domingo, 30 de mayo de 2010

592 Las manifestaciones domesticadas

592      “LA CHISPA                               (06/03/09)
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
LAS MANIFESTACIONES Y PROTESTAS PÚBLICAS DOMESTICADAS
     Hace unos días presencié una manifestación pública de la APSE, en la cual reclamaban al gobierno que les pague los salarios atrasados y que lo haga puntualmente. Lo mismo de siempre: los mismos cartelitos, rotulitos, viseras, sombreritos, anteojos, cancioncitas y las requetequemadas consignas a las que nadie hace caso. Una marcha patética de personas que, en cierta forma, son estimuladas a realizar tales actividades que “validan” al régimen democrático que nos gobierna. Pero ¿quién les pone atención? NADIE. Los tradicionales desfiles del primero de mayo y de cualquier otra fecha no son más que cuestiones folclóricas que nadie toma en serio. Ni los diputados ni el Gobierno. Es más, al final de estos, las autoridades felicitan a los organizadores y les “reconocen el orden, respeto y civilidad demostrada”; y los manifestantes se sienten halagados. El único efecto positivo que tienen estos carnavalitos criollos es que hacen felices a los vendedores callejeros, quienes hacen su agosto con la venta de granizados, refrescos y agua. El gobierno se ríe de estas mascaradas cívicas, pues sabe que son inofensivas, inútiles y monótonas; y que una vez asoleados, cansados y aburridos los empleados, se van a sus casas satisfechos, pero con las manos tan vacías como cuando llegaron.
    Bajo la discreta y aburrida mirada de la fuerza pública, gritan sus consignas con más o menos entusiasmo para sentirse bien con ellos mismos. Pero nada más. Terminada la algarabía que tanto costó organizar, cada uno se va a su casa y ahí termina la acción cívica. Y también ahí finaliza la preocupación del Gobierno, si es que tuvo alguna, pues estas fanfarrias son tan inocuas que no desvelan a nadie. Ningún diputado o presidente suspende sus vacaciones o diversión por temor a lo que puedan hacer los “gremios laborales” de Costa Rica. Están enterados de cómo está la cosa. Conocen quiénes son sus líderes y cómo manejarlos cuando se ponen muy alborotadores. Saben que, en su mayoría, son gente domesticada que se pliega a la ortodoxia huelguera de los empleados públicos: pedir el permiso a la Muni, comunicar a sus jefes que se van a tomar el día libre, preparar los carteles, los anteojos de sol, las gorras y sombreros, los afiches, los camiones que llevan los parlantes, contratar a los recitadores de coplas, invitar a uno que otro político oportunista, algún “intelectual” que quiera lucirse, a algún diputado de la oposición y uno que otro rector de alguna universidad. A veces alguna comparsa y las gigantonas. Algún mariachi o una cimarrona y, ¡listo! La jornada cívica está a punto. ¡A asolearse o mojarse, dependiendo de las veleidades del tiempo!
     Este ha sido el esquema de la protesta cívica por años; y cuanto más “cultas” se consideran las personas manifestantes, más inocuo se vuelve su reclamo. Eso lo sabe muy bien el gobierno, pero la verdadera obra de arte que este ha logrado en el control de esos movimientos, no es solo la sumisión de sus líderes, sino lo que ha grabado en la mente de los participantes. El gobierno le ha hecho creer a los trabajadores que una demanda es un acto cívico; algo así como la celebración del día de la Independencia o de la madre. No importa que sus hijos estén con hambre, que los desalojen de las casas, que les corten la luz y el agua; la marcha debe ser “un ejemplo de civismo”, como si eso le importara un bledo a quien no tiene qué llevar a su casa para darle de comer a su familia. El civismo es una cosa, y la supervivencia, otra. Un reclamo por el salario NO ES UN ACTO CÍVICO, es una guerra en la que nos va la vida y la de nuestros hijos. Aquí NADIE está obligado a reglas de cortesía sino a las de la violencia, único leguaje que escucha el Gobierno. Pero eso nunca se da entre los aristocráticos y educados empleados públicos. Solo la sumisión al esquema propuesto por el Gobierno y la Prensa. Es por eso que una vez pasados estos ocasionales jolgorios, el Estado se da el lujo de felicitar a sus organizadores por el “alto espíritu cívico demostrado”. Y los líderes se sienten felices. Pero lo que es el colmo del cinismo, la burla y el menosprecio es que, incluso La Nación se toma la libertad de congratularlos por su comportamiento y apego a los “valores y tradiciones culturales del pueblo; además, por el ferviente respeto a la democracia y la propiedad privada y el orden con el cual se llevó a cabo la jornada cívica”. Ese es el broche de todas esas actividades: el reconocimiento del Estado y la Prensa.
    ¿Qué se ha logrado con estas marchas, además de una mañana o una tarde de esparcimiento? NADA. ¿Cuántas de esas llevamos durante los últimos cincuenta o sesenta años? Miles. ¿Y que se ha logrado con ellas? NADA. No ha habido una sola de estas protestas que haya logrado algo, NI UNA SOLA. Cuando el Estado se puede dar el lujo de felicitar a los huelguistas o manifestantes sin hacer la mínima concesión a los derechos de estos, LA COSA ANDA MAL. ¿Cómo es que dirigentes y dirigidos se conforman con eso? Con promesas y palabras todo el mundo queda satisfecho, pero los que no han recibido sus salarios siguen en el filo de la angustia y desesperación, sin que nadie los ayude.
¿No es tiempo ya de revisar este esquema? Me parece que se hace necesario un nuevo planteamiento entre la clase trabajadora y el Estado, porque este tipo de problemas tan habituales en la función pública NO se da en la empresa privada. Esta comete todo tipo de atropellos con los obreros, PERO SIEMPRE LES PAGA A TIEMPO. Y eso hay que reconocerlo. Nadie trabaja para que lo vean o lo alaben, sino para subsistir.
     Hago una cordial invitación a los dirigentes y obreros para que se dediquen a hacer una revisión profunda de la metodología a seguir en sus relaciones con el Estado. Ya saben que los desfiles son muy bonitos y coloridos pero inútiles, por lo tanto, la lucha debe ser diferente, aunque a los ojos de La Nación parezca “impropia” de profesionales en la educación o cualquier otra rama. Esto NO es un concurso cívico sino una batalla por la existencia, por la supervivencia de nuestras familias. Y cuando nuestros hijos tienen hambre, no hay cabida para la gentileza o la elegancia. No es justo que este recurrente problema se dé todo el tiempo; año con año, en un círculo infinito de desconsideración e ineptitud por parte de los gobiernos. El salario es sagrado. Estudien la mecánica de estas demostraciones y verán que cuenta con la aprobación del Gobierno; ¿y eso qué significa? Ustedes lo saben muy bien; además, saben mejor quiénes son sus “líderes”.
RIS

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