1031 “LA CHISPA” (8 agosto de 2014)
Lema: “En la
indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¡¡TERREMOTO!!
Todos queremos creer que no, que
no debería ser posible. Que San José no
puede sufrir un terremoto de condiciones
catastróficas (8- 8.5 ó 9 en la escala de Richter). Pero, ¿por qué no? No existe razón alguna que nulifique esta
posibilidad con algún grado de certeza; mejor dicho, no existe regla o cálculo
alguno para desvirtuar esta probabilidad.
Sentada esa premisa, pasemos a lo que sigue, que es lo verdaderamente
aterrador. La gran área metropolitana,
como le llaman a San José y los caseríos aledaños, tiene una población de unos
dos millones de habitantes, y es una verdadera trampa mortal en caso de una
evacuación forzada. En una eventual
demolición de la ciudad y los pueblos aledaños, la gente tendría que huir a las
provincias alejadas (Puntarenas, Guanacaste y Limón). Pero ¿cómo lo harían? El Valle Central no cuenta con un sistema
vial capaz de soportar una movilización masiva de tanta gente; y eso, en el
supuesto de que las tales callejuelas que forman la red vial, no se
desmoronaran parcial o totalmente, como las de Cinchona, la autopista del Sol o
la Trocha de la frontera. Y también,
tendríamos que suponer que las decenas de puentes anticuados y mal hechos no se
desplomaran o quedaran falseados. San
José se convertiría en una gigantesca ratonera de donde nadie podría entrar o
salir.
Si en condiciones normales, esta ciudad
está formada por cuatro “embudos” que convierten la salida de la capital en una
auténtica tortura, ¿qué sería en una situación de pánico colectivo en donde
todo el mundo quisiera escapar por su vida?
Es seguro que morirían más personas en los atascaderos de carros que por
los efectos directos del terremoto. En
San José ni siquiera hay plazas o parques suficientes como para alojar a uno
cien mil ciudadanos, que apenas sería el 5 por ciento de la población
josefina. Y si se rompen las malas
cañerías de agua, ¿qué haríamos? La
electricidad se iría de inmediato, pues hasta donde se sabe, no existe un
sistema de emergencia planeado para un desastre de tal envergadura. No hay refugios para dos millones de
personas; no hay hospitales alternativos en zonas accesibles por buenas
carreteras; con cuatro puentes que se caigan, y un aeropuerto cuarteado, San José quedaría en el desamparo absoluto:
sin luz eléctrica, sin agua, sin hospitales ni atención médica, sin bomberos,
sin formas de escapar; y con cientos de miles de muertos y heridos de todas las
categorías. Y después del pillaje, nada
de alimentos. Casas derruidas, edificios
falseados, derrumbado el sistema eléctrico, rotas las cañerías, calles destrozadas,
incendios y pánico generalizado. Y sin
el aeropuerto, ni siquiera podríamos esperar ayuda internacional inmediata y
cercana.
Recuerden que San José es una ciudad
formada por varios embudos viales ingratos: el que va a Cartago, el de
Alajuela, el de Tibás, el de Pavas, el de Desamparados, Paso Ancho y
Guadalupe. Pero de todos esos, solo los
que conducen a Puntarenas y Limón brindarían alguna esperanza, si es que no se
han derrumbado el túnel Zurquí y el puente de San Ramón o cualquiera de los que
hay en esa ruta. Entonces, atrapados,
sin luz, agua, medicina, techo ni comida, el panorama sería fatal. Además, con miles de cadáveres y heridos
agonizantes y sin esperanza. ¿Que es una
idea apocalíptica y exagerada? Talvez,
pero no deja de ser una posibilidad que los ciudadanos debemos contemplar con
alguna seriedad. No está demás tomar
algunas precauciones simples que casi todos podemos hacer. Un morral, un par de buenas botas, dos
mudadas siempre listas, unas raciones de comida en lata, agua, un botiquín, un
cuchillo, fósforos, candelas, pilas y un buen foco. Eso puede crear la diferencia entre la vida y
la muerte.
En un terremoto verdadero (8 ó 9), la
destrucción sería masiva y es posible que todas las pésimas carreteras que
forman la red vial nacional fueran destruidas, los puentes derrumbados y los
aeropuertos inutilizados, lo cual haría que las ayudas llegaran hasta unos
cinco o más días después de la tragedia, cuando hubieran muerto todos los
heridos. ¿Existe un plan de gobierno
para una tragedia de esta magnitud? ¿O
todo está planeado para temblorcitos en pequeñas comunidades FUERA DE SAN
JOSÉ? ¿Es solo en la capital en donde
existen los puestos de mando y la maquinaria capaz de abrir vías de paso? ¿Tiene San José el monopolio de la cadena de
mandos? Y en el caso del desplome total
de estos, ¿existe la previsión para que ciudades como Puntarenas, Golfito, San
Carlos, Liberia o Limón se conviertan en los centros de operación?
Además de esos problemas obvios, hay
uno que genera muchas dudas: LAS TELECOMUNICACIONES. ¿Existe una red satelital que nos permita
comunicarnos con el mundo exterior?
¿Existen centrales televisivas que puedan continuar generando señales de
lo que pasa en Costa Rica? Desde Nicoya,
Puriscal o Golfito; desde Liberia, Puntarenas o Limón. ¿Hay plantas, fuera de San José que nos
garanticen que la telefonía seguiría funcionando en todo el país y con el
extranjero? Quisiéramos creer que si se
cae el edificio del ICE, no nos quedaremos sordomudos ante la tragedia. Queremos saber que mientras dure la carga de
nuestros celulares, podremos hablar con nuestros familiares y amigos situados
en otros sitios del área de desastre.
¿Existe esa posibilidad? ¿O
estamos condenados al silencio y el olvido?
¿Hay un sistema de intercomunicación nacional independiente de la
centralización josefina? La misma
pregunta es válida para los bancos y otras instituciones de servicio social,
pues si alguien logra salir de San José con sus tarjetas bancarias, debe tener
la certeza de que en el banco de Peñas Blancas o Paso Canoas no le dirán que
“el sistema se cayó” y que, por lo tanto, nada le pueden dar de su dinero.
El estado debe crear un sistema moderno de administración, de manera que las
provincias no solo sean apéndices inútiles de las instituciones capitalinas
(nacionales) sino que tengan el poder y los medios para actuar en forma
autónoma ante esta terrible posibilidad de catástrofe nacional. Hasta ahora todo ha marchado bien, porque
todas las fatalidades grandes solo se ha producido fuera de San José, lo que ha
permitido que la cabeza de la nación haya quedado sana y en condiciones de
tomar decisiones. Pero ¿qué pasaría si
la tragedia abate a San José? ¿Tendrían
que empezar a improvisar como siempre?
¿Tendrían que irse todos los diputados, presidente y ministros a algún
lugar alejado en donde no haya nada, ni medios de comunicación ni instalaciones
adecuadas para la tarea de levantar el país?
Cada cabecera provincial debe convertirse en una posible capital
nacional. Con todos los requisitos del
caso, con toda la estructura administrativa, en caso de fallecimiento de los
funcionarios josefinos. Todo debe
estructurarse de manera que no haya sobresaltos ni pérdida de tiempo ni, lo que
es más importante, mayor pérdida de vidas, dolor y desamparo en la población.
Es solo una teoría, horrorosa, claro
que sí; pero probable, aunque los optimistas crean lo contrario. Parece que
vale la pena pensarlo, pues de todos modos, la excesiva centralización del
Poder es uno de los factores que crea desánimo en las provincias; además, es
fuente de muchas y variadas maneras de corrupción, pues todo “se hace en San
José y desde San José, para los habitantes y políticos de Chepe”.
Terremotescamente
RIS
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