87 “LA CHISPA”
Lema:
“En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del
Poder”.
LA MEDICINA
ALOPÁTICA
Me decía un amigo: “no me importa
que un médico se equivoque en un diagnóstico que me haga, o que la medicina que
me recete no sirva; lo que no tolero es la arrogancia con la que te tratan”. Y aunque no son todos los doctores los que
siguen esa conducta, la verdad es que hay muchos, especialmente los jóvenes,
que se creen de verdad tocados de los dioses y con dominio pleno sobre la vida
y la muerte. Creen que su palabra es lo
último, y que después de ellos, ni Dios puede hablar. Para muchos de estos individuos, nadie que no
tenga un título de médico puede dar alguna opinión sobre salud o la manera de
lograrla. Para ellos todo el que lo
intente, sin ser “doctor”, es un charlatán digno de que lo metan en la cárcel. Para este grupo de individuos, toda la sabiduría
sobre medicina está únicamente en sus manos y cabezas. Pero ¿cuáles son en realidad los fundamentos
de la medicina alopática? ¿Y son tan
confiables, seguros e infalibles como se afirma bajo el “principio de
autoridad”? La medicina alopática se
basa en algunos pocos postulados generales, a partir de los cuales, se
establecen todas las categorías de “enfermedades” del catálogo
médico. Y eso, sin hacer el menor caso
de la individualidad; es decir, la medicina ubica al individuo en forma
arbitraria, en una categoría fatalista y oscura. Es decir, para el médico alópata hay
“enfermedades” y no personas enfermas por desarreglos funcionales que le son
propios e individuales. Y bajo ese
criterio, se le aplican tratamientos genéricos en contra de “determinada
enfermedad”. El ente abstracto “enfermedad”,
ha adquirido categoría de cosa real, viva y distinta, que nada tiene que ver
con los cuerpos. Para la mente del
médico alópata, existe la “enfermedad” con independencia del enfermo, lo cual es un disparate absoluto.
El sentido común nos dice que hay
personas enfermas; porque ninguna “enfermedad” existe per se. Lo que hay son
personas enfermas por causas diversas (que no son muchas) y con una
sintomatología que difiere de unas a otras aunque tengan rasgos
semejantes. A los enfermos se les puede
ver, tocar y tratar para que recuperen su armonía funcional; pero nadie puede
ver a una “enfermedad”, tocarla, embotellarla, verla al microscopio o
destruirla fuera de un cuerpo, porque la enfermedad solo existe en el
enfermo. Entonces, cada persona
enferma es una individualidad a la que NO se debería tratar de acuerdo
con un criterio general de víctima de tal o cual “enfermedad”.
Ese es el primer gran error de la
medicina alopática. El segundo, y talvez
por el cual la “medicina oficial” ha cometido la mayor parte de crímenes a
nombre de la salud, es el dogma de la CAUSA MICROBIANA. Para la medicina alopática, todo parece
reducirse a MICROBIOS. Estas
microvidas, en sus múltiples variantes, son la causa de la mayoría de las
enfermedades, según la medicina oficial.
Todo mal se debe a infección bacteriana, y su cura, solo puede ser
mediante antibióticos y desinfectantes externos que MATEN TODA FORMA DE VIDA. Pero si, según esa deleznable teoría, todas
las bacterias fueran causantes de enfermedad y muerte en los humanos, estos
habrían desaparecido hace milenios.
Siempre hemos vivido con microbios y la humanidad ha persistido. Como el
resto de las formas animales y vegetales.
Este planeta siempre lo hemos compartido con toda clase de bacterias y
virus, pues estos son, en última instancia, la base de la vida del
autoproclamado Homo sapiens, y DE TODA FORMA DE VIDA QUE HAY EN EL
PLANETA. Y si el hombre tuviera el
poder de eliminar a todos los microbios, la vida desaparecería del mundo. Casi
no existe dolencia orgánica que no se clasifique dentro de la teoría microbiana. Si nos duele un oído, se trata de una
infección. Respuesta alopática:
antibióticos. Si a un niño le duele la
pancita, se trata “infección intestinal”.
Respuesta: antibióticos. Si nos
duele la región lumbar: “Infección renal”. Respuesta: antibióticos. En la medicina oficial alopática, no hay
cabida para la individualización y el trato personal del paciente. Sea lo que tenga, se le receta antibióticos,
sin importar que estos puedan dañar el hígado o los riñones, o bien, destruir a
ciertas bacterias que viven en nuestro interior en forma simbiótica para
beneficio mutuo: de ellas y de nosotros.
No es destruyendo microbios como se recupera la salud de un paciente;
los microbios han estado allí desde siempre; estuvieron allí antes de que
apareciera el hombre, y estarán allí cuando este haya desaparecido de la
epidermis de la tierra. Bien están
donde los puso la
Naturaleza.
Nuestro cuerpo
es la suma de billones de microbios y su labor.
La
teoría microbiana es un dogma aterrador y nocivo en la medicina alopática, pues
impide el correcto enfoque de la naturaleza del padecimiento de un
paciente. La proliferación de microbios
patógenos solo se da en cuerpos que, por otros desórdenes funcionales, son
incapaces de mantener el control de la población microbiana capaz de generar
una “enfermedad”. El porqué se
produce esa proliferación microbiana es la causa del mal, y no los microbios en
sí. Todos tenemos de todos los
microbios, ¿y por qué no desarrollamos las enfermedades que se les atribuyen a
estos? Todos deberíamos de tener todas
las enfermedades, ¿y por qué no es así?
Allí hay algo que no calza bien en la teoría microbiana que, con tanta vehemencia,
defiende la medicina alopática. ¿Y por
qué lo hace? Muy sencillo: por la
simplificación que facilita la tarea masiva de la medicina oficial y, sobre
todo, porque permite respuestas mecánicas que no requieren pensar mucho, ni
mayor análisis de parte del médico. “Tómese
estos antibióticos durante ocho días, y si no nota mejoría, regrese para darle
otro tipo de unos más fuertes (de mayor espectro)”. Así, en alguna de tantas, dan en el clavo y
suprimen los síntomas que indicaban una disfunción orgánica. Matan el síntoma, la alarma que el organismo
encendió; pero la irregularidad sigue latente.
El paciente se “curó” de la infección respiratoria, aunque meses o
semanas después, empiece a padecer del mortal estreñimiento, o de dolores
hepáticos o renales, como consecuencia de los antibióticos y todos los
medicamentos que lo hicieron tomar.
La otra parte de la medicina
alopática que no se resuelve mediante la teoría microbiana y la medicina
medicamentosa, se soluciona con la cirugía, los rayos equis o la
irradiación. Es decir, mediante
alguna brutal forma de mutilación. Si
nos duele la vesícula, hay que extirparla.
Si el estómago funciona mal, hay que recortarlo; si duele un riñón, hay
que sacarlo; si nos duele un juanete, hay que limarlo, quebrarlo y
recortarlo. El apéndice es un estorbo
que de nada sirve: hay que eliminarlo.
Así es la cosa. La medicina
alopática no trata al ser humano, sino que utiliza a este como campo de batalla
en su lucha contra esa abstracción llamada “enfermedad”, con los mismos
argumentos dogmáticos de siempre. Es
decir, el individuo no cuenta, sino la “enfermedad”, y dentro de ese cerrado
esquema, no queda lugar para otra cosa que no sea la AUTORIDAD DE
LA MEDICINA OFICIAL. Y si usted no es médico, cállese, pues no es
más que un charlatán que nada sabe.
Es comprensible que la masificación
de la medicina haya conducido a la impersonalidad de esta, y a esa conducta un
tanto frívola de muchos médicos, pero eso no justifica, científicamente, la
posición monolítica de la medicina alopática en contra de otras formas de
buscar la salud. ¿Por qué esta medicina
oficial hasta hace poco hacía burla de la Homeopatía?
¿Por qué consideran la acupuntura como una cuestión folclórica de los
chinos? Y peor aún, ¿por qué ven con
tanto menosprecio a la llamada medicina naturalista? La maravillosa ciencia de la iridología
ha tenido que probar su efectividad, duramente, para que la medicina alopática
la empiece a tomar en cuenta. La arrogancia es una
mala consejera en la búsqueda del conocimiento y la verdad científica. Nadie es dueño de la Verdad Absoluta
en materia de medicina ni de ningún otro conocimiento humano, pues lo que
apenas ayer se reputaba como la “verdad científica” hoy es un ridículo. Como el sangrado que se hacía a los
pacientes; o la aplicación de las asquerosas sanguijuelas; o la
trepanación. Y todas fueron “VERDADES
MÉDICAS CIENTÍFICAS E INFALIBLES” en su época. Entonces, ¿qué nos garantiza que en el futuro
no veremos de igual forma a la medicina actual?
La modestia siempre ha sido la característica más notoria de los hombres
verdaderamente sabios. Y la arrogancia,
propia de los necios y vacíos, que
ocultan su ignorancia detrás de la coraza del dogma y la “autoridad” de los
gremios o colegios, los cuales tratan de compensar con la fuerza de la
unión, la falta de conocimientos.
Si le gustó esta “Chispa”, hágala circular.
Fraternalmente
Ricardo
Izaguirre S.
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