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“LA CHISPA”
Lema:
“En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
EL AVANCE DE LA CRIMINALIDAD
Antes,
cuando las ciudades y pueblos eran pequeñitos y todo el mundo se conocía,
existía la vergüenza y el recato; el temor a que alguien le contara a nuestras
familias que habíamos cometido alguna fechoría.
Por eso nos conteníamos de muchas cosas; talvez no porque fuéramos
buenos sino porque todavía el rubor era cutáneo. Ahora se ha retirado a lo más profundo de
nuestro ser. Cuando las ciudades crecieron y todos
empezamos a ser desconocidos se perdió el miedo al deshonor. Cuando todos tenemos rostros amorfos o
anónimos, no se distingue quién es gente de bien y cuál un villano. La vestimenta fina disimula muy bien la
condición de pillo. Un buen auto hace
que cualquier sabandija con moral de comadreja parezca un caballero. Todo es cuestión de apariencias. Una hábil verborrea hace pasar a cualquier
patán por una persona sabia e interesada en el bienestar del pueblo. El dinero y la política convierten en
personajes a los salteadores de camino.
Y cuando eso es así en las alturas de nuestra sociedad, ¿qué se puede
esperar de ciertas capas del populacho? Esos son los de arriba.
¿Cómo
encarar este problema que cada día se va haciendo más inmanejable? En alguna “Chispa” viejita dije algo sobre la justicia en China, en relación con los cientos de
miles de niños que fueron envenenados por unos empacadores de leche contaminada. Apenas se probó la culpabilidad de la
empresa, todos sus ejecutivos fueron ajusticiados públicamente. Muerto
el perro se acaba la rabia, y es seguro que en China nadie volverá a cometer
ese delito. La delincuencia en ese
sentido fue cortada de raíz. Los chinos
y varias naciones asiáticas toman medidas radicales en contra del hampa, y es
por eso que muchas de ellas se encuentran prácticamente sin índices de delincuencia. Y ese es el punto. ¿Es
más valiosa la vida de un asesino que la de un ciudadano inocente? ¿Por qué proteger la vida de un salvaje
que ha acabado con la de cualquier persona decente? ¿O la de un borracho que asesina a alguien
con su carro?
Con
el poco respeto que me merecen los grupos que se dedican a defender
(indiscriminadamente) la vida de tantos bandidos, debo decir que mientras haya
gente que realice acciones de esa clase, mantendremos un patrocinio permanente
del delito. Nuestras cárceles son
criaderos de criminales que se burlan de la justicia y la ciudadanía. Son nichos de alimañas que viven a costillas
de la gente honrada que, con sus impuestos, paga la manutención de estas
bestias que deberían estar muertas. Los
canallas que hace poco raptaron, violaron, humillaron y asesinaron a esas
jóvenes no merecen vivir. No es justo
que la gente tenga que mantener a semejantes fieras cuyo cinismo en el juicio
demostró claramente el poco respeto o miedo que les inspira la ley. Saben que solo es cuestión de paciencia y dos
o tres administraciones y estarán en la calle en busca de víctimas.
Sé que muchas personas consideran que la cárcel
es suficiente, y que Dios llevará paz y tranquilidad a los padres de las
jóvenes ultrajadas; pero eso no es verdad.
Nada ni nadie puede compensar el dolor de las familias que, día a día,
sufren por culpa de estos depredadores carentes de todo vestigio de piedad o
respeto por la vida humana. El cuento de
los “derechos humanos” es una de las
tantas muletillas que esgrimen los políticos para no aprobar LA PENA DE MUERTE. Eso los hace parecer como personas
humanitarias pero, ¿qué hay de los
derechos de las víctimas, de los muertos y los deudos?
Ya es hora de que se hable abiertamente de este tema que hemos venido
eludiendo desde hace décadas. La
frecuencia y sevicia que muestran los asesinatos cotidianos es algo que DEBE hacer pensar a la ciudadanía; ya
no se trata de homicidios “necesarios” como parte de la profesión,
sino de exceso de maldad, perversión y falta de sentido o proporción. No calza con ninguna explicación que le
peguen un balazo en la cabeza a alguien para robarle un mísero teléfono
celular. O que acribillen a un joven
para robarle una bicicleta. Ese grado de
maldad NO es producto de una
relación de violencia natural sino de
una conducta depravada, diabólica, sádica.
Lo que esos bandidos hicieron con las jóvenes que raptaron no es lujuria
ni cuestión de licor. Es un
comportamiento retorcido y maligno para el cual el único correctivo es un tiro en la nuca. Como
el de los chinos de la leche. Que un
hombre mate a otro en un bochinche y bajo el efecto de la cólera lo califica
como homicida, pero hay una gran diferencia entre este delito y el de los antes
señalados. Así que no se trata de matar
a todos los que matan, sino solo a aquellos cuya perversión y frialdad quede
demostrada en el juicio.
Nos guste o no, tenemos que hablar de la PENA
DE MUERTE. Debemos imponerla, pues cuando los malos han
tomado por rehén a toda una población, no queda más camino. La lenidad de las leyes, los jueces
complacientes (¿?) y la inoperancia del sistema legal hacen posible que
centenares de granujas que deberían estar bajo dos metros de tierra, anden
libremente por las calles agrediendo a gente inocente que vive bajo el signo
del terror. San José parece los campos
de batalla de Europa durante la primera guerra mundial: solo alambradas, de
púas y electrificadas. Rejas en el
frente, en el patio y en el techo. Nadie
está seguro, todo el mundo tiene miedo.
Y para peores penas, el Estado hace todo lo posible para que los
ciudadanos se sientan más indefensos. Mientras los malos tienen el más moderno armamento, los dueños de casa no pueden
comprarse una pistola porque el Ministerio respectivo exige un sinfín de
requisitos para poder comprarla. Si el
Gobierno no nos puede proteger, al menos debería facilitar que las comunidades
se armen y asuman su propia defensa.
Habrá errores y problemas, pero es seguro que pronto los pillos
entenderán que no están en una tierra de nadie y que también pueden ser
ejecutados impunemente. Como en el Lejano Oeste. Un árbol y un mecate. No es
justo que solo ellos puedan matarnos a capricho. Estribillo político: “Nos preocupa la
seguridad ciudadana”
La
pena de muerte no eliminará el crimen, pero es seguro que lo mantendrá dentro
de ciertos límites de “tolerancia”, pues no es lo mismo que los delincuentes
sepan que pueden enfrentar el paredón o la horca, que saber que les esperan
unas deliciosas vacaciones, por cuenta del pueblo, en la Reforma o cualquier
otro Spa de sistema penitenciario de Costa Rica. Llegamos a la línea final. O se aprueba la pena de muerte, o la sociedad
sucumbe ante el hampa nacional. La de arriba y la de abajo.
No
muy fraternalmente
Ricardo Izaguirre S. E-mail: rhizaguirre@gmail.com
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