838 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica
del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LAS CASAS DE LENOCINIO
Existió
una especie de “bel époque” del sexo
cauteloso en el San José de la primera mitad del siglo pasado, y que se
extendió, todavía causando estupor, hasta por ahí de los años setentas, cuando
habían proliferado tantos lupanares, que fue necesario hacer un censo de ellos
y crearles una guía telefónica especial.
Entonces dejaron de ser enigmáticos y ensoñadores y se convirtieron en tercerías
comunes y corrientes; carentes del hechizo y la magia que envolvía a aquellas
venerables instituciones de
antaño que estaban en boca de todo el
mundo, pero que las señoras decentes y las jovencitas jamás mencionaban
abiertamente. Que se veían con horror por
parte de la mojigata sociedad josefina de ese período del siglo. Nombres que se pronunciaban en voz baja,
casi en silencio, como quien evoca un conjuro demoníaco que podía llevar a las
puertas del infierno a las mujeres que lo hicieran. Eran los sitios que, bajo la más estricta discreción,
visitaban los señores y ciertas damas de “dudosa reputación”, o de “mala
reputación”, o de ninguna reputación. O
bien, de otras que gozando de la mayor estima social, se la “jugaban” con algún
galán calavera que les había robado el seso y el pudor. Como siempre ha sido… Era territorio de disolutos y féminas que
gracias a la cautela y el silencio complicitario, se mantenían al margen de los
efectos devastadores de la censura social.
Estas
casas de alcahuetería constituían la “tierra del pecado”; eran un pedacito de
Sodoma y Gomorra incrustado en San José.
Algunos solo eran como la puerta del Averno, en donde se realizaban los
rituales iniciáticos de Afrodita. Eran
nombres legendarios que inspiraban y sugerían todas las formas de
erotismo. “El Sustinente”, “El Bosque de la China”, “El Copacabana”… Por plaza Víquez existía otro llamado “El Escorpión”, de aquellos que caían
en la poco elegante categoría de “puteros”. Y
cuando todavía San Pedro era las afueras de San José, se inauguró por ahí una
especie de motel que siempre estuvo bajo sospecha: El “Apartotel los Yoses”, al abrigo de la soledad que propiciaba ese
barrio que todavía era semi rural y despoblado.
Hoy ya nadie sabe dónde está ni a qué se dedica, y es material sin interés. El tiempo le pasó el rasero y lo convirtió en
algo cotidiano y vulgar. Se esfumó el encanto
cuya matriz es el misterio. Además, San
José perdió la capacidad de asustarse ante el sexo a escondidas; ante las aventuras siempre
ardientes de las parejas comprometidas… con otros. El adulterio se convirtió en rutina y tomó
personería jurídica. Terminó el asombro,
y la vida licenciosa y el pecado se convirtieron en prácticas
carentes de importancia o intriga.
Capítulo
aparte merece la “Maison Dorée”, oasis
de los sedientos de amor que se inscribió, por derecho propio, a la mitología
de las grandes casas de lenocinio de San José.
¿Quién no sabía lo que era?
¿Quién no sabía dónde quedaba y qué hombre no soñaba con llegar allí
bien acompañado? Legiones innumerables
de mujeres pasaron por sus aposentos y disfrutaron de las delicias de Eros, en
un mundo mágico que multiplicaba los efectos de la pasión tan solo por ser lo
que era: una leyenda citadina del pecado. ¿Qué mujer no deseaba una aventura en la “Maison Dorée” aunque solo fuera con su
propio marido? Infinidad de parejas legales lo hicieron. Luego vendría una multitud de sitios más
modernos, de mejor estilo y eficiencia, pero ninguno podría igualar el pedigrí
de este rincón del amor, que pertenece al mito consagrado de los grandes santuarios
del libertinaje sexual. Este sitio era
un hito para los devotos de la pasión, algo así como el templo de Ashera o
Astarté. Visitar San Chepe sin hacer una
obligatoria estación en este ícono, era como dejar Roma sin haber visto el
Coliseo o la Capilla Sixtina. Para los
Don Juanes de esta ciudad era motivo de orgullo, como una especie de centro de
peregrinación al que, para “rajar”, solían recomendar a los visitantes
extranjeros. Había teléfonos mágicos
para concertar las citas con muchachas discretas y siempre dispuestas, que
ejercían esa inigualable profesión… en aquel santurrón San José de mediados de
siglo.
Sin
embargo, como centro privado del Amor, nada puede igualar la leyenda, aún en
pie, de “La casa de Matute Gómez”. Envuelta en una fábula tenebrosa a la vez que
romántica, encierra uno de los grandes enigmas que la sociedad josefina tuvo que tolerar de una manera que nunca fue
cómoda ni de aceptación general; pero en el que nadie intervino frontalmente
para sanear la “afrenta” pública que este sitio le hacía. Se dice que legiones de mujeres, de todas las
edades jóvenes, desfilaron por los interiores de esa exótica mansión que en
aquellos tiempos era esplendorosa. Hoy
solo es una casita vieja que se utiliza como punto de referencia en ese barrio,
pero que a la gente joven nada le sugiere de su glorioso pasado en el campo del erotismo. Dice la historia que el señor Matute Gómez, un personaje inolvidable, era un
depravado corruptor de menores; pero
como contaba con una cuantiosa
fortuna que lo protegía, se mantuvo al margen de la ley, e innumerables
chamacas lo visitaban impunemente y a diario para ofrecerle sus servicios amorosos. Esa residencia que hoy es un restaurante inofensivo,
fue la basura en el ojo de la comunidad capitalina. Motivo de curiosidad morbosa, malestar,
vergüenza genuina y fingida pero, por sobre todo, generadora del embrujo cautivante
que produce todo lo que tiene que ver con las cosas prohibidas y profanas. Hoy, la casa “de” Matute Gómez continúa
siendo una fuente de recuerdos entrelazados con la picaresca oral del
pueblo. En el presente, nos recuerda a
esas venerables matronas que, sumidas en la castidad obligatoria a que las
condena la edad, nos parece inocua, romántica y casi anodina; sin embargo, es
una parte vital, insoslayable y auténtica protagonista de la historia josefina. Tanto como la “Maison Dorée” y otros paraísos del amor que proliferaron por toda
la capital, en aquellos tiempos cuando la vergüenza todavía obligaba a cierta mesura. Cuando el desparpajo aún no había tomado por
asalto a la ciudad. Cuando había caballeros y damas capaces de sonrojarse.
¿Qué piensa usted de esa romántica era dorada
de las casas de lenocinio? Cuéntenos y
recuérdenos algunas que se nos hayan olvidado.
Son parte indisoluble de nuestra historia y, gústenos o no, siguen vivas
en la memoria general del pueblo; al menos en la de los viejos.
Lenociniescamente
Ricardo Izaguirre S. E-mail: rhizaguirre@gmail.com
Blogs: La Chispa http://lachispa2010.blogspot.com/ con link a Librería en Red
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