282 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se
fundamentan los abusos del Poder”
ORGANIZACIÓN DEL FÚTBOL
En la # 278 se dijo algo de esto, pero faltaron
algunos detalles para completar “la teoría salvadora del fútbol nacional”. Tan
válida como los otros cuatro millones de soluciones que han pensado los
demás técnicos que forman esta legión
interminable de resentidos y frustrados.
Se dijo que la categoría no se da en macetas, y que no bastan unos
cuantos golpes de suerte para llegar, vencer y “quedarse” en la Primera. Los equipos deben ser INSTITUCIONES permanentes; EMPRESAS que, además de proporcionar
felicidad deportiva a sus seguidores, sean exitosas en la cuestión económica,
pues toda actividad humana gira alrededor del dinero. La formación de un equipo con aspiraciones a ser
parte de la elite del fútbol nacional, no puede ser el producto de cuestiones
emocionales o de la suposición de que tal o cual pueblo deben estar
ahí. El fútbol profesional es una
empresa básicamente comercial y debe regirse mediante los principios generales
de esta actividad: INVERSIÓN, FORMACIÓN
DE CAPITAL y RENTABILIDAD. Si estos
factores no están presentes o no son posibles, todo el sueño se reduce a nada,
a una cuestión emocional sin contenido.
Lo primero que debe contar en el “mercadeo” futbolero es la
población, pues a nadie se le
ocurriría establecer un “Hipermás”
como el de San Sebastián en Sixaola. Tampoco es posible que haya quien construya un
estadio como el San Siro en Mata de
Plátano. Si no hay público, NO HAY NEGOCIO. Por eso es necesario hacer una separación entre
el fútbol profesional del que sale la Selección Nacional,
del aficionado; de aquel que se juega solo por diversión. El fútbol profesional es un NEGOCIO; eso es algo que todo el mundo
debería saber; sin embargo, tiene una diferencia fundamental con la “empresa privada”: involucra los
sentimientos y pasiones del pueblo; y cuando eso sucede, el Estado y la Sociedad tienen el
derecho de imponerle condiciones a sus dirigentes y beneficiarios
económicos. Y entre esas están la eficiencia y la calidad. No es justo que los aficionados paguemos
altos precios por un espectáculo desteñido
que en el ámbito local pasa inadvertido, pero que cuando es expuesto en justas
en el exterior, queda al desnudo en toda su mediocridad. Junto
con todos sus apologistas e “infladores” profesionales. No es justo que los aficionados “invirtamos”
tantas ilusiones en una Empresa Nacional (la Sele) que solo a fracasos y ridículos nos conduce. Esa es la condición de calidad que les exigimos a esos empresarios del fútbol. Y debe ser mediante el Estado y leyes
específicas que los aficionados pongamos las condiciones del juego, pues no debería ser lícito que los
directivos de clubes antepongan sus intereses particulares a los de la
afición. El público es el cliente que
paga y, por lo tanto, el que manda y
tiene la razón. Ese es un principio
comercial básico.
Como el deporte también es además de una pasión nacional,
un instrumento político, el Estado tiene una doble obligación para facilitar su
desarrollo y éxito en el campo internacional.
Algo de tan “vital” importancia no debe quedar librado a la buena
voluntad de los dirigentes de los clubes, pues estos, y eso es una paradoja,
aunque sean propiedad legal de los dueños, pertenecen
emocionalmente a sus respectivas aficiones.
Y eso es algo que no puede ser ignorado por nadie. El Saprissa es nuestro, aunque sea de
Vergara; el Cartaginés también, aunque sea de Alí Babá, y ni qué decir de la Liga, sin importar quiénes
sean los propietarios de las “acciones”.
Es inaceptable que una empresa de estas le deba al Seguro Social una millonada por
concepto de cuotas patronales. Tampoco
es correcto que estos empresarios les deban salarios atrasados a los jugadores;
o que no les paguen sus sueldos a los entrenadores o profesionales que les
brindan servicios. Sin son empresas,
deben actuar como tales en todo sentido.
No deben refugiarse en el afecto o sentimentalismo del aficionado, pues
utilizar tal escudo es una falta de responsabilidad criminal que debería ser
penada por ley. Toda empresa debe pagar
sus obligaciones sociales sin ampararse bajo el pretexto de que son equipos que
le brindan espectáculo y cariño a la afición.
Esa es otra faceta del profesionalismo solapado que vivimos. Los empresarios exigen las ventajas de las
empresas, pero rehuyen las obligaciones de estas. Piden trato preferencial y exoneraciones,
pero no tienen empacho en pagar malos salarios a sus jugadores.
Y este es otro de los puntos vitales. En un fútbol de bajo nivel como el nuestro,
en donde todos los jugadores se ven iguales y juegan igual, no cabe la cuestión
de los salarios preferenciales o desproporcionados entre un jugador del
Saprissa y otro de Pérez Zeledón. Aquí
no hay Robiños, Cannavaros ni Messis.
Aquí todos forman una masa gris casi indefinible, pues si jugaran con
antifaces, sería muy difícil identificar a alguno.
En este trabajo todo futbolista de cualquier equipo que
esté en primera división, debe tener un salario mínimo que le permita vivir
holgadamente. Es por eso que deben ser
pocos los equipos de la división mayor.
Y la presión que ejercerían los demás por entrar a ese círculo de los
elegidos, sería el motor que los obligaría a todos a dar el máximo de su
rendimiento, tanto en su equipo, como en una eventual convocatoria a la
“Tri”. ¿Que todo esto es una fantasía? ¡Claro que sí! Pero todas las realidades y logros presentes dan
sus primeros pasos en el mundo de los sueños.
Y por último está el asunto de la infraestructura física. Se dice que el estadio del “Monstruo” es de
lo mejor; sin embargo, hay que observar su deprimente fachada este, para darnos
cuenta de que falta mucho por hacer atractivos esos centros deportivos. No solo se trata de la cancha de juego; el servicio al cliente va mucho más
allá de esos asquerosos orinales y todas las incomodidades internas. Hay que construir estadios de calidad
mundial, no solo por el zacate, sino por todo el conjunto de cosas que hagan
sentirse cómodo y feliz al aficionado.
Al que paga por toda esa “vara”.
Futboleramente
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