martes, 14 de abril de 2015

923 Una cuestión de fe y duda



923   LA CHISPA        
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
UNA CUESTIÓN DE FE Y DUDA
            El clientelismo religioso nos ha llevado a la formulación de planes de vida y conducta condicionada al interés personal y no a la fraternidad que les debemos a nuestros semejantes.  El deseo de “colarnos” en el cielo, hace que nuestro comportamiento penetre en esa zona de penumbra amoral que nos conduce a las acciones insinceras, actitudes ficticias y la disposición al arrepentimiento y las conversiones de última hora.  Nuestras vidas se desarrollan de una manera tan artificiosa que, a fuerza de repetirla, empezamos a creer que es auténtica.  Debido a ese “clientelismo” de las religiones es que la gente cree tantos cuentos absurdos; pero como son del agrado de los feligreses, estos se convierten en obcecados defensores de los peores disparates imaginables, entre los cuales se incluyen el cielo, paraíso, más allá o como usted quiera llamarle.  Y todo este rollo se fundamenta en el miedo que produce la muerte; no importa lo que digamos o creamos, ese es el común denominador: nadie quiere estirar la pata del todo.  Y de ahí surge la aceptación casi generalizada de la vida después de la muerte física.
            La transferencia de la vida del plano material al espiritual en la forma más burda e ilógica, constituye el meollo de las teorías paradisíacas.  Reunión con todos los familiares a la vera de Dios; y encima, vida eterna de goces y deleites sin fin.  Todas las religiones occidentales ofrecen eso, con ligeras variantes más o menos groseras, pero la esencia viene a ser lo mismo.  Lo absurdo de esta vida eterna se ha cuestionado en varias “Chispas” y, hasta el momento, seguimos esperando una mejor opinión respaldada por “hechos” demostrables mediante la dialéctica; es decir, por unos alegatos exentos de milagrería, autoridad, fanatismo o fe.  También señalamos que esa es la razón por la cual casi nadie profesa el budismo en Occidente; ni siquiera el verdadero hinduismo, porque este implica ciertos principios desagradables (Karma) para la gente de esta parte del mundo, a la que se le ha hecho una oferta religiosa muy fácil, algo así como “viaje ahora y pague después”.  Sin embargo, en casi todos persiste una duda acerca de la justicia y legitimidad de este proceso de “salvación”, ya que  incluso el sentido común nos dice que una sola vida no es suficiente para hacer los méritos necesarios para alcanzar esa existencia celestial.  Y esto puede dar pie a la aceptación de la teoría de la reencarnación, la cual, aunque lógica, cae dentro del campo de la fe; es una creencia sobre la cual casi nadie puede dar pruebas.  Y de eso trata esta nota: ¿qué es en realidad lo que SABEMOS de esa teórica existencia en el más allá?
            Para hacer más sencillo el problema, limitemos la discusión a aquello que conocemos y es axiomático.  Nada de metafísica sino la más simple lógica al alcance de todos.  Y esta nos conduce, con agrado o sin él, a una conclusión inevitable: que nada sabemos.  Somos una “mente” repleta de recuerdos, ideas y creencias; con experiencias del plano físico, nada más.  En realidad nada sabemos acerca de la estructura del hombre que creemos inmortal, el que va al cielo; de lo único que estamos seguros es de la mente y el cuerpo.  NO tenemos la certeza de poseer alma, aunque nos guste la idea.  Solo tenemos la consciencia del “yo soy yo” en la mente; en un algo que NO sabemos qué es ni dónde se aloja (aunque hay razones para creer que su base de operaciones está en el cerebro).  También sabemos que tenemos un cuerpo, y decimos “YO tengo un cuerpo”.  Y suponemos tener alma, espíritu o algún vehículo que le sirva a nuestra mente (YO) una vez que morimos.   Pero NADA SABEMOS de eso.  Creemos en esa mecánica porque nos agrada y confiere la posibilidad de seguir viviendo en algún plano, de alguna manera.  Y si nos acogemos a una religión, tendremos vida eterna.  Entonces ¿qué es lo que sobrevive y va al cielo?  Sabemos que el cuerpo se desintegra (cerebro incluido).  También sabemos que el puñado de recuerdos que constituye nuestra consciencia se borra por completo si nos da Alzheimer.  Así, pues, ¿qué es lo que sobrevive?  Si es que algo sobrevive.
            Ya vimos que si la incertidumbre de las religiones occidentales nos hace dudar, nos queda el recurso de pensar en la reencarnación como alternativa para “seguir viviendo”.  Pero esta oferta tiene un pero, aunque fuera cierta: el nuevo sujeto encarnado NO TIENE RECUERDO ALGUNO de la persona que fue en la vida pasada; por lo tanto, para mí, Juan Pérez, el yo soy yo de ahora, me da lo mismo que ese algo (espíritu) reencarne o no.  YO (la consciencia física presente) desaparezco con la muerte, aunque haya un período de gracia en el reino de la parca (plano astral, le dicen).
            Por enésima vez: entre los miles de millones de humanos que han muerto, NINGUNO HA REGRESADO a dar el menor informe de cómo es ese mundo.  Hay billones de cuentos al respecto (en especial los religiosos), pero solo son eso: cuentos.  Hay demasiadas preguntas punzantes y ninguna respuesta satisfactoria.  ¿Morimos y se acaba todo?  Eso parece.  ¿Hay algo más allá?  Eso nos place creer.  Incluso nos gusta crear “autoridades” que sí saben.  Y todo con el propósito de justificar nuestras creencias en el cielo y la otra vida.  Pero aparte de la fe, ¿existe alguna prueba real de tal conjunto de leyendas, cuentos y supercherías?  No la hay.  Entonces, ¿en qué se fundamenta toda esa estructura que han venido creando las religiones a través de las edades?  Parece que solo en la ilusión de la vida eterna, en el deseo humano de continuar viviendo por tiempo indefinido. 
            Por eso, lo más sensato es vivir la vida terrestre plenamente, ya que esta es la única que nos consta que existe.  Eso es lo único que deberían enseñarnos nuestros mayores.  Lo demás, pertenece al mundo de la fantasía y la duda, y no debería ser materia obligatoria para nadie.  A nadie se debería atemorizar con esas teorías.  Si nada hay después de la muerte, pues qué dicha, ahí acaba todo y se inicia el descanso del cuerpo y mente.  Pero si hay algo, debe haber algún sistema mediante el cual podamos adaptarnos a las nuevas condiciones de esa vida.  Si existe, DEBE tener alguna organización, porque algo es casi seguro: LA VIDA NO ES PRODUCTO DE LA CASUALIDAD O LA CIEGA EVOLUCIÓN.  La cantidad de elementos que la componen, y su complejidad extraordinaria, NO PUEDEN SER RESULTADO DE UNA CHIRIPA cósmica única y exclusiva en la inmensidad del universo.  Y si esta continúa en otro plano, la lógica nos dice que debe estar subordinada a los mismos o parecidos principios que rigen la vida física.  Como reza el principio metafísico de la analogía: “Como arriba es abajo”.  El cerebro y el pensamiento son dos maravillas que NO SE PUEDEN EXPLICAR mediante “los millones de años, el Big bang, los meteoros, heladas y calores, la evolución y los millones y millones de años saborizados con la casualidad y las mutaciones al azar”.  Y más millones de años…   Pero todo esto último también es creencia.
            Tal parece que lo más prudente ante tan elusivo misterio, es aprovechar la vida física intensamente, ya que es lo único con lo que contamos; lo demás, son sueños; muy bonitos, pero sueños.
            La verdad acerca de la muerte sigue siendo el más atemorizante de los misterios que desvelan al hombre.  ¿Y por qué?  Porque no existe nada que nos demuestre científicamente (posición materialista) la posibilidad, ni la más remota, de la existencia post mortem.   ¿Qué les parece?  Expresen su opinión en pro o en contra de esta tesis.  Gracias.  
            Fraternalmente
                                   RIS           Correo: rhizaguirre@gmail.com   
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