martes, 14 de abril de 2015

883 Tomar decisiones



883    LA CHISPA       
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
TOMAR DECISIONES
            Nuestras vidas suelen complicarse por culpa de una deficiencia casi enfermiza en los seres humanos: la incapacidad para tomar decisiones.  Y no importa que estas sean importantes o no.  Pareciera que tenemos un miedo irracional cuando la vida nos plantea situaciones que nos obligan a decidir sobre algo; y muchas veces, dejamos que otros lo hagan por nosotros, o que las cosas “se resuelvan solas”.  Es increíble la cantidad de problemas que se solucionan de esta manera.  Esta forma de evasión es casi una forma de vida en todos nosotros.  Las cosas grandes las postergamos por más tiempo, tanto como la duración de nuestras vidas.  Y las pequeñas, todo el tiempo que sea posible, o hasta que algo superior nos obligue.  O que otros, por casualidad, las resuelvan por nosotros.  Acumulamos tantas cosas por hacer, que se convierten en una pesadilla permanente que nos impide visualizar bien el campo de nuestras actividades.  Es lo que podríamos llamar la tarea por siempre pendiente.  Cortarnos el pelo o el bigote, buscar determinado libro, hacer una visita a alguien, cortar el césped del patio, llevar un viejo reloj a reparar, son algunas de los cientos de decisiones que nada debería costarnos y que, sin embargo, nos toman mucho tiempo y nos crean un sentimiento de culpabilidad y angustia.  ¿Por qué?  ¿Por qué no tenemos la determinación para hacer lo que hay que hacer el día y en la hora en que debemos hacerlo?
            Tomar decisiones es terrible por muchas razones.  Primero, porque estas implican cambios que, por leves que sean, engendran consecuencias que no podemos predecir con exactitud, y eso nos asusta.  Casi todos estamos contentos con nuestras rutinas, cuyos resultados nos resultan muy familiares; sin sobresaltos ni nada que se salga del guacal de nuestra monotonía cotidiana.   Porque si algo se altera, se nos viene el mundo encima.  Segundo, porque tenemos miedo de enfrentar las reacciones que nuestra escogencia pueda producir en los demás.  Nos atemoriza el qué dirán.  Así se trate de elegir una casa, ropa, zapatos o una novia; o cambiar de amante.  De aceptar una determinada amistad o, peor aún, alejarnos de aquellas personas cuya compañía es considerada como perniciosa o poco productiva.  Y así se nos va llenando la vida de indecisiones y vacíos; de cosas pendientes que nunca resolvemos ni olvidamos.  De propuestas que nos hizo la vida y que jamás contestamos, pero que están allí, en algún lugar de la consciencia: inconclusas, esbozadas apenas, gimiendo, protestando y creándonos una sensación de falta de carácter, incompetencia y cobardía. 
            ¿Por qué no hice esto o aquello en aquel tiempo?  ¿Por qué continué con algo que debí abandonar hace mil años?  ¿Por qué aguanté tantos años en ese estúpido trabajo?  ¿Por qué no me fui con aquella hermosa mujer cuando me lo propuso?  ¿Por qué no hice aquel viaje que tanto había soñado?  ¿Por qué me casé con esa mujer?  ¿O con ese hombre que no era el amor de mi vida?  ¿Por qué me dejé llevar por la rutina y lo que otros decidieron?  Y peor todavía, ¿por qué sigo atado a personas por las que ya no siento nada?  ¿Por qué estuve casada tanto tiempo con ese hombre al que en realidad nunca quise?  Y más horrible todavía, ¿por qué sigo viviendo con una mujer u hombre que ya nada significa para mí?  ¿Fue una buena decisión tener hijos?  ¿Lo fue el haberme casado?  Y si sabía que fue un error, ¿por qué permanecí en ese estado por tantos años?
            Una cosa es segura, todos sabemos lo que es correcto o no; al menos, lo que nos gusta o no.  Lo que consideramos deseable y placentero y que quisiéramos se prologara todo el tiempo que nos resulte agradable.  También sabemos cuándo algo llega a su fin y empieza a convertirse en pesadilla, rutina, aburrimiento y displacer; en tortura y malestar.  Y todos sabemos que es hora de tomar una decisión beneficiosa para todos.  Entonces, ¿por qué no lo hacemos?  ¿Por qué persistimos en creer que las cosas pueden cambiar o componerse solas?  Bien sabemos que no hay marcha atrás en la calidad de las relaciones humanas.  Que lo que murió o se enfrió es imposible que vuelva a tomar el calorcito de antaño.  Y sin embargo, nos quedamos estáticos, indecisos, sin hacer lo único que resulta correcto: ponerle punto final.  Pero parece que la costumbre es avasalladora y resulta superior a la razón y el sentido común.  Continuamos con el mismo viejo o vieja.  Con el mismo trabajo aunque lo odiemos.  Nos recluimos en la casa cuando hay tanto mundo por ver.  Cerramos nuestro círculo de afectos y nos conformamos con las mismas amistades idiotas, incapaces de ofrecernos nada nuevo ni excitante.  Tampoco cambiamos de amante, aunque ya no la (lo) amemos. 
            ¿Por qué nos resulta tan difícil tomar decisiones que serían salvadoras?  La aventura de la novedad nos intimida, y llegamos a domesticar nuestra mente bajo las reglas de lo correcto y socialmente aceptable.  Y el miedo toma la plaza de nuestra mente sin disparar un tiro.  Nos rendimos antes de entrar en combate, y todas las justificaciones negativas nos parecen válidas, incluso la opinión de gente sin importancia alguna.  Dejamos de vivir nuestra vida por la supuesta complacencia de los demás.  Permitimos que se nos escapen las cosas bellas y los buenos momentos porque somos incapaces de tomar decisiones a tiempo, ni siquiera aquellas que involucran nuestra felicidad.  Dejamos pasar el tiempo sin darnos cuenta de que este es una ruta de una sola vía.  Y que una vez que se aleja, no hay manera de atraparlo.  ¿Qué tal hubiera sido de aquel affaire con aquel amante?  ¿En qué habría terminado?  ¿Hubiera valido la pena?  Nunca lo sabremos.  Y eso es lo más terrible de la indecisión: la interrogante eterna y sin la respuesta oculta por siempre en el arcano del silencio. 
            Los que se atreven saben, para bien o para mal, cuál fue el resultado de sus escogencias en la vida; pero los pusilánimes tienen que arrastrar un millar de incógnitas que los atormentan hasta el final de su existencia.  Si usted está a tiempo, escoja su ruta y no permita que otros lo hagan por usted.  Siga los dictados de su intuición y no permita que en cuestiones afectivas, la razón tome las decisiones que son del corazón.  Una locura agradable en la juventud, puede endulzar su vida por el resto de sus días.  Pero una indecisión, siempre lo amargará con el signo de la duda y la tristeza.  Decídase, a lo que sea, pero hágalo y no lo lamentará… o talvez sí, pero lo hizo y sabrá cuáles fueron las consecuencias.
            Fraternalmente                                                                (¿Es usted un indeciso-a?)
                                   RIS                          E-mail: rhizaguirre@gmail.com
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