636 “LA CHISPA” (27/05/09)
Lema: “En la indolencia cívica
del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
JUDÍOS Y ÁRABES, ¿UN PROBLEMA RELIGIOSO?
¿O solo un pretexto racial? Las consideraciones sobre la “inferioridad”
de grupos humanos no solo está fundamentada en el color de la piel, cultura y
otros elementos ajenos o diferentes al discriminador, sino en supuestos basados
en un patrón ideal que ha sido aceptado por este. Mi religión es la única y verdadera (patrón),
por lo tanto, todas las demás no solo son falsas sino diabólicas. Mi país y mis paisanos somos lo mejor del
mundo (patrón), por consiguiente, todos los otros son inferiores. Mi pueblo fue elegido en forma directa por
Dios o los dioses (patrón), entonces, todos los demás tienen creencias erradas
e indignas de tomarse en cuenta. El
inicio de toda forma de segregación no está dada por el análisis objetivo de lo
que son los otros, sino por la fantasía que hemos creado acerca de lo que
nosotros creemos ser. O al menos, lo que
nos gustaría ser. O lo más seguro, por
el patrón que hemos inventado y con el cual nos identificamos. Y todo aquel que no lo llene, es inferior y merece
ser relegado o rebajado.
Los griegos menospreciaban a todo
el mundo no griego bajo la idea de que ellos eran superiores. Les decían bárbaros. Y aunque fueran pueblos más cultos que ellos,
los consideraban despreciables; toda su literatura es un canto épico a esta
forma de sentir, en especial la de Eurípides, el gran racista heleno. Si nos identificamos con algo o alguien, una
idea o un personaje admirable, establecemos una categoría acerca de nosotros
mismos, y todo aquello que se aparte de esta (patrón) carece de validez o importancia. Eso se ha repetido durante toda la historia,
y solo es necesario que un grupo adquiera poder para que, de inmediato, elija
sus propios patrones que le permitan sentirse por encima de los demás; los
bárbaros romanos de la era clásica de Grecia, pasaron a ser los nuevos
“civilizados” y empezaron a aplicar el famoso término (bárbaros) al resto de los pueblos que no fueran parte de Roma. Incluso a los egipcios, cuna de la
civilización mediterránea.
Cuando los europeos idealizaron el
color de la piel como el estándar para clasificar a los seres humanos, se dio
el paso definitivo para establecer la separatividad de manera oficial en todo
el mundo. Ese fue el primer escalón en
una larga serie de medidas discriminatorias que se han venido fijando para decirle
a cada grupo racial cuál es su posición dentro de la totalidad. Ser blanco es el requisito sine qua non para
ser ubicado como persona digna de consideración. Los oscuros, amarillos o negros son seres de
segunda, indignos de ser vistos como ciudadanos de alguna importancia. Y en
consonancia con ese patrón, todo producto social, intelectual o religioso de la
raza blanca es el único válido, importante y verdadero. Nadie considera las religiones autóctonas de
los indios americanos o los negros como algo serio. Para
los blancos estas solo son supersticiones, fetichismo, vudú, animismo, idioteces
propias de gente de baja estofa que nada tiene que ver con “el dios verdadero de los blancos, el dios de la Biblia, de los judíos”.
A lo sumo son exóticos y con algunos
elementos espirituales “copiados” del cristianismo, aunque estos elementos
daten de más de diez o veinte mil años.
Como en algún tiempo la iglesia romana afirmó que la sagrada familia de
Egipto, Osiris, Isis y Horus, eran la
copia satánica de la cristiana, José,
María y Jesús, aunque aquella existía miles de años antes de que
aparecieran en la Historia las tribus israelitas.
Esto lo sabían muy bien los judíos;
así que el primer paso que dieron fue “blanquearse” en Europa mediante una tarea
eugenésica que les llevó dos milenios para producir a los judíos ashkenazi
(judíos blancos por cruces sucesivos e intencionales con alemanes, polacos,
checos, ucranianos y rusos). Y aunque
esta verdad no les gusta, no hay otra explicación para estos judíos caucásicos
tan diferentes a los mizrajíes o
judíos auténticos de Palestina y todo el Medio Oriente. Una vez
blanqueados, se incorporaron al occidente y pudieron ver con menosprecio a sus antepasados, los morenos árabes. Además, ya habían logrado que la religión
judaica (en sus dos versiones) hubiera permeado a la sociedad europea y
americana. Y con eso, tenían ganada la
batalla. Entonces, ¿cuál es la raíz del
brutal antagonismo entre judíos y árabes?
¿Es un asunto ideológico, territorial, religioso, monetario o de vanidad
“histórica”? ¿Cuál es la esencia de ese lío? Repito: dada la intransigencia de ambos bandos y la disparidad de fuerzas
con las que cuentan, solo hay una salida para ese enredo que parece ser la
causa principal y más visible de las malas relaciones existentes en el Medio
Oriente. Los palestinos deben retirarse de esas tierras… o perecer en las
peores condiciones imaginables.
Es obvio que el problema no es
religioso, pues los judíos saben cuál es el origen del Islam. Los árabes también lo saben, y ambos aceptan
su tronco común en Abraham. Pero está el problema “racial”. Para todos es claro que aquí no tiene
importancia la cuestión religiosa, y quien crea lo contrario, no ve más allá
del aspecto propagandístico de la situación.
Tenemos a dos grupos de parientes enfrentados por un arenal que los dos
reclaman como su tierra ancestral con distintos argumentos “históricos”; pero
dado el fanatismo de ambos, todos los caminos a la paz y convivencia están
cerrados. Allí no hay nada que hacer, pues los “rubios” judíos lo quieren TODO.
Y como estos tienen todas las cartas
del juego y la ayuda incondicional de USA, serán los indiscutibles vencedores
en todos los campos en donde se decida la suerte de los morenos palestinos: en las cortes o los campos de batalla. Así que aunque esto parezca una herejía
política o militar, muchas veces la mejor batalla que se puede dar es una
rendición oportuna, antes de ser despedazados por completo. Y luego, una retirada discreta hasta
posiciones seguras, que bien podría ser la península del Sinaí, arenal desierto
en donde nadie vive y que en nada difiere de Palestina. Los árabes desperdiciaron su oportunidad.
Egipto podría cederles ese
territorio que para nada ocupa. Ese sí
sería un gesto de solidaridad verdadera en busca de la paz en esa atormentada
región. Una vez situados allí, podrían
recibir la ayuda de todo el mundo árabe.
A los sauditas les sobra la plata, lo mismo que a los kuwaitíes y todos
los grandes productores de petróleo; incluso los iraníes los podrían ayudar
para que formen una nación rica, educada y en paz. Ya situados allí, los judíos no tendrían
pretexto alguno para seguirlos jodiendo.
Esa es la única salida… por
ahora.
Fraternalmente
RIS E-mail: rhizaguirre@gmail.com
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