781 “LA CHISPA”
Lema:
“En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LA FORMACIÓN DEL CARÁCTER
Cuando saludamos a ciertas personas,
sobre todo si son bonitas y agradables, quedamos hechizados y suponemos solo
buenas cosas acerca de ellas, y ni siquiera pensamos en la posibilidad de que
formen parte de esa legión de individuos que son “amables de profesión”, como
una técnica para hacerse querer y sacar las ventajas
que se derivan de eso. Pero ¿qué son
estos sujetos en realidad, quiénes son de verdad? ¿Cuál es su carácter auténtico? Es posible que ni siquiera ellos lo sepan y
que solo sea su astucia la que los guía en ese tipo de conducta. Lo mismo es aplicable para nosotros, pues
todos tenemos la tendencia irrefrenable de ser actores. Todas esas
conductas son parte de ese misterio que tanto nos atormenta y que luce tan
indescifrable. Pero antes de seguir,
haremos la pregunta básica: ¿Se puede formar el carácter a voluntad? ¿Puede modificarse desde afuera?
El carácter es el resultado de todo
lo que somos. Real y ficticio. Es la suma de toda la experiencia acumulada y
traducida en comportamiento personal (público o privado) social, moral y
espiritual. Pero como este implica el
factor de la impostura, es casi imposible calificarlo. ¿Cuál es su naturaleza distintiva? Recordemos que este está formado de una
infinidad de facetas que corresponden a diversos pares de nuestra conducta:
bondad y maldad, honestidad y deshonor, cobardía y valor, miedo y seguridad, veracidad
y mentira, amor y odio, ingenuidad y astucia, gentileza y grosería,
desprendimiento y egoísmo etc. etc.
Pero como todos esos estados tienen infinidad de puntos intermedios, la estructura
del carácter propio o ajeno es la combinación de un enorme número de
componentes de diversas intensidades, y eso lo hace más enigmático. Sobre todo, si consideramos el hecho de que
todos mentimos o fingimos ser lo que no somos.
Todos somos más o menos falsos cuando actuamos en público en busca de
aprobación y estima, y eso complica mucho más la situación. Es por eso que emitir opiniones sobre los
demás, siempre implica un alto riesgo que nos puede llevar a una decepción.
Aunque se habla del “carácter” de ciertas razas como una
propiedad colectiva, la verdad es que este es individual y único. Es el sello distintivo de cada ser humano y
el producto de su evolución personal.
Parte de él se puede saber por las acciones de los hombres, pero su
totalidad solo es asequible a cada uno mediante la más profunda y continuada
reflexión. Las respuestas de lo que
somos solo surgen del ensimismamiento y de posponer la vanidad. Aunque siguiendo las leyes de la evolución, se
puede colegir el porqué los iguales o parecidos tienen la tendencia a
agruparse, y es por eso que ciertos grupos parecen compartir la misma conducta
nacional, condición que les permite dar ciertas respuestas comunes ante la
adversidad, el dolor y las privaciones, y eso nos hace pensar que podría
tratarse de una cuestión genética, incluida en la biología de ciertos grupos
raciales. Pero el carácter es mucho más
que una disposición estoica, porque de ser solo eso, casi todos los animales
serían poseedores de uno envidiable y casi insuperable. Incluso a veces confundimos este con el
temperamento y decimos que algún malcriado es
un hombre de carácter. Sin embargo,
ser insolente y colérico es todo lo contrario.
Esa cualidad es una cuestión de dominio y no de contención. Se trata del control natural y pacífico de
todas las tendencias emotivas que nos inclinan a la satisfacción de los deseos
y las pasiones más o menos violentas o negativas. Pero reprimir la lujuria, el alcoholismo o
cualquier otro vicio no es una demostración de dominio sino de represión, la
cual tiene un alto costo emocional, pues como toda engañifa, produce un
profundo cansancio.
Aparentar ser bueno, noble, honesto,
tolerante o magnánimo no es nada fácil, y constituye un esfuerzo agotador que tarde
o temprano habrá de cobrar su precio. Hacer
el papel de buen marido, esposa, hijo, papá o amigo, cuando no es una característica natural, es una tarea agobiante que
conduce a diversas sicopatías que pueden explotar en conductas torcidas,
incluyendo el suicidio, el crimen y distintas maneras de sadismo y auto castigo. Entonces, ¿cuál es el primer paso para
definir nuestro carácter, que es lo único que debe importarnos? Aceptarnos
tal como somos, sin deseos ni intenciones de cambiar o transformarnos en el
personaje que hemos estado representando durante tantos años. Se
dice fácil, pero es una tarea muy dura de realizar, casi imposible. Sin exagerar ni ser condescendientes, sin
negar lo obvio; sin indulgencias de clase alguna, sin excusas ni exceso de
dureza o autocrítica. Simplemente vernos
como somos de verdad. No tenemos que comportarnos de acuerdo con
nuestra naturaleza real, pero eso sí, estar conscientes de ella y saber lo que
somos. Es una aventura
extraordinaria en donde todas las confesiones quedan dentro de la más exclusiva
confidencialidad. Si me doy cuenta y
admito que soy cobarde, no tengo que contárselo a nadie, pero dejo de sufrir y
angustiarme por no ser valiente. Y eso
es un gran alivio. Así con cada uno de
nuestros vicios, hasta que nos desahogamos por completo. No se trata de desnudarnos ante los demás,
pero sí de entender las razones de nuestro comportamiento, y cuando esto pasa,
el carácter empieza a mejorar en forma natural y deliciosa para nuestro propio
estupor. No hay escala ni puntos de
referencia para cuantificar las mejoras, pero las sentiremos cada vez que nos
enfrentemos a determinadas situaciones que definen lo que hemos sido.
Recuerden
que la formación del carácter es el objetivo principal y único de toda forma de
evolución, ya sea esta de tipo social, moral o espiritual, si creemos en cosas
superiores. Entonces, ¿es posible
modificarlo a voluntad mediante ejercicios mentales? No lo sé ni lo creo, pero sí estoy seguro de
que se puede encontrar un gran alivio cuando nos observamos con honestidad y
sin la intención de engañarnos. Cuando
nos quitamos “la persona” y dejamos de actuar para el público, empieza a
florecer un ser extraño que, a pesar de ser nuestro propio yo, nos resulta tan
desconocido como si fuera alguien de otro planeta o dimensión.
¿En donde reside el sustento de este
enigma? ¿Es algo genético determinado
por la biología, o es un conjunto de características morales ubicadas en alguna
parte de nuestra alma o espíritu? ¿Está
en la mente? ¿Y qué cosa es esta y en
qué parte de nuestro cuerpo se encuentra?
¿Podemos formar nuestro carácter
o es algo que está más allá de nuestras posibilidades? Vean que nacemos con un determinado temperamento
que, aunque nos obliguen a dominarlo cuando somos niños, tarde o temprano se
manifiesta en toda su intensidad y toma el control de la persona, sin importar
cuánto hayan hecho sus padres para conducirlo hacia ciertas metas específicas. No importa cuánto se haya refrenado el
individuo, en algún momento de su vida tiene que encontrarse frente a frente
con ese morador misterioso y someterse a su voluntad o luchar en contra de él
hasta el agotamiento y el martirio. No
entender esto es la fuente principal de todos nuestros sufrimientos,
frustraciones y sensación de vacío espiritual; de fracaso, impotencia y de
sentir que “no hemos cumplido la tarea y que estamos por debajo de las
expectativas que tenían nuestros padres… y los demás”.
Fraternalmente
Ricardo
Izaguirre S. E-mail: rhizaguirre@gmail.com
Blog: La Chispa http://lachispa2010.blogspot.com/
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