873 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica
del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¡ATRAPADOS!
Parece
que todos vivimos bajo la sensación de estar atrapados en algo o con
alguien. Cuando estamos enamorados eso
no parece importar, ya que la emoción y los deleites de esa situación obnubilan
nuestra mente y somos incapaces de racionalizar la situación; pero una vez que
ese estado declina o muere, si persiste la relación, empezamos a sentir el peso
de esa trampa. No importa cuánto dure el
estado de embeleso, tarde o temprano surge la sensación de ahogo, limitación,
temor y ganas de protestar en contra de algo que no podemos definir porque ni
siquiera sabemos de qué se trata. Ese es
el caso típico de los matrimonios; en menor escala en los concubinatos o
noviazgos. Mucho más pesados en la paternidad o maternidad. Incluso en las amistades íntimas que nos
“obligan” a ciertas conductas que se convierten en deberes que no podemos
eludir. Tenemos que ser fieles a esas
relaciones, de acuerdo con los postulados de la sociedad. Y ahí empieza el sentimiento de angustia, de deficiencia
en el cumplimiento de las normas “correctas” esperadas por los demás.
¿Cuándo,
dónde y por qué se inicia semejante condición?
¿En realidad alguien nos impone esa situación molesta e irregular? ¿Tenemos que someternos a ese tipo de
imposiciones o solo es una ficción derivada de nuestros miedos y fetiches
sociales? Como aquello de que “Hay que casarse y sentar cabeza”. Parece que hay una doble conducta
en esta forma de proceder del hombre y la mujer, matizada por ciertas
diferencias biológicas cuya complejidad está más allá de lo que cabe en esta
hojita. Para el hombre la libertad (o
libertinaje) es una condición natural, una exigencia de su masculinidad;
mientras que para la mujer, la realización en la familia (hijos) es mucho más
importante que una autonomía que en realidad no es tan vital como la que le
proporciona su núcleo hogareño. Sin
embargo, la sensación de estar presa, limitada y condicionada, jamás deja de
estar presente. Y aunque se adapta al
matrimonio y la prole de forma más eficiente que el hombre, la sospecha de
estar atrapada siempre está presente en su vida. Hombres y mujeres la afrontan a su manera y
con diferentes resultados, pero no la pueden suprimir. Se disimula, se vadea con otros intereses,
pero su presencia es inevitable. ¿A
partir de dónde tomamos el camino equivocado?
El
aburrimiento es como la vejez: inexorable y, queramos o no, va tomando las
plazas de manera ineluctable, lenta o rápidamente, sutil o brutalmente; pero
todos llegamos a la conclusión de que mejor estaríamos solos, aunque no lo admitamos
públicamente. Y aunque los apegos:
hijos, esposas, maridos, costumbres, rutinas y toda la parafernalia familiar es
un buen contrapeso a este anhelo secreto de libertad, todos sentimos la
necesidad de ese espacio en soledad, en donde nuestras decisiones son NUESTRAS y no condicionadas por otras
personas u obligaciones. Un sitio en donde solo contamos nosotros, para
bien o para mal, pero en el cual el único compromiso y deber es con nuestro
yo. A pesar de que la literatura está
repleta de explicaciones que justifican las conductas sociales
establecidas, algo en el interior de los seres humanos se rebela ante esas normas
limitantes de la libertad. La religión,
la filosofía y todas las corrientes sociológicas ponderan esa condición de
sacrificio familiar como uno de los grandes rasgos positivos de la
especie; pero en el interior de cada uno, siempre hay una chispita de rebelión
ante lo establecido.
El
hastío es un visitante indeseable
pero pertinaz; no importa cuánto hayamos amado o amemos a alguien, tarde o temprano se hace presente
como invitado de oficio. Y en esta
sensación, aunque no queramos admitirlo, siempre está latente la duda acerca de
nuestras decisiones. De si hicimos o no
la elección adecuada de pareja, trabajo, carrera y de todas aquellas cosas en
las cuales nos encontramos empantanados y con la sospecha de que somos cautivos
de escogencias que no fueron las mejores… y ni siquiera nuestras. Cuando analizamos esta situación con calma,
nos damos cuenta de que fuimos víctimas de nuestra falta de criterio; de
nuestra indolencia ante acciones que habrían de ser definitorias en nuestra existencia. Nos enteramos, ya tarde, de que dejamos que
otros decidieran nuestros destinos como si se tratara de un juego insustancial.
El
resumen de nuestras vidas suele ser un pesado recuento de cosas que, después de
todo, no corresponden a lo que en realidad queríamos o debimos haber
hecho. Sentimos que no nos casamos con
la persona adecuada, o que dejamos partir a nuestro amor verdadero. Que debimos irnos en aquella oportunidad que
nunca más se repitió; que debimos quedarnos aquí o allá, en fin, que estamos
atrapados en el lugar y tiempo errado.
Con las personas equivocadas, aunque sean nuestra familia. Y aunque nunca lo sabremos, no deja de ser
excitante la idea de “lo que pudo ser”,
si hubiéramos tomado esas decisiones a las que renunciamos y nos dejamos llevar
por la corriente… o la voluntad de otros.
¿Por qué escogimos lo que era “socialmente correcto” cuando lo que
nos pedía el alma era otra cosa? ¿Por qué no hicimos aquello que anhelábamos
con todo nuestro corazón? Vidas enteras
de confinamiento en un espacio mental y emocional lleno de incomodidades que
nunca serán paliadas por las recetas sociales, pues nada puede llenar los
vacíos afectivos que dejamos abiertos, inconclusos, sin realizar ni
experimentar con toda la fuerza de la juventud.
¿Por qué nos conformamos con la normalidad y lo que todo el mundo reputa
como lo correcto y adecuado? ¿Por qué NO nos enredamos en aquellas deliciosas
locuras que dejamos de hacer por
miedo, comodidad o el qué dirán?
¿Hubieran sido buenas… malas?
Nunca lo sabremos, y siempre estarán allí, en el recuento de lo que pudo
ser, solo porque no tuvimos el valor y la determinación para realizar nuestra
voluntad. Ahora estamos atrapados en
ese pantano de recuerdos y dudas que ya nunca tendrán respuestas. Y cuando nos preguntamos qué habría sido
si… solo obtenemos más angustia y
silencio. ¿Fue mejor lo “correcto”?
Si usted está a tiempo, decídase. Póngale fin a la monotonía y láncese a la aventura
que, por mala que sea, no puede ser peor que el aburrimiento de una vida sin
sentido ni propósito a la par de una persona que ya nada le importa. Ni
usted a ella. Unos días de vida
turbulenta y emotiva valen mucho más que años de hastío a la par de gente que solo
lo tolera. Una hora de disparates puede ser más
enriquecedora y reconfortante que un siglo de vida rutinaria. ¡Vuele,
libérese! (¿Qué creen ustedes?)
Fraternalmente
RIS E-mail: rhizaguirre@gmail.com
Blogs: La Chispa http://lachispa2010.blogspot.com/ con link a Librería en Red
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