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“LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se
fundamentan los abusos del Poder.”
LA DIPLOMACIA
La diplomacia es un recurso de
supervivencia política, democrática, militar, social y afectiva; pero sobre
todo, ECONÓMICA. Eso es tan real en la vida de los individuos
como en la de las naciones. Por
desgracia, es una posibilidad solo para personas y Estados con la suficiente madurez,
frialdad, capacidad e inteligencia para ponerla en práctica de manera
efectiva. Desde luego que para los
latinos esta es una opción vedada, ya que la emotividad desborda nuestros actos y somos incapaces de obrar con prudencia. Incluso en aquellas situaciones en donde esta
es necesaria, se nos sale la pasión
y quedamos expuestos sentimentalmente.
Creemos que las relaciones políticas o económicas son cuestiones
sagradas a las que quedamos ligados con sangre para siempre. Nuestra vehemencia
nos impide hacer las diferencias necesarias entre lo que es la amistad y la conveniencia. La diplomacia
es una herramienta de suprema utilidad cuando no se tiene la certeza de la
propia fuerza o de la ajena; es el arte de retardar los hechos mientras se
logran posiciones de ventaja o seguridad.
El supremo objetivo de esta es sacar ventajas del enemigo, competidor, cliente
o lo que sea. La diplomacia NO es una declaración de amor o
fidelidad eterna, sino la oportunidad de ganar tiempo y posiciones mientras nos
fortificamos interiormente.
Por desgracia los temperamentales
latinos no tenemos la menor idea de cuáles son los objetivos de la diplomacia,
y creemos que firmar un tratado con alguien es una cuestión moral con
responsabilidad divina y que Dios nos va a castigar si lo violamos. Es por eso que, adheridos al carro de la
política yanqui, llegamos a creer que nuestros intereses son los de ellos y
viceversa; y es la razón por la que cuando nos enteramos que ese país irrespeta
sus compromisos con el mayor desparpajo, nos sentimos confundidos y casi
traicionados. Cuando Rusia era el
enemigo mortal de USA, los latinos (no todos) nos sentíamos en el deber de
odiar a los rusos y todo lo que ellos representaban, según la óptica de los
norteamericanos. Nos sentíamos
amenazados e, inclusive, en nuestra atolondrada mente, suponíamos que los rusos
iban a desperdiciar decenas de
bombas de hidrógeno destruyendo nuestras ciudades. Odiábamos
a China, Checoslovaquia, Polonia, Rumania, Lituania, Alemania del lado de allá
y todo lo que pudiera oler a rojo y enemigo de nuestros “aliados” del
norte. Sufríamos calenturas ajenas que
nos llevaron a solidarizarnos con los yanquis en contra de Cuba. Y Cuba se convirtió en nuestra enemiga automática
y gratuita solo porque USA era enemigo de
aquella.
Así entendemos esta actividad los
latinos: como un COMPROMISO que nos liga en cuerpo y
alma con algo o alguien hasta la muerte.
Si alguien es enemigo de nuestro “amigo” nos sentimos en el deber de ser
enemigos de ese sujeto o país sin que este nos haya hecho nada. Estamos lejos de entender que la diplomacia
es, en esencia, el juego de los
intereses económicos, nada más.
Jamás hemos entendido que esta solo tiene como fin garantizar los
intereses económicos cuando el recurso de la guerra no es viable, o es de mucho
riesgo. Los latinos creemos que la diplomacia
es un “entregarnos a una amistad”. Si
somos amigos de USA, suponemos que nuestra obligación debe llegar hasta el
sacrificio y, de igual manera, imaginamos que ellos lo son de nosotros y que harán algo en contra de sus intereses
con tal de preservar nuestra valiosa “amistad”. Repetir el cliché de que los tratados son
para ser violados no deja de ser útil, pues la Historia nos alecciona
sobre esto que los latinos no entendemos.
Hasta hace poco la China era el Leviatán
Amarillo que amenazaba a occidente: eran crueles, ateos, comían niños, nos
odiaban y todo el folleto; pero de repente, cuando se abrieron al comercio
norteamericano, se convirtieron en “la
maravillosa China” como dice un eslogan televisivo que nos invita a las
olimpíadas o algo así. Ahora los gringos tienen grandes negocios con ellos, y
nosotros nos quedamos “odiándolos y teniéndoles miedo”. Ahora los norteamericanos están de “pellizco
en nalga” con rusos, rumanos, búlgaros y todos los de la cortina de hierro; y
nosotros seguimos asustados ante su presencia.
Todavía pensamos que los polacos “son comunistas malos” que nos quieren
matar y explotar. Estamos desconcertados
porque no entendemos qué diablos es la DIPLOMACIA.
El que los Estados Unidos haya
firmado un pacto íntimo con el gobierno
de Colombia, eso convierte a todos los latinos en enemigos naturales de ese
país, y a su gobierno, en enemigo de todos sus vecinos. Pero si mañana cambian los intereses de USA,
Venezuela podría convertirse en la “consentida” de la
Casa Blanca, y los colombianos se pueden ir
al infierno. Esa es la
DIPLOMACIA, cuestión que estamos muy lejos de entender
los latinos. No se trata de afectos,
amor, fidelidad o coincidencia ideológica; esas son las babosadas que se
invocan a la hora de firmar los tratados (públicos o secretos), pero la esencia
sigue siendo la misma: ECONOMÍA. Ya un expresidente norteamericano lo dijo: “Estados
Unidos NO tiene amigos en América
Latina, tiene intereses”.
El más grande de los errores de la política
de nuestros países es haber confundido la AMISTAD
con los INTERESES. Se puede ser amigo, pero eso no significa
auto inmolación económica para preservar las utilidades de segundos o
terceros. La diplomacia es el estudio de lo que conviene. También es el tacto necesario para dar los pasos hacia ese objetivo sin correr
riesgos ni despertar sospechas; sin demostrar afectos o antipatías, solo
amabilidad. La diplomacia es una SONRISA, UNA ACTITUD AMABLE; pero
también la frialdad, la decisión, la impiedad del milano y la determinación de
hundirle la daga por la espalda a quien sea cuando los INTERESES así lo reclamen. Mientras no entendamos eso, nos seguirán
jodiendo.
Amigos… ¿sucede eso en sus países?
Diplomatiquescamente
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