799 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica
del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
¿PARA QUÉ SIRVEN LAS RELIGIONES?
¿La
verdad? ¡Para nada! O muy poco. A lo sumo de consuelo, si quieren verlo así;
pero servir, servir… para nada. Hay
muchos argumentos, desde luego, mucho bla, bla, bla, falsa filosofía,
conformismo, ilusiones, promesas y promesas, fantasías y todo tipo de historias
de lo más disparatadas e increíbles.
Irrealidad y apaciguamiento, indolencia disfrazada de fe, y confianza en
seres míticos que habrán de resolver nuestros problemas si nos portamos
bien. Pero ¿qué hay de REALIDAD en todo eso? Nada. ¿De qué les ha servido a los millares de
ilusos que han muerto en nombre de la fe?
¿De qué le sirvió a tanta gente que murió en el Coliseo de Roma, o a los
innumerables mártires de la Iglesia? ¿O
a los cientos de miles de personas que murieron en las Cruzadas? De
nada. Millones de personas mueren de
hambre en todo el mundo, llenos de fe y rogando a las más diversas deidades
para que se apiaden de ellos. Un millón
de iraquíes han muerto por mano de los gringos sin que su dios haya movido ni
un dedo por esa gente. Decenas de
millones de personas murieron en todas las guerras con la convicción de que
Dios estaba con ellos y que los libraría de la muerte y de todas las tragedias
que son la consecuencia de aquellas.
Aparte de las leyendas, JAMÁS
se ha visto la participación de alguna divinidad a favor de los justos y
creyentes. NUNCA. Siempre son los malos los que ganan; todo depende de
quién tenga más y mejores armas y no de los dioses. Pero lo más contradictorio es que muchas
guerras se libran entre creyentes del mismo dios, y ambos bandos suponen que
ellos van a ganar porque son los “buenos”.
Si usted tiene una enfermedad terminal,
muere; no importa cuánta fe tenga o
a cuántos dioses les rece. Tampoco a
qué religión pertenezca, muere. Y eso lleva a la duda, desengaño, dolor y
pérdida de fe por parte de los deudos y el mismo muerto. Hay quienes ofrecen su propia vida a cambio
de la de un ser querido (hijo, madre, hermano) y de nada sirve. El que
tiene que morir, muere. No existe ese tipo de milagros, aunque la gente
guste de esa fantasiosa posibilidad.
Tampoco nos ganamos la lotería por ser creyentes; ni nos aparece una
buena esposa o marido porque somos religiosos.
Ni obtenemos una casita o un empleo porque vamos a misa todos los
domingos. Eso sucede porque tiene que
suceder o porque nos empeñamos en conseguirlo mediante los métodos normales y
posibles a todos. Sin magia, majaderías ni
supersticiones religiosas. Nadie hace
plata solo porque es católico, evangélico, musulmán, judío o budista; la hace
porque trabaja y tiene voluntad y el suficiente talento para acumular
fortuna. O a veces, un poco de suerte, un imponderable que no se puede
medir. Entonces, parece que las religiones de nada SIRVEN.
Así
que más bien, tenemos que preguntarnos ¿para
qué podrían servir las religiones? Entonces la respuesta sería sencilla: para enseñarnos
a vivir de acuerdo con la realidad presente en este mundo de carne y
hueso. Para decirnos que la Vida que tenemos es un milagro único y
bellísimo, y que debemos aprovecharla al máximo viviéndola con la mayor
intensidad posible. Día con día, minuto
a segundo… Las religiones deberían ser
liberadoras en lugar de castrantes organizaciones reclutadoras de esclavos y
serviles de deidades que nadie conoce ni tiene la certeza de su existencia ni
siquiera subjetiva. Tendrían que
resaltarnos el compromiso que tenemos con nosotros mismos, nada más, y no con
dioses inventados que nunca veremos porque carecen de realidad. Deberían
alejarnos de la malsana idea de desperdiciar nuestras vidas en aras de una enfermiza
fantasía post mortem que a nadie le consta.
Deben librarnos del remordimiento y los complejos de culpa por cosas que
no hemos hecho y de las que no somos responsables, como el llamado “pecado
original” que nos obliga con una
deuda impagable, por un delito que cometieron otros. Como
la deuda externa de la América Latina.
Las religiones están obligadas a llenarnos
de alegría diciéndonos que somos dioses y no gusanos que deben arrastrarse ante
supuestas deidades que disfrutan viéndonos reptar como lombrices. Deben enseñarnos a ser dignos y orgullosos de
lo que somos; prepararnos para ser combativos y no conformistas ante la
injusticia, ni a esperar a que las cosas se arreglen en el cielo. O
cuando regrese Jesucristo. Y lejos
de ser cómplices de los sistemas políticos, las religiones TIENEN que ser las abanderadas de todas las revoluciones que
conduzcan a la realización plena del Hombre.
¿Y qué es esa realización? Pues
disfrutar de todo aquello que llena de gozo el espíritu (o el cuerpo, si aquel
no existe). Tener abundante y buena
comida, ropa linda, casa, educación, salud, buenos vinos, pareja agradable y
alegría permanente. Entonces, y solo entonces, estaremos obligados a darles las gracias a los
dioses. Mientras tanto eso no se dé,
rendirle pleitesía o cantos a un dios sordo y displicente, es una majadería que
solo a las religiones se les ocurre. Estas
nos han conducido, como borregos, a la indolencia, a la inactividad y cero
participación en la lucha por la supervivencia; nos han llevado a una
tolerancia criminal en la que ni siquiera los animales caen. Nos han convencido de que todo lo que sucede
obedece a la voluntad de Dios y sus misterios, y que debemos tener
paciencia y agradecerle por el cáncer que le dio a mi hermano, o por el hijito
que se murió, o por la lepra que tengo.
O porque no tengo qué comer y me echaron de la casa. A ese
extremo llegan las idioteces religiosas.
Las
religiones tienen que ser organizaciones guerreras y guerrilleras que lideren
“guerras santas” por el bienestar material de los hombres, por la felicidad y
la abundancia, por las mujeres, por el whisky y las delicias de la mesa, por la
buena ropa y las camas deliciosas con sábanas de lino y repletas de dulce y
buena compañía. ¿Y lo del cielo? … eso se arregla cuando lleguemos allá… si es que
existe, y si es que llegamos. Pero
mientras tanto, debemos preocuparnos por lo que tenemos aquí, al alcance de la
mano, y no por cosas ilusas de un mundo del que nadie tiene CONOCIMIENTO alguno. Porque aparte de la fe, no existe prueba que
nos demuestre que vale la pena privarse de una vida agradable y real, por una
fantasía indemostrable. En lugar de ser
un lastre social, moral y espiritual, las religiones deben ser los motores del
progreso humano en el sentido material.
¿Qué hay de malo en querer vivir
bien en este mundo, que es el único que conocemos y tenemos?
Fiesteramente
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