miércoles, 13 de octubre de 2010

827 El placer y dolor de la soledad

827    “LA CHISPA             (12 septiembre 2010)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
EL PLACER Y DOLOR DE LA SOLEDAD
            Es casi imposible adecuarnos a la idea de que estamos solos; nos empeñamos en creer que tenemos familia y que contamos con su compañía (esposa, hijos, marido, hermanos, amigos).  Sin embargo, eso no es más que un espejismo tranquilizador y agradable, pero ficticio.  Estamos solos cuando nacemos, a pesar de todo el alboroto que puede producir nuestro arribo si somos deseados; o el dolor y vergüenza que acompaña nuestra llegada si no somos bienvenidos.  Estamos solitarios en el dolor, en la enfermedad, en la tristeza y a la hora de la muerte.  No importa cuánta gente haya alrededor, en la cama del hospital estamos solos.  En la tumba también.  El gregarismo no es un paliativo para las emociones o las interioridades del espíritu; este solo es un mecanismo animal (y social) para solventar las necesidades materiales de los individuos: comida, protección y seguridad que se deriva de la fuerza que proporciona la unión.   Y ese impulso básico atávico es el que nos ha creado la aversión y miedo a la soledad y nos ha hecho ver esta condición como una desgracia.  Sin embargo, esta siempre está presente en cada uno de nosotros, sin importar el bullicio y la turba que nos rodee.
            Tenemos que aprender a vivir en soledad, a saborear ese estado que es el único en donde el hombre puede crecer y comprenderse.  Solo en ella se entiende la vida… y quizás la muerte.   Gozar de ella y aprender a amarla, NO significa que debemos pendular hasta el otro lado y convertirnos en misántropos desubicados y solitarios.  Tenemos que jugar con la idea y la sensación plena de la soledad.  Debemos entender que esta es omnipresente y eterna y que no podemos evadirla sumiéndonos en el tumulto o rodeándonos de artificios que simulen compañía o sustitutos de aquella.  Si aprendemos a conocerla y establecemos una relación sana con ella, abriremos una puerta misteriosa que nos conducirá al maravilloso mundo interno que todos tenemos.  A esa tierra ignota que, por indolencia o temores infundados, hemos marginado de nuestras vidas, con lo cual hemos perdido la oportunidad de bucear en las profundidades de nuestra personalidad; de conocer al verdadero Individuo que mora en el interior de nosotros.  El catecismo social siempre nos ha presentado a la soledad como un mal que se debe evitar a toda costa, como un vacío que se debe rellenar con cualquier cosa, incluyendo el entorpecimiento de nuestras facultades superiores mediante los vicios.
            Únicamente en el retiro podemos intentar conocernos.  Definirnos como personas y analizar sinceramente qué clase de individuos somos.  Solo la soledad sin testigos, críticos, curiosos, necios ni charlatanes, nos da el valor para aceptar lo que somos.   Solos en su compañía, podemos ejercer el papel simultáneo de penitentes y confesores con toda confianza.   Aparte de ella, no tenemos ni tendremos esa bella oportunidad de admitir sin temores ni prejuicios cuál es nuestra verdadera categoría moral.  En el bullicio, todo se convierte en farsa, afectación y pantalla.   Y la ineluctable Vanidad termina por dominarnos y aceptamos el papel que esta nos impone con la connivencia de los demás y nuestra propia indulgencia.  Pero si le concedemos un espacio en nuestras vidas, cada día, aprenderemos a disfrutar de sus beneficios, a gozar de nosotros mismos; a descubrir a ese simpático y sabio pasajero que llevamos dentro, y que solo cosas buenas tiene para decirnos.  Del ejercicio voluntario de la Soledad aprenderemos a no temerle, a comprenderla y buscarla en los momentos de mayor angustia, porque solo de ahí pueden brotar las grandes respuestas a todos los males que nos aquejan, ya sean materiales o espirituales. 
            Si nos familiarizamos con la Soledad, sabremos que SIEMPRE podremos contar con ella; que siempre nos arrullará en su  amoroso regazo y nos dará los consejos adecuados, aunque estos no sean los más agradables a nuestro gusto y caprichos.   Si entendemos que nacimos, estamos y moriremos SOLOS, dejaremos de tener miedo y de buscar en la manada las respuestas que solo se encuentran en nuestro interior.  Si no tuvimos padres fue una carencia lastimosa, pero no una fatalidad; eso nos hizo crecer y desarrollar facultades extraordinarias que no tienen los que los tuvieron.  Además, hay “padres” que hacen apetecible la orfandad, aunque la doctrina nos hable bellezas de estos, especialmente de las madres.  Si no tenemos parientes es un inconveniente social, pero no una tragedia.  Hay demasiadas familias que hacen que la idea de no tenerlas sea agradable.  ¿No es así?  Y aunque el catecismo social nos ha aleccionado acerca de los preceptos gregarios, la verdad es que más vale mantenerse a buena distancia de la mayoría de la gente.  Claro que como nos han sembrado los complejos de culpa ante la disensión grupal, siempre tratamos de evadir las respuestas evidentes que brotan en el aislamiento.  El apego a la gente, por miedo, es una enfermedad social, una debilidad del carácter.
            La Soledad es el estado ideal del hombre, sin que esto signifique el aislamiento de las personas o la familia.   ¿Parece paradójico?  Pues sí lo es.  Esta debe ser el santuario en donde se ventilan y discuten aquellos dilemas que no se resuelven con la solidaridad ni los consejos de la familia o los amigos.   Es el máximo Tribunal (sin instancias de apelación) al cual se someten las grandes interrogantes de la vida.  Si aprendemos a vivir con ella, hemos resuelto el gran problema de la existencia, y todo pasa a ser secundario.  Incluyendo a la familia, sin que esto implique menosprecio o indiferencia, sino la asignación justa del lugar que todo debe tener en nuestras vidas.  Usted debe ser el centro de la suya, aunque parezca y sea un poco egoísta.
            Frente a la vida siempre estamos solos; con ayuda y compañía, pero solos en el fondo.  Ante nuestros problemas y decisiones a tomar estamos solos, aunque nos hagan advertencias.  Y finalmente, ante la muerte, el más grande temor al que debemos enfrentarnos tarde o temprano, ESTAMOS SOLOS, sin importar cuánto nos quieran, odien, lloren o lamenten los que nos rodean: estamos solos en el cajón.                   
            Estimados amigos-as, practiquen el hábito de la Soledad y verán qué acompañados se sentirán.  Esta es una costumbre como la algarabía y la multitud, pero con una gran diferencia: de la fiesta solo brota el tedio y el cansancio; pero de la Soledad, el conocimiento, la tolerancia y la valoración exacta de lo que es usted. 
          
                                   RIS                   

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