sábado, 23 de octubre de 2010

839 La calle 12

839    “LA CHISPA         (10 octubre 2010)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
CALLE DOCE                              (Notita dominical)
            Fue y sigue siendo una vergüenza josefina; y por si fuera poco, la situación ha cambiado mucho, pero de mal a peor.   En su parte pecaminosa, ahora está casi en ruinas, aunque tuvo un pasado activo, interesante y llamativo que hizo posible que, a su modo, su nombre se inscribiera en la historia social de San José.  Historia que todos miran de soslayo y nadie quiere admitir y que, sin embargo, tiene el mismo derecho que otros sitios de la geografía urbana.  Como el Paseo de las Damas, El de los Estudiantes, el Paseo Colón, el Paso de la Vaca, el Museo Nacional, el Chapuí, el Hospital San Juan de Dios y otros lugares famosos de la ciudad.  Negativo pero válido.   “Calle 12” se ganó su lugar en la memoria de los habitantes de esta urbe, y tiene su espacio asegurado en los anales citadinos. Es célebre porque fue un lugar de pecado, un mundo sórdido poblado de la gente más extraña imaginable.  Buscadores de amor, y oferentes de servicios sexuales sujetos a la rebatiña y regateos comerciales de los bazares árabes.   Eran los tiempos de una sociedad taimada, criticona, divertida y despreocupada, pero feliz e indolente; que sabía vadear estas pústulas del tejido social y sepultarlas en su consciencia mediante una multitud de chistes.  Como aquel famosísimo de don Ricardo Jiménez, que dicen que dijo, cuando un sector de la población sugirió la idea de aislar la zona roja: “Habría que cercar todo San José”.
            Calle 12 era un lugar de pecado pero NO de crimen.  Había incidentes, desde luego, pero esa no era la norma, ni la CALLE sinónimo de delito que no fuera el sexo comprado y riesgoso.  Allí se congregaban las putitas del más bajo nivel, cuya clientela eran los borrachitos, gente de baja estofa y, los campesinos visitantes que venían en busca de una sesión de amor sin largos cortejos, complicaciones ni compromisos.  Amor directo al grano.  También los varones que venían de las zonas bananeras de Puntarenas o Limón.  De gente desesperada y rameras deplorables que exhibían su mercancía de manera lastimosa; con las ventanas de sus cuartos abiertas para que los clientes vieran que sus camas estaban limpias y ventiladas.  Situada a una cuadra de la parte trasera del mercado Borbón, se explica esa clientela de agricultores que llegaban en carretas y carretones.  Ahí fueron engendrados muchos ciudadanos de padres anónimos, y cuya prosapia es un misterio mucho más oscuro que el de los reyes de la Atlántida.  Miles de mujeres, hoy venerables tatarabuelas, recorrieron esa calle en busca de clientela para sobrevivir lo cotidiano.  Allí se gestaron, hasta bien avanzados sus embarazos, innumerables ciudadanos de hoy. 
            La Calle 12 no era la totalidad de la zona roja de San José; las calles 10, 8 (Paso de la Vaca) y 6 formaban parte del complejo que incluía una infinidad de “chisperos” de mala muerte, con nombres pomposos que se hacían llamar “hoteles y pensiones”.  Muchos de ellos se encontraban en los alrededores del Mercado Central y en esas calles que conducían a la antigua Peni, La Granja, el mercado Borbón y otros famosos hitos de la época.  También la calle 10 era un referente de primera, pues allí se encontraban, además de las “pensiones” y las innumerables cantinas y lupanares asquerosos, dos puntos inolvidables para la gente de la época: el teatro Adela y El Gran cine Líbano, hoy convertidos en un almacén el uno, y el otro, en franco estado de abandono y destrucción.  Dos sitios que debieron ser declarados monumentos históricos, casi se han borrado de la memoria de la gente joven, que cada día va perdiendo el recuerdo del origen de su propia ciudad.  
La calle 12 incluye su parte sagrada (iglesia la Merced) y el sector siniestro, que empieza a una cuadra al sur de la panadería Musmanni (antiguo Hotel Terminal, hoy en abandono).  Y hasta ahí es aceptable, pero esa larga cuadra que sigue es deprimente.  Fieros mal vivientes, gente sucia y parias tirados en el piso entre cartones, forman la población de ese lastimoso espacio.  Además, limosneros cuya petición de ayuda más parece una amenaza velada que una súplica, son parte del decorado repulsivo de ese céntrico sector.   ¿Cómo es que la Municipalidad (autoridades en general) permite la existencia de ese lacra inmunda en el centro de la ciudad?  ¿Cómo es que a nadie le importa semejante vergüenza?  ¿Es ahí donde nos envía el INSTITUTO DE TURISMO a que respiremos el nauseabundo aire que nos recomienda en su “original” publicidad?  ¿Y qué hay de la sociedad josefina?  ¿Le tiene sin cuidado la existencia de semejante lugar?  La Calle 12 es una tierra en donde la vida no vale nada, como dice el corrido de Guanajuato.  Una especie de arrabal nauseabundo en donde la ruina moral parece ser el estándar de sus desdichados moradores.
            En tiempos pasados había de todo en ese espacio, y abundaba la materia prima que le daba vida: putas, cantinas y “pensiones”.  Entonces tenía cierto encanto pecaminoso, pero hoy solo es un lugar abominable de miseria, lástima y desolación.  Desde luego que no faltaban los timadores y pedigüeños, pero a una escala “decente” y aceptable; gentuza que pedía para comer o “echarse un trago” y no para consumir crack.  Marginados de baja ralea pero normales en su ambiente, constituían un componente de la población natural de esa zona.  Gente patética que formaban una abigarrada multitud de lo más extraña, ya que allí no había clase, elegancia ni decoro; la Calle 12 era de lo más vulgar que se pueda imaginar; todo era de ínfima categoría, incluyendo a las meretrices que formaban su atractivo principal.  Eran, por regla general, mujerzuelas feas, viejas o avejentadas por el alcohol y los desvelos propios de su oficio.  Las pensiones eran cuchitriles horrendos, oscuros y malolientes; y las tabernas, de lo peor que se pueda imaginar.  Esos elementos combinados, creaban una atmósfera de pecado, de cierta repulsión y desesperanza, casi de horror.  Y todo por culpa del abandono de los Gobiernos, que jamás han tenido un verdadero interés por erradicar esos estigmas con los que se exponen, de la manera más brutal, las llagas purulentas de una sociedad indolente y sin el menor rasgo de solidaridad.   Por desgracia, gran cantidad de extranjeros pasan por esa zona cuando se dirigen a la terminal de buses situada en ella y las avenidas 7 y 9.  Al menos por eso, deberían sanearla para que no siga siendo la afrenta que es.  Calle 12 fue una zona roja que nunca alcanzó la categoría de “turística”, pues jamás tuvo nada que ofrecer aparte del sexo más vulgar y riesgoso al que se podía aspirar.  Siempre careció de clase.  Y las cenizas que quedan de ese lugar solo son capaces de infundir asco.  Si no hay forma de hacer nada por esa gente, al menos hagan (hipócritamente) lo que dice  Susanita, la amiga de Mafalda: “Pónganlos donde no los vean los turistas”.
            San José demanda un saneamiento general no solo de la basura de los tarros sino de esa escoria humana que ya resulta irrecuperable.  Debe crearse un refugio en donde reciban comida, techo y algo de consideración.  No es admisible que tal estrato social siga exhibiéndose de esa manera tan vil en el propio corazón de la capital de Costa Rica.  Por eso, estimados amigos, les pido que envíen esta “Chispa” a aquellas personas del gobierno que puedan hacer algo para eliminar esta vergüenza nacional.  A la Muni, al ITC, a la Junta de Protección Social y a todas las instituciones que DEBEN velar no solo por el ornato, sino por el bienestar de esos seres que se debaten en la desgracia, los vicios y el abandono.                                   (¿Tienen algo parecido en sus países?)
            Fraternalmente
                                   RIS

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