293 “LA CHISPA”
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se
fundamentan los abusos del Poder”.
LA SELECCIÓN NACIONAL
Armar una Selección Nacional
es un compromiso que va más allá de los intereses económicos; es más, debe
implicar un gasto enorme sin
esperanzas de recuperación material. Es con esa mentalidad que se deben dar los
primeros pasos de este proceso. La única “utilidad” que debe esperarse de la Selección son los
resultados emocionales y de felicidad que le produzcan al pueblo. Nada de comerciantes ni traficantes en pos de
“tajadas”. Nada de jugadores mercenarios
en busca de dinero. La responsabilidad
con la Selección
es algo que va mucho más allá de los intereses particulares de gloria, fama o
fortuna (aunque lo impliquen). Es un deber
moral con la Patria,
con los aficionados que sufren, lloran y mueren a poquitos cuando la Tri sufre derrotas. Es un deber casi místico con esos que nunca
paran de tener esperanzas y que, a pesar de todos los desencantos, siguen
suspirando, y sus corazones continúan latiendo al unísono con los que portan la
casaca nacional. Con esos que gustosos darían su vida con tal
de que la Sele
lograra un triunfo resonante. ¡Le
ganamos a Francia! ¡Le pegamos a Brasil! Eso sería suficiente para morir felices. El deber de los seleccionados no solo es con
su orgullo personal y las posibilidades de emigrar a mejores mercados; y el que
no lo entiende así, NO DEBERÍA ACEPTAR LA CONVOCATORIA.
Es por eso que la
Selección debe ser un proyecto a OCHO AÑOS plazo como mínimo.
Y debe iniciarse con jovencitos entre 16 y 18 años, ni más ni menos; así que al final del ciclo,
estarán en los 24 y 26 años, tiempo ideal para retirarse o dedicarse al
profesionalismo en cualquier aspecto.
Estos chicos DEBEN SER ESCOGIDOS
POR SU INTELIGENCIA en primer lugar.
Luego por sus aptitudes físico-atléticas. Altos (1.85 m. mínimo) y con una masa muscular apta
para los requerimientos de un entrenamiento que debe llevarlos a límite de sus
capacidades físicas, sicológicas y espirituales. Su compromiso con el proyecto debe ser
total, espartano, sin ligas con equipo alguno; sin intenciones de utilizar a la Selección como palanca
para cotizarse en los mercados futboleros del mundo. El que acepte formar parte del PROCESO, deberá renunciar a toda
aspiración fuera de esta. Su vida, a
partir del momento de su inclusión, pertenece a la Selección Nacional las
veinticuatro horas de cada día que esté en ella, de cada mes, de cada año. Y al final de ese sacrificio, estará la CORONA MUNDIAL, a la cual
no puede aspirarse como si esta fuera una lotería o un golpe de suerte.
El proceso se iniciará apenas
terminado un campeonato del mundo, así que los chicos tendrán 20 y 22 años
cuando les toque estar en su primer mundial; luego, 24 y 26 en el segundo,
cuando ya estará lista la segunda camada de campeones. Formarán maquinarias futboleras mortíferas,
capaces de triturar a quien sea. Sus caracteres deberán ser templados con
las mayores exigencias posibles, de manera que solo aquellos que logren superar
los aros del dolor puedan lucir con
orgullo la Camiseta
Nacional. En la Selección no deben tener
lugar los cobardes, conformistas, vanidosos, brutos, mal educados o patanes que
desconocen el valor de la obligación que un seleccionado adquiere con la Patria, con sus compañeros
y, sobre todo, con los aficionados que sufren amargamente cuando los ven
actuando como mediocres sin aspiraciones; como pusilánimes que de antemano se
dan por vencidos ante determinada “camiseta”, y que solo aspiran a colarse gracias a las deficiencias
ajenas. Un seleccionado debe estar
fabricado del mejor acero: fundido, ligado y purificado con los mejores
componentes; sometido a la fragua y al golpe brutal del mazo que le da la forma
para que, en caso de resistir todo el proceso, sea un auténtico guerrero capaz
de batallar contra quién sea, sin importarle el nombre, lugar, pergaminos,
tamaño o cantidad de los “enemigos” que tenga enfrente. Un soldado que no se asuste ante “el ruido de
los caites”.
Un guerrero capaz, que solo encuentre
satisfacción en la victoria total; alguien que considere preferible perecer en el campo de batalla que
deshonrar la camiseta de la Selección Nacional. El fútbol es una guerra, en el buen sentido
de la palabra. Y no hay método, sistema
o táctica que valgan, si los soldados no son capaces de aplicar estos recursos
al servicio de su equipo; pero peor aún, SI
NO TIENEN CORAZÓN para hacerlo o si
se caen o acobardan ante nombres y prosapias de los contrincantes; o si hacen
comparaciones de color, raza, tamaño del territorio o riqueza de los países. En el fútbol nada de eso juega. Si fuera así, Rusia sería el campeón eterno. En el campo de batalla son ONCE contra ONCE, y es ahí donde prevalece la inteligencia, el físico y la
técnica individual y colectiva; pero sobre todo, los “güevos”. Si nos superan o igualan en las
generalidades, estos serán los que marquen la diferencia. Como
lo hicieron los charrúas en el Maracaná.
Es por eso que el carácter de los
chicos que ingresen al proceso deberá ser fortalecido hasta los límites últimos
de la capacidad humana, pues en estas justas de nivel supremo, no tienen cabida
los cobardes que, de antemano, han limitado sus aspiraciones a “pasar a la segunda
ronda” para ganarse unos pesitos más. Ya
lo hemos dicho en ocasiones anteriores: a un mundial SE VA A GANARLO, no a servir de petate o escalera a los llamados grandes.
Porque si es esa la mentalidad que prevalece, es mejor quedarse en casa,
pues la miel de Niké (la Victoria) solo es para aquellos que, en los momentos
más difíciles de la lucha, sacan fuerzas del alma para ser indiferentes ante la
desgracia, el dolor y la angustia de la batalla. El laurel y ambrosía solo son para los que lo
merecen. La
Selección
Nacional no debe
ser el cubil de mediocres ni aprovechados sino el regazo, el nido de las aves
de altanería, aquellas cuyo límite es el Infinito.
Futboleramente
RIS E-mail: rhizaguirre@gmail.com
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