domingo, 31 de octubre de 2010

287 La moral pública

287     “LA CHISPA”   

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”.

LA MORAL  PÚBLICA

            Entre nosotros la moral dejó de ser una Norma Absoluta y se convirtió en un parámetro volátil y acomodaticio al gusto de quienes se ven confrontados con la Ley.  Antes se decía, y tenía valor incuestionable, que “La mujer del César, además de ser su esposa, debe parecerlo”.  Gran decir que no admitía componendas ni eufemismos.  Ahora “todo depende”, y entramos de lleno en la era del relativismo moral con la presunción de inocencia.  Si no me pueden probar ante los tribunales que soy ladrón, estafador, mentiroso, pillo, prevaricador o lo que sea, SOY INOCENTE.  Y si logro que pasen cuatro años sin que me puedan juzgar, soy inocente.   El cinismo se ha convertido en norma de aceptación social, política y moral, como consecuencia del asalto que la chusma ha hecho del poder.  Gente sin  honor ni abolengo se ha incrustado en los partidos políticos, y desde esas trincheras de la canalla, han ascendido al puesto más honorable que la ciudadanía puede conferirle a uno de sus hijos.  Mediante los recursos que facilita el camino tortuoso de la política, infinidad de ineptos, codiciosos y descastados llegan a la presidencia, cargo que solo deberían ocupar los hombres más ilustres de la Patria, caballeros cuyas virtudes morales estén más allá de cualquier sospecha.  Y aunque a los populistas y democratistas no les guste la idea, el gobierno es cuestión de la aristocracia (los mejores), en el más puro sentido de la palabra.  Cuando la plebeyez toma por asalto el gobierno de una nación, esa sociedad entra en agonía; se pierde la confianza, el derrotero, la esperanza, y todas las acciones de esa clase de gobierno se tornan sospechosas.  Pero lo que es peor: el pueblo llega a aceptar como cosa normal que los sinvergüenzas en el poder son algo inevitable.  Que lo único que hay que hacer ante este fenómeno de descomposición, es buscar AL QUE ROBE MENOS.  Gobernar NO es asunto de astucia o de tener un determinado título profesional; primero que todo, es una cuestión de HONOR.  De ahí parte todo lo demás.
            Cuando la plebe en el gobierno no tiene el discernimiento (o no le importa, que es lo más probable) para diferenciar los intereses personales de los del Estado, la suerte está echada.  Cuando un presidente dice que “se gastó en confites” algún dinero del pueblo, aunque sea una broma, la suerte está echada.  Cuando un presidente alega ser honrado solo porque los tribunales no pudieron probarle su delito de acuerdo con un ordenamiento jurídico deficiente, la desgracia nos ha caído encima, pues la escala con la que se valoran los hechos de un gobernante, no es la misma con las que se juzga a un líder de la mafia.  Un tecnicismo que le impida ir a la cárcel o tipificar su delito como enriquecimiento ilícito, es válido para Luciano o Capone, pero no para un Presidente.  El gobernante que se vale de tales artimañas, es posible que salga libre, pero ante los ojos de su pueblo y de los hombres honrados, seguirá siendo un reo moral.   Y el índice acusador de su consciencia (si la tiene) seguirá gritándole, mientras viva, la indignidad de su conducta. 
            Los más sabios varones de la Grecia antigua decían que el gobierno es cosa de la ARISTOCRACIA, porque solo los miembros de esta tienen honor y una prosapia que enaltecer.  Quien tiene una familia honorable cuyo nombre no puede enlodar, está obligado a una conducta decente y virtuosa.  Pero ¿qué se le puede pedir a un miembro de la plebe ejerciendo funciones de gobernante?  ¿Puede un hijo de zapatero o cogedor de café tener alguna noción de lo que es el honor, la moderación o el sentido de rectitud?   ¿Puede un miembro de la chusma controlar su avaricia cuando se encuentra frente a las Arcas del Estado a su disposición?  El honor no se improvisa ni está sujeto a variables o condiciones.  El honor es un bien, una virtud absoluta; algo que no depende de las circunstancias políticas o de las componendas electoreras que vemos en nuestras Asambleas Legislativas.
            Nuestra política está llena de individuos capaces de aparentar lo que no son.  Incluso de fingir, con gran convicción, el papel de víctimas; sin embargo, los pueblos suelen distinguir, aunque sea tarde, el material del cual están formados estos individuos.  
            La moral pública no es un atuendo que se utiliza en ciertas ocasiones cuando es necesario aparentar.  La moral del hombre honrado está entretejida en cada uno de los átomos de su cuerpo: es inseparable de la esencia de lo que es un caballero; es indisoluble, impostergable, NO ES NEGOCIABLE.   El honor no se subasta o compromete por intereses económicos.  El Estado no es el feudo particular del Presidente de turno.  No es su cafetal, cañaveral o empresa de lo que sea.  Es el patrimonio de TODOS los ciudadanos
            ¡Qué lejanos parecen los tiempos de aquellos varones que ejercieron el Poder con un claro conocimiento de lo que este significa!  Caballeros como don Otilio, don José Joaquín, don Chico y don Mario, fueron presidentes que no solo se retiraron con la frente en alto, sino que le dieron lustre a ese empleo de “Primer ciudadano de la República”.
            Ahora todo parece ser cuestión de “que no me pillen con las manos en la masa” y darle cuatro años de tiempo al juicio, mientras vuelve al poder “mi” partido; o esperar a que todo se olvide… 
            No parece haber una solución práctica al problema de la corrupción, pues todo indica que las leyes fueron diseñadas por presuntos malhechores.  Para toda situación, existe un portillo mediante el cual se puede evadir la Justicia.  Los pueblos han sido tomados como rehenes por las camarillas de políticos, las cuales han usurpado el Poder que es propiedad exclusiva de los ciudadanos.  Y todo por la indolencia popular.    
            Fraternalmente
                                   RIS
                

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