jueves, 14 de octubre de 2010

748 La manada humana

748    “LA CHISPA”      (25 enero 2010)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LA MANADA HUMANA Y LA POLÍTICA 
            Trabajar como grupo no es lo mismo que actuar en manada.  La cooperación es un acto racional y consciente de aquello en lo que se participa con algún propósito determinado, y esta conducta es el resultado de la meditación y el análisis sereno de lo que sometemos a nuestro criterio.   Las decisiones individuales son producto de la inteligencia (o la intuición), el resultado de la potencia superior de la mente: el raciocinio. En cambio, las actitudes de la manada son engendros del inconsciente colectivo, del cuerpo astral, el cual solo tiene como guía a la emociones.  Forman el componente básico de la fase animal del hombre, el cual está determinado solo por el instinto y la pasión.  Los magnos logros de la humanidad se deben a las acciones racionales y concertadas de las sociedades, y siempre han estado dirigidas hacia metas consideradas como valiosas.  Sucede parecido con las grandes tragedias, con la diferencia que estas no las determina el acuerdo racional sino las bajas pasiones que provienen de esa fase oscura del hombre.  De ese aspecto siniestro del hombre-masa.  De este material se nutre, mayormente, la política partidista de nuestros primitivos pueblos.
            La política mal entendida, es la que hace aflorar ese perfil negativo de la personalidad y hace que el elector se convierta en un irracional, llevado solo por el núcleo de pasiones que constituye su bagaje cívico.  Por desgracia este aspecto es el que prevalece en los carnavales políticos que los latinos montamos cada cuatro o cinco años.  Casi nadie razona ni le importa nada en relación con los candidatos de su preferencia; estos incluso pueden estar acusados de asesinos, juzgados y condenados por corruptos, aprovechados, mentirosos o ladrones.  En el cuadro emocional que el individuo ha formado en su ser, no tiene cabida ningún razonamiento o juicio ético.  Él solo es un seguidor fanático al que poco le interesa la idea del bien común, la decencia o el correcto ordenamiento jurídico; esta clase solo responde a los más burdos impulsos de su nebulosa consciencia, que no trascienden más allá del sentimiento de identificación con “su” manada, y solo se mueve en la dirección que el Alfa de aquella lo hace, sin dar razones ni motivos.   Es el tipo que todo lo clasifica en blanco y negro, bueno y malo, y todo lo que no sea de aceptación general por parte de su rebaño, es rechazado de inmediato.  Estos sujetos forman la masa de los partidos políticos, y por instinto se mantiene dentro de ellos porque son incapaces de razonar ni pueden imaginarse qué harían si estuvieran solos.
            Dentro de su montón de fetiches, el latino considera una cuestión de “honor” la pertenencia a algo, y una vez que le ha dado el sí a lo que sea, supone que eso equivale a una especie de matrimonio en el que la amenaza es: “hasta que la muerte nos separe”.   Es por culpa de esa estrecha forma de razonar que prefiere mantenerse dentro de su agrupación, sin importar lo que sea esta y sus dirigentes.  Hará lo que sea para justificarse y nunca aceptará la idea de hacer una selección basada en conceptos diferentes a la bandería o la tradición.  Existe un terror irracional a la idea del cambio, aunque este sea para mejorar.  La posibilidad de mutar y convertirse en un “vendido o traidor” es una idea aterradora.   El que se voltea es un cerdo que se convierte en una especie de leproso al que nadie quiere.  Los excompañeros lo odian, y los nuevos correligionarios no confían en él; es un apestado indigno de consideración alguna.  Es por eso que el partidario latino prefiere apartarse o difuminarse en el anonimato de su propia insignificancia antes que mudarse de partido.  Él es parte de un hato, sin importar quien sea la cabeza ni qué tan incapaces sean sus líderes; ni siquiera que todos ellos no pasen de ser “cuatro gatos”.  El partido está primero y por encima de todo, incluso de las amistades o la familia.
            El latino no tiene creencias firmes en nada; es un ser transitorio, provisional y emotivo; infiel a todo, no confiable para nadie en nada salvo en su filiación partidista.  No piensa, solo siente.  Es verde, azul, colorado, naranja, amarillo o lo que sea, hasta la muerte.  ¿Y por qué?  ¿Por coherencia entre sus emociones y su credo político?  ¡Nada de eso!  El latino solo es un oportunista sin convicción alguna.  Nada entiende de política ni de programas que deban estudiarse.  Solo quiere “ganar”, aunque no sepa para qué y siga en las mismas condiciones deplorables de siempre.  En él prevalece la conducta de la manada por sobre cualquier interés social, político o intelectual.  Ve las campañas como una especie de carnaval en donde el meollo de la cuestión consiste en desacreditar a los rivales de su partido de la manera más soez y desconsiderada; nuestras campañas son unos torneos de vulgaridad, ordinariez y demostraciones de quién es más estúpido, más fanático e intolerante.  Sin embargo, este individuo tan volátil y poco fiable jamás deja su partido, nunca abandona su manada.  La sarna es preferible a que lo consideren un “volteado”, desertor o pancista.  Un misterio sicológico.
            Y los que dirigen el circo conocen muy bien esta conducta de nuestros pueblos; y es por eso que le dan rienda suelta a la demagogia que hace las delicias del populacho.  Los electores saben que lo que les prometen sus candidatos es pura paja, pero no les importa, pues solo se trata de un vacilón y de “ganar”.  Es un torneo emocional y de bajas pasiones en donde resulta triunfador aquel que tiene algún chispazo especial para hacer que los indecisos le den su venia.   Estos son el fiel de la balanza y forman otro tipo de manada, aunque un tanto más racional y con algunas convicciones.  Y aunque se aferran a su condición de indecisos o abstencionistas (un nuevo “partido” que está en crecimiento en toda la América Pobre), suelen emitir su voto basados en ciertas consideraciones inteligentes.  Solo para estos es el aburridor discurso razonado de los candidatos, pues de los otros (la manada) no tienen por qué preocuparse.  Para estos cualquier candidato es bueno, si es de su partido. Como decía una conocida: “Si Liberación pone una chancha como candidata, yo voto por la chancha”.
            Mientras nuestra gente no alcance el mínimo entendimiento de qué es lo que está en juego en unas elecciones, seguiremos mal.  Si solo actuamos emocionalmente, cerrando filas alrededor de nuestros partidos y sus candidatos sin importarnos nada más que el color, seguiremos en lo mismo.   Estamos a pocos días del proceso electoral, y es necesario que demos una demostración de cierta madurez política en nuestra conducta.  Ojalá que dejemos de actuar como manada y razonemos un poco antes de emitir nuestro voto, pues está en juego algo mucho más importante que la emoción de “ganar” unas elecciones.
           
 Fraternalmente                                                        (¿Cómo enfocan este asunto en sus países?)
                                   RIS

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