viernes, 10 de mayo de 2013

161 Una lección de coraje... desde la cuneta.



161    LA CHISPA  

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”.

UNA LECCIÓN DE CORAJE...   DESDE LA CUNETA

            De pie, en una parada de buses de barrio México; de noche y bajo un terrible aguacero, empecé a lamentar mi desgracia existencial, mi ruina moral y social; mi fracaso total ante la vida, pues ya a punto de hacer el “clavado final”, no tengo una fortuna como la de Bill Gates, no me han dado el premio Nobel y ni siquiera he sido diputado. Y lo que es peor: no tengo mi Nissan Frontier, color rojo, doble cabina, doble tracción (para cuando voy por los alrededores del mercado central), con duraliner y estribo; además con toca-CD.    Una ruina total.
            En eso llegó el destartalado bus, y mientras cerraba mi paragüitas con tres varillas salidas, saqué el tiquete “Gratuito” que el Seguro Social nos da a los viejos.  Y cuando pude subirme al camión, el energúmeno que lo manejaba me obligó a que le enseñara el carné que me acredita como “ciudadano de oro”.  Y entre sus gruñidos y los míos, al fin me senté a seguir rumiando mi fracaso.  Todo me ha salido mal: por falta de mi Nissan tengo que andar mojándome y soportando toda clase de calamidades de las que vive el peatón arrancado y, encima... ese hijueputa  chofer.  Ni siquiera tengo veinte millones de pesos para irme de vacaciones a Europa... a olvidar un poco mi desgracia.  No canto como Pavarotti ni tengo una mujer como Shakira.  Un fracaso total de vida.
            En esas iba cuando llegamos a la “Parabús” de “La Cañada” (que ya ni siquiera sé si existe).  Y el patán chofer seguía refunfuñando, esta vez, en contra de unas señoras que, según él, debían bajarse por la parte de atrás del vehículo, el cual había estacionado mal, en línea oblicua a la cuneta, creando un vacío peligroso entre las altas gradas y la acera.  Y encima... el aguacero.
            De repente, una vocecita de mujer sonó desde la cuneta; tan abajo, que parecía provenir del interior de una alcantarilla:  “¿Puede arrimarlo más?”   Estuve a punto de soltar una carcajada ante esa ingenua y dulce petición, pues ese desgraciado y despreciable sujeto era incapaz de un acto de cortesía de tal magnitud.  Así que me fijé en él, y para mi asombro, vi cómo su aspecto había cambiado; su rostro empedernido tenía ahora una mirada en la que creí ver un rasgo de ternura... y ya no me pareció tan hijueputa.  Entonces, en forma diligente y diestra, maniobró el armatoste para atrás y para adelante hasta ponerlo paralelo y casi en contacto con la cuneta.  Yo aún no sabía de quién se trataba, pero con ese gesto de fineza, hizo que perdiera las ganas de estrangularlo y pasarle por encima las ruedas del camión.  “¡Gracias!”   Volvió a sonar la vocecita desde la cuneta, y como el chofer-sabandija miraba arrobado casi al nivel de las gradas, mi curiosidad subió al máximo y estuve a punto de ponerme de pie para ir a espiar; pero no fue necesario.  Todas las conversaciones se detuvieron, y un silencio respetuoso e impresionante invadió el momento y el camión.  De repente vi como una mujercita casi invisible, chiquitita, tan frágil, casi etérea, empezaba a subir por las gradas valiéndose de sus manos y unos apéndices diminutos que serían sus piernas.  No sé con exactitud, pues estaba paralizado por el asombro.  Un hombre detrás de ella le hablaba animadamente y sin hacer nada para ayudarla.  Sentí rabia y casi estuve a punto de cometer una imprudencia, pero por dicha me contuve extasiado; viéndola cómo ascendía grada a grada hasta llegar al asiento detrás del chofer, el cual tiene una especie de gradita incómoda para los pasajeros "normales", pero que para ella, le queda de perlas.  ¡Dios mío,    ¡¿cómo puede hacer eso?!  --me pregunté perplejo.
            Como quien escala el Everest, aquella criatura que, bajo la mirada curiosa de todos, llegó hasta su asiento y se acomodó alegremente sin dejar de hablar con el hombre que la acompañaba.  Este se sentó a su lado y siguieron la conversación como si nada.  Ella estaba allí, detrás del asiento del chofer energúmeno que, sin protestar ni apurarla, había seguido embrujado toda la hazaña de la muchacha, casi levantándola con una mirada dulce y de satisfacción.  Para ese momento este hombre alcanzó para mí, la dimensión humana de “nuestro prójimo”, que solemos perder muy a menudo con cualquier pretexto.  Era un tipo tan común, corriente y ordinario como yo.  Un chichoso sentimental como yo.  Tan bueno y comprensivo como yo.  Tan hijueputa y desgraciado como yo.
Yo estaba asombrado por esa heroína que, sin aspavientos de ninguna clase, había realizado una hazaña para mí imposible.  Y ambos siguieron conversando, al tiempo que dejaron claro que eso era lo normal en su vida; nada para asombrarse ni hacer alharaca o montar una fanfarria.  Una heroína cotidiana, rutinaria y anónima.  Aunque para mí, ya Niké nunca será anónima, pues en ese breve instante de nuestro encuentro, me dejó una huella que será permanente en lo que me quede de vida.
A partir de ese momento, ya no pude pensar en otra cosa; ni en mis desgracias personales.  Cuando llegué a mi parada, traté de cruzar la mirada con la de ella para decirle cuánto la admiraba y qué tan especial me parecía; para darle las gracias por la enorme ayuda que me prestó esa noche con su ejemplo.  Pero me fue imposible; ella ni se fijó en mí, pues seguía la animada conversación con su compañero.  Supongo que yo solo era para ella, uno más de los miles de inútiles quejumbrosos con los que se cruza diariamente.  Uno más de esas legiones de fracasados que, teniendo dos patas, dos manos, dos ojos buenos y una salud aceptable, viven llorando, como yo, por mi Nissan Frontier rojo, doble cabina, doble tracción, duraliner y toca-CD.  O por veinte millones para poder ir a París.  O ser diputado.   O ganar el Nobel.  Y todo sin hacer nada que valga la pena.  Como tantos millones de ineptos…
            Cuando me bajé del bus, me quedé allí por largo rato, viendo como desaparecía el armatoste con aquellas buenas personas en su interior; con esa dulce heroína que impactó mi vida; con su gentil y caballeroso chofer, con aquellas decenas de sensibles damas y señores que, en ese momento sublime, sintieron una comunión de Amor con aquella Mujer que, desde muy abajo, nos había dado una maravillosa lección de altura; de carácter, de fortaleza y espíritu indomable.  Y cuando otro “ataque” de lluvia me sacó de mi meditación, abrí mi paragüitas con las varillas salidas, pero ya no me pareció lastimoso sino cómico.  Una forma positiva de ver la misma desgracia. 
            Entonces empecé a caminar alegremente; y comencé a reír al tiempo que sentía vergüenza; verdadera lástima, pero no por la mujercita del bus, sino por el hombre amargado que se había montado al camión en barrio México.   Y me dije: ¡qué diablos!  ¿Para qué quiero un Nissan Frontier rojo, doble cabina, doble tracción, duraliner, estribo y toca-CD si, gracias a los dioses, tengo dos patas buenas y tiquetitos gratis del Seguro Social.  Además, esa noche había recibido, gratuitamente, una admirable lección de coraje ante la vida... desde la cuneta.
            Si le gustó esta « Chispa », hágala circular.  Talvez todos aprendamos algo del personaje que la inspiró, y a quien yo le llamaría Niké (La Victoria).
                                                       
                 Fraternalmente
                                                Ricardo Izaguirre S.      E-mail:       rhizaguirre@gmail.com

 

Entrada al blog “LA CHISPA”:     http://lachispa2010.blogspot.com/
  

No hay comentarios:

Publicar un comentario