jueves, 14 de mayo de 2015

636 Judíos y árabes, ¿un problema religioso?



636     LA CHISPA                (27/05/09)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
JUDÍOS Y ÁRABES, ¿UN PROBLEMA RELIGIOSO?
            ¿O solo un pretexto racial?  Las consideraciones sobre la “inferioridad” de grupos humanos no solo está fundamentada en el color de la piel, cultura y otros elementos ajenos o diferentes al discriminador, sino en supuestos basados en un patrón ideal que ha sido aceptado por este.  Mi religión es la única y verdadera (patrón), por lo tanto, todas las demás no solo son falsas sino diabólicas.  Mi país y mis paisanos somos lo mejor del mundo (patrón), por consiguiente, todos los otros son inferiores.  Mi pueblo fue elegido en forma directa por Dios o los dioses (patrón), entonces, todos los demás tienen creencias erradas e indignas de tomarse en cuenta.  El inicio de toda forma de segregación no está dada por el análisis objetivo de lo que son los otros, sino por la fantasía que hemos creado acerca de lo que nosotros creemos ser.  O al menos, lo que nos gustaría ser.  O lo más seguro, por el patrón que hemos inventado y con el cual nos identificamos.  Y todo aquel que no lo llene, es inferior y merece ser relegado o rebajado. 
Los griegos menospreciaban a todo el mundo no griego bajo la idea de que ellos eran superiores.  Les decían bárbaros.  Y aunque fueran pueblos más cultos que ellos, los consideraban despreciables; toda su literatura es un canto épico a esta forma de sentir, en especial la de Eurípides, el gran racista heleno.  Si nos identificamos con algo o alguien, una idea o un personaje admirable, establecemos una categoría acerca de nosotros mismos, y todo aquello que se aparte de esta (patrón) carece de validez o importancia.  Eso se ha repetido durante toda la historia, y solo es necesario que un grupo adquiera poder para que, de inmediato, elija sus propios patrones que le permitan sentirse por encima de los demás; los bárbaros romanos de la era clásica de Grecia, pasaron a ser los nuevos “civilizados” y empezaron a aplicar el famoso término (bárbaros) al resto de los pueblos que no fueran parte de Roma.   Incluso a los egipcios, cuna de la civilización mediterránea.
Cuando los europeos idealizaron el color de la piel como el estándar para clasificar a los seres humanos, se dio el paso definitivo para establecer la separatividad de manera oficial en todo el mundo.  Ese fue el primer escalón en una larga serie de medidas discriminatorias que se han venido fijando para decirle a cada grupo racial cuál es su posición dentro de la totalidad.   Ser blanco es el requisito sine qua non para ser ubicado como persona digna de consideración.   Los oscuros, amarillos o negros son seres de segunda, indignos de ser vistos como ciudadanos de alguna importancia.  Y en consonancia con ese patrón, todo producto social, intelectual o religioso de la raza blanca es el único válido, importante y verdadero.   Nadie considera las religiones autóctonas de los indios americanos o los negros como algo serio.   Para los blancos estas solo son supersticiones, fetichismo, vudú, animismo, idioteces propias de gente de baja estofa que nada tiene que ver con “el dios verdadero de los blancos, el dios de la Biblia, de los judíos”.   A lo sumo son exóticos y con algunos elementos espirituales “copiados” del cristianismo, aunque estos elementos daten de más de diez o veinte mil años.   Como en algún tiempo la iglesia romana afirmó que la sagrada familia de Egipto, Osiris, Isis y Horus, eran la copia satánica de la cristiana, José, María y Jesús, aunque aquella existía miles de años antes de que aparecieran en la Historia las tribus israelitas.
Esto lo sabían muy bien los judíos; así que el primer paso que dieron fue “blanquearse” en Europa mediante una tarea eugenésica que les llevó dos milenios para producir a los judíos ashkenazi (judíos blancos por cruces sucesivos e intencionales con alemanes, polacos, checos, ucranianos y rusos).  Y aunque esta verdad no les gusta, no hay otra explicación para estos judíos caucásicos tan diferentes a los mizrajíes o judíos auténticos de Palestina y todo el Medio Oriente.   Una vez blanqueados, se incorporaron al occidente y pudieron ver con menosprecio a sus antepasados, los morenos árabes.  Además, ya habían logrado que la religión judaica (en sus dos versiones) hubiera permeado a la sociedad europea y americana.   Y con eso, tenían ganada la batalla.   Entonces, ¿cuál es la raíz del brutal antagonismo entre judíos y árabes?  ¿Es un asunto ideológico, territorial, religioso, monetario o de vanidad “histórica”?  ¿Cuál es la esencia de ese lío?  Repito: dada la intransigencia  de ambos bandos y la disparidad de fuerzas con las que cuentan, solo hay una salida para ese enredo que parece ser la causa principal y más visible de las malas relaciones existentes en el Medio Oriente.  Los palestinos deben retirarse de esas tierras… o perecer en las peores condiciones imaginables.
Es obvio que el problema no es religioso, pues los judíos saben cuál es el origen del Islam.  Los árabes también lo saben, y ambos aceptan su tronco común en Abraham.  Pero está el problema “racial”.  Para todos es claro que aquí no tiene importancia la cuestión religiosa, y quien crea lo contrario, no ve más allá del aspecto propagandístico de la situación.   Tenemos a dos grupos de parientes enfrentados por un arenal que los dos reclaman como su tierra ancestral con distintos argumentos “históricos”; pero dado el fanatismo de ambos, todos los caminos a la paz y convivencia están cerrados.  Allí no hay nada que hacer, pues los “rubios” judíos lo quieren TODO.   Y como estos tienen todas las cartas del juego y la ayuda incondicional  de USA, serán los indiscutibles vencedores en todos los campos en donde se decida la suerte de los morenos palestinos: en las cortes o los campos de batalla.   Así que aunque esto parezca una herejía política o militar, muchas veces la mejor batalla que se puede dar es una rendición oportuna, antes de ser despedazados por completo.  Y luego, una retirada discreta hasta posiciones seguras, que bien podría ser la península del Sinaí, arenal desierto en donde nadie vive y que en nada difiere de Palestina.   Los árabes desperdiciaron su oportunidad.
Egipto podría cederles ese territorio que para nada ocupa.  Ese sí sería un gesto de solidaridad verdadera en busca de la paz en esa atormentada región.  Una vez situados allí, podrían recibir la ayuda de todo el mundo árabe.  A los sauditas les sobra la plata, lo mismo que a los kuwaitíes y todos los grandes productores de petróleo; incluso los iraníes los podrían ayudar para que formen una nación rica, educada y en paz.  Ya situados allí, los judíos no tendrían pretexto alguno para seguirlos jodiendo.   Esa es la única salida… por ahora.
Fraternalmente
                        RIS                    E-mail:  rhizaguirre@gmail.com 
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