883 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica
del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
TOMAR DECISIONES
Nuestras
vidas suelen complicarse por culpa de una deficiencia casi enfermiza en los
seres humanos: la incapacidad para tomar
decisiones. Y no importa que estas
sean importantes o no. Pareciera que
tenemos un miedo irracional cuando la vida nos plantea situaciones que nos
obligan a decidir sobre algo; y muchas veces, dejamos que otros lo hagan por
nosotros, o que las cosas “se resuelvan solas”.
Es increíble la cantidad de problemas que se solucionan de esta manera.
Esta forma de evasión es casi una forma de vida en todos nosotros. Las cosas grandes las postergamos por más
tiempo, tanto como la duración de nuestras vidas. Y las pequeñas, todo el tiempo que sea
posible, o hasta que algo superior nos obligue.
O que otros, por casualidad, las resuelvan por nosotros. Acumulamos tantas cosas por hacer, que se
convierten en una pesadilla permanente que nos impide visualizar bien el campo
de nuestras actividades. Es lo que
podríamos llamar la tarea por siempre pendiente. Cortarnos el pelo o el bigote, buscar
determinado libro, hacer una visita a alguien, cortar el césped del patio,
llevar un viejo reloj a reparar, son algunas de los cientos de decisiones que
nada debería costarnos y que, sin embargo, nos toman mucho tiempo y nos crean
un sentimiento de culpabilidad y angustia.
¿Por qué? ¿Por qué no tenemos la
determinación para hacer lo que hay que hacer el día y en la hora en que
debemos hacerlo?
Tomar
decisiones es terrible por muchas razones. Primero, porque estas implican cambios que,
por leves que sean, engendran consecuencias que no podemos predecir con
exactitud, y eso nos asusta. Casi todos
estamos contentos con nuestras rutinas, cuyos resultados nos resultan muy
familiares; sin sobresaltos ni nada que se salga del guacal de nuestra
monotonía cotidiana. Porque si algo se
altera, se nos viene el mundo encima. Segundo,
porque tenemos miedo de enfrentar las reacciones que nuestra escogencia pueda
producir en los demás. Nos atemoriza el qué dirán. Así se trate de elegir una casa, ropa,
zapatos o una novia; o cambiar de amante.
De aceptar una determinada amistad o, peor aún, alejarnos de aquellas
personas cuya compañía es considerada como perniciosa o poco productiva. Y así se nos va llenando la vida de indecisiones
y vacíos; de cosas pendientes que nunca resolvemos ni olvidamos. De propuestas que nos hizo la vida y que
jamás contestamos, pero que están allí, en algún lugar de la consciencia:
inconclusas, esbozadas apenas, gimiendo, protestando y creándonos una sensación
de falta de carácter, incompetencia y cobardía.
¿Por
qué no hice esto o aquello en aquel tiempo?
¿Por qué continué con algo que debí abandonar hace mil años? ¿Por qué aguanté tantos años en ese estúpido
trabajo? ¿Por qué no me fui con aquella hermosa
mujer cuando me lo propuso? ¿Por qué no
hice aquel viaje que tanto había soñado?
¿Por qué me casé con esa mujer?
¿O con ese hombre que no era el amor de mi vida? ¿Por qué me dejé llevar por la rutina y lo
que otros decidieron? Y peor todavía, ¿por qué sigo atado a personas por las que
ya no siento nada? ¿Por qué estuve
casada tanto tiempo con ese hombre al que en realidad nunca quise? Y más horrible todavía, ¿por qué sigo viviendo con una mujer u hombre que ya nada significa
para mí? ¿Fue una buena decisión
tener hijos? ¿Lo fue el haberme
casado? Y si sabía que fue un error,
¿por qué permanecí en ese estado por tantos años?
Una
cosa es segura, todos sabemos lo que es
correcto o no; al menos, lo que nos gusta o no. Lo que consideramos deseable y placentero y
que quisiéramos se prologara todo el tiempo que nos resulte agradable. También sabemos cuándo algo llega a su fin y
empieza a convertirse en pesadilla, rutina, aburrimiento y displacer; en
tortura y malestar. Y todos sabemos que
es hora de tomar una decisión beneficiosa para todos. Entonces, ¿por qué no lo hacemos? ¿Por qué persistimos en creer que las cosas
pueden cambiar o componerse solas? Bien
sabemos que no hay marcha atrás en la calidad de las relaciones humanas. Que lo que murió o se enfrió es imposible que
vuelva a tomar el calorcito de antaño. Y
sin embargo, nos quedamos estáticos, indecisos, sin hacer lo único que resulta
correcto: ponerle punto final. Pero parece que la costumbre es avasalladora
y resulta superior a la razón y el sentido común. Continuamos con el mismo viejo o vieja. Con el mismo trabajo aunque lo odiemos. Nos recluimos en la casa cuando hay tanto
mundo por ver. Cerramos nuestro círculo
de afectos y nos conformamos con las mismas amistades idiotas, incapaces de
ofrecernos nada nuevo ni excitante.
Tampoco cambiamos de amante, aunque ya no la (lo) amemos.
¿Por
qué nos resulta tan difícil tomar decisiones que serían salvadoras? La aventura de la novedad nos intimida, y
llegamos a domesticar nuestra mente bajo las reglas de lo correcto y socialmente
aceptable. Y el miedo toma la
plaza de nuestra mente sin disparar un tiro.
Nos rendimos antes de entrar en combate, y todas las justificaciones
negativas nos parecen válidas, incluso la opinión de gente sin importancia
alguna. Dejamos de vivir nuestra vida
por la supuesta complacencia de los demás.
Permitimos que se nos escapen las cosas bellas y los buenos momentos
porque somos incapaces de tomar decisiones a tiempo, ni siquiera aquellas que
involucran nuestra felicidad. Dejamos
pasar el tiempo sin darnos cuenta de que este es una ruta de una sola vía. Y que una vez que se aleja, no hay manera de
atraparlo. ¿Qué tal hubiera sido de aquel
affaire con aquel amante? ¿En qué habría terminado? ¿Hubiera valido la pena? Nunca lo sabremos. Y eso es lo más terrible de la indecisión: la
interrogante eterna y sin la respuesta oculta por siempre en el arcano del
silencio.
Los
que se atreven saben, para bien o para mal, cuál fue el resultado de sus
escogencias en la vida; pero los pusilánimes tienen que arrastrar un millar de
incógnitas que los atormentan hasta el final de su existencia. Si usted está a tiempo, escoja su ruta y no
permita que otros lo hagan por usted.
Siga los dictados de su intuición y no permita que en cuestiones
afectivas, la razón tome las decisiones que son del corazón. Una locura agradable en la juventud, puede
endulzar su vida por el resto de sus días.
Pero una indecisión, siempre lo amargará con el signo de la duda y la
tristeza. Decídase, a lo que sea, pero hágalo
y no lo lamentará… o talvez sí, pero lo hizo y sabrá cuáles fueron las
consecuencias.
Fraternalmente (¿Es usted un indeciso-a?)
RIS E-mail: rhizaguirre@gmail.com
Blogs: La Chispa http://lachispa2010.blogspot.com/ con link a Librería en Red
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