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“LA CHISPA”
Lema:
“En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LA INMORAL
DOCTRINA DEL “PERDÓN DE LOS PECADOS”
Además de la vida eterna, esta es
otra de las ofertas que nos hacen los gestores del turismo celestial: el perdón
de los pecados. Como reza uno de los más
populares eslóganes: “Sus pecados
quedarán tan limpios como la nieve si usted se arrepiente y acepta a
Cristo”. Ante tan generosa y amoral oferta, no hay quien pueda resistirse. Es una invitación velada a una vida de
maldad, desorden, abuso contra el prójimo y violación de toda regla moral. Esa doctrina convierte a los hombres y
mujeres en irresponsables de sus actos y en malvados potenciales, pues basta
una operación ritualística de último minuto, para que vayamos directo al cielo,
impolutos y resplandecientes. Es
suficiente llorar, rezar, gritar y decir que se acepta a Cristo y que nos
arrepentimos, para que los delitos que hayamos cometido en contra de nuestros
hermanos queden como si los hubieran lavado con Irex concentrado. Eso
significa que cualquier perverso que haya causado dolor, muerte y sufrimiento a
sus semejantes, puede colarse en el cielo con solo cumplir ese simple requisito. Lo único que necesita es saber que va a
morir. Así de simple. Mientras que un buen hombre que ha trabajado,
servido, amado y cumplido con una vida moral, bien puede ir al infierno si no
tiene tiempo para ejecutar la ceremonia de salvación. Pero si la cumplieron, es seguro que Atila,
Stalin, Mao, Calígula, Nerón, Pinochet, Somoza, Trujillo, Truman, Reagan y los
Bush, estarán a la diestra del Señor, alegres y con sus respectivas mandolinas.
Debemos aclarar que esa teoría es solo
del Nuevo Testamento, porque la Biblia
aplica la ley de Talión, el ojo por ojo, pie por pie, diente por diente y vida
por vida. Y esa actitud, por dura que
parezca, es la que más se asemeja a lo que podríamos llamar una Ley Divina, de
Compensación o Retribución. O Karma como
dicen los orientales y ocultistas en general.
En un Universo lógico no cabe el
disparate de una acción sin reacción.
No hay pecado (acción) sin castigo
(reacción). Entonces, ¿de dónde salió
semejante blasfemia que permite a la gente mala y “pecadora”, salirse con la
suya con una simple maniobra de culto?
¿Dónde está la justicia para los ofendidos? Si alguien suprime la vida de otra persona,
deberá pagar con la suya; no hay otro camino para devolver la armonía al mundo
que afectó con su acción, pues solo su muerte puede apaciguar un poco el dolor
de los familiares de aquel cuya vida segó. ¿Se imaginan ustedes lo que sería
que pudiéramos ver que alguien que nos mató un hijo se fuera al cielo solo
porque tuvo tiempo de arrepentirse y “aceptar” a Cristo? Sería para morirse de la rabia. Esa desquiciada teoría (que nadie la cree en
el fondo) es el producto del clientelismo religioso, una forma de atraer
creyentes y, desde luego, contribuyentes a las arcas de cada iglesia.
Si el perdón de los pecados fuera
cierto, dejaría sin efecto todas las estructuras morales que las sociedades han
venido construyendo, por siglos, para una mejor convivencia entre los seres
humanos. Esa propuesta neotestamentaria
borra de un solo plumazo todos los preceptos sobre justicia, deber, moral y
todas las formas de respeto a que estamos obligados con nuestros
semejantes. Y no solo eso, sino que es
una invitación permanente a pasar por encima de los sentimientos de los demás,
e incluso del irrespeto al orden Divino o celestial. “No
matarás” dice la Biblia,
y el que desobedece el mandato DEBE
PAGAR con su vida. Así es en todas
las legislaciones de la antigüedad, ya se trate del código de Hammurabi o del
griego Dracón. Entonces ¿quién o quiénes se tomaron la libertad de
dejar sin efecto lo que parece ser una ley universal? Solo en el Nuevo Testamento aparece semejante
aberración que ni siquiera las más complacientes legislaciones humanas
contemplan. Nadie es puesto en libertad
después de asesinar a otra persona solo porque asegure que está
arrepentido. Podrá estarlo, pero igual va al patíbulo o a prisión. Porque de lo contrario, podría matar a cien
personas después de cien arrepentimientos.
Por consiguiente ¿cuál es el verdadero fundamento de esa concesión
mediante la cual se hace efectivo nuestro ingreso al Paraíso?
¿Hay personas que realmente creen en
ese principio religioso? Claro que si yo
soy el delincuente, el que mata, roba o viola, me conviene que sea cierto. Pero si soy el ofendido, ¿queda satisfecha mi
sed de justicia ante el perjuicio que recibí si el delincuente es perdonado? Porque lo aceptemos o no, sin importar cuanto
lo disimulemos o hagamos imposturas, TODOS
queremos venganza, que es la forma
más drástica y sumarísima de la Justicia. Si alguien mata a mi
hermano, YO QUIERO MATAR al que lo
hizo. Si después lo perdonan en el
cielo, ese ya no es asunto mío, aunque igual me enfurezca. Pero como nadie “sabe”…
La doctrina del perdón de los
pecados es una de las más absurdas ponencias en las que pueda basarse una
religión, pues implica la tolerancia del delito como una forma de conducta que
se puede compensar o corregir mediante un ejercicio espiritual. Además, cercena el principio universal de que
no hay acción sin reacción, fundamento del karma y toda forma de justicia,
terrenal o divina. Arrepentirse del mal
cometido solo sirve como una carta de intenciones para no volver a repetir la
conducta errada, NO PARA BORRAR los efectos de lo que ya se realizó. La
desarmonía (dolor) producida por un crimen, solo se puede restablecer a su
forma original cuando el delincuente absorbe todas las vibraciones anormales producidas
por su acción.
Así que no es cierto que Cristo haya
muerto por los pecados de la humanidad, ni que con su sacrificio, todos
tengamos patente de corso para hacer lo que nos dé la gana en perjuicio de
nuestro prójimo; semejante blasfemia solo puede ser producto de la pésima
inteligencia que se ha hecho del delito y sus consecuencias; pero sobre todo,
se basa en la idea de que en vida no hay quien sepa si alguien fue perdonado ni
adónde fue después de muerto. Todo creemos, pero NADIE SABE si el “buen ladrón” se fue al cielo. Ahí está el peine, y como no hay quien sepa
adónde fue el malhechor (que seguramente
será el Infierno), no hay quien le reclame al cura o pastor. Muy práctico y conveniente método.
Fraternalescamente
RIS E-mail:
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