miércoles, 22 de abril de 2015

778 El problema de los absolutos



778    LA CHISPA                                                                   
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
EL PROBLEMA DE LOS ABSOLUTOS Y LAS APARIENCIAS
            Algunos amigos me han contestado algo incómodos por lo que dije en “Chispas” anteriores acerca de la sicopatía y de que todos participamos de esa anormalidad en alguna medida.  Me encantaría poder rectificar, pero para eso, tendría que tener pruebas que difieran de lo que he observado por mucho tiempo en tantas personas.  Se me ocurre pensar que la negativa a aceptar esa conclusión se debe al hecho de que involucramos emociones en los problemas que estudiamos y dejamos de ser objetivos.  Cómo la creencia que tenemos en los “absolutos” y las apariencias de las personas que nos gustan o caen mal, y basta que sintamos afecto o repulsión por alguien, para que se nos nuble la visión acerca de lo que esta en realidad podría ser.  Es por eso que, intencionalmente, cité a la madre Teresa como una de esos sicópatas de los llamados carismáticos para ilustrar este punto.  Eso molestó a algunos que tienen una imagen sublime de esta señora y que la han deificado; tendencia a la que somos tan inclinados con todos aquellos que nos cautivan: políticos, religiosos, artistas o deportistas.  A propósito ignoramos sus lados negativos y ponemos en un plano irreal todo aquello que es de nuestro agrado.  Y este problema deriva de la tendencia que tenemos a razonar a favor de los absolutos.
            Creemos en Jesucristo de esa forma irracional.  Nada sabemos de él, si siquiera si fue real y si solo es un invento de los profetas y de Pablo.   O si de verdad fue hijo de algún dios menor como Yavé, o si nunca existió.   Basta que nos seduzca para que le atribuyamos todos los absolutos del mundo.  Pero resulta que todo lo que se encuentra en el mundo de la manifestación es imperfecto y sujeto a la evolución y el aprendizaje, incluso los más elevados dioses, según dicen los que saben.   Así que la lógica, con placer o sin él, debería conducirnos a aceptar la posibilidad de que todo tuviera defectos.  Sin embargo, nuestro esquema mental, acostumbrado a esa pobre manera de colegir, nos inclina a la atribución de superlativos a personas u objetos de los cuales ni siquiera tenemos la certeza de su objetividad.  Pero eso no es gratis ni sano, pues la identificación con algo superior para participar de su calidad, es una manifestación de sicopatía.   “Si yo estoy con Cristo y creo en él, seguramente participaré de sus atributos”.   De ese razonamiento se deriva infinidad de males que tienen que ver con multitud de fanáticos religiosos que se creen parte de la divinidad o de algún plan sagrado para la humanidad.  La madre Teresa puede haber sido uno de estos ejemplares, ¿por qué no?   ¿Qué sabemos de ella en realidad?   Suponemos muchas cosas, pero nada SABEMOS. 
            Igual nos pasa con Dios, Cristo, nuestros ídolos religiosos, sociales, políticos y deportivos; a todos les hemos atribuido virtudes que no tienen (o talvez sí) pero que nos gustaría que las poseyeran para que calcen con la imagen que de ellos hemos creado.  Y proceder así, es indicativo de una sicopatía que puede ir desde una leve perturbación hasta la más severa locura.  Vean que enfadarnos con alguien porque discrepe de una teoría de la cual no tenemos certeza alguna (solo nuestro afecto y fe), constituye un verdadero disparate.  ¿No es así?  Si yo mismo NO TENGO prueba alguna de la existencia de algo (Cristo, Dios, el Paraíso o lo que sea), ¿cómo puedo enojarme con alguien que no acepte estas propuestas religiosas como verdades?  Pero lo hacemos.  Entonces, ¿no es eso una sicopatía?  ¿Sería lógico y sano que alguien se encolerizara contra nosotros porque no creamos que de verdad el pato Donald viva en Disneylandia?  ¿Y cuál es la diferencia (lógica) entre esta propuesta y la existencia del “cielo”, Cristo, Yavé o la santidad de la madre Teresa? 
            Lo mismo pasa con otra serie de mitos que enaltecemos para luego utilizarlos como “personas” (máscaras) según nos convenga a no.   La idealización de la amistad es una de ellas; creamos un personaje casi divino para imponérselo a los demás, pero el cual no estamos dispuestos a representar.  Los sacrificios que impone el concepto ideal de la amistad, es algo a lo que casi nadie se sometería.  Pero inculcar la idea para que los demás sean buenos amigos es una manipulación conveniente; por eso se habla y pondera esta relación hasta lo indecible; sin embargo, el sicópata no está dispuesto a cumplir con ella.  A todos ellos les fascina la idea de que los crean “buenos camaradas”.  Fieles y todo lo demás… aunque NO duden ante la posibilidad de acostarse con las mujeres a sus amigos a la menor oportunidad.  Todos carecen de ética, y cuando se trata de sus caprichos y conveniencia personal, dejan de ser compañeros, pues en realidad nada les importa.
            A este le encanta que lo crean muy religioso y hombre de fe.  Es un fanático de las apariencias y todo aquello que le dé relevancia ante la comunidad.   Le gusta que lo crean confiable, padre ejemplar, marido devoto, hombre de honor y de palabra, aunque estas cosas nada signifiquen para él, pero que le sirven para controlar la voluntad de los demás, incluyendo a sus familiares.  Matará si es preciso, para mantener la fachada de que es un ciudadano de altos quilates.  Miles, millones de pillos sicópatas, hacen berrinches públicos alegando que son honestos, y con todo el desparpajo del mundo, juran ante Dios y Jesucristo o la Virgen de los Ángeles (objetos en los que tampoco suelen creer) que son inocentes de las calumnias que les han levantado. 
            Otro de los grandes mitos sociales que hemos creado para controlar es el de la maternidad.  Recuérdese que la tendencia hacia la manipulación es un fuerte indicio de diversas sicopatías.   Y es por eso que el papel de ser madre se ha ponderado de manera tan exagerada que va desde su valor social y humano, hasta la divinidad de María.  Este mito es tan poderoso y excelso, que infinidad de mujeres jamás logran identificarse con él, es decir, con la magnificencia del personaje al cual aluden todos los cuentos machistas que se refieren a la maternidad.  Nunca olvidaré una anécdota que viví en una fiesta del día de la madre, después de que un varón hizo un panegírico hermosísimo de la condición casi sublime de las madres.   Entonces, una joven y moderna mamá que estaba detrás de mí, le dijo a una colega: “Yo no sabía que éramos tan carga”.
            Estimados lectores: piensen en este asunto sin apasionamientos distorsionadores y así, talvez podamos encontrar algunas explicaciones a estas dudas nacidas al calor de esas desviaciones de la personalidad.   Y recuerden, todos somos locoides en alguna medida… no lo olviden ni traten de engañarse.      
Fraternalmente  
                               RIS                rhizaguirre@gmail.com
                                                                       


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