jueves, 9 de mayo de 2013

873 ¡Atrapados!



873   LA CHISPA   
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¡ATRAPADOS!
            Parece que todos vivimos bajo la sensación de estar atrapados en algo o con alguien.  Cuando estamos enamorados eso no parece importar, ya que la emoción y los deleites de esa situación obnubilan nuestra mente y somos incapaces de racionalizar la situación; pero una vez que ese estado declina o muere, si persiste la relación, empezamos a sentir el peso de esa trampa.  No importa cuánto dure el estado de embeleso, tarde o temprano surge la sensación de ahogo, limitación, temor y ganas de protestar en contra de algo que no podemos definir porque ni siquiera sabemos de qué se trata.  Ese es el caso típico de los matrimonios; en menor escala en los concubinatos o noviazgos.  Mucho más pesados en la paternidad o maternidad.  Incluso en las amistades íntimas que nos “obligan” a ciertas conductas que se convierten en deberes que no podemos eludir.  Tenemos que ser fieles a esas relaciones, de acuerdo con los postulados de la sociedad.  Y ahí empieza el sentimiento de angustia, de deficiencia en el cumplimiento de las normas “correctas” esperadas por los demás. 
            ¿Cuándo, dónde y por qué se inicia semejante condición?  ¿En realidad alguien nos impone esa situación molesta e irregular?  ¿Tenemos que someternos a ese tipo de imposiciones o solo es una ficción derivada de nuestros miedos y fetiches sociales?   Como aquello de que “Hay que casarse y sentar cabeza”. Parece que hay una doble conducta en esta forma de proceder del hombre y la mujer, matizada por ciertas diferencias biológicas cuya complejidad está más allá de lo que cabe en esta hojita.   Para el hombre la libertad (o libertinaje) es una condición natural, una exigencia de su masculinidad; mientras que para la mujer, la realización en la familia (hijos) es mucho más importante que una autonomía que en realidad no es tan vital como la que le proporciona su núcleo hogareño.  Sin embargo, la sensación de estar presa, limitada y condicionada, jamás deja de estar presente.  Y aunque se adapta al matrimonio y la prole de forma más eficiente que el hombre, la sospecha de estar atrapada siempre está presente en su vida.  Hombres y mujeres la afrontan a su manera y con diferentes resultados, pero no la pueden suprimir.  Se disimula, se vadea con otros intereses, pero su presencia es inevitable.  ¿A partir de dónde tomamos el camino equivocado? 
            El aburrimiento es como la vejez: inexorable y, queramos o no, va tomando las plazas de manera ineluctable, lenta o rápidamente, sutil o brutalmente; pero todos llegamos a la conclusión de que mejor estaríamos solos, aunque no lo admitamos públicamente.  Y aunque los apegos: hijos, esposas, maridos, costumbres, rutinas y toda la parafernalia familiar es un buen contrapeso a este anhelo secreto de libertad, todos sentimos la necesidad de ese espacio en soledad, en donde nuestras decisiones son NUESTRAS y no condicionadas por otras personas u obligaciones.  Un sitio en donde solo contamos nosotros, para bien o para mal, pero en el cual el único compromiso y deber es con nuestro yo.  A pesar de que la literatura está repleta de explicaciones que justifican las conductas sociales establecidas, algo en el interior de los seres humanos se rebela ante esas normas limitantes de la libertad.  La religión, la filosofía y todas las corrientes sociológicas ponderan esa condición de sacrificio familiar como uno de los grandes rasgos positivos de la especie; pero en el interior de cada uno, siempre hay una chispita de rebelión ante lo establecido.  
            El hastío es un visitante indeseable pero pertinaz; no importa cuánto hayamos amado o amemos  a alguien, tarde o temprano se hace presente como invitado de oficio.  Y en esta sensación, aunque no queramos admitirlo, siempre está latente la duda acerca de nuestras decisiones.  De si hicimos o no la elección adecuada de pareja, trabajo, carrera y de todas aquellas cosas en las cuales nos encontramos empantanados y con la sospecha de que somos cautivos de escogencias que no fueron las mejores… y ni siquiera nuestras.  Cuando analizamos esta situación con calma, nos damos cuenta de que fuimos víctimas de nuestra falta de criterio; de nuestra indolencia ante acciones que habrían de ser definitorias en nuestra existencia.  Nos enteramos, ya tarde, de que dejamos que otros decidieran nuestros destinos como si se tratara de un juego insustancial.
            El resumen de nuestras vidas suele ser un pesado recuento de cosas que, después de todo, no corresponden a lo que en realidad queríamos o debimos haber hecho.  Sentimos que no nos casamos con la persona adecuada, o que dejamos partir a nuestro amor verdadero.  Que debimos irnos en aquella oportunidad que nunca más se repitió; que debimos quedarnos aquí o allá, en fin, que estamos atrapados en el lugar y tiempo errado.  Con las personas equivocadas, aunque sean nuestra familia.  Y aunque nunca lo sabremos, no deja de ser excitante la idea de “lo que pudo ser”, si hubiéramos tomado esas decisiones a las que renunciamos y nos dejamos llevar por la corriente… o la voluntad de otros.   ¿Por qué escogimos lo que era “socialmente correcto” cuando lo que nos pedía el alma era otra cosa?   ¿Por qué no hicimos aquello que anhelábamos con todo nuestro corazón?   Vidas enteras de confinamiento en un espacio mental y emocional lleno de incomodidades que nunca serán paliadas por las recetas sociales, pues nada puede llenar los vacíos afectivos que dejamos abiertos, inconclusos, sin realizar ni experimentar con toda la fuerza de la juventud.   
¿Por qué nos conformamos con la normalidad y lo que todo el mundo reputa como lo correcto y adecuado?  ¿Por qué NO nos enredamos en aquellas deliciosas locuras que dejamos de hacer por miedo, comodidad o el qué dirán?  ¿Hubieran sido buenas… malas?  Nunca lo sabremos, y siempre estarán allí, en el recuento de lo que pudo ser, solo porque no tuvimos el valor y la determinación para realizar nuestra voluntad.   Ahora estamos atrapados en ese pantano de recuerdos y dudas que ya nunca tendrán respuestas.  Y cuando nos preguntamos qué habría sido si…  solo obtenemos más angustia y silencio.  ¿Fue mejor lo “correcto”?
Si usted está a tiempo, decídase.  Póngale fin a la monotonía y láncese a la aventura que, por mala que sea, no puede ser peor que el aburrimiento de una vida sin sentido ni propósito a la par de una persona que ya nada le importa.  Ni usted a ella.  Unos días de vida turbulenta y emotiva valen mucho más que años de hastío a la par de gente que solo lo tolera.  Una hora de disparates puede ser más enriquecedora y reconfortante que un siglo de vida rutinaria.   ¡Vuele, libérese!                           (¿Qué creen ustedes?)
Fraternalmente
                        RIS           E-mail: rhizaguirre@gmail.com
Blogs:      La Chispa       http://lachispa2010.blogspot.com/     con link a        Librería en Red

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