viernes, 24 de abril de 2015

700 El avance de la criminalidad



700    LA CHISPA                                      
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
EL AVANCE DE LA CRIMINALIDAD
            Antes, cuando las ciudades y pueblos eran pequeñitos y todo el mundo se conocía, existía la vergüenza y el recato; el temor a que alguien le contara a nuestras familias que habíamos cometido alguna fechoría.  Por eso nos conteníamos de muchas cosas; talvez no porque fuéramos buenos sino porque todavía el rubor era cutáneo.  Ahora se ha retirado a lo más profundo de nuestro ser.   Cuando las ciudades crecieron y todos empezamos a ser desconocidos se perdió el miedo al deshonor.  Cuando todos tenemos rostros amorfos o anónimos, no se distingue quién es gente de bien y cuál un villano.  La vestimenta fina disimula muy bien la condición de pillo.  Un buen auto hace que cualquier sabandija con moral de comadreja parezca un caballero.   Todo es cuestión de apariencias.  Una hábil verborrea hace pasar a cualquier patán por una persona sabia e interesada en el bienestar del pueblo.  El dinero y la política convierten en personajes a los salteadores de camino.  Y cuando eso es así en las alturas de nuestra sociedad, ¿qué se puede esperar de ciertas capas del populacho?   Esos son los de arriba. 
            ¿Cómo encarar este problema que cada día se va haciendo más inmanejable?  En alguna “Chispa” viejita dije algo sobre la justicia en China, en relación con los cientos de miles de niños que fueron envenenados por unos empacadores de leche contaminada.  Apenas se probó la culpabilidad de la empresa, todos sus ejecutivos fueron ajusticiados públicamente.  Muerto el perro se acaba la rabia, y es seguro que en China nadie volverá a cometer ese delito.  La delincuencia en ese sentido fue cortada de raíz.  Los chinos y varias naciones asiáticas toman medidas radicales en contra del hampa, y es por eso que muchas de ellas se encuentran prácticamente sin índices de delincuencia.  Y ese es el punto.  ¿Es más valiosa la vida de un asesino que la de un ciudadano inocente?  ¿Por qué proteger la vida de un salvaje que ha acabado con la de cualquier persona decente?  ¿O la de un borracho que asesina a alguien con su carro? 
            Con el poco respeto que me merecen los grupos que se dedican a defender (indiscriminadamente) la vida de tantos bandidos, debo decir que mientras haya gente que realice acciones de esa clase, mantendremos un patrocinio permanente del delito.  Nuestras cárceles son criaderos de criminales que se burlan de la justicia y la ciudadanía.  Son nichos de alimañas que viven a costillas de la gente honrada que, con sus impuestos, paga la manutención de estas bestias que deberían estar muertas.  Los canallas que hace poco raptaron, violaron, humillaron y asesinaron a esas jóvenes no merecen vivir.  No es justo que la gente tenga que mantener a semejantes fieras cuyo cinismo en el juicio demostró claramente el poco respeto o miedo que les inspira la ley.  Saben que solo es cuestión de paciencia y dos o tres administraciones y estarán en la calle en busca de víctimas.
Sé que muchas personas consideran que la cárcel es suficiente, y que Dios llevará paz y tranquilidad a los padres de las jóvenes ultrajadas; pero eso no es verdad.  Nada ni nadie puede compensar el dolor de las familias que, día a día, sufren por culpa de estos depredadores carentes de todo vestigio de piedad o respeto por la vida humana.  El cuento de los “derechos humanos” es una de las tantas muletillas que esgrimen los políticos para no aprobar LA PENA DE MUERTE.  Eso los hace parecer como personas humanitarias pero, ¿qué hay de los derechos de las víctimas, de los muertos y los deudos?   
            Ya es hora de que se hable abiertamente de este tema que hemos venido eludiendo desde hace décadas.  La frecuencia y sevicia que muestran los asesinatos cotidianos es algo que DEBE hacer pensar a la ciudadanía; ya no se trata de homicidios “necesarios” como parte de la profesión, sino de exceso de maldad, perversión y falta de sentido o proporción.  No calza con ninguna explicación que le peguen un balazo en la cabeza a alguien para robarle un mísero teléfono celular.  O que acribillen a un joven para robarle una bicicleta.  Ese grado de maldad NO es producto de una relación de violencia natural sino de una conducta depravada, diabólica, sádica.  Lo que esos bandidos hicieron con las jóvenes que raptaron no es lujuria ni cuestión de licor.  Es un comportamiento retorcido y maligno para el cual el único correctivo es un tiro en la nuca.  Como el de los chinos de la leche.  Que un hombre mate a otro en un bochinche y bajo el efecto de la cólera lo califica como homicida, pero hay una gran diferencia entre este delito y el de los antes señalados.  Así que no se trata de matar a todos los que matan, sino solo a aquellos cuya perversión y frialdad quede demostrada en el juicio.
            Nos guste o no, tenemos que hablar de la PENA DE MUERTE.   Debemos imponerla, pues cuando los malos han tomado por rehén a toda una población, no queda más camino.  La lenidad de las leyes, los jueces complacientes (¿?) y la inoperancia del sistema legal hacen posible que centenares de granujas que deberían estar bajo dos metros de tierra, anden libremente por las calles agrediendo a gente inocente que vive bajo el signo del terror.   San José parece los campos de batalla de Europa durante la primera guerra mundial: solo alambradas, de púas y electrificadas.  Rejas en el frente, en el patio y en el techo.  Nadie está seguro, todo el mundo tiene miedo.  Y para peores penas, el Estado hace todo lo posible para que los ciudadanos se sientan más indefensos. Mientras los malos tienen el más moderno armamento, los dueños de casa no pueden comprarse una pistola porque el Ministerio respectivo exige un sinfín de requisitos para poder comprarla.  Si el Gobierno no nos puede proteger, al menos debería facilitar que las comunidades se armen y asuman su propia defensa.  Habrá errores y problemas, pero es seguro que pronto los pillos entenderán que no están en una tierra de nadie y que también pueden ser ejecutados impunemente. Como en el Lejano Oeste.  Un árbol y un mecate.  No es justo que solo ellos puedan matarnos a capricho.   Estribillo político:   Nos preocupa la seguridad ciudadana     
            La pena de muerte no eliminará el crimen, pero es seguro que lo mantendrá dentro de ciertos límites de “tolerancia”, pues no es lo mismo que los delincuentes sepan que pueden enfrentar el paredón o la horca, que saber que les esperan unas deliciosas vacaciones, por cuenta del pueblo, en la Reforma o cualquier otro Spa de sistema penitenciario de Costa Rica.  Llegamos a la línea final.  O se aprueba la pena de muerte, o la sociedad sucumbe ante el hampa nacional.  La de arriba y la de abajo.
            No muy fraternalmente
                                                  Ricardo Izaguirre S.                   E-mail:  rhizaguirre@gmail.com
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