360 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se
fundamentan los abusos del Poder”
ESCLAVOS DE LA RUTINA
¿Por qué nos bañamos todos los días? Hay un millón de respuestas a
esa pregunta; todas escritas en la cartilla social, todas buenas y bien
justificadas con poderosos argumentos que le oímos otro millón de veces a
nuestra madre, o a los que nos obligaban a bañarnos. No las repitan, TODOS LAS CONOCEMOS. También
todos conocemos TODOS los calificativos que les aplicamos a los que no se
bañan. No los repitan que es RUTINA.
El baño diario o salteado, es una de las grandes rutinas de nuestra
sociedad, que nos lleva no solo al desperdicio de millones de barriles de agua
valiosísima, sino que constituye un fastidio rutinario que bien podríamos
sustituirlo por otra forma más práctica de “asearnos” y eliminarnos los aromas
corporales. De “estandarizarnos” al
nivel de quirófano. Todos vivimos
obsesionados con el “24/7” que nos garantice que oleremos a rosas durante toda
la semana, en cualquier momento. Incluso
cuando hacemos el amor, tenemos la idea de que el hombre o la mujer deben ser
asépticos, impolutos e inodoros. Los olores
naturales son un pecado y una ofensa en
el nicho del amor, y deben ser sustituidos por Channel # 5 y 4711. Una aventura romántica no es espontánea; es
una rutina espantosa de preparativos
para “oler bien”. Hay que rasparse la
barba hasta sacar sangre y depilarse las piernas con crueldad. Los pelos, incluso los púbicos, han adquirido
la categoría de indeseables en las citas de la pasión. ¿Saben
ustedes los billones que se gastan en desodorantes que no sirven o que solo
duran unas cuantas horas en su labor “protectora”? De ahí que la gente se vuelva a bañar en la
noche para un encuentro romántico. No
sea que… ¿Y todo por qué? Porque algunos escribieron unas Reglas que a
ustedes NO les consultaron. Son
las rutinas de las cuales somos esclavos.
Pero ¿cuáles de esas reglas han sido escritas por ustedes;
por usted, amigo o amiga? Ninguna. Por dicha la Electrónica
ya está preparando un aparato que nos hará un “lavado en seco” en tan solo tres
segundos; y con todo y ropa. Dos pájaros
de un solo tiro, y sin gastar agua.
El asunto de los
dientes. ¿Recuerda
usted cuánto lo jodieron con el asunto de lavarse (cepillarse) los
dientes? Los indios de Talamanca y de
todo el continente casi no sufren caries, y nunca se cepillan. En cambio usted, yo y todos los demás, que
utilizamos todas las pastas milagrosas con cloruro, fluoruro, cianuro, sulfuro,
clorofila y cuanta carajada han inventado los del gremio de la dentistería,
siempre tenemos caries y terminamos desmoletados a los cuarenta o cincuenta
cuando mucho. Caímos en su rutina. Cepillos, pastas, hilo dental, removedores de
placa, limpiadores de lengua, la visita
obligada al dentista, enjuagues para toda ocasión, “matadores” de
bacterias, blanqueadores y todo lo que pueda llevar dinero al bolsillo de los
que patrocinan e inventaron esta rutina. Olor a rosas en la boca y brillo enceguecedor
en los dientes, condiciones que conducen a las mujeres y los hombres al delirio
del amor. Mostrarle una sonrisa con “Blanquirex”
a alguien, nos garantiza la mitad de la conquista; y echarle una bocanada de
aire tratado con enjuague “Aromatex”,
termina por liquidar a la presa. Y eso
no lo inventamos ni usted ni yo. Fueron los dentistas. Y usted se somete a su rutina con la
mansedumbre de un borreguito, sin cuestionar, preguntar o comprobar. Ya otros
lo dijeron, los que “saben” lo aseguran, las “autoridades” lo respaldan. Lo dice la tele. Y si tanta gente lo afirma,
“por algo será” Con el arsenal de productos que usamos para
la boca, deberíamos bajar a la tumba con todos los dientes sanos. Pero,
¿no terminamos casi todos con la boca como
las calles de San José: remendada, con huecos, puentes mal puestos y toda
llena de parches?
¿Por qué tenemos que
afeitarnos todos los días? ¿Por qué tenemos que someternos a esa
diaria tortura solo por cumplir con una regla que nosotros NO inventamos y que debería importarnos
un chayote? La rutina nos ha atrapado a
todos los hombres, y los programas subliminales son tan poderosos que, incluso
los rebeldes, se sienten acongojados cuando tienen alguna cita importante con
alguien, y se afeitan cuidadosamente aunque sea de mala gana. No sea que la barba “raspe” a la muchacha y
no le agrade. Debe tener los cachetes como
nalgas de niño. Eso dicen las rutinas…
¿Y qué nos dicen del
corte de pelo? Después
de casi cien años, todavía recuerdo con malestar, miedo y rencor a un condenado
barbero que me torturaba rutinariamente, porque mi madre seguía el precepto de
que “un niño bonito, tiene que andar bien peladito”. Y bajo ese engañoso lema, me sometían a un
real suplicio que aún me causa escalofríos cuando paso enfrente de una barbería. Todavía no existían las Oster eléctricas y nos hacían arrancado
el pelo con las máquinas manuales. Nunca
en mi vida he odiado tanto como a ese barbero, ¡que debe estar en el
infierno! Los programas de rutina han inventado todos
los calificativos imaginables para poner en cintura a los greñudos que quieren
conservar su individualidad. Desde
desaseados hasta maricones. ¡Tienen que cortarse el pelo y caer en la rutina de
la uniformidad! Eso dice la cartilla
social; y muchos lo repiten con la honesta convicción de que hay que andar
pelado “como hombre”.
¿Y que hay de la
rutina de la ropa?
Esta talvez no afecta tanto a los hombres como a las mujeres, las cuales
no solo se visten para agradar a los hombres, sino para convencer a sus
congéneres de que tienen buen gusto y que compran chuicas “de marca” o a la
medida. Vestirse adecuadamente según la ocasión, es un verdadero suplicio
que solo las damas pueden enfrentar con decisión y salir airosas; aunque todas
las demás las critiquen por su mal gusto, por lo ajustado del talle, por el
largo de la falda, por los colores chocantes o por los zapatos que no hacen
juego con la cartera, el cinto o el peinado.
No importa lo que hagan, siempre quedan mal con las otras. Y para los hombres, si son atractivas, todo
lo que andan puesto solo es un estorbo.
En una próxima “Chispa” seguiremos con esta RUTINA.
Rutinariescamente
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