domingo, 3 de octubre de 2010

509 Matrimonio

509    “LA CHISPA”     

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

UNA MÁS SOBRE LAS RELACIONES MATRIMONIALES

            Sobre el amor humano y el matrimonio se han escrito y dicho muchas fantasías.  Cosas lindas y poéticas que casi rozan con lo divino.  Algo así como las del patriotismo y la alegría que deben sentir los jóvenes al inmolar sus vidas en nombre de ciertos ideales que ni siquiera comprenden y que, muchas veces, no son más que paparruchas de conveniencia solo para unos pocos.  Algo así como lo que les dicen a los muchachos gringos que mueren en Irak, y a quienes han convertido en asesinos de la peor calaña.  En ambos casos, sobran individuos llenos de palabras bonitas y altisonantes mediante las cuales se ponderan el patriotismo y el matrimonio como base de la sociedad.  Ambos son términos políticos y militares (matrimonio y patriotismo) de utilidad para ciertos fines que son imperceptibles para el individuo, pero vitales para el sistema.  Los matrimonios producen hijos que serán obreros y soldados; también nuevos matrimonios y más hijos.  Todo dentro de un esquema calculado de acuerdo con los intereses de los Grupos del Poder y no del individuo.  ¿Y qué ganan los planificadores con el matrimonio?  La estabilidad y el compromiso.  El hombre y la mujer casados adquieren un estatus de dependencia, de semi-cautiverio determinado por sus obligaciones matrimoniales y paternales.  ¿Y eso a qué lleva?  A la consistencia del establishment, pues un hombre soltero no es fiable desde el punto de vista laboral, profesional o militar, ya que al no tener “obligaciones”, es libre y puede largarse cuando le dé la gana para donde sea.  Mas el hombre casado está prisionero de sus deberes maritales y sus derivados: los hijos, las deudas.  Las empresas demandan y prefieren a los obreros casados, pues esto es la garantía de que pueden contar con mano de obra segura durante mucho tiempo. 
            De ahí surge la publicidad del matrimonio como estado ideal de la pareja; también la alabanza por traer al mundo numerosos hijos producto “de la voluntad de Dios”.  Una vez que el individuo cae en esa trampa, está urgido a trabajar a como sea; o por lo menos, a intentarlo de manera que no se puede comparar con la de las personas solteras.  Mucho se habla de las bondades del matrimonio como condición inevitable para las parejas; y eso sin dejar de lado la esperada estirpe.  Y cuando esta se da, se cierra el círculo y la trampa.  Desde luego que no es que el matrimonio sea malo per se; tampoco engendrar hijos.  El problema se deriva de que conviertan ambas opciones en deberes, sin medir ni probar la capacidad de los individuos para hacerle frente a una asfixiante situación “de por vida”.  En la operación matrimonio, el Estado tiene legiones de cómplices y diversos motivos que impulsan a las personas a comprometerse en semejante lío.  Existe una vasta e insidiosa campaña cuyo objetivo es convencer a los jóvenes de la conveniencia del estado matrimonial; de las ventajas de “sentar cabeza” y convertirse en jefes de familias: buenas madres y padres responsables.  En esta labor la sociedad cuenta con la ayuda de los padres, amigos, amigas, organizadores de fiestas, abuelas, cuñadas y un interminable enjambre de colaboracionistas que no parecen estar contentos hasta que ven a la gente “amarrada” hasta que la muerte las separe. 
            La presión es terrible, y una vez que se realizado el compromiso, es más fácil escaparse de la gravitación de un agujero negro del espacio, que de toda la fanfarria que habrá de conducirlos al altar.  Romper una palabra matrimonial es una afrenta para todo el mundo y, sus consecuencias, aterradoras.  Es por eso que una vez dado el sí, es como estar en una balsa a pocos metros de la caída de las cataratas del Niágara.  No hay marcha atrás.  Allí empieza el período de júbilo del matrimonio.  Esa es la verdadera y única época feliz de esta asociación, la cual puede durar unos cuantos años, dependiendo de cuáles fueron las causas y motivos personales del casamiento.  Ahí es donde está el secreto de la duración de la dicha, que no siempre se corresponde en ambos cónyuges.  Además, está el efecto de la realidad, la cual nunca coincide con la idealización que los novios hicieron de ese estado civil.  Desde luego que hay un sinnúmero de variantes que matizan cada matrimonio con una especie de sello distintivo que les da cierta individualidad, pero el substrato de todos está basado en ciertos principios de auto limitación que, con el tiempo, se convierten en pesadillas insoportables.  Lo primero son las restricciones a la independencia, que en un principio forman parte de un paquete que se acepta con agrado, pero a medida que va surgiendo el aburrimiento, las parejas se van dando cuenta del valor de la libertad que disfrutaban en la soltería.  El coqueteo, las aventurillas y la posibilidad de salir y entrar cuando les da la gana, es algo que se añora amargamente.  Hablar por teléfono con quien sea, sin temor de ser vigilado, es una de las cosas que se echan de menos con dolor.  Hallarse “bajo sospecha” todo el tiempo, es abrumador.
            Las bellezas que les ponderaban del matrimonio empiezan a resquebrajarse; surgen las dudas y la realidad empieza a mostrar su rostro de piedra sin sonrisas cariñosas.  Y los que se precipitan a tener niños, son los que más rápido reciben el mazazo de la realidad.  Empieza a caerse el oropel del castillo que habían construido sobre la base de teorías sociales nunca visibles desde fuera del matrimonio.  Entonces este deja de ser un sueño de ventura y gozo, y brutalmente se convierte en “un deber, una responsabilidad, una cosa seria” en la que nunca habían pensado.  Y si hay niños, en un martirio.  Esa es la realidad, aunque la propaganda que se hace sobre esta institución social la haga ver como un estado de bendición. 
            ¿Qué es lo que pretenden los protagonistas de esta aventura?  ¿Felicidad?  ¿Patente de corso para fornicar?  ¿Emancipación?  Algo hay de esas tres cosas, pero los contrapesos negativos hacen que poco a poco se vaya notando que las ventajas en realidad son muy pocas.  También es cierto que para muchas parejas sea la puerta de la felicidad, al menos durante los primeros años.  Pero el balance final, después de pasado el período de gracia, es desagradable e insuficiente.  Y lo que es peor, aburrido.  Supongo que habrá excepciones…
            Matrimoniescamente
                                               RIS

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