jueves, 23 de abril de 2015

711 Personajes inolvidables



711    LA CHISPA                    (9 noviembre)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
PERSONAJES INOLVIDABLES… E  INSUSTITUIBLES
            Cuando en la década de los sesentas apareció la serie televisiva llamada “La familia Munster”, se abrió un capítulo que habría de dejar una profunda huella en todos los que nos hicimos adictos a ella.  Parece que solo se filmó durante dos años (del 64 al 66) y no pasó de los 70 programas que nos han estado repitiendo en una rueda sin fin durante los últimos treinta años.  En la época cuando todavía no existía el “cable”, y la televisión anunciática era tan limitada, “los Munters”, como se les conocía, llegaron a ser tan familiares que todos nos regocijábamos viéndola.  Inocentona, dulce, absurda pero tierna y cargada de poderosos vínculos familiares, podíamos verla en la compañía de nuestros hijos sin ningún temor a la terrible amenaza de la pornografía.  Una familia absolutamente normal, que comprendía y toleraba al mundo irreal que los rodeaba; a esa gente exótica que formaba la sociedad más allá de su tétrico hogar.
            Un Herman encantador que nos sacaba de quicio con sus tonterías, pero que era una persona con los más firmes principios morales que se pueda imaginar: fiel y buen marido, excelente padre, tolerante hasta lo indecible, torpe como él solo, pero lleno de una inocencia conmovedora que lograba mantenernos en vilo durante toda la duración del capítulo; su risa y sus gestos quedaron grabados en nuestra memoria.  Él es uno de esos personajes inolvidables.  El Herman interpretado por Fred Gwynne es de los insustituibles, por eso nunca acepté ver a otro; talvez lo hicieran mejor que él, pero jamás pude tolerarlos.  Por su parte, Lily era la esposa ideal, maliciosa, infinitamente más inteligente y comprensiva que Herman, formaba el eje sobre el cual pivotaban todas las actividades de esta curiosa parentela.  Era el sostén, la guía, la capitana de una tropa de gente que, aunque normales en su mundo, constituían una aberración en su sociedad.  Ivonne de Carlo, una de las reinas del technicolor, alcanzó el máximo reconocimiento cinematográfico en esta serie que la catapultó a la inmortalidad.  Es posible que nadie la recuerde en papeles anteriores en donde hizo películas románticas de la época; incluso en aquella superproducción conocida como “Los diez mandamientos” en donde hizo el papel de Séfora, la esposa de Moisés.   Su consagración definitiva como actriz lo logró dentro de la familia.
El abuelo era un tipo fabuloso y pícaro, un tanto desubicado pero con una mentalidad brillante y conocimientos claros de la situación que vivían.  Un poco torpe con la magia y las pociones que fabricaba, pero era alguien en quien se podía confiar en las situaciones desesperadas en las que se metían con tanta frecuencia. Herman lo volvía loco con su torpeza y actitud infantil y repetitiva, pero en el fondo era tolerante y comprensivo con su yerno y estaba presto a sacarlo de apuros.  Su moral no era como la de Herman, y estaba dispuesto a cualquier acción torcida con tal de sacar a flote a los miembros de su familia, aunque eso chocara con la recta conducta de Lily y Herman.  Igor constituía el complemento transilvánico de este maravilloso personaje que nos deleitaba con su risa maligna y sus acciones de malandrín.  Para mi gusto, nadie igualó a Al Lewis en la personificación del abuelo.  Y no quisiera verla con otros actores, aunque fueran mejores.
El complemento lo formaban Eddie (Butch Patrick) y Marilyn (Pat Priest y Beberly Owen), una bella rubia que desentonaba por completo dentro de esa extraña familia; sin embargo, era parte de ella y no veía nada raro en ellos.  Pero además de los humanos, tenían otros miembros que también eran parte de la familia: el gatito que rugía como león, el pez piraña, el terrible dragón que vivía bajo las escaleras y la enorme serpiente del patio.  Un conjunto de los más insólito pero que, en esa dimensión, todos eran creíbles e incluso “normales”.  Nos fascinaba su normalidad, la cual sentíamos que era preferible a la de las personas que los rodeaban.  Esa contraposición entre ellos y la demás gente era el eje de la trama, y casi siempre nos inclinábamos por la familia, a pesar de entender que eran unos seres imposibles.  Pero su rectitud, fidelidad e infinita capacidad de amar a los demás y de ser correctos moralmente, constituía una lección permanente ante una sociedad que, ya para aquellos tiempos, considerábamos como carente de valores. 
Dentro de un mundo marcado por el interés, egoísmo, codicia y engaño, ellos eran una utopía familiar dentro de un mundo materialista regido solo por los intereses económicos.  Ellos eran una familia ideal, el espíritu de lo que esta debería ser para todos.  Un núcleo de amor, comprensión y entrega, en donde todos los miembros tenían la mayor disposición de sacrificio por el beneficio colectivo y la felicidad de sus seres amados.  Claro que tenían problemas, dudas, malicia, malhumor y otras debilidades humanas, pero estas siempre eran superadas por el hilo conductor que ataba y normaba sus vidas: el cariño filial a prueba a de todo.
Esos personajes nos dejaron recuerdos deliciosos e imborrables.  No de aventuras o actos esporádicos de heroísmo, romance o esas cosas que hacen los grandes filmes de Hollywood como “Lo que el viento se llevó”, “Las nieves del Kilimanjaro” o “El Padrino”.  La familia Munster nos enseñó una lección permanente de lo que debe ser una familia, pero no solo una familia-familia sino la familia humana.  Y que sin importar qué apariencia tengamos o qué tan anormales parezcamos, en el fondo todos somos iguales y tenemos los mismos sentimientos y deseo de ser queridos; además de que todos podemos amar y ser buenas personas si lo deseamos, si logramos ver en el corazón de nuestro prójimo, sin dejarnos impresionar por las cuestiones accesorias y su aspecto exterior.  Nos enseñaron tolerancia, afecto, entrega y la disposición de servir aún a aquellos que nos han visto con menosprecio.  Su lección fue sencilla, casi simple, como son todas las acciones de verdadero valor; sin cosas rebuscadas ni espectaculares.  Sin fanfarria ni oropel.  Todos los guiones discurrían dentro de una manera suave y normal en donde nadie era un héroe avasallador, pero en el fondo, todos lo eran; a su estilo y manera, se convirtieron en nuestros modelos.  Un poco ridículos y contradictorios, pero auténticos ejemplos dignos de imitar en la vida real.  Gracias Familia Munster, nunca los olvidaré, pues llenaron de alegría mi vida durante los interminables y repetidos capítulos que vi, entretenido con esa musiquita que pasó a formar parte de la discoteca etérea que todos hemos ido recogiendo a través de la vida. 
Munsterescamente
                                   Ricardo Izaguirre S.                                 E-mail: rhizaguirre@gmail.com
           

No hay comentarios:

Publicar un comentario