lunes, 25 de abril de 2011

921 La compra diaria

921   “LA CHISPA    (15 abril 2011)                         
Lema: “En  la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LA COMPRA DIARIA           (Notita dominical)
            A raíz de la “Chispa” anterior, he recibido varias notas; algunas, diciéndome que no es posible volver a la era de las cavernas; otras, con cierta burla; y algunos, que la tomaron como lo que es: una simple invitación a reflexionar profundamente sobre uno de los grandes problemas de salud que tenemos en la actualidad.  Algo que no debemos tomar a la ligera, como si se tratara de un simple divertimento a costillas de la gente obesa.  Es un asunto serio, dramático y doloroso, y en la búsqueda de alguna solución, cualquier propuesta debe ser considerada con toda propiedad, aunque aquella tenga la apariencia de jocosa.  A mis amigos les informo que mi intención NO fue hacer guasa del tema; si tuvieron esa impresión, les ruego me disculpen.  Jamás podría hacer chacota sobre un tema que nos afecta a casi todos de forma personal y dolorosa.
            La cuestión de la refrigeradora NO fue una ocurrencia de fin de semana sino que es la conclusión a la que he llegado después de muchos años de observación de lo que sucede con esos aparatos, y cómo estos funcionan como condicionantes para los desórdenes en la ingesta de alimentos a toda hora.  Y por eso los señalo como cómplices pasivos de las malas tendencias de los que tenemos el desorden mental de comer indisciplinadamente.  Desde luego que el “refri” NO tiene la culpa, y eso lo entiende todo el mundo; y cuando dije que debemos apagarla, no es que suponga que esa es una fórmula mágica mediante la cual desaparecerá la gordura del mundo.  Eso sí fue un chiste.   Otra amiga me dice que comprar la carne por quincena o mes, ahorra mucho tiempo.  A esta dama debo recordarle el significado del término CARROÑA.  Debemos recordar que el proceso de putrefacción de la carne comienza en el momento de la muerte del animal sacrificado.  De cualquier forma viviente.  Sin embargo, la carne no entra en un proceso de corrupción notable sino hasta unas veinticuatro horas después de muerta la criatura, y eso nos hace creer que todavía está fresca.  Pero eso NO es cierto.  Desde que la vida abandona al cuerpo, se inicia su descomposición de manera implacable (solo puede ser retardada mediante el frío).  Y eso es lo que hace el refrigerador.
            Técnicamente, cualquier carne es carroña después de veinticuatro horas de muerta la víctima.   Y eso es lo que propicia ese aparato, que usted se convierta en un ser CARROÑERO cuando consume carnes que tienen cinco, diez o quince días de estar en congelación.  En recientes “Chispas”  (844 y 846 en mi blog) hice algunas advertencias sobre el consumo de carne; pero si usted quiere apretarse de ella, por lo menos cómala fresca.  Esa es una de las grandes ventajas de la COMPRA DIARIA, que antes era la manera normal de obtener los alimentos.  La modernidad nos ha impuesto ciertos hábitos suicidas, suavizados bajo el antifaz de la comodidad y “ahorro de tiempo”: hacer las compras por quincena, por mes o semestre… o por siglo.  Esa es la parte buena.  Pero la mala (que no nos dicen), es que esos productos inertes han sido tratados químicamente para soportar lo que sea, incluida una hecatombe termonuclear.  La compra diaria en la pulpería no solo nos  garantiza que casi todo lo que hay allí es fresco, sino que nos proporciona un agregado que no se encuentra en Price Smart, Costco, Safeway y todas esas tiendas monstruosas en donde todo es impersonal, distante, frío: la chismografía, la calidez del pulpero, el fiado y todos los placeres de la relación personal de esos centros sociales de cada barriada.  Las pulperías eran la Internet de antaño.  Allí se sabía de todo: quién se casó con quién, qué muchacha se “jaló torta”, cuándo nació el último chiquito de doña fulana, etc. etc. etc.
            En los grandes Súper tenemos que comprar por toneladas.  Alimentos alterados para durar años en condiciones anormales; y eso ya los hace sospechosos, pues toda forma de vida (eso son los alimentos) debe morir y descomponerse.  Es el ciclo natural de la Vida.  En la “pulpe” podíamos comprar una candela, un cigarrillo, una peseta de confites, medio litro de leche, cinco tortillas y dos huevos.  En el súper tenemos que comprar un paquete de papel higiénico de 500 rollos, una bolsa de arroz de cuarenta bolsitas de dos kilos, una caja de botellas de aceite de oliva de doce unidades de a litro.  El lomo entero de la vaca.  Todo el mondongo.  La pata entera del jamón.  La caja de veinte kilos de tomate.  El pulpero tenía una caja de fósforos abierta para el que compraba un cigarrillo (amarrada…por si las moscas).  Cajetas, pan fresco que se acababa tempranito… y, además, daban “feria”: un confite o un pedacito de salchichón. 
            No es propugnar por el regreso a todo lo artesanal, pero sí a que nos preguntemos sobre las implicaciones de semejantes cambios tan subitáneos en este parpadeo de tiempo que muchos hemos podido apreciar.  ¿Hemos obtenido ventajas reales?  ¿O solo nos han lavado el “coco” para que creamos que esta forma de vida es mejor que la que teníamos?  El consumismo masivo solo es de conveniencia para las grandes cadenas y la industria alimentaria, NO para usted.  No se deje convencer por los llamados estándares del primer mundo (USA).  Ellos son la gente más enferma como resultado de ese tipo de alimentación y tienen que pagar un alto precio: el flagelo de la gordura.  Muchas cosas del modernismo que aceptamos sin análisis alguno, NO son tan ventajosas como damos por un hecho; es más, muchas de ellas son nocivas.  Tampoco se trata de pendular hasta la caverna, sino de escoger un punto intermedio en donde, sin perder lo bueno de la “compra diaria”, podamos disfrutar de las ventajas de consumir alimentos sanos, sin preservantes; carne, pescado y aves recién sacrificados, y no carroña con meses de ser cadáveres.  Claro que es cómodo ir al súper, comprar toda la comida del semestre y desentendernos de ese engorroso asunto; pero si lo pensamos bien, nos daremos cuenta de cuántas cosas interesantes nos perdemos al abandonar la “compra diaria”.  Perdemos parte de la historia, tradición y costumbres entrañables que hicieron satisfactoria la vida de nuestros mayores.  Después de todo, ¿ahorrar tiempo para qué?  ¿Para aplanarnos en el sillón a comer comida chatarra a cada rato mientras vemos televisión?  Si tuviéramos que ir a la pulpe y no solo a la refri, es probable que no consumiéramos tantas calorías en una tarde de ocio frente a la tele o en la biblioteca hogareña.  ¿Verdad, niña Gloria?
            Sigue la invitación: Prueben unas dos semanas (como una aventura) y apaguen el refrigerador.  Además, boten toda la comida chatarra.
            Con aprecio y buena intención
                                                              Ricardo Izaguirre S.        E-mail: rhizaguirre@gmail.com
Blogs:        La Chispa      http://lachispa2010.blogspot.com/     con link a         Librería en Red
   

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