miércoles, 5 de mayo de 2010

63 Cocorí

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63    “LA CHISPA"          (mayo 2003)
LEMA: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
COCORÍ: LA MANZANA DE LA DISCORDIA DE LA COMUNIDAD LITERARIA
            En la película “El planeta de los simios”, Charlton Heston agradecido por los servicios y protección que ha hecho de su vida la mona-doctora de la aventura, le pide que le permita besarla, a lo cual ella accede un poco reticente y sin omitir un comentario que a todos nos hace reír desde el fondo de nuestros propios prejuicios que, desde luego, consideramos que son los válidos: “¡Ay!  Pero es usted tan feo...”.   Y ¿por qué nos parece jocosa la expresión de esa ¿monita? que, evidentemente, es la fea del cuento?   ¿Pero fea desde qué punto de vista?  Véase que allí la mayoría son ellos y, por lo tanto, son los “normales” y adecuados, y cualquiera que sea diferente de ese modelo es el raro, feo... y digno de menosprecio y de ser segregado.  No importa que sea blanco, rubio y de ojos azules como Charlton.  Todo lo que se sale del patrón o mayoría es raro; y lo raro no lo entendemos, y lo que no entendemos nos da miedo.  Y todo aquello que nos da miedo, se convierte en el enemigo que debemos destruir si preguntar el porqué.
            En el planeta de los simios el asunto es de prevalencia de los patrones sociales lo que determina qué es bello y qué, feo.  Y la paradoja es que siendo ellos los feos (según nuestro criterio), en “su” planeta son los bellos, a despecho de los estándares fijados por los blancos en el nuestro.  ¿Nos dice algo esta contradicción?  Que todo depende de qué tan hepáticos sean los conceptos que tengamos acerca del problema.  Además, del aspecto cultural y social desde el cual enfoquemos la cuestión.  El racismo se siente más fuertemente dependiendo de la propia sensibilidad y educación que tenga el individuo discriminado.  ¿Qué tan sensitivo soy ante la discriminación?  ¿Soy tan hipersensible que me considero discriminado si alguien pronuncia la palabra “negro”, aunque se esté refiriendo al color de un carro?  Si es así, entonces es una cuestión patológica que cae dentro del campo de lo irremediable.  Si soy negro, trompudo y de pelo ensortijado, nada hay que pueda hacer para remediarlo, a menos que tenga tanto dinero como Michael Jackson.   Y si vivo dentro de una sociedad de blancos, ¿cómo hacer que estos cambien según mis gustos y patrones?  Y si pudiera hacerlos cambiar, ¿qué es lo que quisiera que cambien en su conducta?   Y de ser eso posible, ¿cómo sabría qué es lo correcto entre esas disposiciones que yo pudiera escoger acerca de la voluntad de los demás?   Y la pretensión de determinar cómo deben comportarse conmigo los otros ¿no es un atropello peor que cualquier discriminación?  En síntesis, como negro, ¿qué es lo que quiero de los blancos?  ¿Imponerles qué?  ¿El silencio, la sumisión, que no hablen, que no me critiquen porque tengo una mujer blanca y rubia, que no me vean, que eliminen las palabras “mono”, “negro” y “negrito” de su lenguaje?  Y si pudiera lograrlo, ¿no sería eso un terrible abuso de poder, tan reprobable como cualquier forma de  discriminación?   Como negro, ¿qué es lo que quiero de los blancos?  ¿Que me respeten, que no hagan chistes de mi color, de mi forma física ni de mi cultura?  Esa es una utopía fuera del alcance del hombre, irrealizable y absurda.                                                                                            Se hacen chistes de los santos, de las monjas, de los curas, de los apóstoles, de Jesucristo e incluso de Dios.  Y ni qué decir del infierno de chascarrillos que se sacan a costillas del Diablo.  También de los judíos y su tacañería.  Hay chistes de las suegras, de las mujeres, de los tartamudos, de los rencos, de los tuertos, de las loras, de los chinos, de los gallegos, gringos y, sobre todo, de los nicas.  Entonces, ¿por qué no deberían de hacerse de los negros?   Yo he escuchado a un negro amigo mío, feliz, contando una retahíla de chistes hirientes y ofensivos acerca de los nicas.  Pero cuando lo interrumpí para contar un chiste de negros, me echó una mirada de enojo y se retiró de la sala con rumbo a la cocina.  ¿Entonces?
            Debemos empezar por definir en qué consiste la discriminación, y si esta constituye un acto perjudicial en el aspecto físico (golpes, palizas, persecución, maltrato), moral o económico.   En el caso de la obligatoriedad de leer a “Cocorí” o cualquier otro libro, me parece que efectivamente hay discriminación, porque esa obligatoriedad implica muchos millones de colones en los bolsillos de los privilegiados dueños de los derechos de autor de esa obra, lo cual nos lleva a la cuestión económica.  Un cuento dice que un niño le decía a la mamá:  “Mami, mi hermano está lamiendo la olla; ¿se la quito y la lamo yo?”  Esa si es “una buena razón” para oponerse a la obligatoriedad de leer a “Cocorí”, pero no el sinnúmero de subterfugios que han argumentado en la prensa los interesados.  Porque el pretexto de que la “bella niña blanca y rubia de ojos celestes” confundiera a “Cocorí” con un mono, no creo que sea una razón válida para impugnar la obligatoriedad de la lectura del cuento.  Si se aplicara ese principio de la INQUISICIÓN a todos los libros que tienen algún concepto que ofende sensibilidades raciales o sociales NO HABRÍA LITERATURA Si una minucia como esa fuera la causa para prohibir libros, no existirían “La Locura” ni “El Quijote”.  Si por utilizar la palabra negro fuera, no hubiera visto la luz “Otelo”, ni tantas otras obras en donde se utiliza la palabra negroNo podrían describirse los procesos de la herencia melánica, si los autores se vieran imposibilitados para utilizar las palabras “negro puro” y “blanco puro”, con las que se inicia la definición de ese proceso biológico.
            ¿Y el daño moral?   Ese es indefinible en este caso, y cae dentro del campo de la hipersensibilidad particular de cada individuo.   Para aquellos que han hecho de la “negritud” su caballo de batalla y su estandarte para escalar posiciones sociales o políticas, es lógico que el problema de “Cocorí” sea una bendición caída del cielo.  Darle salida violenta a sus propios resentimientos y frustraciones, utilizando como mascarón de proa una simpleza literaria que quizás ni siquiera fue bien meditada por el autor, es una niñería.  O peor aún, una perfidia con fines malignos y separatistas, utilizados para consolidar intereses que nada tienen que ver con los verdaderos de la negritud, porque es muy fácil exacerbar los ánimos para montarse en la cresta de la ola racial. 
            Pero, ¿qué es el racismo, y cuál es el que hay en “Cocorí”?  ¿Que se utiliza las palabras negro, negra y negrito?  ¿O que la niña lo confundió con un mono?   ¿Y eso qué importa?  El hecho de que un niño blanco que nunca haya visto a un negro, y piense cualquier tontería al ver uno por primera vez, no debe ser motivo de semejante alharaca.  Tampoco esa apreciación de la niña le debe ser cobrada en forma tan virulenta al autor y, mucho menos, a todos los blancos, atribuyéndoles una culpabilidad racista de la que no son responsables.  En el cine norteamericano hacen centenares de películas en las que los negros salen en toda clase de papeles ridículos y humillantes, en donde son denigrados a la condición de animales; y sin embargo, jamás se ha dado una protesta de parte de ese selecto grupo de ciudadanos que hoy piden la cabeza de “Cocorí” y su autor.   ¿Será ideológico el racismo de “Cocorí”?  Porque todo el enredado problema existencial a que es arrastrado este jovencito, está marcado por una sola obsesión que gravita como trasfondo total de la obra: un envolvente y delicado cielo blanco con ojos celestes y pelo rubio de la niña sin nombre de Cocorí.  ¿Es esa entrega y rendición de amor del negrito Cocorí a la rubia niña, lo que molesta a los que quieren incluirlo en el Índice?
            “Cada oveja con su pareja”, reza un viejo refrán que deberían tener muy presente los que intervienen o discuten sobre cuestiones de racialidadRecordemos que el racismo es básicamente biológico.  Es una determinante y un imperativo biológico que tiende a la conservación de la especie cualquiera que esta sea, sin importar su color, tamaño o forma; con manchas o rayas, con cuernos o sin ellos, con cola o rabón.  No importa que sea gris, brillante, blanco, negro, amarillo, café o azul.  La Biología impone limitaciones a cada especie, y estas deben ser respetadas, so pena de entrar en conflicto con ella, lo cual es de consecuencias terribles.  Y ningún león, por lindo y fuerte que se crea se siente herido, discriminado o racializado, porque una tigresa no lo acepte como compañero sexual, o que lo vea tan feo como la doctora-monita a Charlton Heston.  Y después de esa primera barrera biológica común a todas las especies, incluyendo la humana, vienen los prejuicios sociales con los que los machos homo sapiens defienden a sus hembras. Eso se llama sentido de la “propiedad sexual” de los miembros de una raza, tribu, clan o nación.   Y una de las estrategias más comunes para afianzar ese dominio es desacreditar a los machos de otras razas, tribus o naciones.   Es algo oculto e inconsciente que se anida en lo más recóndito de esa fase oscura de la naturaleza del macho de cualquier raza.  Ningún blanco desea que sus mujeres blancas, rubias y de ojos celestes como la de Cocorí, se “encariñen” con un negro.  Eso es algo que todos los blancos y blancas pueden rechazarlo de los labios para afuera, pero la verdad es otra.  El racismo existe y nadie puede negarlo o, mucho menos, eliminarlo.  Este no desaparece matando a “Cocorí” o a la memoria de su autor.   Lo único que podemos aprender es como lidiar con él, de manera que se mantenga dentro de límites tolerables que no produzcan mucho daño.  Y para que eso suceda, solo hay un camino que NO es silenciar o limitar las libertades de los demás, sino acondicionar la propia mente acerca de cómo y de qué manera puedan afectarme las cosas que vienen de afuera.  Nadie puede impedir que la gente diga “NEGRO” con más o menos sorna; pero cualquiera puede controlar cómo le afecte oír ese sonido.
            No permitamos que se haga real lo que decía alguien: si a un blanco se le dice “Rubio hijueputa”, se enoja por lo de hijueputa; pero si a un negro se le dice: “Negro hijueputa”, se enoja por lo de negro.
            Si le gustó esta “Chispa” hágale copias y repártalas entre sus amistades. 

                        RIS

1 comentario:

  1. es divertido todo este lío de la descriminación racial en el libro de Cocorí, ya que desde mi punto de vista Cocorí es un héroe, que valientemente se va sólo a la selva donde hay lagartos y serpientes, sólo con el objeto de investigar una duda filosófica. Además de esto es emprendedor e inteligente, en qué denigra esto a los afrocostarricenses? ¿afrocostarricenses? por Dios! nací y viví hasta los 18 años, voy allá cada vez que puedo,, y se los podría jurar, nunca los negros se tratan de afrocostarricenses, de hecho ellos mismos se dicen negro o hasta palabras que consideraría ofensivas, y en la escuela, ninguno de los niños, pero ni uno solo se molestó con la lectura del libro. Realmente ese grupito dque está en contra del libro no representan nada, ni siquiera a la comunidad afrolimonense o como yo diría a los negros de Limón.
    Otra cosa, miren como aprecian nuestro discriminado libro en otros países: http://www.youtube.com/watch?v=V9Mh3oPe3FY

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