sábado, 12 de junio de 2010

78 La burla de la lotería

78   “LA CHISPA”

LEMA: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder.

LA BURLA DE LA LOTERÍA

   Un amigo muy chistoso me decía, después de escudriñar en “la lista de la lotería” y llegar a la dolorosa conclusión de que no había pegado nada: “Esta hijueputa lotería no se la saca nadie, y es más probable que te caiga un rayo en la cabeza, que esta te favorezca. Y no me vengan con el cuento de que me sienta feliz con ayudar a los pobres, pues yo no juego lotería para ayudar a nadie, sino para salir de pobre. No conozco a ningún cabrón que se la haya ganado”.
    Estos patéticos y cómicos comentarios de mi vecino, me hicieron pensar un poco en varias cosas relacionadas con ese negocio de la Junta de Protección Social. Y al interrogar a varios chanceros y a una persona que conoce muy bien el asunto “desde adentro”, tuve que llegar a conclusiones parecidas a las de mi vecino. Pero antes, una aclaración necesaria: jugar lotería es un vicio. Tan arraigado, poderoso y dominante, o talvez más, que fumar o tomar licor. Comprar lotería, tiempos o chances, con la esperanza de “salir de pobre”, es una compulsión irrefrenable que se puede enmarcar dentro de cualquier cuadro de patologías sociales. La lotería es un vicio nacional, fomentado oficialmente bajo el pretexto de que es para ayudar a los pobres. Sin embargo, el daño que le causa a miles de hogares con pacientes víctimas de esa enfermedad, es terrible. Para ayudar a los pobres existen instituciones especializadas del Estado. Y las que falten, deben ser creadas por el gobierno con los fondos que aporta el pueblo por otros canales adecuados a ese propósito. La lotería, tutelada por el Estado, bajo esa mascarada conocida como Junta de Protección Social, es tan inmoral como la Fábrica Nacional de Licores.
       Mucha gente me dirá: “Pero a nadie se le obliga a jugar lotería, y el que lo hace es porque le da la gana”. Y yo le respondo: FALSO. El Estado, bajo el disfraz de Junta de Protección, y con un pretexto justificativo deleznable, induce a los individuos al vicio de la lotería, de igual manera que lo hacen los vendedores de licor, cervezas y cigarrillos. Y aquí volvemos a utilizar el argumento anterior: “El que bebe guaro o fuma, lo hace porque le da la gana” Pero ¿es cierto esto último? ¿Es todo bebedor y fumador un vicioso conciente que tomó la decisión de convertirse en eso, sin que tuviera ninguna influencia externa, es decir, de los vendedores de licor y cigarrillos, tutelados por el Estado? ¿O de otros viciosos que también fueron víctimas de esa cadena propagandística?
      Existen muchas compulsiones sociales calificadas como enfermedades, y estas producen efectos somáticos bien conocidos por los especialistas. La manía de “ir de compras” es una de ellas. Y mucha gente también podría argumentar que la persona que se dedica a eso, lo hace por su libre decisión. Pero eso tampoco es cierto en su totalidad. Todos somos víctimas de la publicidad, ese monstruo de mil cabezas que permea todos los ámbitos de nuestra vida. NADIE compra, vende, cambia, escoge, lee, come o bebe nada que no esté respaldado por una fuerte publicidad, que en muchos casos, llega hasta la saturación de los sentidos. Y no solo es el resultado directo y brutal que esta ejerce para inducirnos a gastar, comer o comprar lotería, sino lo que es más eficaz y deletéreo: el efecto del mensaje subliminal implícito en la publicidad de lo que sea. “Hágase millonario de la noche al día”. ¿No es embrujadora esa invitación? ¿Hay alguien que pueda resistirse a la tentación de hacerse millonario de un solo sopapo en forma tan fácil?
     Cuando escogemos un bluyín, una pasta dental, una computadora o un carro, NO LO HACEMOS CON TOTAL INDEPENDENCIA DE CRITERIO, sino mediante la manipulación que los publicistas han hecho de nuestra mente, es decir, somos instrumentos al servicio de otros; de igual manera que el comprador de lotería es un prisionero de su ambición, orquestada y estimulada por el Estado, bajo un pretexto discutible.
      No cabe duda de que la lotería es un vicio, tan fuerte como los dados, los naipes o el licor, o quizás peor. Por lo tanto, el Estado debe separarse de esa actividad como su gerente y beneficiario. La Lotería debe de ser una empresa privada sin pretextos de “beneficio social” u otra máscara. Sin embargo, el gobierno debe asumir el papel de contralor y garante no solo de la legalidad de este negocio, sino del monto total de los beneficios que se reparten entre los jugadores. En el estado de Nevada, Estados Unidos, de la cantidad total de lo recolectado por la lotería, EL SETENTA Y CINCO por ciento (75%), DEBE ser entregado en premios a los jugadores. ¿Qué porcentaje se da a estos en Costa Rica?
       Todos los negocios tutelados por el Estado, se vuelven sospechosos por la impunidad que suelen tener (ICE, Banca, RECOPE, INS, etc. etc.). Y la Lotería no es la excepción. Pero antes, veamos un típico y aburridor sorteo dominical, el cual tiene todos los visos de una gigantesca tomadura de pelo al esperanzado jugador.
La primera sospecha resulta de su irregularidad en cuanto al número de premios. ¿Cómo y quién determina ese número y por qué? A veces son ochenta (80), otras 61 (15 dic. 2003), y el último, del 29 de dic., fue de 56 premios. ¿Por qué? ¿Por qué no un número fijo más reducido y con premios mayores? ¿Es cuestión de propaganda para que la gente vea ese MONTÓN de premios? Pero ese “aterro” de premios es una BURLA SANGRIENTA al jugador. ¿Se imaginan ustedes lo difícil, casi imposible, que es pegar los cinco números de un premio? Y con la horrenda posibilidad de ganarse un premio de cien mil colones. ¿No es para ponerse a llorar? ¿Qué se puede hacer con “mugres” cien mil pesillos? ¡Ni siquiera una buena borrachera! Yo soy un pelagatos, pobre, arrancado, tieso, pero ¡por todos los dioses!, me daría rabia pegar todo un entero para ganarme cien mil colones. Sentiría que toda mi suerte se desperdició en un pinche premio que no alcanza para nada.
Analicemos el sorteo de los ochenta premios:
Uno de cuarenta millones 40.000 000
Uno de cinco millones 5.000 000
Uno de dos y medio millones 2.500 000
Veinte premios de cien mil 2.000 000
Cincuenta de doscientos mil 10.000 000
Cinco premios de cuatrocientos mil 2.000 000
Dos premios de quinientos mil 1.000 000
Total repartido 62.500 000

       Pero resulta que se vendieron CIEN MIL BILLETES a dos mil quinientos colones cada uno, lo cual da un total de DOSCIENTOS CINCUENTA MILLONES de colones. Pero con el truquito de “los gemelos”, el monto final llega a los QUINIENTOS MILLONES. ¿Lindo negocio no? Yo quiero ser administrador de la lotería “privatizada”. Apenas el VEINTICINCO POR CIENTO (25%) EN PREMIOS AL CONSUMIDOR, más o menos. ¿No es un negocio redondo? Les repetimos: en Nevada se da a los jugadores EL SETENTA Y CINCO (75%) por ciento de lo recaudado. Y eso que ese país es el paraíso de la libre empresa. Entonces, ¿cómo es que aquí el Estado se receta lo que debería de repartirse entre los creadores del fondo? Y como dice mi amigo, no me vengan con el cuento de que esa plata es para los pobres. Es un negocio y como tal, debe tener su margen legal FIJO de ganancia. Lo anterior significa que solo en ese sorteo, la dichosota Junta se echó al bolsillo la suma de TRESCIENTOS SETENTA Y CINCO MILLONES DE COLONES. Tres veces el monto de lo que repartieron entre los jugadores.
         Pero además de la injusticia en cuanto a los premios, está es asunto del mecanismo. ¿Por qué tantos premios insignificantes? ¿Por qué no unos CUATRO premios de QUINCE MILLONES y uno MAYOR de CINCUENTA? Eso haría un total de ciento diez millones a los viciosos del juego, y NOVENTA MILLONES DE GANANCIA A LA LOTERÍA. Casi el cincuenta por ciento del total, lo que en cualquier negocio, es un beneficio abusivo. Sin embargo, eso si estaría de acuerdo con el eslogan de la lotería: “Hágase millonario de la noche al día...”
      En la actualidad, en el apogeo del reinado de las garroteras de la vivienda, con quince millones, apenas se puede comprar una casita de medio ver. Entonces, ese debería ser el premio menor que otorgue la lotería. Porque repito, la posibilidad de ganarse un premio en esa institución, es como la de realizar un viaje a Júpiter. Y si esta suerte se desperdicia en un premio de cien mil colones, es para morirse de la cólera. Y en el despeñadero que se encuentra la moneda nacional con la DEVALUACIÓN, dentro de unos pocos años, con quince millones de colones, apenas se podrá comprar una plancha. La lotería se ha quedado muy atrás. Es cierto que quince millones, lingüísticamente, convierten a la persona que los tiene en millonario; pero esta suma no convierte en rico a nadie. Y la lotería debe de ser eso: una institución que haga milagros dominicales, al realizar sueños de cuento de hadas para algunas familias. Por ahora, es apenas un remiendo.
Otro problema que debe resolver la Junta es el asunto de esas esferas, las bolas de los números, y los cajones donde ubican estas últimas. Esos artefactos parecen sacados de un museo victoriano o de una película de Vincent Price, o de aquellas de los casinos flotantes del Mississippi. En la actualidad existen equipos electrónicos de alta precisión y que no pueden ser amañados de manera alguna. Esas bolitas de la junta, parecen hechas de piedritas de río, y su aspecto es deplorable. ¿Será uniforme su peso y diámetro? Recuerden que estos son factores que pueden incidir en los resultados. Las más pesadas bajan primero, y un milímetro más de diámetro, puede hacer que una bolita no pase por determinado canal, y en ese caso, tal número jamás “caería”. ¿Por qué la Junta no compra un equipo de lotería moderno, que disipe toda sospecha acerca de la legalidad de sus sorteos?
    ¿Por qué declaran secreto de Estado los nombres de los ganadores? Todo ganador de un premio grande debería presentarse a la Junta a retirarlo o a que, desde allí, se lo depositen en la cuenta bancaria que él indique. Y con toda la parafernalia del caso, que lo retraten y publiquen en los diarios su nombre y el monto de lo que se ganó. Y con periodistas impertinentes que le pregunten en qué va a gastar semejante montón de plata. Porque lo que es ese premio de los SEISCIENTOS (600) MILLONES, me tiene completamente enchilado. Mis amigos lectores comprenderán que esta “Chispa” es hepática y llena de envidia, pero eso no desvirtúa la seriedad de los argumentos de fondo.
    Dicen que las personas se pelean por ser miembros de la Junta de Protección social. ¿Será verdad? Y de ser cierto, ¿por qué?
Si le gustó esta “Chispa” súper envidiosa, y si se siente tan chimado como yo, hágala circular para que se mortifiquen más todos los que no ganaron.

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