domingo, 17 de octubre de 2010

834 Acompañados pero solitarios

834    “LA CHISPA                  (22 septiembre 2010)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
ACOMPAÑADOS, PERO SOLITARIOS
            En una “Chispa” anterior dije que las posibilidades de que el universo tenga planetas habitados son infinitas, dado que este es Infinito, sin que podamos tener ni la menor idea de lo que eso significa.  La mente finita del hombre no puede hacerse idea de lo INFINITO.  Pero eso es filosofía.  Así que solo digamos que es muy grande en cualquier dirección que escojamos.  Se dice que el Hubble ha detectado galaxias situadas a DOCE MIL MILLONES DE AÑOS LUZ.  Y eso que apenas es un primitivo instrumento que dentro de cincuenta o cien años será obsoleto.  ¿Se imaginan cuál será el alcance que tendrán los futuros telescopios?  Pero por ahora, consideremos esas galaxias como las más lejanas, sin que eso signifique que son el fin o el borde del Universo.  También podemos admitir que en esas galaxias podría haber billones de mundos poblados de seres variadísimos, pues nosotros NO SOMOS el modelo universal de lo que es la vida inteligente.  Eso solo es arrogancia imperdonable.  Sin embargo, para los fines prácticos estamos SOLOS en el Cosmos, aunque esos mundos tengan cuatrillones de quintillones de seres racionales.  ¿No es así?  Fíjense que para llegar a ellos, una nave terrícola que viajara a la VELOCIDAD DE LA LUZ, tendría que hacerlo durante DOCE MIL MILLONES DE AÑOS.   Fin del camino y de toda especulación.  Estamos “solitarios”.  En el plano físico estamos limitados a nuestro sistema solar, y es más aceptable la idea de los místicos que cualquier divagación de los “científicos” y sus teorías de los viajes intergalácticos. 
            De tanto ver televisión, el concepto de año-luz se nos ha hecho rutinario y casi nunca meditamos en su verdadero significado.  Es una medida de distancia que equivale al espacio que recorre un rayo de luz (un fotón) a una velocidad aproximada a los 300 mil kilómetros por segundo (299.792.458).  En poco más de un segundo llegaríamos a la Luna; en ocho minutos y pico, al Sol; y en cuatro horas, a Plutón.  ¡Si pudiéramos viajar con esa prontitud!  Pero la realidad es que estamos a mucha distancia de tal logro.  Ahora bien, viajando a esa rapidez, tardaríamos cuatro años y pico para llegar a Alfa Centauri, la estrella más cercana a nuestro sol.  Casi nueve años ida y vuelta.  ¿Y para qué?  ¿Para encontrar algunos planetas tan vacíos como Marte, Mercurio, Venus o Saturno?    A la celeridad de la luz no sería mucho, pero en nuestras naves actuales, sería una eternidad.  Un desperdicio increíble tratando de conocer a otros alienígenas, cuando somos incapaces de conocernos a nosotros mismos; ni siquiera a los terrícolas habitantes del otro lado de la frontera. 
            Si a la velocidad de la luz tardaríamos DOCE MIL MILLONES DE AÑOS en llegar a las galaxias más distantes, ¿qué propósito tendría semejante disparatado viaje?   No tendría sentido ni que usáramos a todo el sistema solar como nave.  En ese tiempo, habríamos desaparecido en la soledad del espacio sin encontrar nada ni a nadie.  Estamos solitarios, nos guste o no.  Y la distancia a esas galaxias es una minucia comparada con la infinitud del universo, el cual debe estar poblado por infinito número de civilizaciones en todos los niveles de desarrollo; pero tan inaccesibles para nosotros, como nosotros para ellos.  Esa es la verdad sin ciencia ficción.  No es probable que haya aliens a la vuelta de la esquina, escondidos en las lunas de Marte o Saturno, atisbando cómo nos aniquilamos o cómo arruinamos el planeta.  Podría ser, pero no parece lógico que estas personas vinieran desde donde sea, solo a vernos y dejarse ver fugazmente y sin intervenir de una manera notoria que pudiera servirnos de aliciente para nuestra superación espiritual, moral y material.  Podría ser gente que tuviera mejores nociones de Dios y el Universo (que deben ser lo mismo), y que nos libraran de las estúpidas guerras que hacemos a nombre de diferentes e incomprensibles deidades tribales. 
            Todo parece indicar que estamos “SOLITARIOS”, librados a nuestra suerte para que crezcamos por nuestro esfuerzo y aprendamos a ser mayores.  Sin tutelaje y sin ayudas divinas ni privilegios inmerecidos.  Solos en la inmensidad de un espacio poblado por miríadas de criaturas tan alejadas entre sí, como nosotros de ellas.  El sentido común y la lógica nos dicen que están ahí afuera, en miles de millones de puntos del infinito universo, pero tan solos como nosotros, soñando como nosotros en la familia lejana.
            Sentado que la velocidad de la luz es una constante universal insuperable, podríamos especular un poco con la ciencia ficción y crear una nave que pudiera viajar mil veces por arriba de ese límite, lo que nos daría 300 millones de kilómetros por segundo.  Mucha velocidad para nuestro sistema, pero insuficiente para la galaxia.  E insignificante para los viajes intergalácticos (ni con el hiper impulso de la Enterprise) ¿Y qué haríamos con esa velocidad?  Calculen y verán que ni en cien generaciones de 70 años podríamos salir ni siquiera de nuestra propia galaxia; mucho menos, llegar a la vecina Andrómeda.  La conclusión realista resulta  desoladora y nos obliga a poner los pies en el suelo de la Tierra, único punto de apoyo con el que podemos contar como planeta.  Quizás los ufólogos y los soñadores se sientan un poco tristes porque no podrán ir a otras galaxias, como la gente de Star Trek; pero tienen un acogedor y bellísimo planeta que conservar, salvar y amar, porque aunque nos guste o no, es el único que tenemos y ni muertos podremos dejarlo.
            La verdad es que estamos solos y así debemos entenderlo, por más simpáticas que nos sean las ideas de los “encuentros cercanos del tercer tipo” o como los de ET.   Sin embargo, es seguro que formamos una familia infinita, pero separados por enormes distancias que solo nos permiten imaginar cómo serán ellos y sus mundos.  En este sentido, seguimos siendo niños, pues esta necesidad de encontrarnos con civilizaciones más avanzadas que puedan ayudarnos, es la misma idea central que anima a las religiones: el deseo subconsciente de que alguien venga a sacarnos las castañas del fuego, evitándonos la responsabilidad que es únicamente nuestra.  El hombre se ha transformado en el más terrible depredador de la historia.  Incluso los viajes espaciales tienen un objetivo mercantilista: encontrar minerales y recursos explotables.  No nos interesa la espiritualidad o moral de otros seres, sino ver qué les podemos quitar, de acuerdo con la norma prevaleciente en la Tierra.  Por dicha están tan lejos y fuera del alcance de nuestra rapiña.  ¿Se imaginan a la Halliburton haciendo fiesta?
            Fraternalmente                                                          (¿Qué piensa usted de esto?)
                                   RIS

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