domingo, 26 de mayo de 2013

1001 La vida, ¿un proyecto de dolor?



1001    LA CHISPA              
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LA VIDA: ¿UN PROYECTO DE DOLOR?
             No importa lo que digan los optimistas ante la vida, esta es en esencia y la mayoría del tiempo, una sesión casi interminable de sufrimiento, dolor, enfermedades, angustias y todo tipo de inquietudes que van desde las simples molestias hasta penalidades insoportables.  Y al final, siempre está la muerte en sus más variadas y torturantes formas.   Casi nada parece diseñado para que el hombre sea feliz.   Y para lograr algo de bienestar (material), este debe enfrascarse en una lucha permanente en la cual consume la mayor parte de su vida en la búsqueda de necedades que, al final, no le llenan para nada.  Y lo que es peor, siempre termina con la sensación de fracaso y vacío.  Entonces, ¿es la vida un proyecto de dolor?  Porque no importa dónde y cómo nazca un individuo, su existencia está marcada por la angustia, por una angustia que no puede ser recompensada por los fugaces momentos de placer que brinda aquella.  Todo el mundo quiere ser “feliz” pero nadie parece comprender qué significa tal cosa, pues si analizamos bien ese deseo, somos incapaces de definirlo bien o de explicarnos bien ese estado de dicha plena al que todos aspiramos.   Ni siquiera podemos bosquejar qué es eso. No existe la felicidad como un estado que se puede alcanzar de manera permanente y total.   No importa lo que hagamos o tengamos, NUNCA estamos satisfechos.  Y como estamos convencidos de eso, recurrimos al escapismo religioso, el cual nos promete una situación ideal en donde todos somos perfectamente felices.
            Tampoco faltan los optimistas que se empeñan en convencernos de que todo es color de rosa, y que solo se trata de actitud para transportarnos al paraíso.  Y claro que es probable, casi seguro, que haya gente que ve su propia existencia de esa manera.  Personas que una vez hecho el recuento de su edad, deciden que han sido felices y que lograron todo lo que deseaban.  Es una forma válida de verse a uno mismo.  Pero estos son las excepciones, ya sean reales o inventadas.  Hay quienes gustan de blasonar que son felices, aunque esto no sea más que una forma de arrogancia mediante la cual quieren indicarnos una forma de superioridad personal.  Y tienen derecho a eso; todos tenemos la opción de declarar lo que se nos antoje en relación con nuestras vidas.  Pero la verdad es que la inmensa mayoría de las personas tiene una vida que se acerca mucho a la desgracia, tragedia y dolor.  Basta pensar en los millones de chinos, indios, africanos y la casi totalidad de los habitantes del tercer mundo para darnos cuenta de lo poco agradable que es la existencia para esta gente que, a millones, muere de hambre y todo tipo de enfermedades.  Y en ese sentido (material) parece que la felicidad es privilegio de muy pocos, y en muy contados y breves momentos.
            Hay millones de “explicaciones” religiosas, filosóficas y de los optimistas para decirnos lo que es la felicidad y lo fácil que es lograrla; sobre todo, después de la muerte, en el cielo.  Pero eso NO le consta a nadie, a NADIE.  Creemos en eso porque nos gusta creer; porque nos agrada la idea de que haya una salida justa al enorme caos que reina en la vida, en donde millones de personas son martirizadas por toda clase de situaciones. ¿Es posible lograr algún tipo de justicia?  Desde luego que no; JAMÁS ha existido, tal cosa.  No la hay ni la habrá nunca.  La justicia es un sueño de ilusos y religiosos.  En ninguna parte se ve tal logro, pues casi todas las relaciones humanas están marcadas por la disparidad más evidente.  Entonces, ¿es la existencia un proyecto de dolor?  Y de ser así, ¿quién lo dispone de esa manera?  ¿Dios, los dioses, el hombre?  ¿Qué o quién determina que las cosas marchen de esa forma?  Si lo pensamos bien y con cierto atrevimiento, a muchos se nos ocurre que, de ser todopoderosos, bien podríamos encontrar una forma más eficiente y menos cruel y lenta para lograr un estado de beatitud en la especie humana.  ¿Cuál es el objetivo final de tanto dolor del cual no tenemos ninguna prueba que nos diga que tiene una utilidad práctica para lograr algo?  Sufrimos y sufrimos y a nadie le consta que esto tenga algún beneficio en esta o cualquier vida que pudiera existir después de la muerte.  Es indudable que una sola existencia no basta para lograr la “salvación”, pues no es creíble que haya personas que sean tan afortunadas para obtener todas las condiciones propicias para tal logro en una sola vida.  Y aunque así fuera, serían tan pocas que no justificaría todo el aparato que se emplea, con toda la cantidad de sufrimiento humano, para lograr unos cuantos santos en el transcurso de tantos milenios.  Muy escuálida cosecha.  Sería un sistema muy poco eficiente en la producción de gente buena y digna de ir al cielo.  Y si existe la reencarnación, ¿cuántas veces debemos venir a la tierra para alcanzar la categoría de elegibles?  ¿Cien, doscientas, veinte mil?  ¿Mil raciones de sufrimiento para lograr algo de lo que ni siquiera tenemos la menor idea de lo que pueda ser?
            Casi no hay gente que no se esfuerce por ser feliz, según lo que cada uno estima como tal cosa; pero parece que nadie, o muy pocos, logran su objetivo aunque solo sea de manera incompleta.  Y bien sabemos que tal cosa no depende del dinero, la fama o el poder.  Gente ahíta de estas ventajas, es absolutamente desgraciada en su vida personal y, en muchos casos, solo en la muerte encuentran (¿?) la salida a su agonía.  No importa en lo que usted crea; puede ser religioso o ateo, la cuestión es igual para todos, y todos tenemos que jugar con las reglas establecidas.  Nacemos (sin haberlo pedido); crecemos sin desearlo, nos hacemos viejos en contra de nuestra voluntad y gusto; enfermamos (algunos no) y, finalmente, MORIMOS.  Ese es el esquema básico e inexorable.  Y entre ambas puntas (nacimiento y muerte), una interminable sucesión de situaciones dolorosas cuyas “ventajas” nadie puede probar, por muy creyente que sea.  Nadie puede demostrarnos que tal cosa obedezca a un plan o programa divino cuyo fruto veremos después de la muerte, en el cielo.  O después de innumerables vidas, como dicen los creyentes en la reencarnación.  Pero mientras tanto, ¿qué pasa conmigo, Pancho Pérez, el que ha llevado palo durante toda una vida?   ¿Alguien puede asegurarme que existe ese cielo de felicidad eterna en donde seré compensado por la mala vida que llevé aquí?  ¿O además, me espera el infierno?  Vean que toda la cuestión solo se apoya en la fe.  Creer en lo que otros me han dicho que les dijeron.  NADA MÁS.  Es muy alta la apuesta a un simple sueño, a un teorema.
            Si usted tuviera el poder ¿qué mejoras le introduciría al sistema?  No sea tímido, Dios no lo va a “castigar” porque haga uso del libre albedrío que le concedió.  En el programa actual abundan las asimetrías, y son tantas, que no se necesita hacer mayores esfuerzos para levantar una lista enorme.  Por ejemplo, ¿por qué hay gente tonta, deforme, bruta y marginal que cree en los políticos?  Es entendible que haya una buena porción de pobres pero, ¿por qué tanto miserable (niños) que muere de hambre cuando hay tanta comida y riqueza en el mundo?  ¿Cuál es el propósito de tanto sufrimiento?  No es creíble que haya algún dios que se solace en la observación de tanta miseria durante tanto tiempo.  ¿O existe una deidad que determina o determinó que la vida sea un proyecto de dolor?  ¿Y todo para qué, si después de tanto tiempo nadie recordaría esas lecciones de amargura?  Nadie (casi) se acuerda de su encarnación anterior y de lo que sufrió o el daño que hizo, entonces ¿por qué ha de sufrir ahora por lo que no recuerda?  ¿Y cómo puede alguien liberarse de esa cadena tan terrible que representa el Karma?  ¿Son unas criaturas tan torpes como el hombre, merecedoras de tanto dolor?  Y si se alega la cuestión moral en este, ¿qué hay de los animales?  Estos NO son malos y, sin embargo, están sujetos a peores sufrimientos que el hombre, pues para la mayoría de ellos, la vida es un continuo sufrimiento sin esperanza.  Miedo permanente y muerte violenta de manera inevitable.
            En síntesis, ¿es la vida un proyecto de dolor?  ¿O podemos hacer algo por nosotros y los demás?
            Escucho sus opiniones y, mientras tanto, que la paz sea con ustedes.
                                   RIS                       Correo:     rhizaguirre@gmail.com
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viernes, 10 de mayo de 2013

157 La tragedia de Nueva Orleans



157    LA CHISPA   
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”.
LA TRAGEDIA DE NUEVA ORLEANS
            Hace ya muchos años que estuve en la nostálgica cuna del jazz, esa bella ciudad que nació como una cortesía del río. Tantos que casi no me acuerdo de ella; sin embargo, me dejó impresiones imborrables.  Una de ellas fue su música maravillosa, esas composiciones sentimentales, cadenciosas, de ritmo cuaternario llamado blues, de donde nació el concepto de swing, aire con el que suele ejecutarse ese tipo de música.  Otra de ellas, el milagro de una ciudad bajo el nivel de la aguas vecinas; no dejé de sentir cierto escalofrío ante la posibilidad de que esos muros naturales o artificiales se rompieran y todo el Mississipi se precipitara sobre la ciudad del soul.  Y sentí miedo.  Lo otro que me impactó fue su gente.  Nueva Orleáns es un revoltijo de razas y nacionalidades.  De un universo social que, sin embargo, se encontraba dividido en visibles y claras capas sociales que casi se podían tocar sus límites.  En ese tiempo todavía los negros tenían que viajar en la parte de atrás de los autobuses, y solamente eran reyes adorados en los antros donde se ejecutaba la música tan característica de esa región.  Allí, con sus clarinetes, trompetas, trombones, pianos y bajos eran los amos, los emperadores, los dioses negros que pusieron sentimental a una nación de blancos.   Fue gracias a esa música doliente, alambicada con penas, algodón sudado y negrura triste, que los “amitos blancos” se dieron cuenta de que los esclavos tenían “soul” y que no solo eran simples bestias de carga.  Cuando los blancos descubrieron su belleza musical, no tuvieron empacho alguno en llevarlos a Broadway y a todos los santuarios musicales de ese país, aunque los intérpretes entraran y salieran por las puertas de servicio. 
            Algunos blancos tampoco tuvieron vergüenza alguna para plagiar la música negra y patentarla con títulos de propiedad blancos.  Como George Gershwin  y otros ilustres copiones que adquirieron notoriedad gracias a la música negra, incluido Elvis Presley.  Fue gracias a esa música que innumerables compositores y ejecutantes blancos alcanzaron fama con lo ajeno, pero que a la vez, abrieron al jazz las puertas de los grandes salones de Norteamérica.  Sin embargo, no obstante aceptar el producto ligeramente “blanqueado” por los músicos blancos, nunca aceptaron a sus creadores, y siempre mantuvieron aislados a los negros en las cámaras de descontaminación.  El abandono de la raza.  Se usa lo que producen, pero no a los productores.  Como el algodón, el cacao o el banano.  A los negros les quitaron las cadenas de hierro de las plantaciones, pero les pusieron los irrompibles grilletes de la miseria, la discriminación y la ignorancia.  Son libres  --les dijeron-- pero vean qué hacen por su cuenta, y no esperen nada de nosotros los blancos.  Y así pasó en Nueva Orleáns.
Se dice que cuando se dio la tragedia de Katrina, la mitad de la Guardia Nacional del Estado se encontraba en labores “petroleras” en Irak, y que debido a ese inconveniente no pudieron cumplir con sus funciones de salvamento y auxilio de los cientos de miles de negros pobres, viejos y enfermos que forman una enorme comunidad incapaz de valerse por sí misma.   Desde antes que Mao Tse Tung inventara el término, en Nueva Orleáns ya existían habitantes tercermundistas. Y esas fueron, como siempre, las principales víctimas del huracán.  Los blancos adinerados recibieron informes fidedignos y fueron inducidos a abandonar  la ciudad, pero los negros y latinos, carentes de medios, no tuvieron más remedio que quedarse en la ciudad y encomendar sus vidas a la piedad de Katrina; pero, por desgracia, esta veleidosa hembra no tuvo misericordia con nadie.  Para ellos no hubo ayuda alguna; y cuando se vio la magnitud del desastre (que han tratado de minimizar enmudeciendo a la prensa), fue cuando intentaron una tardía ayuda que de nada les sirvió a las decenas de miles de muertos que hubo.  Las autoridades dicen que solo son seis mil muertos, pero la verdad es otra.  La enormidad de la catástrofe será enterrada en el silencio como una consigna política.  “En la nación más poderosa de la tierra, con más capacidad de respuesta y mejor organizada ante el terrorismo humano o de la Naturaleza (we don’t care) ESO NO PASA”.   Si Bush lo dice, HAY ARMAS DE DESTRUCCIÓN MASIVA EN IRAK, Y EN NUEVA ORLEÁNS NADIE MURIÓ.
¿A quién le echarán la culpa por los muertos que produjo Katrina?  ¿A Bin Ladden y a Al Qaeda?  Es claro que hubo negligencia criminal de parte del gobierno en la tragedia de Nueva Orleáns.  Eso todo el mundo lo sabe, porque si el desastre hubiera sido en San Antonio, Austin o en Salt Lake City, el cuento hubiera sido diferente.  En cambio en la ciudad del jazz solo había negros y latinos, gente disposable con cuya muerte nada se pierde. Era más importante cuidar los intereses del CARTEL PETROLERO en Irak; y fue por eso que la Guardia Nacional  estaba allá.  Así que entre las guerras del Golfo y Katrina, se deshicieron de decenas de miles de negros y latinos inútiles, según la visión economicista del Imperio.  Incluso, en un alarde de arrogancia, el gobierno de U.S.A. se dio el lujo de rechazar la ayuda externa que hubiera salvado centenares de vidas, quizás miles.  Cuba les ofreció varias brigadas con MIL MÉDICOS; también Canadá y México, pero fueron desestimados por razones de orgullo satánico.  U.S.A. no necesita de nadie, y menos de Cuba”.  Hubiera sido una vergüenza terrible recibir ayuda humanitaria de una nación a la cual han martirizado con saña diabólica por casi medio siglo.  Así que prefirieron que murieran los negros y latinos de Nueva Orleáns.  La política primero, había que ser consecuentes con la doctrina.  Sin embargo, es doloroso pensar que miles de personas  hayan sido incineradas en la hoguera de la vanidad humana.
Ojalá que de las cenizas de ese holocausto surjan, con más fuerza y sonoridad que nunca, las notas siempre deliciosas y suaves de la eterna música del alma.  Y como el Jazz es música nacida de la pena, la tristeza y el desconsuelo, es seguro que con todo el dolor acumulado en esta amarga experiencia de abandono, los negros de Nueva Orleáns volverán a producir música sublime.  Y que con la música, vuelva a revivir el alma de esa ciudad y sus criollos.
Musicalescamente
                                   RIS.
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161 Una lección de coraje... desde la cuneta.



161    LA CHISPA  

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”.

UNA LECCIÓN DE CORAJE...   DESDE LA CUNETA

            De pie, en una parada de buses de barrio México; de noche y bajo un terrible aguacero, empecé a lamentar mi desgracia existencial, mi ruina moral y social; mi fracaso total ante la vida, pues ya a punto de hacer el “clavado final”, no tengo una fortuna como la de Bill Gates, no me han dado el premio Nobel y ni siquiera he sido diputado. Y lo que es peor: no tengo mi Nissan Frontier, color rojo, doble cabina, doble tracción (para cuando voy por los alrededores del mercado central), con duraliner y estribo; además con toca-CD.    Una ruina total.
            En eso llegó el destartalado bus, y mientras cerraba mi paragüitas con tres varillas salidas, saqué el tiquete “Gratuito” que el Seguro Social nos da a los viejos.  Y cuando pude subirme al camión, el energúmeno que lo manejaba me obligó a que le enseñara el carné que me acredita como “ciudadano de oro”.  Y entre sus gruñidos y los míos, al fin me senté a seguir rumiando mi fracaso.  Todo me ha salido mal: por falta de mi Nissan tengo que andar mojándome y soportando toda clase de calamidades de las que vive el peatón arrancado y, encima... ese hijueputa  chofer.  Ni siquiera tengo veinte millones de pesos para irme de vacaciones a Europa... a olvidar un poco mi desgracia.  No canto como Pavarotti ni tengo una mujer como Shakira.  Un fracaso total de vida.
            En esas iba cuando llegamos a la “Parabús” de “La Cañada” (que ya ni siquiera sé si existe).  Y el patán chofer seguía refunfuñando, esta vez, en contra de unas señoras que, según él, debían bajarse por la parte de atrás del vehículo, el cual había estacionado mal, en línea oblicua a la cuneta, creando un vacío peligroso entre las altas gradas y la acera.  Y encima... el aguacero.
            De repente, una vocecita de mujer sonó desde la cuneta; tan abajo, que parecía provenir del interior de una alcantarilla:  “¿Puede arrimarlo más?”   Estuve a punto de soltar una carcajada ante esa ingenua y dulce petición, pues ese desgraciado y despreciable sujeto era incapaz de un acto de cortesía de tal magnitud.  Así que me fijé en él, y para mi asombro, vi cómo su aspecto había cambiado; su rostro empedernido tenía ahora una mirada en la que creí ver un rasgo de ternura... y ya no me pareció tan hijueputa.  Entonces, en forma diligente y diestra, maniobró el armatoste para atrás y para adelante hasta ponerlo paralelo y casi en contacto con la cuneta.  Yo aún no sabía de quién se trataba, pero con ese gesto de fineza, hizo que perdiera las ganas de estrangularlo y pasarle por encima las ruedas del camión.  “¡Gracias!”   Volvió a sonar la vocecita desde la cuneta, y como el chofer-sabandija miraba arrobado casi al nivel de las gradas, mi curiosidad subió al máximo y estuve a punto de ponerme de pie para ir a espiar; pero no fue necesario.  Todas las conversaciones se detuvieron, y un silencio respetuoso e impresionante invadió el momento y el camión.  De repente vi como una mujercita casi invisible, chiquitita, tan frágil, casi etérea, empezaba a subir por las gradas valiéndose de sus manos y unos apéndices diminutos que serían sus piernas.  No sé con exactitud, pues estaba paralizado por el asombro.  Un hombre detrás de ella le hablaba animadamente y sin hacer nada para ayudarla.  Sentí rabia y casi estuve a punto de cometer una imprudencia, pero por dicha me contuve extasiado; viéndola cómo ascendía grada a grada hasta llegar al asiento detrás del chofer, el cual tiene una especie de gradita incómoda para los pasajeros "normales", pero que para ella, le queda de perlas.  ¡Dios mío,    ¡¿cómo puede hacer eso?!  --me pregunté perplejo.
            Como quien escala el Everest, aquella criatura que, bajo la mirada curiosa de todos, llegó hasta su asiento y se acomodó alegremente sin dejar de hablar con el hombre que la acompañaba.  Este se sentó a su lado y siguieron la conversación como si nada.  Ella estaba allí, detrás del asiento del chofer energúmeno que, sin protestar ni apurarla, había seguido embrujado toda la hazaña de la muchacha, casi levantándola con una mirada dulce y de satisfacción.  Para ese momento este hombre alcanzó para mí, la dimensión humana de “nuestro prójimo”, que solemos perder muy a menudo con cualquier pretexto.  Era un tipo tan común, corriente y ordinario como yo.  Un chichoso sentimental como yo.  Tan bueno y comprensivo como yo.  Tan hijueputa y desgraciado como yo.
Yo estaba asombrado por esa heroína que, sin aspavientos de ninguna clase, había realizado una hazaña para mí imposible.  Y ambos siguieron conversando, al tiempo que dejaron claro que eso era lo normal en su vida; nada para asombrarse ni hacer alharaca o montar una fanfarria.  Una heroína cotidiana, rutinaria y anónima.  Aunque para mí, ya Niké nunca será anónima, pues en ese breve instante de nuestro encuentro, me dejó una huella que será permanente en lo que me quede de vida.
A partir de ese momento, ya no pude pensar en otra cosa; ni en mis desgracias personales.  Cuando llegué a mi parada, traté de cruzar la mirada con la de ella para decirle cuánto la admiraba y qué tan especial me parecía; para darle las gracias por la enorme ayuda que me prestó esa noche con su ejemplo.  Pero me fue imposible; ella ni se fijó en mí, pues seguía la animada conversación con su compañero.  Supongo que yo solo era para ella, uno más de los miles de inútiles quejumbrosos con los que se cruza diariamente.  Uno más de esas legiones de fracasados que, teniendo dos patas, dos manos, dos ojos buenos y una salud aceptable, viven llorando, como yo, por mi Nissan Frontier rojo, doble cabina, doble tracción, duraliner y toca-CD.  O por veinte millones para poder ir a París.  O ser diputado.   O ganar el Nobel.  Y todo sin hacer nada que valga la pena.  Como tantos millones de ineptos…
            Cuando me bajé del bus, me quedé allí por largo rato, viendo como desaparecía el armatoste con aquellas buenas personas en su interior; con esa dulce heroína que impactó mi vida; con su gentil y caballeroso chofer, con aquellas decenas de sensibles damas y señores que, en ese momento sublime, sintieron una comunión de Amor con aquella Mujer que, desde muy abajo, nos había dado una maravillosa lección de altura; de carácter, de fortaleza y espíritu indomable.  Y cuando otro “ataque” de lluvia me sacó de mi meditación, abrí mi paragüitas con las varillas salidas, pero ya no me pareció lastimoso sino cómico.  Una forma positiva de ver la misma desgracia. 
            Entonces empecé a caminar alegremente; y comencé a reír al tiempo que sentía vergüenza; verdadera lástima, pero no por la mujercita del bus, sino por el hombre amargado que se había montado al camión en barrio México.   Y me dije: ¡qué diablos!  ¿Para qué quiero un Nissan Frontier rojo, doble cabina, doble tracción, duraliner, estribo y toca-CD si, gracias a los dioses, tengo dos patas buenas y tiquetitos gratis del Seguro Social.  Además, esa noche había recibido, gratuitamente, una admirable lección de coraje ante la vida... desde la cuneta.
            Si le gustó esta « Chispa », hágala circular.  Talvez todos aprendamos algo del personaje que la inspiró, y a quien yo le llamaría Niké (La Victoria).
                                                       
                 Fraternalmente
                                                Ricardo Izaguirre S.      E-mail:       rhizaguirre@gmail.com

 

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250 La línea de montaje



250   LA CHISPA                           (A mis hijas)

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

LA LÍNEA DE MONTAJE    

            Los seres humanos somos como las computadoras; algunos son de “marca”, otros somos simples “clones”.   Algunas incluyen dentro de su repertorio de innovaciones lo último de la tecnología de punta; High Tech, como dicen los que saben: centrino, dual core, WIFI, Intel, Barcelona, caché nivel 3, un chipset de avanzada y otras cosas diabólicas que solo entienden los “entendidos”.   Otras vienen con lo mínimo, para ser utilizadas solo como máquinas de escribir, y con partes de esas que ya son obsoletas y que solo las hace “vendibles” en los países tercermundistas.  Los buenos ordenadores tienen memorias ROM de muchos kilovatios, que les permite acordarse de todo y anticipar los hechos; otros apenas se acuerdan de lo que son.  Así somos los humanos: hay quienes fueron ensamblados con lo mejor; otros con lo que sobra.  Los originales todo lo tienen presente y se adelantan a los sucesos: cumpleaños de la esposa, onomásticos y agasajos.  Otros no se acuerdan ni de su día de nacimiento.  Y no es por maldad o desconsideración;  es que no tienen (o tenemos) ese chip de fábrica.  Son defectos de ensamblaje.  Tienen que hacer una lista de esas cosas; por desgracia, también se olvidan de consultarla y siempre quedan mal.
            Pero hay que hacer una aclaración:  la línea de montaje en donde se ensambla a los humanos, está a cargo de ángeles masculinos.  Tales criaturas se embelesan y ponen toda su atención cuando, por las mañanas, confeccionan a las mujeres. Entonces actúan como artistas consumados; y por las tardes (cuando fabrican a los hombres), lo hacen como jornaleros descuidados.  Esa es la razón de las grandes diferencias entre los géneros.  A ellas las hacen finas, bellas y delicadas; inteligentes, prácticas y con un carácter a prueba de balas para soportar a todos los idiotas que se cruzarán en sus vidas, incluyendo a sus propios hijos.  Para ellas utilizan los mejores componentes porque saben la sublime tarea que tienen que llevar a cabo en la Tierra: ser diosas que crean hombres en su seno.  Las construyen de los materiales más resistentes, irrompibles, inoxidables y elásticos, porque saben que estarán en contacto con los hombres.   Por eso las hacen fuertes, tenaces, inteligentes y pacientes, requisitos indispensables para soportar a los hombres en todas sus versiones, tamaños, estilos y colores.  Sus límites de resistencia humana son del orden de los “exabytes”, y están situados en una por siempre terra ignota para el hombre.  También las proveen de sigilo, dulzura y capacidad para engatusarlos y hacerlos creer que son inteligentes e indispensables   Pero sobre todo, les colocan el poderoso microprocesador de la astucia, el cual les es indispensable para sobrevivir en un mundo masculino en donde los atributos NO físicos de la mujer son muy poco apreciados.
            El “chipset” de las mujeres está primorosamente decorado con lo mejor y más novedoso de la tecnología celestial.  Los ángeles cuidan de que nada de esto les falte, pues tales atributos les servirán para compensar su debilidad física pero, sobre todo, para poner en la vida del hombre la gota de miel que haga tolerables sus insulsas y miserables vidas.   También las proveen del chip de la tolerancia, el cual les permite ser indiferentes ante la falta de reconocimiento por parte de los hombres (maridos, hijos, hermanos o compañeros de trabajo); aunque a veces, por estrategia, hagan algún berrinche al respecto.  Eso corresponde al chip de la astucia.  Vienen dotadas de lo último en HiTech de sensibilidad, paciencia, capacidad de amar a prueba de virus y borrones intencionales o por accidente.  Es imposible “formatearles” el disco duro de sus afectos.  Siempre les ponen la última versión del chip de la tenacidad.  La sensibilidad, delicadeza y precisión al recordar los detalles nimios que los hombres siempre olvidamos, son parte de su dotación genético-tecnológica infalible, como la tecla F-8 del modo “a prueba de fallos” de las computadoras.  Esta no funciona en los hombres; en estos es solo un adorno.
            Tienen el toque de la gentileza, de la bondad y del inexplicable e incomprensible para los hombres, sentido del sacrificio.  Pero el más maravilloso de los Chips que les implantan es el de la maternidad, cuyo equivalente masculino es apenas una pieza de ensayo que nadie en el cielo se ha preocupado por pulir, actualizar o hacerla de verdad eficiente. Mientras los hombres estamos luchando por acomodarnos y comprender el primitivo DOS, ellas ya vienen cargadas con el Windows Veinte.
            Cuando al final del día de labor de los ángeles llega el turno de fabricar hombres, ya están aburridos y con ganas de irse a su nube a descansar.  Por eso nos hacen feos, brutos, sin memoria y carentes de una serie de chips que ni en toda una vida de errores podemos compensar.  No nos pulen ni nos dan un buen acabado.  A lo sumo nos hacen fuertes y grandotes para gastar todo lo que ha sobrado.  Algunos con cerebro y otros sin él.  No tenemos el chip de la gentileza verdadera; tampoco aquel que nos capacita para ser tolerantes y entender el verdadero significado de la convivencia; ni mucho menos, el concepto de compartir.  Esos atributos no están en nuestro “chipset”.  Solo podemos simular que lo tenemos, después de mil veces que se nos ha olvidado el cumpleaños de la esposa, el aniversario de matrimonio o aquella fiesta tan especial que ella nunca olvida.  Con una agenda y a base de repetición y error, logramos dar la impresión de que sí nos acordamos.   Amor para nosotros, es ser amados.  No nos culpen tanto… son errores de fábrica, de ensamblaje.
            Desde luego que no TODAS las mujeres ni TODOS los hombres son así: siempre hay algunas excepciones en las reglas.    Y por último, las dotan de una facultad que tampoco se encuentra en el hombre, por más que blasonemos de ella: saben perdonar, aunque pasen refunfuñando durante largos días, meses o años.  Esto último, también es parte de las estrategias que les indica su astucia.
Las mujeres tienen un BIOS excepcional que nunca falla, mientras que los hombres siempre arrancamos por medio de un disquete de arranque.  Hay algo injusto en esta distribución tan asimétrica.  Pero en fin, ¡vivan las mujeres!  Pues, ¿qué sería de nuestras vidas sin ellas? 
Chipescamente
  RIS.     
E-mail: rhizaguirre@gmail.com    

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