miércoles, 29 de abril de 2015

1031 ¡Terremoto!



1031  LA CHISPA          (8 agosto de 2014)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¡¡TERREMOTO!!
            Todos queremos creer que no, que no debería ser posible.  Que San José no puede sufrir un terremoto de  condiciones catastróficas (8- 8.5 ó 9 en la escala de Richter).  Pero, ¿por qué no?  No existe razón alguna que nulifique esta posibilidad con algún grado de certeza; mejor dicho, no existe regla o cálculo alguno para desvirtuar esta probabilidad.  Sentada esa premisa, pasemos a lo que sigue, que es lo verdaderamente aterrador.  La gran área metropolitana, como le llaman a San José y los caseríos aledaños, tiene una población de unos dos millones de habitantes, y es una verdadera trampa mortal en caso de una evacuación forzada.  En una eventual demolición de la ciudad y los pueblos aledaños, la gente tendría que huir a las provincias alejadas (Puntarenas, Guanacaste y Limón).  Pero ¿cómo lo harían?  El Valle Central no cuenta con un sistema vial capaz de soportar una movilización masiva de tanta gente; y eso, en el supuesto de que las tales callejuelas que forman la red vial, no se desmoronaran parcial o totalmente, como las de Cinchona, la autopista del Sol o la Trocha de la frontera.  Y también, tendríamos que suponer que las decenas de puentes anticuados y mal hechos no se desplomaran o quedaran falseados.  San José se convertiría en una gigantesca ratonera de donde nadie podría entrar o salir.
         Si en condiciones normales, esta ciudad está formada por cuatro “embudos” que convierten la salida de la capital en una auténtica tortura, ¿qué sería en una situación de pánico colectivo en donde todo el mundo quisiera escapar por su vida?  Es seguro que morirían más personas en los atascaderos de carros que por los efectos directos del terremoto.  En San José ni siquiera hay plazas o parques suficientes como para alojar a uno cien mil ciudadanos, que apenas sería el 5 por ciento de la población josefina.  Y si se rompen las malas cañerías de agua, ¿qué haríamos?  La electricidad se iría de inmediato, pues hasta donde se sabe, no existe un sistema de emergencia planeado para un desastre de tal envergadura.  No hay refugios para dos millones de personas; no hay hospitales alternativos en zonas accesibles por buenas carreteras; con cuatro puentes que se caigan, y un aeropuerto cuarteado,  San José quedaría en el desamparo absoluto: sin luz eléctrica, sin agua, sin hospitales ni atención médica, sin bomberos, sin formas de escapar; y con cientos de miles de muertos y heridos de todas las categorías.  Y después del pillaje, nada de alimentos.  Casas derruidas, edificios falseados, derrumbado el sistema eléctrico, rotas las cañerías, calles destrozadas, incendios y pánico generalizado.  Y sin el aeropuerto, ni siquiera podríamos esperar ayuda internacional inmediata y cercana.
         Recuerden que San José es una ciudad formada por varios embudos viales ingratos: el que va a Cartago, el de Alajuela, el de Tibás, el de Pavas, el de Desamparados, Paso Ancho y Guadalupe.  Pero de todos esos, solo los que conducen a Puntarenas y Limón brindarían alguna esperanza, si es que no se han derrumbado el túnel Zurquí y el puente de San Ramón o cualquiera de los que hay en esa ruta.  Entonces, atrapados, sin luz, agua, medicina, techo ni comida, el panorama sería fatal.  Además, con miles de cadáveres y heridos agonizantes y sin esperanza.  ¿Que es una idea apocalíptica y exagerada?  Talvez, pero no deja de ser una posibilidad que los ciudadanos debemos contemplar con alguna seriedad.  No está demás tomar algunas precauciones simples que casi todos podemos hacer.  Un morral, un par de buenas botas, dos mudadas siempre listas, unas raciones de comida en lata, agua, un botiquín, un cuchillo, fósforos, candelas, pilas y un buen foco.  Eso puede crear la diferencia entre la vida y la muerte. 
         En un terremoto verdadero (8 ó 9), la destrucción sería masiva y es posible que todas las pésimas carreteras que forman la red vial nacional fueran destruidas, los puentes derrumbados y los aeropuertos inutilizados, lo cual haría que las ayudas llegaran hasta unos cinco o más días después de la tragedia, cuando hubieran muerto todos los heridos.  ¿Existe un plan de gobierno para una tragedia de esta magnitud?  ¿O todo está planeado para temblorcitos en pequeñas comunidades FUERA DE SAN JOSÉ?  ¿Es solo en la capital en donde existen los puestos de mando y la maquinaria capaz de abrir vías de paso?  ¿Tiene San José el monopolio de la cadena de mandos?  Y en el caso del desplome total de estos, ¿existe la previsión para que ciudades como Puntarenas, Golfito, San Carlos, Liberia o Limón se conviertan en los centros de operación?
         Además de esos problemas obvios, hay uno que genera muchas dudas: LAS TELECOMUNICACIONES.  ¿Existe una red satelital que nos permita comunicarnos con el mundo exterior?  ¿Existen centrales televisivas que puedan continuar generando señales de lo que pasa en Costa Rica?  Desde Nicoya, Puriscal o Golfito; desde Liberia, Puntarenas o Limón.  ¿Hay plantas, fuera de San José que nos garanticen que la telefonía seguiría funcionando en todo el país y con el extranjero?  Quisiéramos creer que si se cae el edificio del ICE, no nos quedaremos sordomudos ante la tragedia.  Queremos saber que mientras dure la carga de nuestros celulares, podremos hablar con nuestros familiares y amigos situados en otros sitios del área de desastre.  ¿Existe esa posibilidad?  ¿O estamos condenados al silencio y el olvido?  ¿Hay un sistema de intercomunicación nacional independiente de la centralización josefina?  La misma pregunta es válida para los bancos y otras instituciones de servicio social, pues si alguien logra salir de San José con sus tarjetas bancarias, debe tener la certeza de que en el banco de Peñas Blancas o Paso Canoas no le dirán que “el sistema se cayó” y que, por lo tanto, nada le pueden dar de su dinero.
         El estado debe crear un sistema  moderno de administración, de manera que las provincias no solo sean apéndices inútiles de las instituciones capitalinas (nacionales) sino que tengan el poder y los medios para actuar en forma autónoma ante esta terrible posibilidad de catástrofe nacional.  Hasta ahora todo ha marchado bien, porque todas las fatalidades grandes solo se ha producido fuera de San José, lo que ha permitido que la cabeza de la nación haya quedado sana y en condiciones de tomar decisiones.  Pero ¿qué pasaría si la tragedia abate a San José?  ¿Tendrían que empezar a improvisar como siempre?  ¿Tendrían que irse todos los diputados, presidente y ministros a algún lugar alejado en donde no haya nada, ni medios de comunicación ni instalaciones adecuadas para la tarea de levantar el país?  Cada cabecera provincial debe convertirse en una posible capital nacional.  Con todos los requisitos del caso, con toda la estructura administrativa, en caso de fallecimiento de los funcionarios josefinos.  Todo debe estructurarse de manera que no haya sobresaltos ni pérdida de tiempo ni, lo que es más importante, mayor pérdida de vidas, dolor y desamparo en la población.
         Es solo una teoría, horrorosa, claro que sí; pero probable, aunque los optimistas crean lo contrario. Parece que vale la pena pensarlo, pues de todos modos, la excesiva centralización del Poder es uno de los factores que crea desánimo en las provincias; además, es fuente de muchas y variadas maneras de corrupción, pues todo “se hace en San José y desde San José, para los habitantes y políticos de Chepe”.
         Terremotescamente

                                                                 RIS

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