358 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se
fundamentan los abusos del Poder”
EL TELÉFONO EN SU FUNCIÓN
SADO-MASOQUISTA
Si cuando Alexander inventó ese
aparato hubiera previsto todas sus posibilidades, es posible que no hubiera
sido tan liberal en su popularización.
Es cierto que es una maravilla, que nos acerca, que facilita la vida,
que hace posibles innumerables relaciones a distancia que de otra manera solo
podrían ser sustituidas por el correo. Pero también es verdad que se ha convertido en
un instrumento de tortura, inquietud y molestia; en un moderno esclavista de la
raza humana. El teléfono es mágico, y
los que venimos desde principios del siglo pasado, lo hemos ido viendo
evolucionar hasta convertirse en esos diminutos aparatitos que son “cosa del
Diablo” y que pueden realizar las más variadas y sorprendentes maniobras que
los viejos ya no pueden aprender. Solo
los que nacieron en esta época en donde reina en forma absoluta la tercera
generación (UTMS), el iPod, la MP3, la Bluetooth y todo lo digital, palabra tan simple y compleja
de la cual nada entendemos.
Los teléfonos hacen de todo:
retratan, graban música, envían mensajes, fotos, melodías; son agendas, tienen
sensores, rayos X, gamma; poseen poderosas memorias capaces de almacenar lo que
sea: video, audio, datos, números y complejas figuras. Y todo de la forma más natural para los
jóvenes. Pero para los viejos, el
asombro es tal ante tanta magia tecnológica, que desde antes de intentar
utilizarlos nos dimos por vencidos. En
el aspecto tecnofónico fuimos
arrollados por el expreso de la modernidad.
Yo todavía echo de menos a aquel simpático grupo de diligentes muchachas
que en el edificio del antiguo Correo, y frente a un enorme panel de madera,
conectaban y desconectaban un sinfín de alambres para establecer las
comunicaciones telefónicas de un San José que quizás tenía unos dos o tres mil
teléfonos, que ellas se sabían de memoria. En ese tiempo nadie pensaba en que un
teléfono le era “imprescindible”. Este aparato era para el gobierno, la
policía, para ciertas empresas o gente muy importante. En la mente del ciudadano común no tenía
lugar alguno este instrumento. No nos
habían “creado su necesidad” y todos
vivíamos bien y nos comunicábamos, aunque no me acuerdo cómo. Tampoco había tele ni el auto se había
convertido en un “must”, como dicen
los gringos.
Pero de repente, no sé cuándo, el
teléfono empezó su arrolladora marcha y dejó de ser un lujo de ricos para
convertirse en auxiliar valiosísimo en los negocios, hospitales, taxis,
oficinas de todo tipo y, finalmente invadió los hogares y se convirtió,
solapadamente, en el epicentro de estos.
Todo lo facilitaba, todo lo acercaba, era la panacea en el mundo de la
comunicación interpersonal. Todos
querían “hablar por teléfono”, aunque no tuvieran qué ni con quién. “Ahí se improvisa, sobre la marcha, la cuestión es hablar”. Lema que mucha gente continúa utilizando en
forma irrespetuosa. Y cuando el amigo o pariente adquiría uno, eso
era el cielo en la tierra; a hablar hasta por los codos Hasta ahí, todo parecía de maravilla; había
llegado el juguete social más útil que había inventado el hombre. Más que las lavadoras de rodillos. Pero nadie pudo anticipar que detrás de tanta
bondad, también habría que pagar un precio por el disfrute de ese diabólico
artefacto. También cayó en manos de las suegras. De los chismosos-as, de los cobradores desconsiderados,
irrespetuosos y majaderos. De aquellos
que no respetan la intimidad ajena ni la inoportunidad de la hora. Entonces fue cuando empezamos a ver la cara
siniestra del Teléfono. De repente ya no nos pareció tan amigable ni
digno del aprecio que le teníamos, sino que comenzamos a sospechar; a
sobresaltarnos cada vez que sonaba.
¿Será mi suegra, será del hospital, será un cobro, será mi mujer, será
mi amigo chismoso? El mundo empezó a
llenarse de millones de “telefoadictos”,
gente que considera que todos los demás tienen tiempo y que están dispuestos a
escuchar sus problemas, por insignificantes que sean. Personas que se creen el centro del universo
y que cualquier idiotez que les pase, debe ser escuchada telefónicamente por
todo su círculo de amistades: desde que les sacaron una muela, hasta que el
lavatorio gotea; que Carlitos ya echó su primer diente, o que Marianita ya dice
“papá”.
Sin importar la hora que sea, estas
personas dan por un hecho que los demás están desocupados y deseosos de
escuchar las “cosas tan interesantes” que ellos tienen que decir, y un simple
saludo, lo transforman en una conversación interminable y desconsiderada. Entonces, el Teléfono se convirtió en un
enemigo infiltrado en el seno del hogar; un instrumento de control, espionaje y
chismorreo, en fin, un aparato de tortura; pero además, de daño tremendo al
bolsillo. ¿Dónde estabas, que te llamé cien veces? Sin embargo, cuando se salía, había la
oportunidad de librarse del bendito teléfono y el sadismo de los telefoadictos quedaba sin efecto. Pero ya ustedes saben qué pasó: hizo su
aparición el condenado celular, ese terrible bichito con el que nos pueden
seguir a todas partes, incluso al baño, al retrete, al cuarto del motel, a la
playa, al cine, al último rincón donde pudiéramos meternos. Ahí nos encontramos con el molesto, burlesco
e impertinente celular. Y es aquí en donde
entra el aspecto masoquista del telefoadicto.
Sabe el daño que le ocasiona, pero no puede resistir la idea de vivir
sin él. Es una enfermedad moderna que no
solo nos seca el cerebro con sus microondas sino que es un cilicio, un
quintacolumnista que, voluntariamente, hemos dejado que tome el control de
nuestras vidas, irrespetando no solo nuestra intimidad, sino interrumpiendo
groseramente cualquier conversación que tengamos en ese momento con personas
“no digitales”. ¿Y por qué no lo
apagamos, si es tan fácil? “Por miedo a
perder una llamada de verdad importante”.
Demoledor argumento del
sado-masoquismo telefónico.
Pero como la tecnología es tan
poderosa, esperamos que los celulares pronto vengan equipados con programas que eliminen automáticamente el SPAM telefónico (suegras, chismosos-as,
cobradores, charlatanes y todo aquello que no sea productivo). O con programas que puedan interrumpir una
conversación spam fingiendo un desperfecto en la línea. Entonces sí valdrá la pena tener un
celular.
Telefóniquescamente
RIS. E-mail: rhizaguirre@gmail.com
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