sábado, 2 de abril de 2011

755 Partidarismo político


755     “LA CHISPA”       (3 febrero 2010)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
EL PARTIDARISMO POLÍTICO
            Durante décadas se nos ha hecho creer que el partidarismo es la única forma que los pueblos tienen para participar en la vida política de sus respectivos países.  Esta modalidad se ha ponderado de manera exagerada para mantener a la gente adormecida y con la convicción de que ese logro de la democracia formal es lo mejor que puede haber.  Afiliarse a un partido o no, pero votar por alguno de los candidatos propuestos por ellos.  Así es el juego.  La otra alternativa es no votar, lo cual es inocuo dentro de los mecanismos establecidos; y no es un buen negocio, puesto que si el 50 o 90 % no lo hacen, siempre es elegido alguno con la mayoría de ese 50 ó 10 por ciento.  Es uno de los tantos trucos del sistema.  Si los que repudian esta forma de gobierno forman el noventa por ciento de los electores, quedan nulificados y al margen de los resultados; y siendo la mayoría abrumadora, NADA PUEDEN HACER ni influir en el manejo del Estado.   Tretas de la democracia formal que tienen el carácter de “legales”.  Es una manera genial de deshacerse de los inconformes por medio de una metodología bien planeada.  De esa manera alguien, como el presidente actual, puede llegar al trono con un treinta por ciento de los votantes inscritos.  ¿Y creen ustedes que eso es producto de la casualidad? 
            El ciudadano está convencido de que esa es la única forma de manifestar su voluntad: mediante los partidos; y eso les da todas las ventajas a los dueños y organizadores de estos, quienes son los que controlan desde las alturas, el funcionamiento de estas agrupaciones “populares”, que nada tienen de populares.  Todos ellos son estructuras de poder verticales, y son los instrumentos en los que se apoyan las Oligarquías para el control de las masas.  Todos pertenecen a la plutocracia, porque solo esta tiene la capacidad de financiar su funcionamiento.  El partido (todos) es una empresa comercial y no ideológica, como supone la gente ingenua.  Es un negocio en el que se invierte para cosechar ciento por uno.  O más.  El antifaz de la ideología solo es una argucia más para seducir a los votantes mediante un discurso agradable y lleno de promesas.  O bien, de peroratas emocionales concebidas para enardecer los ánimos de aquellos que no piensan y que solo consideran la posibilidad de que su grupo “gane” las elecciones, sin importarles lo que suceda después.
            No hay partidos de pobres, y si se da un conato prometedor de estos alrededor de algún personaje popular, de inmediato es financiado por la gente de “arriba” y se le amarra al carro del sistema; se le imponen condiciones, candidatos y compromisos.  Y pasa a ser uno más del ramillete de opciones que las oligarquías ofrecen a los votantes.  Dentro de la democracia formal NO HAY OPORTUNIDAD PARA LA DISENSIÓN (oposición) REAL.  Solo para variantes del mismo menú, servido y controlado por los mismos de siempre.  Véase que la clase dirigente siempre es la misma y está formada por personas que, casi invariablemente, pertenecen a los núcleos pudientes; los que cuando no son diputados, son ministros, embajadores, presidentes de la Caja, del Banco Central o asesores presidenciales.  Ahí se repiten y se repiten en un juego tan aburridor y predecible, que es inexplicable cómo la gente no lo nota y se suma alegremente a esta fiesta que es de otros. 
            Los partidos son la GARANTÍA de que el Poder jamás saldrá de las manos de las oligarquías que siempre lo han detentado desde que somos Repúblicas independientes y democráticas”.   Estos grupos y sus dirigentes son los ilusionistas que mantienen adormecidos a los pueblos mediante el juego sutil de las promesas.  Son la fantasía que mueve las emociones y los actos de entrega y rendición de la gente que, en lugar de perder el tiempo apoyando a sus expoliadores, debería reflexionar sobre qué alternativas de verdad existen para que el pueblo haga uso de la SOBERANÍA, y que esta no sea solo un juguete en manos de prestidigitadores.  Los partidos no solo son unas fábricas de mentiras, sino que son los agentes más eficaces del embrutecimiento cívico, pues lejos de despertar esa virtud en los pueblos, los enervan y convierten en bestias utilizables al servicio de intereses que nada tienen que ver con las masas humildes.   La astucia del sistema le ha ganado la partida a la razón y al sentido común, pues es cosa natural ver gente de condición paupérrima, portando pancartas y banderas de los partidos de extrema derecha.  Durante el estro electorero, cuando los candidatos se auto califican de humildes, miembros del pueblo y conocedores de las necesidades de este, prevalece el estado emocional que no le permite al votante el menor análisis de su condición de instrumento, de tonto utilizable.
            Pero hay una alternativa a esta mascarada de la democracia formal: la organización popular mediante los Cabildos o cualquier otro nombre que se les quiera dar (eso no importa), pues lo que cuenta es el espíritu y los objetivos que la ciudadanía puede fijarse mediante esta forma de democracia real y efectiva.  La acción cívica mediante el cabildo es la alternativa mejor que tienen los ciudadanos para hacer valer su VOLUNTAD.  La contraparte de este, los partidos, son las tenazas mediante las cuales las clases poderosas fijan las reglas del juego e imponen sus intereses sobre las mayorías de desposeídos.  
            El Cabildo es la prístina expresión del poder popular; además, dada su beligerancia e independencia absoluta, NO puede ser manipulado como los partidos.  De ahí el miedo que le tienen las oligarquías y la razón por la cual se encargaron de anularlo convirtiéndolo en Ayuntamientos, órganos oficiales pasivos y reglamentaristas sujetos al control político.  El Cabildo es la opción natural y obligada al monopolio del gobierno que detentan las oligarquías mediante los partidos.   La tarea de organización debe preceder a este logro y para hacerlo, NO se necesita permiso del Estado.  Cualquier grupo de ciudadanos, en cualquier rincón de la república, puede discutir temas de interés general y opinar sobre ellos.  Es más, TIENE EL DERECHO de exigir soluciones y cuentas claras de lo que hacen los gobernantes, sus empleados.  Los partidos son la organización de la ciudadanía en manadas que nada saben de los objetivos verdaderos de los dirigentes de estos; en cambio, el cabildo es la representación auténtica de la voluntad y los intereses de la población en todos sus niveles.  Claro que hay que madurar cívicamente para “despartidizarse” y pensar con la cabeza en función del bienestar colectivo.   El Cabildo es el símbolo de la Democracia Real.      Pero por ahora… VOTE.
            Cabildosescamente                                             (¿Cómo se maneja este asunto en sus países?)
                                               Ricardo Izaguirre S.                           E-mail: rhizaguirre@gmail.com
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