lunes, 3 de diciembre de 2012

87 La medicina alopática



87    LA CHISPA”                         


Lema:    “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”.

LA MEDICINA ALOPÁTICA

            Me decía un amigo: “no me importa que un médico se equivoque en un diagnóstico que me haga, o que la medicina que me recete no sirva; lo que no tolero es la arrogancia con la que te tratan”.   Y aunque no son todos los doctores los que siguen esa conducta, la verdad es que hay muchos, especialmente los jóvenes, que se creen de verdad tocados de los dioses y con dominio pleno sobre la vida y la muerte.  Creen que su palabra es lo último, y que después de ellos, ni Dios puede hablar.  Para muchos de estos individuos, nadie que no tenga un título de médico puede dar alguna opinión sobre salud o la manera de lograrla.  Para ellos todo el que lo intente, sin ser “doctor”, es un charlatán digno de que lo metan en la cárcel.  Para este grupo de individuos, toda la sabiduría sobre medicina está únicamente en sus manos y cabezas.  Pero ¿cuáles son en realidad los fundamentos de la medicina alopática?  ¿Y son tan confiables, seguros e infalibles como se afirma bajo el “principio de autoridad”?  La medicina alopática se basa en algunos pocos postulados generales, a partir de los cuales, se establecen todas las categorías de “enfermedades” del catálogo médico.  Y eso, sin hacer el menor caso de la individualidad; es decir, la medicina ubica al individuo en forma arbitraria, en una categoría fatalista y oscura.  Es decir, para el médico alópata hay “enfermedades” y no personas enfermas por desarreglos funcionales que le son propios e individuales.  Y bajo ese criterio, se le aplican tratamientos genéricos en contra de “determinada enfermedad”.  El ente abstracto “enfermedad”, ha adquirido categoría de cosa real, viva y distinta, que nada tiene que ver con los cuerpos.  Para la mente del médico alópata, existe la “enfermedad” con independencia del enfermo, lo cual es un disparate absoluto. 
            El sentido común nos dice que hay personas enfermas; porque ninguna “enfermedad” existe per se. Lo que hay son personas enfermas por causas diversas (que no son muchas) y con una sintomatología que difiere de unas a otras aunque tengan rasgos semejantes.  A los enfermos se les puede ver, tocar y tratar para que recuperen su armonía funcional; pero nadie puede ver a una “enfermedad”, tocarla, embotellarla, verla al microscopio o destruirla fuera de un cuerpo, porque la enfermedad solo existe en el enfermo.  Entonces, cada persona enferma es una individualidad a la que NO se debería tratar de acuerdo con un criterio general de víctima de tal o cual “enfermedad”.
            Ese es el primer gran error de la medicina alopática.  El segundo, y talvez por el cual la “medicina oficial” ha cometido la mayor parte de crímenes a nombre de la salud, es el dogma de la CAUSA MICROBIANA.   Para la medicina alopática, todo parece reducirse a MICROBIOS.  Estas microvidas, en sus múltiples variantes, son la causa de la mayoría de las enfermedades, según la medicina oficial.  Todo mal se debe a infección bacteriana, y su cura, solo puede ser mediante antibióticos y desinfectantes externos que MATEN TODA FORMA DE VIDA.  Pero si, según esa deleznable teoría, todas las bacterias fueran causantes de enfermedad y muerte en los humanos, estos habrían desaparecido hace milenios.  Siempre hemos vivido con microbios y la humanidad ha persistido. Como el resto de las formas animales y vegetales.   Este planeta siempre lo hemos compartido con toda clase de bacterias y virus, pues estos son, en última instancia, la base de la vida del autoproclamado Homo sapiens, y DE TODA FORMA DE VIDA QUE HAY EN EL PLANETA.  Y si el hombre tuviera el poder de eliminar a todos los microbios, la vida desaparecería del mundo.  Casi no existe dolencia orgánica que no se clasifique dentro de la teoría microbiana.  Si nos duele un oído, se trata de una infección.  Respuesta alopática: antibióticos.  Si a un niño le duele la pancita, se trata “infección intestinal”.  Respuesta: antibióticos.  Si nos duele la región lumbar: “Infección renal”. Respuesta: antibióticos.  En la medicina oficial alopática, no hay cabida para la individualización y el trato personal del paciente.  Sea lo que tenga, se le receta antibióticos, sin importar que estos puedan dañar el hígado o los riñones, o bien, destruir a ciertas bacterias que viven en nuestro interior en forma simbiótica para beneficio mutuo: de ellas y de nosotros.  No es destruyendo microbios como se recupera la salud de un paciente; los microbios han estado allí desde siempre; estuvieron allí antes de que apareciera el hombre, y estarán allí cuando este haya desaparecido de la epidermis de la tierra.  Bien están donde los puso la Naturaleza.   Nuestro cuerpo es la suma de billones de microbios y su labor.                   La teoría microbiana es un dogma aterrador y nocivo en la medicina alopática, pues impide el correcto enfoque de la naturaleza del padecimiento de un paciente.  La proliferación de microbios patógenos solo se da en cuerpos que, por otros desórdenes funcionales, son incapaces de mantener el control de la población microbiana capaz de generar una “enfermedad”.  El porqué se produce esa proliferación microbiana es la causa del mal, y no los microbios en sí.  Todos tenemos de todos los microbios, ¿y por qué no desarrollamos las enfermedades que se les atribuyen a estos?  Todos deberíamos de tener todas las enfermedades, ¿y por qué no es así?  Allí hay algo que no calza bien en la teoría microbiana que, con tanta vehemencia, defiende la medicina alopática.  ¿Y por qué lo hace?  Muy sencillo: por la simplificación que facilita la tarea masiva de la medicina oficial y, sobre todo, porque permite respuestas mecánicas que no requieren pensar mucho, ni mayor análisis de parte del médico.  “Tómese estos antibióticos durante ocho días, y si no nota mejoría, regrese para darle otro tipo de unos más fuertes (de mayor espectro)”.  Así, en alguna de tantas, dan en el clavo y suprimen los síntomas que indicaban una disfunción orgánica.  Matan el síntoma, la alarma que el organismo encendió; pero la irregularidad sigue latente.  El paciente se “curó” de la infección respiratoria, aunque meses o semanas después, empiece a padecer del mortal estreñimiento, o de dolores hepáticos o renales, como consecuencia de los antibióticos y todos los medicamentos que lo hicieron tomar.
            La otra parte de la medicina alopática que no se resuelve mediante la teoría microbiana y la medicina medicamentosa, se soluciona con la cirugía, los rayos equis o la irradiación.  Es decir, mediante alguna brutal forma de mutilación.  Si nos duele la vesícula, hay que extirparla.  Si el estómago funciona mal, hay que recortarlo; si duele un riñón, hay que sacarlo; si nos duele un juanete, hay que limarlo, quebrarlo y recortarlo.  El apéndice es un estorbo que de nada sirve: hay que eliminarlo.  Así es la cosa.  La medicina alopática no trata al ser humano, sino que utiliza a este como campo de batalla en su lucha contra esa abstracción llamada “enfermedad”, con los mismos argumentos dogmáticos de siempre.  Es decir, el individuo no cuenta, sino la “enfermedad”, y dentro de ese cerrado esquema, no queda lugar para otra cosa que no sea la AUTORIDAD DE LA MEDICINA OFICIAL.  Y si usted no es médico, cállese, pues no es más que un charlatán que nada sabe.
            Es comprensible que la masificación de la medicina haya conducido a la impersonalidad de esta, y a esa conducta un tanto frívola de muchos médicos, pero eso no justifica, científicamente, la posición monolítica de la medicina alopática en contra de otras formas de buscar la salud.  ¿Por qué esta medicina oficial hasta hace poco hacía burla de la Homeopatía?   ¿Por qué consideran la acupuntura como una cuestión folclórica de los chinos?  Y peor aún, ¿por qué ven con tanto menosprecio a la llamada medicina naturalista?  La maravillosa ciencia de la iridología ha tenido que probar su efectividad, duramente, para que la medicina alopática la empiece a tomar en cuenta.                                                                                 La arrogancia es una mala consejera en la búsqueda del conocimiento y la verdad científica.  Nadie es dueño de la Verdad Absoluta en materia de medicina ni de ningún otro conocimiento humano, pues lo que apenas ayer se reputaba como la “verdad científica” hoy es un ridículo.  Como el sangrado que se hacía a los pacientes; o la aplicación de las asquerosas sanguijuelas; o la trepanación.  Y todas fueron “VERDADES MÉDICAS CIENTÍFICAS E INFALIBLES” en su época.  Entonces, ¿qué nos garantiza que en el futuro no veremos de igual forma a la medicina actual?  La modestia siempre ha sido la característica más notoria de los hombres verdaderamente sabios.  Y la arrogancia, propia de los necios  y vacíos, que ocultan su ignorancia detrás de la coraza del dogma y la “autoridad” de los gremios o colegios, los cuales tratan de compensar con la fuerza de la unión, la falta de conocimientos.
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Fraternalmente
                                                                       Ricardo Izaguirre S.

Correo electrónico:  rhizaguirre@gmail.com

 

 


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