las relaciones humanas, y nos convierte en
enfermos de ese mal social que se conoce como “sospechosismo”. En criaturas estériles para la semilla del
amor y la fraternidad; el malicioso es un enfermo espiritual incapaz de ver el
bien aunque lo haya recibido en su propia persona.
Es duro que nos engañen o se burlen de
nuestros sentimientos alguna vez, o muchas, eso depende de qué tan ingenuos
seamos; pero eso es mil veces preferible que el parapeto de la malicia, detrás
del cual se esconden millones de seres humanos que conviertes sus vidas en una
miseria permanente, infectados de esa lepra moral. Es cierto que no debemos ser tontos al
extremo de prestarnos a ser víctimas propiciatorias de cuanto pillo nos
encontremos en la vida; pero pendular hasta el otro extremo, el de la malicia,
que no nos permite más que una visión siniestra de nuestros semejantes, es una
gran pérdida de tiempo, oportunidades de disfrutar y amar.
Claro que si por amar entendemos la obligatoriedad de recibir
recompensa, estamos jodidos moralmente.
La malicia nos convierte en solitarios
incapaces de relacionarnos buenamente con nadie, en inválidos morales, en
terreno árido e inútil para la
germinación de cualquier sentimiento altruista que nos dé la categoría de
humanos. En sospechadores majaderos
cuyas vidas no son más que un miserable manojo de pequeñeces impregnadas del
más amargo pesimismo. En ácido corrosivo
que destruye incluso las mejores relaciones familiares. El malicioso encuentra el mal incluso en los
más elevados actos de bondad de los que es capaz el ser humano.
El malicioso es un espía por vocación,
con el deber auto impuesto de encontrar “la verdadera y maligna razón” que se
esconde detrás de los actos de los demás; es incapaz de reconocer la
fraternidad o el espíritu de servicio.
Para esta clase de individuos, su obligación sagrada es encontrar el MAL que
reina en las intenciones y actos de TODO el mundo. La malicia no respeta fronteras, relaciones
ni personas; todo lo destruye, enloda, enturbia y somete a un escrutinio cruel
que no repara en el dolor que puede causar incluso en los seres que deberían
ser los más queridos y, por lo tanto, estar al margen de esa ponzoñosa cizaña. De la malicia no se salva nadie en la
familia; ni los hijos, esposas, maridos o parientes. Todos son “sospechosos” y, en consecuencia,
candidatos al examen del malicioso, y cuyo resultado ya está previsto de
antemano: culpable. No existe otro
veredicto en la agenda del malicioso, así se trate de juzgar a un delincuente o
a un santo: “guilty”.
Por desgracia, la malicia es un mal tan
tóxico, que no es posible manejarlo de manera que el malicioso salga bien
librado de su manipulación. Este suele
ser la víctima principal de su condición de enfermo social, moral y
espiritual. Y en su caída al precipicio
de la soledad y la amargura, suele arrastrar
a tantas personas como sea su área de influencia. Especialmente a los que tienen que soportarlo
diariamente. Pero ¿es el malicioso un
tipo fácil de identificar? ¡Por supuesto que no! Es cierto que hay algunos que son brutales y
no disimulan (porque son burros) sus intenciones; pero existen otros más
astutos que desarrollan técnicas muy hábiles para disimular su vicio. Llenan sus discursos malignos de infinidad de
sutilezas lingüísticas y humorismo falaz, para darles un carácter de aparente
inocuidad. Y no es raro que sus malvadas
opiniones lleguen a adquirir ante los demás, un carácter de “respetables y
constructivas” aunque sean malicia pura.
Pero no importa lo que hagan los maliciosos, ellos son los más dañados
por esta carcoma moral.
Los celos en el matrimonio son una de
las más dañinas formas de malicia, y quienes padecen de este mal, jamás
deberían casarse, pues no solo arruinan la vida de sus cónyuges sino la de sus
hijos y familia en general. La malicia
entre los que tienen que convivir, es el peor suplicio que se pueda
imaginar. Pero ¿es posible curar la
malicia? NO. Recuerden que LA GENTE NO CAMBIA. Un malo NO se convierte en bueno por arte de
magia o el simple deseo de hacerlo, o porque "tuvo un encuentro con Jesús". A lo
único que puede aspirarse es a reconocer la malicia en cada uno de nuestros
pensamientos y acciones, y a partir de
allí, tomar las medidas para que esta no sea tan dañina a las posibles víctimas
de esta enfermedad social.
La malicia es el terreno fértil para
que florezcan en el corazón del hombre el egoísmo, la codicia, la envidia, la
arrogancia y mil vicios más de todos conocidos.
Obsérvese a usted mismo con cuidado, con honestidad, y podrá comprobar
lo que aquí se dice. No necesita ser
adivino ni vidente; solo analice sus emociones y pensamientos en relación con
cualquier persona conocida, y de inmediato encontrará la respuesta que usted ya
conoce de antemano; solo que, como NO es agradable, tratamos de no verla y, a
fuerza de tanto hacerlo, llegamos a creer que estamos libres de ese y otros
vicios que son la causa de nuestro estado actual individual y colectivo.
La malicia es un vicio horrendo;
esfuércese en disimularlo, de tal manera que no haga daño a los demás, aunque a
usted lo atosigue en su interior. Tráguesela
en silencio, ese es su karma, el cual nada sabe del “perdón de los pecados”.
Fraternalmente
Ricardo Izaguirre S. Correo: rhizaguirre@gmail.com