jueves, 20 de mayo de 2010

501 La magia de los juegos de Pekín

501    “LA CHISPA
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”

LA MAGIA EN LOS JUEGOS DE PEKÍN

    Muchas cosas para reflexionar nos dejaron los Juegos Olímpicos “de” la China. Y el primero es la realidad incontrastable del poderío deportivo de esa nación. Pedazo a pedazo, deporte a deporte, le fueron arrancando los comillos al feroz tigre norteamericano que, al final, y pese a toda la fanfarria que hizo la prensa mundial, tuvieron que conformarse con un lejano segundo lugar. De nada les valió la estridencia, arrogancia y los alaridos irrespetuosos de Phelps. Se quedaron a muchas, muchísimas medallas del Dragón Asiático. De nada les sirvió todo el servilismo de la prensa mundial; la China los aplastó sin apelación alguna. A pesar de todo lo que hizo la prensa occidental (gringa) cuando empezó a ver la realidad y los resultados en el medallero, nada pudo cambiar el curso de los acontecimientos que, implacablemente, iban apuntando hacia una sola dirección. Entonces trataron de opacar a los chinos con la cuestión de los fuegos artificiales falsos, o con la edad de las atletas chinas y cuanta suspicacia se les ocurrió. Pero nada pudo cambiar los hechos y, el Celeste Imperio se alzó con los laureles de la olimpiada, no solo por una organización maravillosa e inigualable, sino por la actuación de sus atletas que situaron a esa nación en la cúspide mundial de los deportes.
    A pesar de que los falderillos de esa prensa servil (como algún periódico de Costa Rica) hacían hasta lo imposible por deslucir a la China, esta siguió con su paso arrollador dándonos una demostración de poderío que va mucho más allá del plano deportivo. Nos dieron una ejemplar lección de estrategia general que hizo inútiles todos los esfuerzos de los Estados Unidos por imponerse; los chinos nos demostraron que no hay necesidad de ser gigantes de más de dos metros de estatura para vencer. Que hay otras cosas que cuentan, como la inteligencia, la astucia, la planificación cronométrica, el sacrificio, la entrega total y, sobre todo, la convicción. Los gringos centraron toda su propaganda en unos cuantos figurones con los cuales quisieron impresionar al mundo; y en cierta forma, lo lograron, pero no con los chinos. La samotana que formaron alrededor de Phelps y el famoso Dream team, aunque ganaron medallas, no les alcanzó para el resultado final. Y eso lo sabían muy bien los chinos; así que se prepararon sistemáticamente en aquellas disciplinas en las que no es necesario ser un súper hombre de tres metros para obtener medallas. Se olvidaron del fútbol, del béisbol, del básquet y un poco del boxeo, y concentraron sus baterías en todos aquellos deportes que eran susceptibles de ser adaptados con plenitud al tipo físico del chino. Y el resultado fue aplastante.
     Mientras los latinos y los gringos estábamos pendientes de Phelps, el fútbol, el beis y el boxeo, ellos se cuidaron de todos aquellos deportes casi insignificantes pero que, sumados, les dieron las medallas necesarias para proclamarse campeones olímpicos: ping pong, chumicos, trompo, papalotes, gimnasia, danza y muchas otras en donde solo es necesaria la constancia llevada al grado de locura. Y nos demostraron que sí se puede. Que los norteamericanos NO SON INVENCIBLES, como nos han querido hacer creer durante décadas.
    La segunda parte trata de la pequeña Cuba, que de nuevo sacó la cara por la América Latina, a pesar de la rabia de un periódico criollo que casi festejaba en sus páginas que sus atletas no hubieran ganado medallas de oro en el boxeo. Con titulares como “Cuba se fue a la lona”, “La caída del boxeo cubano” y otros por el estilo, demostraron la enchilazón de sus amos que, pese a toda la orquesta mundial de propaganda, se vieron borrados de la justa olímpica. En cambio Cuba ganó VEINTICUATRO MEDALLAS. Más que Canadá, Bielorrusia, España, Holanda, Polonia, Hungría, Noruega, Rumania y otras grandes naciones. Las mismas que Argentina, Brasil y México juntos. Tremenda cosecha para un paisito de apenas unos doce millones de habitantes. Y si proyectamos esos números, resultaría que si Cuba tuviera 120 millones de habitantes (como México, más o menos) habría ganado DOSCIENTAS CUARENTA MEDALLAS. Y si tuviera los mil trescientos millones de la China, su medallero hubiera sido de DOS MIL QUINIENTAS PRESEAS. Y todo eso a pesar de la furia de ese lambiscón periódico que tanta propaganda les hizo a los atletas norteamericanos.
     También quedó demostrado que la presencia latinoamericana, aparte de Cuba, no es más que una cuestión folclórica y ruinosa; vergonzosa, se podría decir. Delegaciones en donde van diez o veinte representantes por cada “atleta”, nada hicieron. ¿Qué van a hacer los latinos en esas justas? ¿A pasear? Oí a muchos que se pavoneaban de haber mejorado su propia marca personal. O de haber mejorado el récord de este, ese o aquel país latino, pero ¿a quién le importa eso? Allí se llega a romper el récord olímpico o mundial; a ganar medallas y no a encontrar el triste consuelo del “mejor esfuerzo que pude”. A una olimpíada se va a GANAR MEDALLAS. Y si se tiene la consciencia de que no se puede, lo menos que se debe hacer es no ir a hacer el RIDÍCULO de no pasar ni siquiera de las eliminatorias previas. Costa Rica ya saboreó la miel del oro y la plata en dos olimpiadas y, a partir de ese impulso descomunal, debió convertirse en una potencia mundial de la natación. Nada más. No es necesario competir en todo; basta hacerlo en uno o dos deportes, PERO BIEN. Véase el caso de Jamaica. ¿Cuántas piscinas públicas hay en Costa Rica? ¿Cuántas de tipo olímpico, con trampolines y todas las carajadas necesarias? ¿Adónde pueden ir a aprender y desarrollarse nuestros niños y jóvenes? Solo en los clubes elitistas y de paga es posible encontrar algo, pero la gente que pertenece a esos círculos, a excepción de las Poll, no tiene el “hambre” ni la necesidad que son dos de los grandes acicates para buscar la gloria. Como les pasa a los africanos, que corren por sus vidas.
Cada nación nuestra debería especializarse en un deporte y llevarlo a la cima de la perfección, y así nos garantizaríamos, como raza, una cosecha de al menos cuarenta medallas de oro; y entonces la América Latina sí estaría en el podio. Ni chinos ni gringos podrían ignorarnos.
Olimpiescamente
RIS

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