268 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se
fundamentan los abusos del Poder”.
LA GULA
Incluso las religiones han tenido
que ver con la cuestión de la gordura.
Es tal el suplicio que produce, que elevaron la tendencia a comer sin
medida, a la categoría de pecado. Pero ni eso nos detiene a los
panzones. Cuando estamos frente a un
dulce, un queque o un estofado, poco nos importa ser pecadores e irnos al infierno. Es después cuando vienen las lamentaciones:
cuando no podemos correr, subir rápido una escalera o abrocharnos los
zapatos. Es ahí cuando maldecimos y
hacemos la promesa del zopilote. Todos
los días, todos los meses, todos los años. “Mañana empiezo mi dieta…” “Antes muerto que seguir siendo gordo…” ¿Cuántas veces hemos tomado esa
determinación inquebrantable que solo nos dura hasta la hora del
almuerzo? “Mañana sí la empiezo…”
En una “Chispa” de hace tiempo dije que la gordura es un azote social,
principalmente de las sociedades ricas, en cuya penumbra se coloca Costa
Rica. En Estados Unidos el porcentaje de
gordos anda por ahí del ochenta por ciento de la población; y eso es monstruoso,
pues ha hecho que la principal causa de muerte en ese país NO sea el cáncer, sino las enfermedades que tienen como causa la obesidad:
infartos, diabetes y toda clase de accidentes vasculares. Pero lo curioso del asunto es que la ciencia
oficial no parece interesarse seriamente en sus causas. ¿Es solo un problema de sobrealimentación y
malos hábitos? ¿Es un asunto
genético? ¿Hay una disposición biológica
que nos conduce a ese estado? La
medicina ha hecho la vista “gorda” ante este problema que ya es mundial y mata
a millones de personas antes del término promedio. Han dejado el problema en manos de toda clase
de charlatanes y comerciantes que amasan enormes fortunas con la desgracia de
los obesos. Las gordas son más productivas que una mina de diamantes. Y talvez sea por eso que a nadie le interesa
seriamente buscarle una solución científica al problema. Hay mucha plata de por medio.
Yo tenía un perro gordo, y lo que no
he podido hacer conmigo, lo hice con él: lo puse a dieta y logré que adelgazara
y se convirtiera en un atleta perruno de fina y musculosa figura. Podríamos hacer eso con nuestros hijos si no
existiera el factor sentimentaloide que nos impide tomar medidas serias. Tampoco es posible con adultos con libre
albedrío. Entonces ¿qué hacer ante ese
problema? Lo primero que deberíamos
saber es si se trata de algo genético, ambiental, hereditario socialmente, de
malas costumbres o de simple gula. Y a
partir de ese punto, determinar qué podemos hacer.
Por mi parte, ya me declaré
vencido. He probado con la dieta de la
luna, la Scardale,
la de las grasas, la del agua, de la piña, de los limones, Herba Life, Xenical,
Reduce Fat Fast, In Line, del Ying Yang, del Azafrán, la de Batalla y quién
sabe cuántas. Y ni qué decir de los
aparatos; en uno de ellos estuve a punto de desnucarme cuando se me desarmó y
me fui de espalda. Probé el King Pro, el
Orbi Trek, el Máximus y otros, y la panza continúa creciendo. Cada día la hazaña de amarrarme los cordones
se complica más. No se trata, pues, de
aparatos mágicos o la suma de ejercicios de los más variados y originales. Es un problema integral que sobrepasa la
disposición de tragarse un montón de pastillas más o menos inocuas y de
encaramarse en una máquina de adelgazar o sofocarse en un baño sauna. Es algo mucho más complejo que tiene que ver
con ciertos imponderables que están más allá de un vulgar análisis material, y que
tienen una sutil pero poderosa liga con nuestro ser integral. Este
es el campo a explorar: ¿qué pasa en la cabeza de estas personas que, a
pesar de saber el riesgo de muerte que implica su situación, son incapaces de
tomar las decisiones que podrían salvarlos?
Si el peligro de ser gordo solo
fuera la amenaza de muerte por infarto, eso sería lo de menos; incluso sería
bien recibida por infinidad de personas que padecen ese mal. Pero ese no parece ser el problema de fondo
que afrontan estas. Hay algo mucho más
triste y doloroso que la muerte: el
hecho de ser gordo. Vivir todos los
días con ese martirio es el peor suplicio que pueda imaginarse cualquiera que
no padezca de esta desgracia. A los
flacos les parece que solo es cuestión de broma, o que los “rellenitos” son
simpáticos y felices. Lejos están de
saber el dolor infinito, la angustia y falta de autoestima que corroen el alma
y la tranquilidad de estas personas. Ser gordo es una condición de dolor
permanente. El obeso no es el simple
bufón que está para que los demás se rían; es un ser humano dolorido,
angustiado y con vergüenza de ser como es.
La ciencia debería participar más
seriamente en el estudio de este problema que cada día se hace mayor y ataca a
más seres humanos. La gordura no debería
ser la causa mutilante de tantas vidas.
Y cuando decimos eso, no nos referimos a la muerte física, sino a la
anímica de infinidad de personas que padecen el azote del siglo veinte. No se trata de sentirles lástima o hacerles
ver que los “aceptamos como personas normales”, tampoco de ser condescendientes
o reírnos de los chistes que ellos hacen de su propia condición. La gordura es un problema humano que afecta
profundamente las vidas de estas personas; de una manera que los “flacos” jamás
podrán imaginar. Entonces ¿qué se puede
hacer? Lo primero; JAMÁS intente recetarle tal o cual dieta a una de estas personas. No sea
superficial ni la “halague” diciéndolo lo bien que se ve. Ese tipo de
“piedad” es hiriente y ofensivo. Tampoco
se entrometa a ponderarle “las virtudes” del ejercicio o de los aparatos tal o
cual; o las maravillas de este o aquel gimnasio en donde hacen “prodigios” las
masajistas. Tenga usted por seguro que
él o ella, ya ha recorrido un largo y doloroso calvario de dieta en dieta, de
gimnasio en gimnasio y de todos los trucos que usted pueda imaginarse que hay
para adelgazar. No MINIMICE su problema con una receta que usted se
sacó de la manga como si se tratara de un consejo para preparar una torta de
huevos. Respete a estas personas, y si no tiene nada
bueno y útil que decir al respecto, mejor guarde silencio. Seguiremos
con esto.
Fraternalmente RIS
E-mail: rhizaguirre@gmail.com
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