miércoles, 29 de julio de 2015

398 Echarles la culpa a los demás



398   LA CHISPA  

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

ECHARLES LA CULPA A LOS DEMÁS

         Se dice que somos libres para escoger, que tenemos libre albedrío como un don divino, según las religiones.  Pero al parecer, jamás lo ejercitamos en las cosas importantes de nuestras vidas.  Sencillamente nos dejamos arrastrar por la corriente, la opinión de los demás y por lo que consideramos que es una buena explicación para justificar las idioteces evidentes: que esa es la norma social o costumbre.  Todos seguimos esa conducta y, a la vez, culpamos a los demás de las consecuencias de aquellos actos que nos ponen en situaciones difíciles o dolorosas.  Y aunque este proceder es casi general, en las mujeres toma un carácter patológico; principalmente, en la cuestión del matrimonio.  Se supone que somos libres para escoger, y también se supone que en las elecciones trascendentales debemos ser sumamente cuidadosos y tomarnos el tiempo necesario para realizarlas; sin embargo, en algunas de ellas como el matrimonio, actuamos de manera infantil y casi rozando con una especie de insensatez.  Sobre todo, las mujeres.  Los hombres solo nos dejamos llevar por lo que parece una trampa social inevitable, algo que no tiene otra salida.  Casarse es como sacar la cédula, aprobar la primaria, tener la primera novia o enfrentarse al acné.  Todo mundo espera que hagamos eso.
            Si tenemos la libertad de escoger, ¿por qué optamos por las situaciones menos convenientes?  ¿Por qué las mujeres se llenan de hijos indeseables y soportan maridos inútiles que nunca serán mejores personas de lo que fueron cuando novios?  ¿No es un noviazgo el tiempo suficiente para darse cuenta de lo que es una persona, por más que simule?   ¿Por qué las mujeres se empeñan en creer que podrán cambiar a un individuo calavera y convertirlo en un buen marido, padre y proveedor?  Claro que hay condicionamientos sociales y biológicos que son el motor para esta conducta, pero en esta época en donde debe imperar la razón y la larga experiencia de milenios de dolor, los argumentos sociales y aun los biológicos, no son razones suficientes para tomar ciertas decisiones que pueden resultar perjudiciales, sobre todo, si tenemos indicios que nos advierten del peligro.
            Una mujer casquivana nunca dejará de serlo, ni casándose.  Tampoco un mujeriego.
            Sin embargo, equivocarnos en la elección de un camino, persona o situación (que todos lo hacemos) no significa que debamos aguantar las consecuencias del error por el resto de nuestras vidas.  Entonces, ¿por qué seguimos en un trabajo que no nos gusta?  ¿Por qué continuamos viviendo en un sitio que nos desagrada?  Y lo que es peor ¿por qué seguimos aguantando a una persona a la que ya no queremos ni deseamos como compañía?  ¿Por qué seguimos tolerando a alguien a quien se puede decir que nos fastidia hasta el punto de sentir aborrecimiento?  ¿Por qué esperamos treinta o cuarenta años para aceptar lo que supimos desde los primeros meses de matrimonio o concubinato, cuando no existía la “obligación” de los hijos ni el lastre de la rutina?  Pareciera que es porque somos incapaces de salirnos del pantano en donde nos hemos metido voluntariamente. Sin embargo, deberíamos hacerlo, pues a excepción de la muerte, no existe sendero sin retorno.  Un mal marido o esposa es algo que debe quitarse de encima de inmediato; sin darle largas ni esperar que los hijos crezcan.  Ese pretexto de los niños es el parapeto detrás del cual se esconden millones de pusilánimes que prefieren pasar la vida rezongando y reclamándoles a sus cónyuges las ofensas que les hicieron en su juventud.  Es una especie de juego sadomasoquista en el cual se deleitan las mujeres en sus sesiones de retroalimentación de rencores.  Sobre todo, cuando asisten a esos aquelarres en donde intercambian información acerca de las “perradas” que les han hecho sus maridos; o de lo inútiles y poco cariñosos que son.
            ¿Por qué esperar tanto tiempo para hacer un resumen de una vida miserable de insatisfacciones?  Parece que es para tener a quien culpar de nuestras decisiones.  Para tener el derecho de estarles diciendo a los demás que ellos son los culpables de nuestra situación.  Pero todos sabemos que nadie, fuera de nosotros mismos, es responsable de lo que somos.  Para saber esto, solo es necesario un poquito de honestidad.  Nadie nos forzó a escoger una pareja; nadie nos forzó a un problemático matrimonio; nadie nos ha forzado a convivir con ninguna persona; nadie nos obligó a tener hijos, esas anclas eternas que nos echamos por irresponsabilidad, casualidad o por malos cálculos de dominación afectiva.  Y si todo esto lo hacemos voluntariamente ¿por qué las mujeres, cuando superan cierta edad, empiezan con ese estribillo de majaderías acerca de lo culpable que es el marido por la situación que viven?   Las mujeres siempre saben (los hombres un poco menos), con qué tipo se están relacionando; pero cuando están “enamoradas”, pierden los estribos de la realidad, y suponen que con solo desearlo, van a hacer de un mequetrefe un buen marido.  O de un Don Juan, un casto esposo. Y cuando esto no resulta, como era de esperar, COMO SE LOS DIJO LA MAMÁ, EL PAPÁ, LAS HERMANAS, LAS AMIGAS Y TODO EL MUNDO, se dedican a culparlo de todas sus frustraciones y fracasos.
            Las mujeres son felices manteniendo viva la llama de sus rencores, y es por eso que forman esos círculos conocidos como “los clubes de las amargadas”, en donde le dan rienda suelta a sus majaderías y sentimientos de culpa, los cuales canalizan en contra de sus desventurados e inocentes maridos.  Si tomaron malas decisiones, la culpa no es de nadie sino propia.  Si esperaron a envejecer a la par de un idiota, y “perdieron” su juventud en ese lapso, este no tiene la culpa de tal tontería.  Recordemos que, pacíficamente, nadie nos hace nada que nosotros no permitamos.  Así que no tenemos derecho de estar acusando a otros de nuestras propias debilidades y malas decisiones, pues todos, en cualquier momento, podemos cambiar el rumbo de nuestras vidas a placer.  Nadie nos amarra a la fuerza a otra persona.  Y si no cambiamos o dejamos esas compañías desagradables, es porque no tenemos fuerza de voluntad, somos debiluchos o necesitamos pretextos detrás de los cuales esconder nuestras vergüenzas y consciencia del fracaso ante la vida.    
         Fraternalmente
                                   RIS             E-mail:                       rhizaguirre@gmail.com


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