viernes, 4 de junio de 2010

420 ¡Feliz Año Nuevo!

420     “LA CHISPA”                                 (20 marzo)

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

¡FELIZ AÑO NUEVO!

     Mañana 21 de marzo debería empezar el verdadero Año Nuevo. De hecho así es, aunque la mayor parte del occidente se rija por una cronología arbitraria y sin sentido alguno. Imposición de la Iglesia, desde luego. ¿Qué base científica tiene la era cristiana? Y peor aún ¿cómo es que el año se inicia en ese tiempo tan horrible que no puede tener significación alguna? Además, ¿por qué tiene que ser de origen religioso? La cronología hindú era de una antigüedad tal que produce vértigo, pues la palabra MANVANTARA es algo que se escapa a la comprensión del occidental común, acostumbrado a los reducidos y ridículos números de la existencia del mundo que ha fijado el judaísmo en sus dos versiones. Los egipcios tenían una cronología que ni siquiera podemos imaginar, pues los sacerdotes le informaron a Heródoto que ellos habían iniciado su conteo desde una época que abarcada dos períodos en los que el sol había salido por el oeste. Una monstruosidad de años que la mente se niega a procesar, pues implica más de dos inversiones totales del eje terrestre. Entonces ¿por qué utilizar un incierto acontecimiento religioso (la fecha del nacimiento de Cristo) como base de nuestra cronología, cuando podemos disponer de un método astronómico de admirable precisión y confiabilidad? Ese formidable reloj cósmico sería perfecto para medir el tiempo transcurrido desde cualquier punto en el que quisiéramos iniciar nuestras memorias, pues podríamos utilizar los períodos precesionales para medir los grandes lapsos con puntualidad absoluta. Este calendario de casi veintiséis mil años, en el cual el Punto Vernal retrograda 360 grados a través del Zodíaco, podría ser considerado el año equinoccial. Y cada uno de sus meses sería de unos 2.156 años, tres de los cuales serían suficientes para acomodar toda la historia de la cual tenemos noción los occidentales, y así, esta dejaría de ser esa extraña línea algebraica actual con registros positivos y negativos. O bien, ¿Por qué no utilizar el período juliano establecido por Joseph Scaliger en el siglo XVI, el cual abarca un período que va desde el año 4713 antes de Cristo (año CERO de los astrónomos) hasta el 3267 de la era cristiana?
     En esto de la cronología todos nos hemos vuelto cómplices voluntarios de uno de los grandes fraudes de la historia moderna. Bien se sabe que el monje sirio Dionisio Exiguo estableció en 525 d.C. que el nacimiento de Cristo había sido en el año 753 de la cronología romana (AUC). Eso significa que el 753 AUC se transformó en el año PRIMERO de la era cristiana. Pero este hombre metió la pata, y con ella, a la Iglesia y la cronología cristiana, pues se también se sabe con toda certeza, por la Historia de Verdad, que Herodes murió en el 749 AUC. Y como ese año corresponde al cuarto ANTES de la era cristiana, resultaría que Cristo nació por lo menos cuatro años antes de Cristo. O que Herodes anduvo persiguiendo al niño Jesús más de cuatro años antes de que este naciera. Un absurdo inaceptable a pesar de la fe y de todo el respaldo que la Iglesia le dé a la era cristiana.
      ¿Por qué se celebra la Natividad el 25 de diciembre, y el año comienza el primero de enero en pleno invierno? Ambas fechas son arbitrarias e irrelevantes y nada tienen que ver con los fenómenos celestes que siempre han determinado las grandes y legítimas celebraciones humanas. El año nuevo y la Navidad cristiana son fiestas muy tristes e inadecuadas, pues se producen dentro de lo más áspero del invierno. Y eso es antinatural y sin sentido alguno. La Natividad debería ser el primer día del año, y este debe ser el primero de la primavera (21 de marzo), cuando renace la vida sobre todo el hemisferio norte, cuna de los hombres que inventaron o dedujeron esas verdades de la Naturaleza; o bien, que recibieron esa información de los dioses. Por eso los antiguos celebraban el Equinoccio de la Primavera, pues ese era el tiempo cuando el Sol, el Helios portador de la Vida, regresaba de su largo periplo por los sombríos campos invernales y hacía renacer (Natividad) la vida y la tierra; era también cuando retornaba Perséfone de su cautiverio en el Hades, y su madre Deméter, feliz, inundaba los campos de frutos y del sagrado grano del trigo; era cuando tenía lugar la Natividad cíclica y eterna de la Naturaleza. Los antiguos sí sabían de qué trataba la cuestión. Ellos si comprendían el significado divino de ese mito cosmogónico y jamás lo confundieron con la farsa comercial que tenemos ahora. Así, pues, el año debería iniciarse con la Natividad de la naturaleza, y sería en el equinoccio de Primavera. Y ese día en lugar de ser el 21 de marzo como ahora, se convertiría en el PRIMERO de marzo. Ahí empezaría el conteo de un año natural y en armonía cósmica; con un verdadero significado astronómico para los científicos; espiritual para los místicos, y religioso para el creyente ordinario. De esa racional manera se resolverían mil problemas de tipo cronológico, y el año chino, japonés, árabe o mexicano, no pasarían de ser más que simples variantes de tipo folclórico y regional que estarían subordinadas a una incontrovertible y universal verdad científica.
      Los judíos están más próximos a lo correcto en cuanto al inicio de su año sagrado que comienza con el mes de Nisán (Aviv), al principio de la Primavera y que coincide con su Pascua.
Así, pues, ¡FELIZ AÑO NUEVO EL 21 DE MARZO! DEL AÑO QUE SE NOS ANTOJE EN EL CALENDARIO CÓSMICO.

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