martes, 19 de abril de 2011

542 Los que nunca tienen tiempo


542    “LA CHISPA   

Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

LOS QUE NUNCA TIENEN TIEMPO         
              (A mi amigo Héctor y su mujer, Carmen)

            “No tengo tiempo”.   Hay personas que hacen de esas tres palabras su frase sacramental mediante la cual evaden cualquier forma de compromiso, verdadero o imaginario, que crean puede distraerlos de las “superiores y trascendentales” cosas que NO están haciendo.  A lo que sea, y ante cualquiera, invocan ese sortilegio como si fuera un Padrenuestro, un kirieleisón o un Santísima Trinidad.  Unos pocos están ocupados de verdad, pero los otros solo son vagos que pretenden estarlo y, como una defensa de su mundo virtual o de apariencias, le disparan este ensalmo a todo el mundo: esposa, amigos, parientes, conocidos, compañeros de trabajo.  Algo así como una especie de conjuro mediante el cual se ponen a salvo de toda eventualidad.  Pero lo peor y más criminal que hacen es cuando se lo aplican a sus hijos.  “No tengo tiempo”  para llevarlos a la escuela o colegio, al dentista, al cine, a la fiesta de graduación, al partido de fútbol, al parque de diversiones.  Ni para hablar con sus maestros o profesores.  Tampoco para platicar con ellos porque su conversación no me interesa.  No estoy en disposición para contarles historias, cuentos, relatos de la familia, mis aventuras de niño; no puedo treparme a un palo a apearles mangos; ni para llevarlos de pesca, o jugar en el suelo del patio con ellos porque me puedo ensuciar.  No tengo disponibilidad para jugar “yacses” con mis hijas porque eso no es cosa de hombres.  Todas esas son obligaciones de mami.  Ya es hora de irme al trabajo.
            “No tengo tiempo” es como el crucifijo de plata que se le enseña a Drácula, o la trenza de ajos para espantar a los vampiros menores.  Esta invocación es como la “Pomada Canaria”, sirve para todo como una clase genérica de exorcismo inmediato que me pone a salvo de los contactos humanos.  Y sin darnos cuenta nos vamos marginando de todo.  Esa conducta nos sume en el olvido y nos hace invisibles a las amistades, a la ternura, los sentimientos y las celebraciones en grupo.  No tener un lapso para la relación nos mutila, nos convierte en seres difusos y resbaladizos, ajenos a la sociedad y la familia, en bichos raros cuya vida parece no tener sentido alguno.  En gente en la que no se puede confiar ni fincar alguna esperanza porque nunca están aptos para nada.  Y eso nos aleja y crea recelos y resentimientos en los que nos quieren y gustarían de nuestra compañía.  No tener espacio para la familia es un crimen imperdonable.  Solo tenerlo para quién sabe qué cosas de las que nadie se da cuenta, es una verdadera idiotez.  Esa  prolongada y ficticia negación, hace que de repente nos demos cuenta que de verdad ya no nos queda plazo para nada.  Ni siquiera para implorar el perdón de aquellos a los que les negamos lo mejor que uno puede dar a los demás: TIEMPO.
            Cuando repasamos la vida y hacemos un conteo de lo que hicimos, nos damos cuenta que lo único que importa es lo que compartimos, lo que dimos.  Los ratos que pasamos en relación sincera y alegre, aunque parezca tonta, con aquellos que nos han querido.   Algo que sin “costar nada” tiene un inapreciable valor que, muchas veces, solo comprendemos cuando ya es inútil saberlo y demasiado tarde para brindarlo a los nuestros.   Reír de tonterías es la mejor terapia para el alma, pero esta NO se puede practicar en soledad.  O con los que ya se fueron y nos dejaron.  No se puede negar algo a los demás, y después pretender que nos devuelvan aquello de lo que nunca los hicimos partícipes.  Es útil obsequiar dinero, comida o bebida, pero nada es tan importante como un cachito sincero de nuestro tiempo.  Si sumáramos el que hemos perdido diciendo que no lo tenemos, nos daríamos cuenta del enorme desperdicio que hemos hecho en nuestras existencias.  Lo ideal es dar un momento de tu vida a los demás, pero si no puedes porque esa es tu naturaleza egoísta, por lo menos dátelo a ti mismo.  Obséquiate cuidado, chinéate, consiéntete, mímate y nunca pronuncies ese horrible abracadabra de: “no tengo tiempo”, porque puede ser que algún día, cuando menos lo pienses, de verdad ya no lo tendrás.
            Este dato es de la vida real, de un amigo de la juventud, y en él se inspira esta notita.  Hace varios años lo encontré después de muchos de no vernos, y luego de conversar un rato de tantas cosas del pasado me dijo: “¿Sabes que quisiera, Ricardo?  ¡Tener un hijo!”.  Pero como él me había hablado de sus hijos, me quedé sorprendido y le pregunté: entonces… ¿no tenés hijos?  ¡Claro que sí!, pero NO los “viví” porque nunca me dediqué a ellos.  Y en menos de lo que canta un gallo, se me hicieron hombres, se fueron y se convirtieron en extraños.  En “grandes” a los que ya no podía abrazar, apretar, jalarles las orejas o jugar con ellos.  Ya que solo vivía como un sargento, dándoles órdenes y pendiente de que sacaran buenas notas en la escuela y colegio no hice el rato para compartir, para gozarlos, para hacerme chiquito de nuevo y volver a crecer con ellos.  Y en un parpadeo de ese instante que nunca quise tener, los perdí.  Si yo tuviera un hijo, Ricardo, jamás lo mandaría a la escuela y solo me dedicaría a jugar con él; a revolcarme en el suelo con él, a comer mangos con las manos peladas y sucias sin importar embarrarme la trompa y chorrearme la camisa.  Y si se me cayera el mango lo recogería del suelo, lo sacudiría y seguiría comiéndomelo sin importarme las bacterias ni nada.  Junto con él metería las patas en el caño de la calle cuando estuviera lleno de agua; me mojaría con él bajo la lluvia.  Jamás lo forzaría a limpiar los zapatos ni a bañarse.  Tampoco nos peinaríamos ni nos cortaríamos el pelo ni estaría pendiente de los “quiebres” del pantalón.  No lo haría arreglar la cama ni cepillarse los dientes. Nos embutiríamos de comida chatarra y mantecosa hasta que se nos saliera por las orejas; y luego nos hartaríamos helados hasta vomitar.  No lo obligaría a tragar  comida “sana” ni ensaladas ni vitaminas.  Ni le amargaría la realidad del PRESENTE con el fantasma del futuro.
            Doloroso y patético ejemplo de mi amigo Alejandro.  Pero lo más penoso es que todos hemos hecho lo mismo, en mayor o menor medida, negándonos y negándoles el tiempo presente a los nuestros, en aras de un FUTURO incierto y del cual nadie tiene certeza alguna.  Si usted todavía está “en tiempo”, dígase: ¡soy vago y cuento con todos los eones del Universo, soy el dueño de la Eternidad!  Soy archimillonario de esa sutil materia y puedo dársela a todos.  A montones.  ¡Vengan a mí, que yo les daré tiempo hasta que se harten!  Sobre todo, si son de los “míos”.  Pero háganlo ahora, ya que el mañana es un albur. 
            Temporalescamente:      
 Ricardo Izaguirre S.      E-mail:   rhizaguirre@gmail.com 
Blogs:       La Chispa       http://lachispa2010.blogspot.com/    con link a                    Librería en Red
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