923 “LA CHISPA”
Lema:
“En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
UNA CUESTIÓN DE FE Y DUDA
El clientelismo religioso nos ha
llevado a la formulación de planes de vida y conducta condicionada al interés
personal y no a la fraternidad que les debemos a nuestros semejantes. El deseo de “colarnos” en el cielo, hace que
nuestro comportamiento penetre en esa zona de penumbra amoral que nos conduce a
las acciones insinceras, actitudes ficticias y la disposición al
arrepentimiento y las conversiones de
última hora. Nuestras vidas se
desarrollan de una manera tan artificiosa que, a fuerza de repetirla, empezamos
a creer que es auténtica. Debido a ese “clientelismo”
de las religiones es que la gente cree tantos cuentos absurdos; pero como son
del agrado de los feligreses, estos se convierten en obcecados defensores de
los peores disparates imaginables, entre los cuales se incluyen el cielo,
paraíso, más allá o como usted quiera llamarle.
Y todo este rollo se fundamenta en el miedo que produce la muerte; no
importa lo que digamos o creamos, ese es el común denominador: nadie quiere estirar la pata del todo. Y de ahí surge la aceptación casi
generalizada de la vida después de la muerte física.
La transferencia de la vida del
plano material al espiritual en la forma más burda e ilógica, constituye el
meollo de las teorías paradisíacas.
Reunión con todos los familiares a la vera de Dios; y encima, vida
eterna de goces y deleites sin fin.
Todas las religiones occidentales ofrecen eso, con ligeras variantes más
o menos groseras, pero la esencia viene a ser lo mismo. Lo absurdo de esta vida eterna se ha
cuestionado en varias “Chispas” y,
hasta el momento, seguimos esperando una mejor opinión respaldada por “hechos”
demostrables mediante la dialéctica; es decir, por unos alegatos exentos de
milagrería, autoridad, fanatismo o fe.
También señalamos que esa es la razón por la cual casi nadie profesa
el budismo en Occidente; ni siquiera el verdadero hinduismo, porque este
implica ciertos principios desagradables (Karma) para la gente
de esta parte del mundo, a la que se le ha hecho una oferta religiosa muy
fácil, algo así como “viaje ahora y pague después”. Sin embargo, en casi todos persiste una duda
acerca de la justicia y legitimidad de este proceso de “salvación”, ya que incluso el sentido común nos dice que una
sola vida no es suficiente para hacer los méritos necesarios para alcanzar esa
existencia celestial. Y esto puede dar
pie a la aceptación de la teoría de la
reencarnación, la cual, aunque lógica, cae dentro del campo de la fe; es
una creencia sobre la cual casi nadie puede dar pruebas. Y de eso trata esta nota: ¿qué es en realidad
lo que SABEMOS de esa teórica
existencia en el más allá?
Para hacer más sencillo el problema,
limitemos la discusión a aquello que conocemos y es axiomático. Nada de metafísica sino la más simple lógica
al alcance de todos. Y esta nos conduce,
con agrado o sin él, a una conclusión inevitable: que nada sabemos. Somos una
“mente” repleta de recuerdos, ideas y creencias; con experiencias del plano
físico, nada más. En realidad nada
sabemos acerca de la estructura del hombre que creemos inmortal, el que va al cielo; de lo único que estamos seguros es de la mente y el cuerpo. NO
tenemos la certeza de poseer alma,
aunque nos guste la idea. Solo tenemos
la consciencia del “yo soy yo” en la mente; en un algo que NO sabemos qué
es ni dónde se aloja (aunque hay razones para creer que su base de operaciones
está en el cerebro). También sabemos que tenemos un cuerpo, y
decimos “YO tengo un cuerpo”. Y suponemos tener alma, espíritu o
algún vehículo que le sirva a nuestra mente (YO) una vez que morimos. Pero
NADA SABEMOS de eso. Creemos en esa mecánica porque nos agrada y
confiere la posibilidad de seguir viviendo en algún plano, de alguna
manera. Y si nos acogemos a una
religión, tendremos vida eterna. Entonces ¿qué es lo que sobrevive y va al cielo? Sabemos que el cuerpo se desintegra (cerebro
incluido). También sabemos que el puñado
de recuerdos que constituye nuestra consciencia se borra por completo si nos da
Alzheimer. Así, pues, ¿qué es lo que
sobrevive? Si es que algo sobrevive.
Ya vimos que si la incertidumbre de
las religiones occidentales nos hace dudar, nos queda el recurso de pensar en
la reencarnación
como alternativa para “seguir viviendo”.
Pero esta oferta tiene un pero, aunque fuera cierta: el nuevo sujeto
encarnado NO TIENE RECUERDO ALGUNO
de la persona que fue en la vida pasada; por lo tanto, para mí, Juan Pérez, el yo soy yo de ahora, me da lo mismo
que ese algo (espíritu) reencarne o
no. YO
(la consciencia física presente) desaparezco
con la muerte, aunque haya un período de gracia en el reino de la parca
(plano astral, le dicen).
Por enésima vez: entre los miles de
millones de humanos que han muerto, NINGUNO
HA REGRESADO a dar el menor informe de cómo es ese mundo. Hay billones de cuentos al respecto (en
especial los religiosos), pero solo son eso: cuentos. Hay demasiadas
preguntas punzantes y ninguna respuesta satisfactoria. ¿Morimos y se acaba todo? Eso parece.
¿Hay algo más allá? Eso nos place
creer. Incluso nos gusta crear
“autoridades” que sí saben. Y
todo con el propósito de justificar nuestras creencias en el cielo y la otra
vida. Pero aparte de la fe, ¿existe
alguna prueba real de tal conjunto de leyendas, cuentos y supercherías? No la
hay. Entonces, ¿en qué se fundamenta
toda esa estructura que han venido creando las religiones a través de las
edades? Parece que solo en la ilusión de
la vida eterna, en el deseo humano de continuar viviendo por tiempo
indefinido.
Por eso, lo más sensato es vivir la
vida terrestre plenamente, ya que esta es la única que nos consta que existe. Eso es lo único que deberían
enseñarnos nuestros mayores. Lo
demás, pertenece al mundo de la fantasía y la duda, y no debería ser materia obligatoria
para nadie. A nadie se debería
atemorizar con esas teorías. Si nada hay
después de la muerte, pues qué dicha, ahí acaba todo y se inicia el descanso del cuerpo y mente. Pero si hay algo, debe haber algún sistema
mediante el cual podamos adaptarnos a las nuevas condiciones de esa vida. Si existe, DEBE tener alguna organización, porque algo es casi seguro: LA VIDA NO ES PRODUCTO DE LA CASUALIDAD O
LA CIEGA EVOLUCIÓN. La cantidad de
elementos que la componen, y su complejidad extraordinaria, NO PUEDEN SER RESULTADO DE UNA CHIRIPA cósmica
única y exclusiva en la inmensidad del universo. Y si esta continúa en otro plano, la lógica
nos dice que debe estar subordinada a los mismos o parecidos principios que
rigen la vida física. Como reza el
principio metafísico de la analogía: “Como
arriba es abajo”. El cerebro y el
pensamiento son dos maravillas que NO SE
PUEDEN EXPLICAR mediante “los
millones de años, el Big bang, los meteoros, heladas y calores, la evolución y
los millones y millones de años saborizados
con la casualidad y las mutaciones al azar”.
Y más millones de años… Pero
todo esto último también es creencia.
Tal parece que lo más prudente ante
tan elusivo misterio, es aprovechar la vida física intensamente, ya que es lo
único con lo que contamos; lo demás, son sueños; muy bonitos, pero sueños.
La verdad acerca de la muerte sigue
siendo el más atemorizante de los misterios que desvelan al hombre. ¿Y por qué?
Porque no existe nada que nos
demuestre científicamente (posición materialista) la posibilidad, ni la más
remota, de la existencia post mortem.
¿Qué les parece? Expresen su
opinión en pro o en contra de esta tesis.
Gracias.
Fraternalmente
RIS Correo:
rhizaguirre@gmail.com
Blogs: La Chispa
http://lachispa2010.blogspot.com/ con link a
No hay comentarios:
Publicar un comentario