161 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos
del Poder”.
UNA LECCIÓN DE CORAJE... DESDE LA CUNETA
De
pie, en una parada de buses de barrio México; de noche y bajo un terrible
aguacero, empecé a lamentar mi desgracia existencial, mi ruina moral y social;
mi fracaso total ante la vida, pues ya a punto de hacer el “clavado final”, no
tengo una fortuna como la de Bill Gates, no me han dado el premio Nobel y ni
siquiera he sido diputado. Y lo que es peor: no tengo mi Nissan Frontier, color
rojo, doble cabina, doble tracción (para cuando voy por los alrededores del
mercado central), con duraliner y estribo; además con toca-CD. Una
ruina total.
En eso llegó el destartalado bus, y
mientras cerraba mi paragüitas con tres varillas salidas, saqué el tiquete
“Gratuito” que el Seguro Social nos da a los viejos. Y cuando pude subirme al camión, el
energúmeno que lo manejaba me obligó a que le enseñara el carné que me acredita
como “ciudadano de oro”. Y entre sus
gruñidos y los míos, al fin me senté a seguir rumiando mi fracaso. Todo me ha salido mal: por falta de mi Nissan
tengo que andar mojándome y soportando toda clase de calamidades de las que
vive el peatón arrancado y, encima... ese hijueputa chofer.
Ni siquiera tengo veinte millones de pesos para irme de vacaciones a
Europa... a olvidar un poco mi desgracia.
No canto como Pavarotti ni tengo una mujer como Shakira. Un fracaso total de vida.
En esas iba cuando llegamos a la
“Parabús” de “La Cañada”
(que ya ni siquiera sé si existe). Y el
patán chofer seguía refunfuñando, esta vez, en contra de unas señoras que,
según él, debían bajarse por la parte de atrás del vehículo, el cual había
estacionado mal, en línea oblicua a la cuneta, creando un vacío peligroso entre
las altas gradas y la acera. Y encima...
el aguacero.
De repente, una vocecita de mujer
sonó desde la cuneta; tan abajo, que parecía provenir del interior de una
alcantarilla: “¿Puede arrimarlo
más?” Estuve a punto de soltar una
carcajada ante esa ingenua y dulce petición, pues ese desgraciado y
despreciable sujeto era incapaz de un acto de cortesía de tal magnitud. Así que me fijé en él, y para mi asombro, vi
cómo su aspecto había cambiado; su rostro empedernido tenía ahora una mirada en
la que creí ver un rasgo de ternura... y ya no me pareció tan hijueputa. Entonces, en forma diligente y diestra,
maniobró el armatoste para atrás y para adelante hasta ponerlo paralelo y casi
en contacto con la cuneta. Yo aún no
sabía de quién se trataba, pero con ese gesto de fineza, hizo que perdiera las
ganas de estrangularlo y pasarle por encima las ruedas del camión. “¡Gracias!” Volvió a sonar la vocecita desde la cuneta,
y como el chofer-sabandija miraba arrobado casi al nivel de las gradas, mi
curiosidad subió al máximo y estuve a punto de ponerme de pie para ir a espiar;
pero no fue necesario. Todas las
conversaciones se detuvieron, y un silencio respetuoso e impresionante invadió
el momento y el camión. De repente vi
como una mujercita casi invisible, chiquitita, tan frágil, casi etérea,
empezaba a subir por las gradas valiéndose de sus manos y unos apéndices
diminutos que serían sus piernas. No sé
con exactitud, pues estaba paralizado por el asombro. Un hombre detrás de ella le hablaba
animadamente y sin hacer nada para ayudarla.
Sentí rabia y casi estuve a punto de cometer una imprudencia, pero por
dicha me contuve extasiado; viéndola cómo ascendía grada a grada hasta llegar
al asiento detrás del chofer, el cual tiene una especie de gradita incómoda
para los pasajeros "normales", pero que para ella, le queda de perlas. ¡Dios mío, ¡¿cómo puede hacer eso?! --me pregunté perplejo.
Como quien escala el Everest,
aquella criatura que, bajo la mirada curiosa de todos, llegó hasta su asiento y
se acomodó alegremente sin dejar de hablar con el hombre que la
acompañaba. Este se sentó a su lado y
siguieron la conversación como si nada.
Ella estaba allí, detrás del asiento del chofer energúmeno que, sin
protestar ni apurarla, había seguido embrujado toda la hazaña de la muchacha,
casi levantándola con una mirada dulce y de satisfacción. Para ese momento este hombre alcanzó para mí,
la dimensión humana de “nuestro prójimo”, que solemos perder muy a menudo con
cualquier pretexto. Era un tipo tan
común, corriente y ordinario como yo. Un
chichoso sentimental como yo. Tan
bueno y comprensivo como yo. Tan
hijueputa y desgraciado como yo.
Yo estaba asombrado por esa heroína que, sin aspavientos de
ninguna clase, había realizado una hazaña para mí imposible. Y ambos siguieron conversando, al tiempo que
dejaron claro que eso era lo normal en su vida; nada para asombrarse ni hacer
alharaca o montar una fanfarria. Una
heroína cotidiana, rutinaria y anónima.
Aunque para mí, ya Niké nunca será anónima, pues en ese breve
instante de nuestro encuentro, me dejó una huella que será permanente en lo que
me quede de vida.
A partir de ese momento, ya no pude pensar en otra cosa; ni
en mis desgracias personales.
Cuando llegué a mi parada, traté de cruzar la mirada con la de ella para
decirle cuánto la admiraba y qué tan especial me parecía; para darle las
gracias por la enorme ayuda que me prestó esa noche con su ejemplo. Pero me fue imposible; ella ni se fijó en mí,
pues seguía la animada conversación con su compañero. Supongo que yo solo era para ella, uno más
de los miles de inútiles quejumbrosos con los que se cruza diariamente. Uno más de esas legiones de fracasados que,
teniendo dos patas, dos manos, dos ojos buenos y una salud aceptable, viven
llorando, como yo, por mi Nissan Frontier rojo, doble cabina, doble tracción,
duraliner y toca-CD. O por veinte
millones para poder ir a París. O ser
diputado. O ganar el Nobel. Y todo sin hacer nada que valga la pena. Como tantos millones de ineptos…
Cuando me bajé del bus, me quedé allí
por largo rato, viendo como desaparecía el armatoste con aquellas buenas
personas en su interior; con esa dulce heroína que impactó mi vida; con su gentil
y caballeroso chofer, con aquellas decenas de sensibles damas y señores
que, en ese momento sublime, sintieron una comunión de Amor con aquella Mujer
que, desde muy abajo, nos había dado una maravillosa lección de altura; de
carácter, de fortaleza y espíritu indomable.
Y cuando otro “ataque” de lluvia me sacó de mi meditación, abrí mi
paragüitas con las varillas salidas, pero ya no me pareció lastimoso sino
cómico. Una forma positiva de ver la
misma desgracia.
Entonces empecé a caminar
alegremente; y comencé a reír al tiempo que sentía vergüenza; verdadera
lástima, pero no por la mujercita del bus, sino por el hombre amargado que se
había montado al camión en barrio México.
Y me dije: ¡qué diablos! ¿Para
qué quiero un Nissan Frontier rojo, doble cabina, doble tracción, duraliner,
estribo y toca-CD si, gracias a los dioses, tengo dos patas buenas y tiquetitos
gratis del Seguro Social. Además,
esa noche había recibido, gratuitamente, una admirable lección de coraje ante
la vida... desde la cuneta.
Si le gustó esta « Chispa »,
hágala circular. Talvez todos aprendamos
algo del personaje que la inspiró, y a quien yo le llamaría Niké (La Victoria).
Fraternalmente
Ricardo Izaguirre S. E-mail:
rhizaguirre@gmail.com
Entrada
al blog “LA CHISPA”: http://lachispa2010.blogspot.com/
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