martes, 21 de abril de 2015

781 La formación del carácter



781    LA CHISPA         
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LA FORMACIÓN DEL CARÁCTER
            Cuando saludamos a ciertas personas, sobre todo si son bonitas y agradables, quedamos hechizados y suponemos solo buenas cosas acerca de ellas, y ni siquiera pensamos en la posibilidad de que formen parte de esa legión de individuos que son “amables de profesión”, como una técnica para hacerse querer y sacar las ventajas que se derivan de eso.   Pero ¿qué son estos sujetos en realidad, quiénes son de verdad?  ¿Cuál es su carácter auténtico?  Es posible que ni siquiera ellos lo sepan y que solo sea su astucia la que los guía en ese tipo de conducta.  Lo mismo es aplicable para nosotros, pues todos tenemos la tendencia irrefrenable de ser actores.  Todas esas conductas son parte de ese misterio que tanto nos atormenta y que luce tan indescifrable.  Pero antes de seguir, haremos la pregunta básica: ¿Se puede formar el carácter a voluntad?  ¿Puede modificarse desde afuera?
            El carácter es el resultado de todo lo que somos.   Real y ficticio.  Es la suma de toda la experiencia acumulada y traducida en comportamiento personal (público o privado) social, moral y espiritual.  Pero como este implica el factor de la impostura, es casi imposible calificarlo.  ¿Cuál es su naturaleza distintiva?  Recordemos que este está formado de una infinidad de facetas que corresponden a diversos pares de nuestra conducta: bondad y maldad, honestidad y deshonor, cobardía y valor, miedo y seguridad, veracidad y mentira, amor y odio, ingenuidad y astucia, gentileza y grosería, desprendimiento y egoísmo etc. etc.   Pero como todos esos estados tienen infinidad de puntos intermedios, la estructura del carácter propio o ajeno es la combinación de un enorme número de componentes de diversas intensidades, y eso lo hace más enigmático.  Sobre todo, si consideramos el hecho de que todos mentimos o fingimos ser lo que no somos.   Todos somos más o menos falsos cuando actuamos en público en busca de aprobación y estima, y eso complica mucho más la situación.  Es por eso que emitir opiniones sobre los demás, siempre implica un alto riesgo que nos puede llevar a una decepción.   
            Aunque se habla del “carácter” de ciertas razas como una propiedad colectiva, la verdad es que este es individual y único.  Es el sello distintivo de cada ser humano y el producto de su evolución personal.  Parte de él se puede saber por las acciones de los hombres, pero su totalidad solo es asequible a cada uno mediante la más profunda y continuada reflexión.  Las respuestas de lo que somos solo surgen del ensimismamiento y de posponer la vanidad.  Aunque siguiendo las leyes de la evolución, se puede colegir el porqué los iguales o parecidos tienen la tendencia a agruparse, y es por eso que ciertos grupos parecen compartir la misma conducta nacional, condición que les permite dar ciertas respuestas comunes ante la adversidad, el dolor y las privaciones, y eso nos hace pensar que podría tratarse de una cuestión genética, incluida en la biología de ciertos grupos raciales.  Pero el carácter es mucho más que una disposición estoica, porque de ser solo eso, casi todos los animales serían poseedores de uno envidiable y casi insuperable.   Incluso a veces confundimos este con el temperamento y decimos que algún malcriado es un hombre de carácter.  Sin embargo, ser insolente y colérico es todo lo contrario.  Esa cualidad es una cuestión de dominio y no de contención.  Se trata del control natural y pacífico de todas las tendencias emotivas que nos inclinan a la satisfacción de los deseos y las pasiones más o menos violentas o negativas.  Pero reprimir la lujuria, el alcoholismo o cualquier otro vicio no es una demostración de dominio sino de represión, la cual tiene un alto costo emocional, pues como toda engañifa, produce un profundo cansancio.
            Aparentar ser bueno, noble, honesto, tolerante o magnánimo no es nada fácil, y constituye un esfuerzo agotador que tarde o temprano habrá de cobrar su precio.   Hacer el papel de buen marido, esposa, hijo, papá o amigo, cuando no es una característica natural, es una tarea agobiante que conduce a diversas sicopatías que pueden explotar en conductas torcidas, incluyendo el suicidio, el crimen y distintas maneras de sadismo y auto castigo.  Entonces, ¿cuál es el primer paso para definir nuestro carácter, que es lo único que debe importarnos?  Aceptarnos tal como somos, sin deseos ni intenciones de cambiar o transformarnos en el personaje que hemos estado representando durante tantos años.  Se dice fácil, pero es una tarea muy dura de realizar, casi imposible.  Sin exagerar ni ser condescendientes, sin negar lo obvio; sin indulgencias de clase alguna, sin excusas ni exceso de dureza o autocrítica.  Simplemente vernos como somos de verdad.  No tenemos que comportarnos de acuerdo con nuestra naturaleza real, pero eso sí, estar conscientes de ella y saber lo que somos.  Es una aventura extraordinaria en donde todas las confesiones quedan dentro de la más exclusiva confidencialidad.  Si me doy cuenta y admito que soy cobarde, no tengo que contárselo a nadie, pero dejo de sufrir y angustiarme por no ser valiente.  Y eso es un gran alivio.   Así con cada uno de nuestros vicios, hasta que nos desahogamos por completo.  No se trata de desnudarnos ante los demás, pero sí de entender las razones de nuestro comportamiento, y cuando esto pasa, el carácter empieza a mejorar en forma natural y deliciosa para nuestro propio estupor.   No hay escala ni puntos de referencia para cuantificar las mejoras, pero las sentiremos cada vez que nos enfrentemos a determinadas situaciones que definen lo que hemos sido. 
Recuerden que la formación del carácter es el objetivo principal y único de toda forma de evolución, ya sea esta de tipo social, moral o espiritual, si creemos en cosas superiores.   Entonces, ¿es posible modificarlo a voluntad mediante ejercicios mentales?  No lo sé ni lo creo, pero sí estoy seguro de que se puede encontrar un gran alivio cuando nos observamos con honestidad y sin la intención  de engañarnos.   Cuando nos quitamos “la persona” y dejamos de actuar para el público, empieza a florecer un ser extraño que, a pesar de ser nuestro propio yo, nos resulta tan desconocido como si fuera alguien de otro planeta o dimensión. 
            ¿En donde reside el sustento de este enigma?  ¿Es algo genético determinado por la biología, o es un conjunto de características morales ubicadas en alguna parte de nuestra alma o espíritu?  ¿Está en la mente?  ¿Y qué cosa es esta y en qué parte de nuestro cuerpo se encuentra?    ¿Podemos formar nuestro carácter o es algo que está más allá de nuestras posibilidades?  Vean que nacemos con un determinado temperamento que, aunque nos obliguen a dominarlo cuando somos niños, tarde o temprano se manifiesta en toda su intensidad y toma el control de la persona, sin importar cuánto hayan hecho sus padres para conducirlo hacia ciertas metas específicas.   No importa cuánto se haya refrenado el individuo, en algún momento de su vida tiene que encontrarse frente a frente con ese morador misterioso y someterse a su voluntad o luchar en contra de él hasta el agotamiento y el martirio.  No entender esto es la fuente principal de todos nuestros sufrimientos, frustraciones y sensación de vacío espiritual; de fracaso, impotencia y de sentir que “no hemos cumplido la tarea y que estamos por debajo de las expectativas que tenían nuestros padres… y los demás”.
            Fraternalmente
                                   Ricardo Izaguirre S.                          E-mail: rhizaguirre@gmail.com
Blog:        La Chispa                                   http://lachispa2010.blogspot.com/

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