sábado, 29 de mayo de 2010

77 El efecto G.W.

77    LA CHISPA
Lema: “En la indolencia cívica del ciudadano, se fundamentan los abusos del Poder”
EL EFECTO “G.W”: PAYASOS A LA PRESIDENCIA

     No, no se trata del resultado de alguna ley de la Física, sino de un fenómeno social que es tan frecuente en la política de la América Latina, que ya casi a nadie le sorprende. Es más, parece ser la tónica a la cual, desdichadamente, nos hemos acostumbrado: los presidentes bufones que pululan por toda nuestra geografía. Pero lo más curioso es que, sin importar que tengan cara de serios o no, el populacho los sigue delirante hasta que los convierten en presidentes de estas repúblicas bananeras, cafetaleras, petroleras, cañeras o turísticas, que dependen de la buena o mala voluntad de los Estados Unidos para sobrevivir o hundirse.
    ¿Cómo es posible que un sinnúmero de payasos más o menos folclóricos sean elevados a la categoría de primeros mandatarios? Este es un campo virgen para el estudio de espiritistas, futuristas, síquicos, videntes, santeros y brujos en general, porque a los politólogos, sociólogos, historiadores y sicólogos que deberían ser los que estudien este singular fenómeno, NO PARECE IMPORTARLES. He aquí uno de esos enigmas al que hay que buscarle respuesta en la bola de vidrio: ¿Qué argumento social puede existir que explique la situación de Argentina? Un país enorme (casi tres millones de kilómetros cuadrados) con posibilidades de darle tierra a todo mundo. Abundantes terrenos de pastoreo y agricultura que ya se los desearan Holanda, Bélgica o Japón para atarugar al mundo de granos. Riquezas minerales como plomo, zinc, estaño, cobre, petróleo, hierro, manganeso y URANIO para hacer bombas atómicas, si quisieran. El mayor tesoro nacional: gente culta. Además, infinidad de colegios y universidades de alto nivel académico; el más completo sistema de ferrocarriles de la América Latina y una satisfactoria red vial de más de un cuarto de millón de kilómetros; buenos puertos, aeropuertos y una estructura industrial adecuada para dar el salto hacia la vanguardia de los países primermundistas, pues además, tiene un enorme mercado potencial entre sus vecinos menos desarrollados industrialmente. Pero es un país tercermundista y arruinado, al cual millones de sus hijos están dispuestos a abandonar.
    El dramático caso de la Argentina no es el único en esta parte de América, pero eso sí, el más notorio debido a la tradición y prestigio de este suelo que vio nacer a Belgrano, Cortázar, Borges, Sarmiento, Maradona, Fangio, Gardel, Ingenieros, Storni y el Che Guevara. Este pueblo es el faro que denuncia a Europa y el mundo, lo que es cotidiano en todos los países de este traspatio yanqui. Solo que los demás pueblos somos invisibles ante la civilización; apenas se enteran de nosotros cuando nos cae encima un terremoto, un huracán o un nuevo dictador que mata a unos cuantos millares de indios. Solo entonces el mundo se da cuenta de que existimos, como una turbia, lejana y desagradable pesadilla que más vale se conserve en el anonimato, sin protagonismo alguno. Les basta con que les enviemos cumplidamente el petróleo, el café y los bananos; lo demás no les importa. El drama de los desaparecidos de Argentina es nada comparado con los de El Salvador, Nicaragua o Guatemala, pero como aquí somos indios por los que nadie siente interés, no alcanzamos la resonancia necesaria para que nos tomen en cuenta. Apenas somos folclóricos. En Europa, USA y el mundo, saben de Cuba por Fidel y su revolución, los cuales son una puya en el costado del Imperio. Además, por cuántos presos políticos tiene, y por las ocasionales, dramáticas y coloridas migraciones de los balseros; si no fuera por eso, esta isla sería tan invisible como Bolivia, Bali o Tonga. ¿Quién en Noruega o Polonia sabe qué es o dónde queda Honduras?
El caso de Argentina es notorio en Europa y el mundo, porque los argentinos SON EUROPEOS, como los gringos. Allá tienen sus raíces y familias, es decir, tienen adonde “regresar”. Así que la estampida de estos hacia Italia, España o Francia, conmueve la conciencia del Viejo Mundo, porque son sus hijos que regresan de un largo periplo de dos o tres generaciones por América. Pero, ¿y los demás? Los que somos autóctonos y no tenemos adonde huir, ¿qué hacemos?
    Ese drama de Argentina en una escala mayor y crónica, es lo cotidiano desde siempre en México, Colombia, Ecuador, Brasil, Perú, Chile, Bolivia, Paraguay, el Caribe y Centroamérica (con sus escasas excepciones). ¿Qué es lo que hace que gigantes como México, Colombia y Brasil se encuentren en ese estado de postración y hasta las orejas de obligaciones monetarias? ¿Cómo es que naciones que nadan en petróleo y poseen incontables riquezas minerales y territoriales vivan en crisis permanentes, ahogadas con deudas externas impagables, y como limosneras eternas de USA, Japón y Europa? La respuesta es muy sencilla: LOS PAYASOS EN LA PRESIDENCIA.
Aunque la respuesta al fenómeno es muy sencilla, la causa no tiene explicación alguna desde el punto de vista de la razón o las ciencias sociales. Y esa es ¿POR QUÉ EL ELECTORADO LLEVA A ESTOS INDIVIDUOS AL FRENTE DE LOS GOBIERNOS?
Solo el “efecto G.W.” puede dar respuesta a ese enigma común a la América Latina, y muy popular en Costa Rica. Pero, ¿qué es el efecto G.W.?
     Los pantomimos políticos son tan comunes en nuestros países, que el electorado a aprendido a distinguirlos muy bien; no importa qué tan serios aparenten ser, EL ELECTOR los conoce perfectamente. Talvez lo engañen en su primer voto a los dieciocho años, pero después no. Entonces es allí, en donde empieza a gestarse lo que posteriormente dará origen al “efecto G.W” en la actividad política. El efecto G. W. es la consecuencia electoral de una causa que es la CHARLATANERÍA. Ante la reiterativa conducta BURLESCA de los candidatos con pretensiones de “serios y responsables”, que siempre terminan haciendo las mismas idioteces en el gobierno, el pueblo suele dar como respuesta el “efecto G.W.”, y como toda la tierra latina está llena de esos especímenes patéticos pero nocivos, el efecto G.W. es común en nuestro subcontinente. Y talvez en otras partes...
     Para los que no se acuerdan de G.W. (Gerardo Wenceslao Villalobos), les diremos que este simpático caballero pretendió la presidencia de la República de Costa Rica hace algún tiempo. Y bien pudo haberlo logrado si hubiera tenido buenos patrocinadores, o más dinero con el cual financiar su campaña y las alegres payasadas que llevaba a cabo para deleite de la chusma que, harta del circo que montaban los “candidatos serios”, decidió darle su apoyo incondicional a G.W., como popularmente se le conocía. Ese es el “efecto G.W.” La gente gozaba alegremente ante cada nueva ocurrencia del pintoresco candidato, lo cual llevó a que miles de ellos le dieran su voto. Y talvez no porque creyeran que podía ser un buen presidente, sino como un castigo a los otros fantoches con pretensiones de responsables y formales. Este agradable y fortachón ciudadano, compitió públicamente contra un campeón mundial de lucha libre (Martín Karadagian) a quien venció. Participó en corridas de toros; en carreras de caballo, peleó contra un cocodrilo, montaba una hermosa yegua, se aventó en paracaídas y mil disparates más que cautivaron la simpatía del electorado, el estupor de la gente seria y la creciente preocupación de los candidatos tradicionales. Yo gocé a más no poder con sus ocurrencias; pero más todavía, de la sorpresa y malestar que les producía a los postulantes de los partidos llamados “grandes”. Los hizo temblar. Todavía me produce escalofríos la idea de que pudimos tenerlo como Presidente. Aunque... claro que eso no hubiera sido desplome, pues aquí hemos tenido y seguiremos teniendo muchos gobernantes muy parecidos a G.W., aunque no tan auténticos en sus chusquerías como el “hombre de Tres Ríos”.
     El efecto G.W. realizado hasta sus últimas consecuencias (a plenitud), es la causa de la postración de la América Latina. Decenas de estos payasos se encuentran al frente de los gobiernos de nuestros pueblos; individuos sin la menor idea de lo que es gobernar, son presidentes por casualidad o capricho. O más bien, por el efecto G.W. Pero este fenómeno NO ES UNA SIMPLE BROMA como pudiera pensarse, sino un enorme problema que debería ser sometido a un profundo estudio sico-sociológico que nadie ha llevado a cabo con la seriedad que lo amerita y urge en nuestra parte del continente. Universidades y politólogos deberían estudiar este hecho porque es de suma necesidad en nuestro ambiente. ¿Cuáles son las condiciones para que en una sociedad se produzca el “efecto G.W.”? Pero, ¿será un problema solo de los latinos?
    Adolfo Hitler, a quienes los encopetados militares prusianos menospreciaban por considerarlo indigno y mal preparado como estratega (en privado lo llamaban “el Cabo”), surgió a la vida pública de Alemania por medio del efecto G.W. El pueblo alemán llegó a hartarse de tanto cabeza hueca inepto que habían formado los gobiernos de la posguerra. Así que por cólera, abulia o desesperación, llevaron al Führer a la Cancillería de la República; y de allí, al dominio de casi toda Europa. El efecto G. W., pues, NO ES COSA DE BROMA. Y por la misma razón del efecto G. W., el electorado italiano, harto de tanto mequetrefe, llevó a la Chicholina al Senado de Roma, para afrenta de esa corporación, y para que los césares se revolvieran avergonzados en sus tumbas. Es histórica la frase con la cual se refería a los miembros del Senado de Roma: “Mis queridos colegas cerditos”. Es historia negra, pero Historia.
Lo que en Alemania fue una excepción, en América Latina es la norma. Cansados de tanto clown peruano, la gente llevó al “chinito Fujimori” a la presidencia. De igual forma que los alemanes, buscaron en ese “japonesito trabajador y ejemplar”, una vía de escape a su angustiosa situación económica y política. Y este payasito oriental, terminó por convertirse en un tirano que llenó de duelo y amargura a esa nación. Pero ya antes los incas habían puesto en práctica el efecto G. W. con el bufón Alan García, quien resultó ser otro fiasco descomunal para ese pueblo. Y ese es el gran misterio del efecto G.W. El porqué el electorado lo repite y lo repite y lo repite, como la ardilla en la jaula.
     Igual hicieron los ecuatorianos con el tal Bucarán, otro saltimbanqui con cara de loco, que bien quedaría con un papel en la serie de “Chespirito”. Y de esa misma ralea, militares o civiles, son y han sido casi todos los “presidentes” nuestros. Folclóricos y ridículos generales que jamás pelearon en contra de nadie, y que solo son el horrible recuerdo y herencia de una era siniestra promovida por los Estados Unidos, para garantizar sus “intereses económicos”. Centenares de ellos en Brasil, Perú, Chile, Bolivia, Paraguay, Panamá, Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Rep. Dominicana, Argentina etc. etc. etc., los cuales han dejado una estela sangrienta en nuestros pueblos. Eran histriónicos, pero eso sí, deletéreos como Chucky: rufianes perversos, educados para el crimen en la Escuela de las Américas. También la lista de bufones civiles es interminable.
     A pesar de ese rastro de dolor de los militares-presidentes, nuestros pueblos siguen aplicando el efecto G.W., y allí tenemos a Nicaragua y Panamá con Violeta Chamorro y Mireya Moscoso, dos criaturas patéticas que no tenían la menor idea de qué cosa es gobernar un país. Porque no es lo mismo llevar el control de un hogar o una empresa, que dirigir políticamente una nación en crisis. Dos alternativas trágicas a las que se vieron forzados dos países, debido a la incapacidad de los políticos tradicionales y charlatanes. Nuestra historia está repleta de esos ejemplares que, pese a su comicidad, han sido trágicos para sus respectivas naciones.
      Ese es el “efecto G. W.” que, en gran medida, lo hemos vivido repetidas veces en Costa Rica. La historia política de este país, está llena de WENCESLAOS y sus “salidas”.

Políticamente (¿Suceden estas cosas en su país?)
RIS

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