viernes, 1 de mayo de 2015

573 Las religiones y los complejos de culpa



573             LA CHISPA    
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LAS RELIGIONES Y LOS COMPLEJOS DE CULPA
      Las religiones nos han llenado del sentido de culpa y nos han limitado el placer de vivir: de ser malos o buenos sin condicionamientos ni intereses posteriores.  No disfrutamos de la justa venganza porque la religión nos dice que Dios dijo que: “Mía es la venganza”.  Y sin que nos conste nada, empezamos a sentirnos mal cuando le hemos deseado males a algún bandido; o bien, cuando nos alegramos de que estire la pata algún desgraciado que le ha hecho mucho daño a la humanidad.   Si deseamos de corazón que Bush encuentre una muerte tan trágica y dolorosa como la que les infligió a casi un millón de iraquíes, la religión nos hace sentirnos pecadores.   Si codiciamos el dinero y hacemos lo que sea por obtenerlo, de inmediato la multitud de mecanismos represores nos hacen sentirnos culpables de todas aquellas cosas que la religión reputa como “pecados”.   Nos han convertido en miedosos incapaces de disfrutar la vida por temor al pecado; y a la vez, en hipócritas descarados que, por culpa de esos temores absurdos, no realizamos nada de manera espontánea, feliz y desinteresada; todo lo hacemos a escondidas.  Si hacemos el bien, es por interés; no lo admitimos abiertamente porque nos da vergüenza, pero ahí está presente la idea de la recompensa por lo que hacemos.  No ayudamos ni damos si no es por alguna clase de interés, por más oculto que lo tengamos.
      No somos “buenos” porque nos nazca como una conducta natural sino por interés, aunque no sepamos en qué.  Íntimamente confiamos en que “alguien” estará anotando el servicio que le hicimos a fulano o zutano, y que eso se capitalizará a la hora de nuestro juicio.   Por eso damos en público y alardeamos de lo que hacemos; y aunque lo hagamos al desgaire, como si no importara, la verdad es que nuestras ansias de reconocimiento son muy claras: queremos que los otros sepan lo “buenos y humanitarios” que somos, por si se les ha escapado a “los de arriba”.   Los complejos religiosos y el interés en la otra vida es lo que produce esa conducta artificial que nos impide gozar plenamente de todo lo que nos brinda la vida.  Si somos malos (cosa que todos sabemos), deberíamos serlo de forma abierta.  Gozar plenamente de nuestras pillerías, de “ponerles cachos” a nuestros consortes, de engañar, mentir, robar, perjudicar a los demás; de ser políticos sin la pretensión de ser honestos.  Y mucho menos, de que nos crean.  Deberíamos disfrutar en grande ser malos; sin remordimientos ni dolor.  Y si nuestra naturaleza es buena, actuar en concordancia, pero sin interés alguno en el cielo o en reconocimientos públicos.  Sin estar pensando en Dios; sin utilizar a Dios como pretexto o testigo para que se dé cuenta de qué tan buenas personas creemos ser.  Todos sabemos lo que somos, pero siempre tratamos de engañarnos. 
      Si fuéramos como los animales no tendríamos los problemas que se derivan del sentimiento de culpa, pues ellos no tienen interés alguno en la otra vida, el cielo o las recompensas religiosas; viven el momento a plenitud, sin aparentar lo que no son, sin mentirse ni ignorar su naturaleza.  Es por eso que a ellos nunca les pasa el chasco de la fiera de Darío en “Los motivos del Lobo”, pues cuando este alteró su conducta básica para seguir los consejos del hermano Francisco, se encontró en el mundo de los hombres, y pagó el doloroso precio de compartir y alternar con los humanos, los “de mala levadura”. 
      Las religiones nos han conducido a la afectación, la hipocresía y todas las secuelas que se derivan de la artificialidad de la conducta.  Al sufrimiento terrible de estar permanentemente en guardia para no desviarnos de lo que se supone que somos y que calce con la imagen ficticia que hemos creado de nosotros mismos: de buenos maridos, esposas, padres, ciudadanos, hijos o amigos.  Aparentar es el suplicio más espantoso al que nos sometemos en aras del engaño social.  El terrible martirio de la impostura es lo peor que hemos derivado de las religiones.  Simular que somos buenos es la más amarga y difícil tarea que nos imponemos.  Hacer creer a los demás que somos fieles, honestos, francos, tolerantes, desinteresados, serviciales, buenos y todo lo demás, es la tortura más espantosa que nos conduce al agotamiento de nuestras fuerzas.  Pero lo más terrible sucede cuando nos llegamos a identificar con nuestras mentiras y, de repente, alguien pone en duda esas supuestas virtudes. 
      Si somos miembros de tal o cual iglesia, queremos ser como el prototipo ideal que esta ha formulado para sus miembros, y eso nos lleva a la desgracia de tener que aparentar lo que no somos.  Pero si tan solo siguiéramos la “regla de oro”, todo ese sacrificio saldría sobrando.  “No les hagas a los demás, lo que no te gustaría que te hicieran”.  Muy simple, sin pretensiones de santidad; un concepto posible y muy humano.  Pero si lo queremos elevar a un nivel superior, solo tenemos que variarlo ligeramente: “Haz con los demás, lo que te gustaría que hicieran contigo”.  Pero sin condiciones, sin expectativas interesadas en el cielo o recompensas; pero también con ausencia de miedos, dudas y toda la retahíla de dogmas improbables que nos han convertido en criaturas mañosas, astutas y mentirosas.
       Si pudiéramos ser auténticos tendríamos resueltos todos los problemas de tipo moral que nos atosigan.  No tendríamos ningún déficit emocional, pues siendo lo que somos (y aceptándolo) nos veríamos libres de obligaciones que estén más allá de nuestras posibilidades verdaderas.  Pero sobre todo, nos veríamos libres de la tortura de tener que aparentar lo que no somos.  Recuerden que NADIE puede cambiar solo porque reconoce qué y quién es.  Ese apenas es el primer paso de una larga marcha que nos llevará cientos, miles de vidas.  Es por eso que no debemos tener prisa ni forzar nuestra naturaleza a ubicarse en planos que no le corresponden, pues eso solo produce angustia.  El ideal es para contemplarlo a la distancia, NO para tratar de vestirse con su ropaje.  Y es de esa manera como debemos ver los ideales de las religiones: como una distante y bella promesa para cuyo logro deben transcurrir eones de evolución lenta, continua e inteligente.   Tratar de ser santos antes de tiempo solo conduce a la frustración.
      Fraternalmente
                             RIS      Correo electrónico:  rhizaguirre@gmail.com
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